En el presente artículo nos proponemos revisitar el legado de las Cátedras Nacionales como parte de una tradición universitaria más amplia, la peronista. Estas cátedras son frecuentemente recordadas porque estimularon la reorientación de intelectuales y militantes universitarios hacia el peronismo. Además, renovaron el ámbito de las Ciencias Sociales al articular el conocimiento acerca de la realidad social nacional y latinoamericana con la lucha por la liberación y la revolución.
In this article, we aim at revisiting the legacy of the National Chairs, as part of a broader university tradition, the Peronist’s. These chairs are frequently remembered because they stimulated the reorientation of intellectuals and university activists towards this movement. In addition, they renewed the field of Social Sciences by articulating the knowledge about the national and Latin American social reality with the struggle for liberation and revolution.
Keywords: Peronism, university, social sciences, national chairs.
Recibido: 31 de mayo de 2019
Aceptado: 19 de marzo de 2020
Las denominadas Cátedras Nacionales (CN) fueron una novedosa experiencia en la carrera de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA) que tuvo lugar durante el período comprendido entre 1967 y 1971. Estas cátedras son frecuentemente recordadas porque estimularon la reorientación de intelectuales y militantes universitarios al movimiento peronista. Además, renovaron el ámbito de las Ciencias Sociales al articular el conocimiento acerca de la realidad social nacional y latinoamericana con la lucha por la liberación y la revolución.
Debemos destacar que la importancia de este conjunto de cátedras derivó no de su peso numérico sino de la tarea política y crítica desarrollada a través de ellas. Las mismas se mantuvieron hasta 1971, a pesar de los conflictos con la intervención y las autoridades de la FFYL por el fuerte apoyo estudiantil y el carácter masivo –asambleario– de sus cursos.
Las CN deben comprenderse como parte del sostenido movimiento de politización que se desarrolló en el ámbito de la intelectualidad crítica y en las universidades desde principios de los años 60, a su vez vinculado con el más amplio de protesta social y radicalización política (Terán, 1991; Sigal, 1991). María Cristina Tortti (1999, 1991) ha caracterizado a este fenómeno como la emergencia y la constitución de una nueva izquierda social y política e identifica como uno de sus rasgos característicos a la secuencia de rupturas que se sucedieron en las más diversas tradiciones políticas (la izquierda, el peronismo, el mundo católico), que son un efecto combinado del impacto producido por la “resistencia peronista”, en lo interno, y por la revolución cubana y otros movimientos de liberación, a nivel internacional (Tortti, 1999; 2006). Aunque no logró generar un actor político homogéneo, adquirió cierta unidad “de hecho”, que le permitió desplegar acciones y discursos que combinaron demandas sectoriales, la impugnación a la dictadura y la reivindicación de programas socialistas y antiimperialistas. La articulación generó una poderosa sensación de amenaza en los sectores dominantes y provocó la retirada de la autodenominada “Revolución Argentina” y la reapertura electoral, que culminó con la asunción de Héctor Cámpora como nuevo presidente constitucional en mayo de 1973.
La Universidad de Buenos Aires repudió desde un primer momento el golpe de Estado de Juan Carlos Onganía. El rector de esta universidad, Hilario Fernández Long, expresó:
En este día aciago en el que se ha quebrado en forma total la vigencia de la Constitución, el rector de la UBA hace un llamado a los claustros universitarios en el sentido de que sigan defendiendo como hasta ahora la autonomía de la universidad, que no reconozcan otro gobierno universitario que el que ellos mismos han elegido de acuerdo a su propio estatuto y que se comprometan a mantener vivo el espíritu que haga posible es restablecimiento de la democracia (Caldelari y Funes, 1997: 24).
También, en ese entonces, la Federación Universitaria Argentina (FUA) emitió un comunicado en el que expresó su apoyo a esta declaración y caracterizó al gobierno de facto como “gorila” y “fascista”. Sin embargo, la dictadura de Onganía recogió importantes adhesiones por parte de organizaciones estudiantiles no reformistas y también de siete miembros del Consejo Superior de la UBA que apelaron la declaración del rector. Existían diversos sectores que reclamaban la intervención a las universidades para terminar con el marxismo y el reformismo definidos como “obstáculos” y “factores de perturbación” de esta casa de estudios (Caldelari y Funes, 1997: 27).
Un mes después del golpe militar, el 29 de julio de 1966, se llevó a cabo la intervención de la UBA para clausurar la experiencia modernizadora inaugurada en 1955.[1] Desde ese momento, se suprimió la autonomía universitaria, se anularon las representaciones de los claustros y se prohibió la actividad política en las casas de estudio. El Decreto Ley N.º 16912 suprimía el gobierno tripartito, disolvía los consejos superiores y obligaba a los rectores y decanos a transformarse en interventores del Ministerio de Educación.[2] En la UBA, los edificios de las facultades de Medicina, Ingeniería, Arquitectura, Ciencias Exactas y Filosofía y Letras fueron tomadas por alumnos y profesores que fueron desalojados violentamente por las fuerzas militares, dejando como saldo un grupo considerable de detenidos.[3] Después de estos acontecimientos, conocidos como la “Noche de los bastones largos”, numerosos profesores fueron cesanteados y otros tantos renunciaron, produciendo un notable vacío. Debemos tener en cuenta que la ola de renuncias en esta universidad se produjo particularmente en la FFYL y en la Facultad de Ciencias Exactas. Según datos proporcionados por Pablo Buchbinder (2005), 1378 docentes dejaron los cargos. En el caso de la carrera de Sociología, de unos 28 profesores con formación en la disciplina quedaron solamente 4, siendo ocupados sus lugares por sacerdotes, profesores de Historia y Filosofía (Rubinich, 2003). Estos hechos tuvieron una amplia repercusión en el mundo académico. Docentes y estudiantes de Sociología de otras casas de estudio, como la Universidad Católica Argentina (UCA) y la Universidad del Salvador repudiaron lo ocurrido. Los estudiantes de la UCA dieron a conocer un documento el 3 de agosto de 1966 en el que repudiaban la intervención a las universidades estatales y se expresaban en defensa de la autonomía universitaria y de la libertad académica. Este documento fue firmado por estudiantes de diversas carreras, mayoritariamente de la carrera de Sociología.[4]
Los abajo firmantes, estudiantes y egresados de la Pontíficia Universidad Católica Argentina “Santa María de los Buenos Aires” declaramos repudiar públicamente la violencia empleada contra la Universidad Nacional de Buenos Aires y reafirmar valores esenciales a la perduración de la comunidad universitaria argentina. Cualquiera sea la reestructuración que piense realizarse en las Universidades Argentinas, no ha de favorecer un auténtico desarrollo científico e intelectual del país a menos que se base en los siguientes principios: 1. La plena vigencia de la libertad académica –máxima formulación de la libertad de pensamiento y de expresión sin discriminaciones–, 2. La autonomía universitaria, en alguna de sus varias formas institucionales que ésta puede revertir, pero garantizando siempre la vigencia de las Universidades Argentinas como centros de pensamiento y crítica independientes (Declaración de estudiantes y egresados. En Sociología, Publicación de la Asociación de Estudiantes de Sociología. Facultad de ciencias Sociales y Económicas de la Universidad Católica Argentina. Año II, Nº1. Buenos Aires, Agosto de 1966. pp. 49-50).
También los profesores de esa misma casa de estudio expresan públicamente su repudio a la intervención de Onganía y los violentos episodios ocurridos en la UBA.[5] Además, la comunidad científica internacional se manifestó a favor de la autonomía universitaria y reclamaron la reincorporación de los docentes. Figuras destacadas de la sociología le enviaron una carta a Onganía: Talcott Parsons, Martin Lipset, Gino Germani, Reinhard Bendix, Edward Shils, Johan Galtung, Robert Merton y Raimond Aron. Reunidos en el VI Congreso Mundial de Sociología, que se llevó a cabo en Francia del 4 al 11 de septiembre de 1966, enviaron un telegrama a Onganía repudiando las “brutalidades cometidas contra profesores y estudiantes”. El texto sostenía: “Queremos manifestar nuestra solidaridad con las exigencias de los profesores argentinos por el restablecimiento de la libertad académica, el autogobierno democrático de las universidades y su autonomía completa. Pedimos que se reintegre a sus puestos académicos a todos los profesores que han renunciado, sin ninguna clase de discriminación política, religiosa o ideológica. Finalmente, pedimos a las actuales autoridades argentinas que restablezcan en las universidades las condiciones adecuadas para que los profesores renunciantes reanuden sus obligaciones académicas o científicas” (La Razón, 22 de septiembre de 1966, p.8).
La carrera de Sociología tenía, hasta el momento de la intervención, en su plantel docente como titulares de cátedra a figuras intelectuales como Torcuato Di Tella, Manuel Mora y Araujo, Inés Izaguirre, Eliseo Verón, Hugo Callelo, Juan Carlos Marín, Silvia Sigal, Miguel Murmis, Juan F. Marsal, Gerardo Andújar, Silvio Frondizi y otros. Ante esta compleja situación que provocó la intervención, los docentes e investigadores se debatían entre dos posiciones: la primera convocaba a la renuncia como forma de repudio masivo. La segunda opción consistía en quedarse en la universidad intervenida; en la carrera de Sociología, esta fue la posición adoptada por la mayoría de los docentes. Los discípulos de Germani, como Eliseo Verón, Miguel Murmis, Silvia Sigal e Inés Izaguirre, optaron por no renunciar y firmaron una declaración conjunta. Silvia Sigal recuerda que “las asambleas para decidir si se renunciaba o no fueron interminables” y también lo fueron las reuniones de un grupo chico, del que formaban parte principalmente Juan Carlos Marín, Eliseo Verón, Miguel Murmis e Inés Izaguirre. Sigal sostiene: “No teníamos para nada claro lo que había que hacer” (Tortti, Camou y Chama, 2013). Ellos perdieron sus lugares en Sociología el primer cuatrimestre de 1967 porque no fueron renovados sus contratos. El Instituto de Sociología, en el que había 15 proyectos de investigación en marcha, cerró sus puertas por casi un año. Buena parte de estos docentes cesanteados se refugiarían en centros académicos de gran relevancia en aquel momento como el Instituto Torcuato Di Tella (ITDT).[6]
Como consecuencia de la intervención, a partir del año siguiente, esos cargos fueron ocupados por nuevos docentes, la mayoría provenientes de medios intelectuales ligados a la Iglesia Católica. Entre estos, podemos mencionar a Luis Campoy, Enrique Spadari, Julio A. Gayol, Rolando Gioja y Roberto J. Brie. Este último, intelectual católico tomista, graduado en Filosofía en la UBA y con estudios de posgrado en Alemania, sería designado como interventor de la carrera y tendría también a su cargo la materia Teoría Sociológica”.[7] Al igual que Luis Campoy, a cargo de la materia Introducción a la Sociología, ambos docentes estaban ligados a círculos de la derecha católica con un marcado perfil anticomunista. Uno de los pocos docentes titulares de cátedra que continuó en su cargo luego de la intervención fue Carlos A. Erro, un intelectual de perfil liberal, que en su momento estableció una alianza con Germani, lo que le permitió continuar en el Departamento de Sociología durante un prolongado período.[8] De hecho, una de las consecuencias de la intervención fue el regreso de profesores que habían ocupado cargos en la universidad nacional durante el peronismo y, que al igual que Erro, representaban a la sociología previa a Germani o a la sociología de cátedra –como es el caso de Fernando Cuevillas–.
Sin embargo, entre los nuevos docentes ingresaron el sacerdote tercermundista Justino O’Farrell[9] y el historiador revisionista Gonzalo H. Cárdenas[10], quienes habían sido desplazados de la UCA y adoptaban una postura de acercamiento al peronismo, lo que permitió la aproximación con los estudiantes y los jóvenes graduados. Según el testimonio de Horacio González, que en ese momento era delegado estudiantil de la carrera por el Frente Estudiantil Nacional (FEN)[11], los estudiantes rechazaron, en un primer momento, a los recién llegados de la UCA, pero luego tuvieron charlas con ellos y vieron que comenzaban a cortar con la intervención, a plantear una especie de marxismo nacionalista o nacionalismo marxista (Burgos, 2004: 181). Susana Checa, al respecto, sostiene que un grupo de jóvenes sociólogos y estudiantes de la carrera reclamaban, desde hace un tiempo atrás, la incorporación de bibliografía marxista y de pensadores nacionales y latinoamericanos a la currícula y encontraron en Cárdenas y O’Farrell grandes coincidencias. Tal es así que, contrariamente a lo esperado, en Sociología se fue conformando un grupo crítico y de oposición a la dictadura y a la intervención. Respecto al nombre con el que fue reconocido –CN– varios testimonios coinciden en señalar que fue asignado por los propios estudiantes. “No fue de ninguna manera un nombre puesto por nosotros a pesar de haber conformado un colectivo”, afirmó Susana Checa en una entrevista con la autora (18/11/2013).
Las CN se conformaron a partir de dos nucleamientos básicos. El grupo de Cárdenas, que estuvo a cargo de una sociología especial denominada “Problemas socio-económicos argentinos” y el de O’Farrell en la materia Sociología Sistemática. Estratificación, Poder, Alienación, Conflicto y Teoría de la Organización. Por un lado, la cátedra de Gonzalo Cárdenas estaba integrada inicialmente por tres ayudantes: Alejandro Peyrou –que era economista–, Fernando Álvarez y Ernesto Villanueva –quien también había comenzado a estudiar en Económicas y conocía a Cárdenas por su tarea docente en esta otra facultad–. Por otro lado, la cátedra de O’Farrell estaba integrada por Roberto Carri [12] –quien antes de la intervención ya era auxiliar docente de la materia Estadística– y Alcira Argumedo –cesanteada de la materia Sociología Sistemática y luego incorporada por O’Farrell– (Argumedo A. 01/04/2016. Entrevista personal). En esta cátedra, Lelio Mármora pasó de ser Jefe de Trabajos Prácticos (JTP) a ser Adjunto, aunque al poco tiempo se iría a realizar estudios de posgrado al exterior y también continuaría como ayudante Juan Carlos Portantiero. Vinculados a este grupo de O’Farrell, y con fuertes vínculos de amistad, también estaban Susana Checa y su compañero, Jorge Carpio, Enrique “Quique” Pecoraro y Juan Pablo Franco. Susana Checa recuerda “los asados en lo de los Carri” e, incluso, el haber pasado vacaciones juntos y enfatiza que se trataba de un grupo con relaciones muy primarias (Checa S. 18/11/2013. Entrevista personal). Asimismo, varios testimonios coinciden en señalar que una de las figuras más emblemáticas de las CN fue el joven sociólogo Roberto Carri, quien articulaba bajo su liderazgo a ambos grupos (Villanueva E. 17/12/2013. Entrevista personal).
Los límites de este grupo fueron difusos, por ejemplo, suele reconocerse que formaron parte de las CN unos pocos docentes que provenían de otras disciplinas como Norberto Wilner –de Filosofía y quien realizó la tesis doctoral con O’Farrell como director–, Gunnar Olsson –en ese momento, pareja de Alcira Argumedo– y Amelia Podetti –cercana a Wilner y docente en Filosofía–. También hubo otros sociólogos que aparecerían ligados a las CN en los años posteriores, como es el caso de Pedro Krotsch.
Si bien en un primer momento solo se trató de dos cátedras, luego se agregarían otras materias optativas y/o seminarios especiales, pero de ningún modo puede pensarse que esta experiencia ocupó la totalidad de los cursos dictados durante esos años.[13]
CÁTEDRA | DOCENTES A CARGO |
---|---|
Sociología Especial: Problemas Socio-económicos Argentinos (1967) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociología Especial: Sociología Sistemática. Estratificación, Poder, Alienación, Conflicto y Teoría de la Organización (1967) | Justino M. O’Farrell |
Sociología Sistemática (1968) | Justino M. O’Farrell |
Sociología Especial: Problemas Socioeconómicos de América Latina (1968) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociologías Especiales: Problemas Socioeconómicos Argentinos I (1968) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociología Especial: Sociología de América Latina (1968) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociologías Especiales: Problemas Socioeconómicos Argentinos II (1968) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociologías Especiales: Poder, Estratificación y Alienación (1968) | Justino M. O’Farrell |
Sociología Especial: Problemas de Sistemática (1969) | Justino O’Farrell |
Sociologías Especiales: Argentina Contemporánea (1969) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociología Sistemática (1969) | Justino M. O’Farrell |
Sociologías Especiales: América Latina, los Movimientos Nacionales (1969) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociologías Especiales: Problemas Socioeconómicos Argentinos (1970) | Gonzalo H. Cárdenas |
Sociologías Especiales: Problemas de Sistemática (1970) | Justino M. O’Farrell |
Sociología Sistemática (1970) | Justino M. O’Farrell |
Sociologías Especiales: Proyectos Hegemónicos y Movimientos Nacionales en América Latina (1970) | Juan Pablo Franco |
Sociologías Especiales: Poder, Estratificación y Alienación (1970) | Justino M. O’Farrell |
Sociologías Especiales: Problemas de Sistemática (1970) | Justino M. O’Farrell |
Sociologías Especiales: Nación y Estado (1971) | Justino M. O’Farrell |
En aquel momento la mayoría de los profesores –excepto Cárdenas y O’Farrell– eran profesores con contratos precarios, lo que nos permitiría suponer que las CN alcanzaron una institucionalidad relativa.[14] Las CN no fueron la única perspectiva vigente durante esos años en la carrera de Sociología.[15] En esta etapa resulta difícil pensar en una sociología o un campo sociológico. Como sostuvo Silvia Sigal (1991), en un contexto de intensa politización de las capas medias y, en particular, del campo cultural e intelectual, los sectores profesionales se organizaron sobre bases institucionales diversas. “La sociología ‘nacional’ batallaba contra una sociología ‘marxista’, mientras que los herederos de la sociología ‘científica’ permanecían en centros privados y articulados a las redes de la comunidad internacional” (Sigal, 1991: 32).[16] La presencia institucional de las CN no avanzó más allá del año 1971 cuando el decano interventor de la FFyL, Ángel Castellán, como parte de la estrategia del Gran Acuerdo Nacional (GAN) impulsó un masivo llamado a concursos con el intento de “legalizar” la situación al interior de la facultad y preparar las condiciones para el “normal” funcionamiento de la carrera a partir del año siguiente. Los sociólogos de las CN estaban convencidos de que el objetivo central de esta nueva intervención era “pacificar” a la carrera de Sociología y suspender la tarea docente que ellos desempeñaban que contaba con un amplio respaldo por parte de los estudiantes y se distinguía por la crítica a la situación dependiente del país y la reivindicación del peronismo como movimiento nacional antiimperialista. El grupo de las CN decidió no presentarse porque consideraban que se trataba de la “vía liberal” para poder desplazarlos por concursos y jurados.[17]
El propósito eminentemente crítico de las Cátedras Nacionales apuntaba a poner en cuestión las tradiciones teóricas y metodológicas instaladas en la sociología argentina –a escasos diez años de la institucionalización de la carrera de Sociología en la UBA, bajo el impulso de Gino Germani–. En la sociología científica, que estos sociólogos refutaban, advertían una de las causas por las cuales la universidad y las clases medias habían permanecido al margen o en oposición a la realidad popular expresada por el peronismo. Con la tradición que estaban fundando –la sociología nacional [18]– esperaban producir una renovación en la disciplina e incorporar a los universitarios al movimiento nacional y a la causa de la liberación nacional.
Las principales cuestiones de esta disputa estaban referidas a:
Estas cátedras enfatizaron el carácter político de la ciencia y cuestionaron a quienes pregonaban los postulados de la “objetividad” y de la “neutralidad valorativa” de la práctica científica en Ciencias Sociales. El presupuesto de la “objetividad científica” funcionaría como un mecanismo que oculta las relaciones de poder y de dependencia en el campo del conocimiento.[19] Como señala Beatriz Sarlo (2001), más allá de los múltiples significados y usos del concepto cientificismo, este término se asoció con aquellas posiciones que “cortaban los nexos entre políticas científicas y política” y reivindicaban la autonomía de la investigación. Estos cuestionamientos, propios de la época, tuvieron una muy conocida formulación por parte del destacado investigador proveniente de las ciencias exactas Oscar Varsavsky[20], quien contribuyó a cuestionar algunas de las reglas del campo científico, definiendo como “cientificista” a aquel que “renuncia a preocuparse por el significado social de su actividad, desvinculándola de los problemas políticos” (Varsavsky, 1969: 125). Las críticas al cientificismo en Ciencias Sociales tuvieron en las CN una formulación sistemática con Roberto Carri, quien sostenía, desde una posición radicalizada, que la actividad científica debía estar supeditada al cambio revolucionario. En sus conocidos artículos acerca del formalismo en Ciencias Sociales reivindicaba una ciencia social comprometida y revolucionaria frente a una sociología científica dominante no comprometida políticamente, que “reproduce” el sistema (Carri, 1970: 148).[21]
Desde las cátedras marxistas, Eliseo Verón también pronunciaba una crítica al cientificismo en tanto este contendría una “concepción ingenua de la ciencia y del conocimiento” al suponer la neutralidad completa en el trabajo científico. Verón consideraba que “la ideología es una dimensión estructural de toda comunicación, inclusive de la ciencia” (Verón, 1974: 52; Verón, 1970: 168). Pese a ello, este autor acusaría a la sociología nacional de asumir una posición extrema, a la que denomina como “anticientificista” y que define como una “contra-ideología”, en tanto “ignora y oculta la práctica científica, negando además la propia identidad profesional” (Verón, 1974: 52.
En relación a este tema, el perfil del sociólogo sería objeto de intensos debates. Las críticas a las otras perspectivas vigentes, como la sociología científica, no van a girar exclusivamente en torno del cientificismo, sino que también se cuestionaría el estilo y el método propio de la sociología. El sociólogo Roberto Carri en una conocida polémica con Francisco Delich[22] acerca del libro de Arturo Jauretche El medio pelo en la sociedad Argentina reivindica un estilo característico de las disputas literarias o artísticas en igualdad de condiciones que el académico para hacer sociología nacional. Carri sostiene que la actitud de Delich al calificar como “no científicas” las contribuciones de Jauretche, por no adaptarse al “riguroso método científico” del “sociólogo académico”, intenta “una adecuación formal de la realidad al esquema lógico que acepta acríticamente” (Carri, 1968: 128). En aquel momento, este debate acerca del perfil del sociólogo se ligaba directamente con la discusión más general sobre el rol político de los intelectuales. Al respecto diría Carri, polemizando con Delich, que “Jauretche tiene una posición política muy conocida (radical, forjista, peronista)” y sus conclusiones expresarían su “particular opinión”, mientras que Delich “solo ve que no es ‘científico’” (Carri, 1968: 128). La construcción de una teoría social para explicar los fenómenos latinoamericanos
Estas cátedras cuestionaron la tradición intelectual europea y norteamericana por considerarla inadecuada para pensar la realidad de los países periféricos e incorporaron corrientes propias del “pensamiento nacional” (a las que el pensamiento germaniano calificaba como ensayismo). En sus programas convivían tanto autores que adscribían a las teorías de la dependencia, como críticos del colonialismo o líderes políticos tercermundistas (González, 2000). Estos intelectuales fomentaron una relectura de la historia argentina y latinoamericana con el objetivo de crear una teoría social revolucionaria. Esto iba siempre acompañado por un análisis que señalaba la continuidad histórica de las luchas populares contra la dependencia al mismo tiempo que reivindicaba a una línea revisionista y nacionalista de la historia, representada en ciertos líderes políticos como San Martín, Rosas, Yrigoyen y Perón.[23]
Sin embargo, más allá de esos acuerdos generales, al interior de este grupo de sociólogos se manifestó una división respecto de las fuentes teóricas sobre las que se fundaría esa ansiada teoría que permitiera explicar los fenómenos latinoamericanos. Algunos de ellos creían que existía una capacidad autónoma del pensamiento popular para interpretar los fenómenos sociales y otros consideraban que, además, era necesario recuperar elementos del bagaje teórico y metodológico de otras corrientes, particularmente del marxismo. Podría pensarse que este sector aspiraba a desarrollar sus estudios utilizando las herramientas de una sociología más clásica. Uno de los puntos de discusión giraría en torno a la mayor o menor pertinencia de utilizar categorías marxistas como herramientas de análisis de fenómenos sociales y políticos, en particular, el peronismo. Esto nutrió una serie de polémicas con el grupo de las cátedras marxistas en relación con utilidad de categorías tales como las de clase y/o la definición de la contradicción principal en países periféricos como Argentina. Desde el punto de vista del grupo de las CN, debido a la condición colonial o semicolonial de América Latina, el concepto de pueblo debía reemplazar al de clase y la contradicción entre burguesía y proletariado debía estar supeditada a la contradicción entre imperialismo y nación.
Las CN participaban de esta revisión y valorización de la experiencia peronista, en curso desde hacía algunos años entre los mismos discípulos de Germani y en la izquierda universitaria. En el ámbito de la izquierda comenzaron a producirse un conjunto de nuevas interpretaciones del peronismo en ciertos círculos marginales y en oposición con la postura de los partidos tradicionales de la izquierda, el Partido Socialista y el Partido Comunista. Esas tendencias críticas condujeron a que algunos sectores, luego de intentar la renovación al interior de sus partidos, protagonizaran experiencias de ruptura provocadas –entre otras cuestiones– por los distintos posicionamientos en torno la reinterpretación del peronismo, el intento de depurar el “gorilismo” de estos partidos y el acercamiento con los trabajadores y los sectores populares. A partir de la influencia de la Revolución Cubana, algunos de los ejes girarían en torno a cuestiones como las vías para acceder al poder, el papel de los mecanismos electorales, el carácter de la revolución, sus etapas y el papel de la burguesía nacional (Tortti, 2009). Si el peronismo no pertenecía a la familia de los movimientos fascistas” –tal como era caracterizado hasta entonces por la izquierda “tradicional”–, el debate giraba en torno a la definición acerca de qué había sido: ¿un frente antimperialista, un movimiento de liberación nacional, una tentativa nacional-burguesa de construir un capitalismo autónomo? (Altamirano, 2001: 94). En el campo de la “izquierda nacional” y de la nueva izquierda, las diversas interpretaciones, aún en disputa, coincidían en que el peronismo había sido un “acontecimiento progresista” respecto de la dominación oligárquica. A su vez, desde comienzos de los sesenta, una parte del peronismo producía una redefinición de la propia identidad, con el surgimiento de nuevas voces como la de John William Cooke, quien –influido por el pensamiento de Ernesto Guevara– reivindicó las potencialidades revolucionarias del peronismo.[24] Esta renovación ideológica del peronismo se expresó en ciertas tendencias que podríamos denominar como “peronismo revolucionario” o “izquierda peronista”[25], a través del cual surgieron posiciones que planteaban una estrategia revolucionaria “socialista” (Bozza, 2014; Tortti, 2014).
Estos debates tendrían impacto en la sociología, pues se erigiría como una de las voces que desde mediados de los cincuenta, disputaría por los significados de la experiencia peronista. Según Alejandro Blanco (2006) y Federicio Neiburg (1998), la sociología debió afrontar una doble demanda inicial –hermenéutica y práctica, política e intelectual– que consistía en interpretar el “fenómeno peronista” y aportar en la búsqueda de una fórmula política capaz de “asimilar a las masas” al sistema político legal. La interpretación de Germani definía al peronismo como un “movimiento nacional-popular” diferenciándolo de los fascismos europeos, debido a la diversa base social y por su carácter socialmente progresivo (Germani, 1956; 1962), aunque consideraba que en tanto régimen político había tenido un carácter autoritario. Unos años más tarde, Murmis y Portantiero (1971) en Estudios sobre los orígenes del peronismo retoman la noción de “movimiento nacional-popular” de Germani y la redefinen en términos gramscianos, caracterizando al peronismo como una “alianza populista”[26] (Celentano y Tortti, 2014:215). En discusión con ambas perspectivas, las CN definirían al peronismo como un “movimiento de liberación nacional” comprometido con la lucha de los pueblos oprimidos por el imperialismo y que conduciría al socialismo.
Las CN asumieron una posición crítica de la Reforma. De acuerdo con Nicolás Dip (2016), si bien consideraban que la participación política del estudiantado era un legado valioso de la Reforma, criticaban el papel del movimiento reformista en relación con el peronismo y retomaban el “Manifiesto de FORJA a los estudiantes de la UBA” de 1943 (reeditado en 1970 en la revista Antropología 3er Mundo), en el que sostienen que el sentido de la nueva universidad estaría dado por el signo de la “misión” y/o “servicio” para con el país y el pueblo. En sintonía con ello, las CN, junto con un conjunto de agrupaciones universitarias peronistas, plantearían que la “misión de una tendencia nacional popular antiimperialista y revolucionaria es la explicitación de una política que tienda a ligar a los estudiantes argentinos con el verdadero proceso de liberación nacional a través de la comprensión del proceso histórico de las luchas nacionales y antiimperialistas de nuestro pueblo” (Manifiesto: “Situación del país y del movimiento peronista”, FANDEP, Buenos Aires, septiembre de 1968).
Es pertinente advertir que, a partir de junio de 1973, estas orientaciones e iniciativas de las CN encontrarían su expresión cuando, en el gobierno de Héctor Cámpora, Rodolfo Puiggrós asumiera como interventor de la Universidad de Buenos Aires y Justino O’Farrell, figura importante de esta experiencia, como decano de la FFYL bajo un clima de fuerte efervescencia política. Desde entonces, se llevarían adelante importantes transformaciones en esta casa de estudios y se intentaría institucionalizar un proyecto universitario que dejara atrás la universidad “aristocrática” y “colonialista” (Puiggrós, 1974: 28).
La gestión de Justino al frente de la FFYL comprende el período que va desde el 31 de mayo de 1973 hasta el 25 de abril de 1974. Acompañando este cargo, fue elegido Secretario de Asuntos Académicos en dicha facultad –un cargo estratégico– el joven sociólogo Ricardo Sidicaro, militante del peronismo de izquierda. Inmediatamente a la asunción de O’Farrell en FFYL se elegieron nuevas autoridades para la dirección de las carreras e institutos de investigación, y estos cargos fueron ocupados por intelectuales que habían estado de algún modo vinculados con la experiencia de las CN.
La dirección del Departamento de Sociología, que en ese entonces estaba acéfalo[27], fue asumida por Justino O’Farrell y, como director del Instituto de Sociología, fue designado Jorge Carpio, quien también colaboraría como asesor docente de la Facultad y como Secretario de Planeamiento del Rectorado. La socióloga Susana Checa, fue designada secretaria académica del Departamento de Sociología.[28] Otra figura ligada con las CN, Guillermo Gutiérrez, fue nombrado director del Instituto de Antropología, del Museo Etnográfico y del Departamento de Ciencias Antropológicas.[29] El filósofo Conrado Eggers Lan fue designado director interventor del Departamento de Filosofía[30], Francisco “Paco” Urondo, como director interventor del Departamento de Letras y a los pocos días ocuparía su cargo Alberto Szpunberg. Como secretaria académica del Departamento de Letras fue designada Ana María Caruso.[31] Rodolfo Ortega Peña estaría al frente del Departamento de Historia y de los Institutos de Historia Antigua Oriental, Historia de España e Historia Moderna y en los Centros de Estudios de Historia Socioeconómica Latinoamericana y Argentina y de Historia Urbana[32]. Eduardo Luis Duhalde fue designado director del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani.[33] A su vez, Gunnar Olson reemplazaría a Ortega Peña como director del Instituto de Historia Moderna a partir del 8 de junio de ese año y Adriana Puiggrós estaría a cargo del Instituto de Ciencias de la Educación y del Departamento de Ciencias de la Educación.[34]
La experiencia de las CN fue significativa y sería revalorizada a la hora de definir las políticas universitarias de esta nueva etapa. En este sentido, Adriana Puiggrós se refirió a ellas como un primer ensayo de la transformación universitaria que promovía la izquierda peronista:
En la Universidad de Buenos Aires quizás fueron las llamadas “cátedras nacionales” quienes intentaron por primera vez desarrollar una propuesta pedagógica de izquierda nacional y de peronismo de izquierda posibilitada por las luchas docente-estudiantiles que, en esa época, habían empezado a imbuirse de contenidos nacionales y populares. En las cátedras nacionales confluían dos tendencias nuevas: la de superar los límites de la vieja izquierda y la de valorar las posibilidades de los universitarios para intervenir en el debate sobre los problemas nacionales, que se hacía indispensable. (Puiggrós, 1979:17).
La izquierda peronista anhelaba construir una “nueva universidad”[35] al servicio de la liberación nacional y, por ello, diseñó políticas universitarias que acompañarían las transformaciones sociales que propuso el gobierno nacional a partir de la victoria electoral de marzo de 1973. En un documento elaborado por la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN), que fue presentado a Héctor Cámpora, puede leerse: “la universidad que queremos es parte inseparable del país que anhelamos; en él se inspira, en él se inserta y a él sirve”.[36] La universidad reformista fue definida como “universidad del régimen” y fue cargada de connotaciones negativas: “liberal”, “cientificista”, “oligárquica”. En reiteradas ocasiones, Puiggrós señala que el mayor problema de la Reforma fue la falta de comprensión o el desencuentro que ocurrió entre los estudiantes universitarios y el movimiento nacional, dado que no habían entendido ni al yrigoyenismo ni al peronismo. Sin embargo, los nuevos tiempos invitaban a superar la antinomia Reforma-peronismo y recuperar el legado de ambas tradiciones en el ámbito universitario. De la tradición reformista se resignifican las nociones de autonomía y cogobierno.[37] Por un lado, la centralización y planificación estatal ocuparía un lugar destacado en la nueva estructura institucional. El cogobierno sería redefinido a partir de garantizar un mayor protagonismo en la toma de decisiones a los estudiantes y, también, incorporando a los no docentes en el gobierno universitario, por primera vez en la historia de la universidad. Además, se incorporarían representantes populares y de los gobiernos.[38] Por otro lado, se recuperaría del primer peronismo la democratización en el acceso a la universidad y la cuestión de la formación política de los profesionales. En cuanto a la democratización de la educación superior se retomó el decreto de desarancelamiento de 1949. Se estableció que la educación superior constituye un derecho de todo habitante del país sin distinción de clase social. En este aspecto se avanzó con la eliminación de los exámenes de ingreso, la ampliación de los horarios de cursada y se estableció un sistema de becas para estudiantes y graduados.
Entre las tareas llevadas a cabo para lograr institucionalizar la denominada Universidad Nacional y Popular se realizarían diversos esfuerzos para revisar los contenidos de la enseñanza y reformular los planes de estudios en pos de “nacionalizar y actualizar la enseñanza” e incorporar nueva bibliografía acorde con la problemática nacional, latinoamericana y tercermundista. El plan de estudios de la carrera de Sociología fue modificado en varias ocasiones buscando definir el perfil del sociólogo. Esta vez, las modificaciones propuestas estaban dirigidas a privilegiar un conjunto de materias que permitieran a los egresados tener un “conocimiento adecuado de la realidad nacional, sus orígenes históricos y su contexto internacional” (Resolución del Decanato N.° 119, FFYL, UBA, 18 de febrero de 1974) e incorporar áreas de especialización que favorecieran la inserción ocupacional de los sociólogos y que fueran acordes a la nueva etapa que estaba atravesando el país. En el caso de Sociología, el nuevo plan fue aprobado por las autoridades de la Facultad el 18 de febrero de 1974 y por el Consejo Superior de la universidad el 28 de febrero de ese mismo año[39], por lo que entró en vigencia en ese primer cuatrimestre.
También en la carrera de Letras y en la de Ciencias de la Educación, ambas pertenecientes a la FFYL, se crearon, en la misma búsqueda de acercamiento de la universidad y el pueblo, equipos de alfabetización y se realizaron convenios con los municipios del conurbano bonaerense para llevar adelante esas tareas (Puiggrós, 1974: 108). Adriana Puiggrós impulsó la renovación del plan de estudios de la carrera de Ciencias de la Educación –en el que se intentó plasmar la idea de un pedagogo más moderno y mucho más vinculado a la problemática concreta del sistema educativo–, creó una especialización para maestros en ejercicio en La Matanza y promovió la invitación especial a dar cursos de figuras como el pedagogo Paulo Freire, Darcy Ribeiro y el filósofo peruano Lepoldo Chiappo (Carli, 2016: 247). Junto con la modificación de los contenidos de la enseñanza de acuerdo con los problemas nacionales, también en lo pedagógico se pensó en una nueva docencia y en un estudiante con compromiso social. Entre las nuevas estrategias, se implementaron distintas formas de enseñanza tendientes a contemplar la participación activa de todos los que intervienen en el proceso educativo a fin de dejar atrás la estructura vertical de la Universidad y para ello se dispusieron cursos de perfeccionamiento docente.
En lo que respecta a la investigación, una importante medida tomada por Puiggrós fue la cancelación de los convenios con fundaciones extranjeras (como la Fundación Ford) por considerar que incidían en las prioridades de investigación en función de los intereses de los países centrales, fortaleciendo así la dependencia (Puiggrós, 1974: 103). En el mismo sentido, primero en la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (UNPBA)[40] y luego en la legislación nacional aprobada en 1974, se declaró incompatible el ejercicio de la docencia universitaria para directivos jerárquicos o asesores de empresas extranjeras y de organismos notoriamente vinculados a la represión popular.[41] El diagnóstico que la izquierda peronista realizó respecto a la investigación científica era que la dependencia y el colonialismo se expresaban vía subsidios, becas, planes de financiación y reconocimientos internacionales en un ritual científico que abocó a los investigadores a objetivos y metodologías ajenas, estimulando además una actitud competitiva entre ellos. Para superar esta situación, se estableció que la investigación científica universitaria debía estar inserta en los objetivos nacionales de reconstrucción nacional fijados por el gobierno popular y que los esfuerzos debían encausarse para conocer la realidad del país, explicarla y proponer soluciones originales. Por supuesto, no se trataba de rechazar los aportes tecnológicos y científicos de los países desarrollados, sino de tomarlos críticamente de acuerdo con las exigencias locales.
En la FFYL se crearon nuevos centros de investigación como el Centro de Estudios Integrados para “romper con el aislamiento existente entre las distintas disciplinas de las Ciencias Sociales”, señalando la importancia de promover la investigación aplicada “tendiente a cubrir las necesidades de los sectores públicos, paraestatal y comunidad y promover de forma coordinada con los mismos el estudio de aquellos problemas que conduzcan a la participación de la Universidad en el Proceso de Reconstrucción y Liberación Nacional” (Resolución del Decanato N.° 333, FFYL, UBA, 20 de julio de 1973) También se creó el Centro de Estudios de la Realidad Nacional, el Centro de Documentación Peronista e Yrigoyenista, el Centro de Investigación y Acción Cultural Scalabrini Ortiz, y el Centro de Recuperación de la Cultura Popular José Imbelloni.[42] A algunos, que ya existían para ese entonces, se les cambiaron los nombres, como por ejemplo: el Instituto de Historia, que pasó a llamarse Diego Luis Molinari en reemplazo de Emilio Ravignani, el Departamento de Ciencias Antropológicas, que comenzó a ser llamado John William Cooke. Estas nuevas denominaciones muestran la disputa simbólica que se llevó a cabo a fin de lograr reconstruir la memoria acorde con el nuevo proyecto universitario en marcha.[43]
En ese entonces, otro fuerte impulso a la investigación se dio a partir de la creación el 25 de junio de 1973 del Instituto del Tercer Mundo con la finalidad de desarrollar estudios y compromisos políticos vinculados con la causa del Tercer Mundo y la lucha de sus pueblos por la liberación, que en un comienzo estaría a cargo de Saad Chedid[44] y de Gunnar Olson[45]. Este instituto se propuso brindar un espacio para estudiar e investigar la problemática de los países de África, Asia y Latinoamérica, realizar publicaciones, cursos, conferencias y seminarios sobre esas temáticas. También, propiciar el intercambio entre intelectuales, políticos, sindicalistas y estudiantes, así como costear becas y viajes de estudio, y formar una biblioteca y cinemateca (Friedemann, 2015). Si bien en un comienzo fue una creación dependiente de la FFYL aprobada por O’Farrell, luego el Instituto pasó a ser una dependencia del Rectorado. Puiggrós señala que la creación de este instituto perseguía un doble propósito: por un lado, cultural – “el Tercer Mundo debe asimilar la cultura universal ‘la cultura de todos los tiempos y de todos los orígenes’” – y, por otro lado, el Instituto buscaba tomar contacto directo con las instituciones universitarias, políticas y sindicales de los países del Tercer Mundo (Puiggrós, 1974: 100-101). La comisión organizadora incluyó figuras representantes de diversas tendencias del peronismo: Justino O’Farrell, Gunnar Olsson, Amelia Podetti, Alcira Argumedo y Norberto Wilner. El Instituto funcionó durante solo un año y alcanzó a llevar a cabo diversas actividades: participó en la IV Conferencia de Países no Alineados realizada en Argelia entre el 29 de agosto y el 15 de septiembre de 1973[46]; se publicó en dos volúmenes la obra titulada De Bandung a Argel I y II[47]; organizó el Congreso Nacional del Tercer Mundo en la Universidad Nacional del Litoral en octubre de 1974 (Friedemann, 2017).[48]
Las Cátedras Nacionales fueron parte del proceso de peronización y de activación social y política que envolvió a las universidades en el contexto del gobierno autoritario de Onganía. En tal sentido, esta experiencia implicó en Sociología una definición de las Ciencias Sociales como políticas al incorporar la realidad nacional al análisis teórico y conformar una Ciencia Social explícitamente identificada con un proceso de liberación que se ubicaba en el peronismo. Las Cátedras generaron un proyecto político y académico alternativo que disputó la orientación disciplinar y la dirección de la carrera de Sociología. Las principales cuestiones de esta disputa estaban referidas a: a) el carácter político de la ciencia y cuestionaron a quienes pregonaban los postulados de la objetividad y la neutralidad valorativa de la práctica científica en ciencias sociales b) el intento de constituir una teoría social latinoamericana y c) su identificación con el movimiento peronista.
Esta propuesta logró institucionalizarse por un breve período e intentó consolidar una nueva tradición en la disciplina, la denominada “sociología nacional”, lo que dio lugar a álgidos debates tanto en el plano teórico como en el político y el ideológico, habiendo encontrado su principal fuente de legitimación en el movimiento estudiantil y en sectores no universitarios –vinculados a través de la militancia en diferentes agrupaciones peronistas–. En la búsqueda por redefinir la relación entre universidad y política, cuestionaron a la tradición reformista y contribuyeron al diseño de una política universitaria propia de la izquierda peronista. En tal sentido, estas cátedras conformaron un espacio de socialización política para sectores juveniles que hicieron allí el tránsito hacia el peronismo. La revisión crítica y la valorización del peronismo en aquellos años condujeron a que una buena parte de estos jóvenes se cuestionaran las razones por las cuales a partir del gobierno de Perón se había producido una fractura entre el mundo universitario –y las clases medias– y los trabajadores.
[1] En la UBA asumiría como rector interventor el Dr. Luis Botet del 11 de agosto de 1966 al 7 de febrero de 1968, desplazando al Ing. Hilario Fenández Long, en el cargo desde 26 de marzo de 1965 al 29 de julio de 1966.
[2] Los rectores de las universidades nacionales de Cuyo, del Nordeste y del Sur aceptaron transformarse en interventores, mientras que los de Tucumán, el Litoral, La Plata, Córdoba y Buenos Aires rechazaron la disposición (Buchbinder, 2005: 189-190).
[3] Uno de los estudiantes de Sociología detenido ese día fue Horacio González. Entrevista a Horacio González en Archivo Oral de Memoria Abierta, Buenos Aires, 2005-2006.
[4] La mayoría de los que firmaron este documento eran alumnos de Sociología. Entre estos: Enrique Amadasi, Patricio Biedma, Marcos Giménez Zapiola, Juan José Llach, Héctor Maletta, Roberto Perdía, Fernando Perera, Hugo Perret, Carlos A. Prego, Cecilia Taiana, Susana Soler y otros.
[5] Entre los firmantes, de un total de 39 profesores: Julio Aurelio, Gonzalo Cárdenas, Atilio Borón, Floreal Forni, Juan F. Marsal, José Enrique Miguens, Justino O’Farrell, Luis Rigal, Francisco Suarez y Raúl Usandivaras. El texto rezaba: “Como miembros de la comunidad educativa argentina y frente a los hechos que son de dominio público, los abajo firmantes, docentes de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la UCA consideramos una obligación personal y moral expresar nuestra profunda preocupación por el futuro de dicha comunidad. Repudiamos enérgicamente la violencia que fue utilizada en la Universidad Nacional de Buenos Aires, violencia que niega derechos fundamentales de la persona y la dignidad humana. Puesto que se piensa en una reestructuración de la vida universitaria, nos creemos en la obligación de afirmar que el país necesita científicos y técnicos que solo pueden ser formados si la universidad es eficiente en el cumplimiento de sus objetivos. Esto únicamente podrá lograrse si se respetan los siguientes principios que sustentan la vida académica, científica y técnica de una nación: 1. El derecho a la libertad de pensamiento y de opinión dentro de la cátedra 2. La autonomía universitaria, en cualquiera de sus manifestaciones que se consideren las más adecuadas para el logro de los mejores niveles académicos 3. La no discriminación por razones raciales, ideológicas, políticas, religiosas dentro de la comunidad universitaria”. (AA. VV., 1966b).
[6] La dirección del centro de investigaciones del ITDT –rebautizado como Centro de Investigaciones Sociales (CIS)–, junto con la dirección de la Revista Latinoamericana de Sociología, pasaron a estar a cargo del sociólogo español y profesor de la UCA Juan Francisco Marsal (Amadassi y Fidanza, 2011).
[7] Roberto Brie (1926-2003) era Doctor en Filosofía por la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de Freiburg, Alemania, y fue profesor de Sociología, Filosofía y Metodología de la Investigación en las universidades del Nordeste, Rosario, Católica de La Plata, del Litoral y de Buenos Aires. Además, fue decano de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional del Litoral y de la Universidad Nacional de Rosario (1966-1969). Era integrante de la Sociedad Tomista Argentina. Ver el sitio de la Sociedad Tomista Argentina: (Apaza, 2008; Rodríguez, 2015).
[8] Carlos A. Erro (1903-1968) era un escritor nacido en Gualeguaychú, Entre Ríos. Acompañó a Gino Germani como director interino de la carrera y, además, dictaba la materia Sociología Argentina. Sostiene Neiburg (1998) que su trayectoria es la típica de un integrante de las viejas élites intelectuales. Sus intereses intelectuales y el contenido de sus ensayos –como, por ejemplo, “¿Qué somos los argentinos?”, publicado en la revista Sur– eran típicos de la actitud “especulativa” que Germani criticaba y la nueva disciplina cuestionaba. Los estudiantes repudiaban sus clases y consideraban que su programa era “reaccionario” y llegaron a proponerle a Germani que Silvio Frondizi dictase una cátedra paralela.
[9] Justino O’Farrell era sacerdote y estudió un posgrado en Sociología en Los Ángeles, que era un centro de sociología de estilo funcionalista.
[10] Gonzalo Cárdenas tenía una formación en Economía. Estudió en la Universidad de Lovaina, en la que también se graduaron Natalio Botana y Camilo Torres. Además, provenía de la Democracia Cristiana. “Ellos venían participando de diversas experiencias dentro del movimiento católico, que proponían la renovación de muchos de sus contenidos doctrinarios y políticos. Entre ellas, podemos mencionar a los movimientos especializados de la Acción Católica, como la Juventud Universitaria Católica, la Juventud Estudiantil Católica y la Juventud de la Acción Católica Rural, al Centro Argentino de Economía Humana, a la revista Tierra Nueva, a las discusiones dentro del Partido Demócrata Cristiano y, sobre todo, a los diversos mundos relacionados con el Movimiento de Sacerdotes por el Tercer Mundo” (Mallimaci y Giorgi, 2007).
[11] El FEN se fundó en 1966 con la convergencia de sectores provenientes del reformismo de izquierda y bajo la dirección de Roberto Grabois, un estudiante de Sociología de la Facultad de Filosofía y Letras y antiguo militante del Partido Socialista Argentino de Vanguardia. Se trató de una agrupación universitaria de vertiente marxista que se definía a sí misma como grupo de pasaje al peronismo (Grabois, 2014; Reta, 2009).
[12] Roberto Eugenio Luis Carri nació el 8 de junio de 1940 en la Ciudad de Buenos Aires. Fue un ensayista, sociólogo y colaborador periodístico. Comenzó su militancia en el Círculo de Estudios Sociales Luis Recabarren, un grupo marxista leninista que publicaba la revista El Obrero (1963) y luego se acerca al peronismo. Se desempeñó como docente de Sociología en la Universidad de Buenos Aires, Universidad del Salvador y Universidad Provincial de Mar del Plata. En la Escuela de Sociología del Salvador, Carri dictaba junto con Juan José Llach la materia Teoría Sociológica III. También sabemos que en el momento de mayor despliegue de las CN dio conferencias y seminarios en otras universidades invitado por agrupaciones estudiantiles. A modo de ejemplo, de acuerdo al material documental revisado en el Archivo de la DIPBA en agosto de 1970, Carri llevó a cabo una charla invitado por el FEN “Argentina, país dependiente: sus características” en la Universidad Nacional del Sur, de Bahía Blanca. DIPBA, Mesa A, Factor Estudiantil, Legajo Nº 118, Bahía Blanca.
[13] El Instituto de Sociología seguía funcionando y varios egresados de la carrera que obtuvieron una beca del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) en esos años tenían como directores a docentes de la Facultad y como lugar de trabajo al Instituto de Sociología. El CONICET fue creado por el Decreto Ley N.° 1291 del 5 de febrero de 1958 y su primer presidente fue Bernardo A. Houssay, premio nobel de Medicina en 1947. En 1969 se otorgaron seis becas y los directores fueron Fernando Cuevillas, José Luis Romero y Justino O’Farrell (Diez, 2009). Es preciso mencionar que esta etapa se caracterizó por el escaso aporte estatal a los proyectos de investigación y porque una parte significativa del financiamiento provino de instituciones extranjeras –como la Fundación Ford (FF) y la Fundación Rockefeller.
[14] Al respecto, Alcira Argumedo recuerda que “una de las tantas veces que debimos reclamar por las designaciones, numerosos alumnos acompañaron a sus profesores hasta el Decanato para exigir la renovación de sus contratos” (Argumedo, 2015: 27).
[15] El Instituto de Sociología seguía funcionando y varios egresados de la carrera que obtuvieron una beca del CONICET tenían como directores a docentes de la facultad y como lugar de trabajo al Instituto de Sociología. A modo de ejemplo, en 1969 se otorgaron 6 becas del CONICET y los directores fueron Fernando Cuevillas, José Luís Romero y Justino O’Farrell (Diez, 2009).
[16] Estos diferentes estilos sociológicos ya fueron identificados por Francisco Delich cuando se refiere a diferentes momentos en la historia de la disciplina e identifica a la sociología de “frac” para referirse a la Sociología de Cátedra, la “white collar” en alusión a la Sociología Científica, impulsada por Gino Germani, y la Sociología “descamisada”, que sería aquella que representaron las CN. Para Delich, “la existencia de estos estilos coexistentes pero autónomos puede explicar en parte la imposibilidad de toda institucionalización profesional de la Sociología argentina” (Delich, 1977: 42).
[17] El concurso de Sociología Sistemática al que deciden presentarse constituyó el caso más representativo de esta situación. Se trataba de una materia central en la formación de los futuros graduados en Sociología y su titular hasta ese entonces era Justino O’Farrell, quien había ganado el concurso en el año 1967. No obstante, O’Farrell se presentó al concurso, lo ganó, pero este fue anulado posteriormente. Respecto al llamado a concurso para cubrir el cargo de adjunto en la misma cátedra, Sociología Sistemática, se presentaron quienes eran ayudantes –Juan Carlos Portantiero y Roberto Carri– y lo ganó Portantiero, quien ese mismo año también fue seleccionado para cubrir el cargo de profesor adjunto en Introducción a la Sociología. Este concurso de Sociología Sistemática ocurrió en el marco de un aula colmada de estudiantes que presenciaron las exposiciones de Carri y de Portantiero y manifestaron su descontento ante el resultado. A partir de esa situación, varios testimonios afirmaron que se llegó a un acuerdo y se puso en funcionamiento una nueva dinámica que tendría el aval del movimiento estudiantil: comenzaron a funcionar dos cátedras paralelas. Por un lado, la cátedra de O’Farrell-Carri y, por el otro, la de Portantiero.
[18] Según Horacio González, la sociología nacional es una tradición que hunde sus raíces en la trama histórica del conocimiento social entrelazado con la política nacional (González, 2000).
[19] Asociado con este debate y en referencia a las políticas de financiamiento externo a la actividad científica implementadas en esos años, la sociología científica fue cuestionada por la utilización de fondos provenientes de organizaciones filantrópicas norteamericanas, como la Fundación Ford (FF). La FF financió a partir de 1962 al Instituto Torcuato di Tella para el desarrollo de investigaciones en Ciencias Sociales. En 1968 financiaría el Proyecto Marginalidad, dirigido por Jesé Nun, Miguel murmis y Juan Carlos Marín, para estudiar la problemática del desempleo y la pobreza en América Latina. Este episodio alentó una serie de debates y discusiones entre destacados sociólogos de aquella época (Gil, 2011).
[20] Oscar Varsavsky (1920-1976) fue un matemático argentino. Se destacan sus publicaciones: Ciencia, Política y Cientificismo (Buenos Aires: CEAL, 1969) y Hacia una política científica nacional (Buenos Aires: Ediciones Periferia S.R.L., 1972).
[21] Más aún, Roberto Carri sostuvo que la sociología científica “trata de contener la inevitable lucha contra la dominación extranjera y oligárquica” (Carri, 1970: 148).
[22] Francisco Delich publicó en la Revista Latinoamericana de Sociología (RSL), Vol.3, N.° 2, de julio de 1967 una extensa crítica al libro de Arturo Jauretche.
[23] Si analizamos la bibliografía presente en los programas de la materia Problemas Socio-económicos de América Latina y Sociología de América Latina, a cargo de Gonzalo Cárdenas, encontramos una recepción variada de autores que han nutrido el pensamiento latinoamericano, como el peruano José Carlos Mariátegui, el sociólogo mexicano Pablo González Casanova, Luis Álvaro Costa Pinto, Aníbal Quijano e incluso algunos trabajos de los argentinos Gino Germani y Jorge Graciarena. Asimismo, se observa una fuerte presencia de sociólogos brasileros: trabajos recientemente publicados de Fernando Henrique Cardoso (“El empresario en América Latina”), Celso Furtado (“Formación económica del Brasil”, de 1962; “Subdesarrollo y estancamiento en América Latina”, de 1966; “Dialéctica del desarrollo”, de 1965), Helio Jaguaribe (“Desarrollo económico y desarrollo político”, de 1964; “La dinámica del nacionalismo brasileño”) y Octavio Ianni (“El Estado y el desarrollo económico”, de 1964). Es importante subrayar el papel destacado que tuvo este grupo de intelectuales brasileros en el surgimiento de las teorías de la dependencia a principios de los años sesenta. La crisis del colonialismo y las luchas de liberación que se abrieron en América Latina, Asia y África pusieron en discusión las interpretaciones evolucionistas, de corte eurocéntrico, acerca de la modernización y el desarrollo.
[24] Un conjunto de experiencias previas al viaje de Cooke a Cuba y a la Revolución cubana contribuyeron en la radicalización del peronismo. Nos referimos a los Comandos de la Resistencia, la toma del Frigorífico Lisandro de la Torre y los Uturuncos, entre otras.
[25] Siguiendo a Alberto Bozza, quisiéramos diferenciar el uso del término peronismo revolucionario, utilizado para hacer referencia a un conjunto de organizaciones, grupos y líderes que desarrollaron su práctica en el interior o en los márgenes del Movimiento Peronista, y el de los vocablos izquierda peronista para mencionar un campo ideológico –o más vastamente cultural– con el que se identificaron dichas organizaciones y en el que fueron inscriptos por el mismo Perón, por otras corrientes del peronismo y por fuerzas ajenas a dicho Movimiento (Bozza, 2014).
[26] Murmis y Portantiero coincidirían con Germani en el carácter progresivo del peronismo para la clase trabajadora, aunque refutarían las tesis referidas a la fractura de la clase obrera y el papel de los “nuevos” trabajadores, destacando la participación de la “vieja clase obrera” y sus organizaciones sindicales. En la misma línea, discuten la “manipulación” política por parte del “líder carismático” que enfatizaba la tesis de Germani demostrando que la adhesión de los trabajadores al peronismo era acorde con sus “intereses de clase”(Celentano y Tortti, 2014:221).
[27] El Departamento y el Instituto de Sociología estuvieron a cargo de Luis Campoy durante el período del 19 de julio de 1972 al 23 de mayo de 1973 (Resolución del Decanato N.° 456, del 23 de mayo de 1973).
[28] Resolución del Decanato N.° 117, del 27 de junio de 1973
[29] Resolución del Decanato N.° 5, N.° 6 y N.° 7, 1 de junio de 1973.
[30] Resolución del Decanato N.° 8, del 1º de junio de 1973; Resolución del Decanato N.° 4, del 1º de junio de 1973 y Resolución del Decanato N.° 49, del 18 de junio de 1973.
[31] Resolución del Decanato N.° 104, del 27 de junio de 1973. Comenta Adriana Puiggrós que Ana María Caruso de Carri era la responsable política por parte de Montoneros en la Facultad. Al menos era así cuando Adriana Puiggrós era decana y ella supone que cumplía el mismo rol cuando el decano era Justino (Puiggrós A. 2018. Entrevista personal).
[32] Resolución del Decanato N.° 10, del 1º de junio de 1973.
[33] Resolución del Decanato N.° 12, del 1º de junio de 1973
[34] Resolución del Decanato N.° 110, del 27 de junio de 1973. La ocupación de estos nuevos cargos estaba ligada a la trayectoria política y militante de estos intelectuales. Este proceso mediante el cual importantes figuras ligadas al peronismo de izquierda –muchos de los cuales tenían una militancia orgánica en Montoneros– asumen cargos directivos en la Facultad fue posible, además, a partir de la renuncia que fuera solicitada por Justino O’Farrell mediante la Resolución N.° 15. Allí se les pidió a los directores de departamentos, institutos y centros que hasta el momento no hubieran presentado sus renuncias a los respectivos cargos que lo hicieran a la brevedad. Un importante dato a tener en cuenta es que casi todos los cuadros directivos de la gestión O’Farrell continuarían –aunque cambiando de puestos– durante el decanato de Adriana Puiggrós (rol ocupado entre abril y septiembre de 1973), cuando asumió Vicente Solano Lima como rector normalizador de la UBA en reemplazo de Ernesto Villanueva.
[35] Este término es utilizado en varios documentos institucionales y en documentos de agrupaciones políticas.
[36] Bases para la Nueva Universidad, FURN, 1973.
[37] Para rastrear el proyecto de universidad de la izquierda peronista, pueden consultarse tres documentos que fueron publicados en la revista Envido: ADUP “Documento presentado por la Juventud Peronista al compañero Cámpora. Política Universitaria, Envido, N.° 8, marzo de 1973, p. 53; FURN, “La nueva universidad: resumen de pautas para su implementación, Envido, N.° 9, mayo de 1973, p. 55; JUP, “Juventud universitaria Peronista”, Envido, N.° 9, mayo de 1973, p. 55.
[38] Asimismo, se establece como una meta y un proyecto a mayor plazo finalizar con el sistema tradicional de representación de los claustros y transformar las formas de participación y funcionamiento de la universidad. Puede consultarse: Barletta, Ana María, La Plata, 1972-1974 : apuntes sobre un legado invisibilizado / Colección Nuevas Bases Para La Reforma Universitaria, Ciudad Autónoma de Buenos Aires: IEC - CONADU, 2018.
[39] Resolución del Consejo Superior N.° 222, del 28 de febrero de 1974.
[40] La denominación “Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires” refiere al período que transcurre entre el 29 de mayo de 1973 y el 17 de septiembre de 1974. Durante este lapso, se desempeñaron Rodolfo Puiggrós, Alberto Banfi, Ernesto Villanueva, Vicente Solano Lima y Raúl Laguzzi como rectores-interventores y el ministro de Educación fue J. Taiana.
[41] Esto puede constatarse en los siguientes documentos: Resolución del Consejo Superior N°. 90, del 17 de julio de 1973, la Resolución del Consejo Superior N°. 89, del 17 de julio de 1973 y el artículo 11 de la Ley N.° 20654 de Universidades Nacionales, aprobada en marzo de 1974.
[42] José Imbelloni era un antropólogo italiano que adhirió al peronismo. Dirigió el Museo Etnográfico de Buenos Aires hasta la Revolución Libertadora (Gil, 2008). Resolución del Decanato N.° 697, del 28 de agosto de 1973.
[43] En este sentido cabe mencionar que en la FFYL, al igual que en otras casas de estudios, se modificó la jura de los graduados. “¿Juráis (…) poner todos los conocimientos adquiridos al servicio de la Nación y del Pueblo al que pertenecéis, sin permitir que sean utilizados por intereses subalternos y haciendo todo lo posible para colaborar en la realización de una comunidad justa, soberana y solidaria con los pueblos del Continente y del Tercer Mundo?”, se le preguntaba al egresado, quien debía responder. Luego, la persona que tomaba el juramento sostenía: “El pueblo argentino demandará el cumplimiento de este juramento”. V. Resolución del Decanato Nº. 1175, de noviembre de 1973. Estos cambios serían dejados sin efecto cuando asuma como interventor de la FFYL, el sacerdote Sánchez Abelenda.
[44] Saad Chedid estudió Filosofía en la UBA. Si bien gran parte de su vida académica la dedicó al estudio de las religiones de la India, su lectura de Gandhi, pero sobre todo su encuentro con el intelectual argelino Mostefa Lacheraf, en 1969, lo impulsaron cada vez más hacia un compromiso intelectual y político, hacia la lucha de los países del Tercer Mundo y del pueblo palestino en particular (Chinchilla, 2015).
[45] Gunnard Olsson también provenía de la carrera de Filosofía de la UBA. Wainsztok (2011) realiza un importante análisis de los teóricos de Historia Social General de 1972 y de Sociología Sistemática de 1973, que él dictaba en la carrera de Sociología, en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA.
[46] Rodolfo Puiggrós haría declaraciones respecto de su viaje a Argel y su participación en la Conferencia de Países no Alineados. “La universidad en la Conferencia de Países No Alineados” en El Mundo, 27 de septiembre de 1973.
[47] Según comenta Friedemann (2017) este trabajo fue realizado con la colaboración del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto y las embajadas de Argelia, Cuba, Egipto, Indonesia, Perú y Yugoslavia. Incluyó diversos documentos de conferencias y encuentros de gobiernos del Tercer Mundo, como por ejemplo, la Conferencia de Naciones Afro-asiáticas de Bandung de 1955 y los documentos de las diversas Conferencias de Países No Alineados realizadas desde los años sesenta en adelante. Asimismo, se firmó un convenio y se participó del Primer Encuentro Cinematográfico del Tercer Mundo en América Latina, en abril de 1974 en la Ciudad de Mar del Plata, y se organizó la Semana de Cine del Tercer Mundo en Buenos Aires para la semana siguiente a ese encuentro. Los intercambios de este tipo con participantes de diferentes países continuaron y se realizó la Segunda Reunión del Comité de Cine del Tercer Mundo en el mes de mayo con presencia de representantes de Libia, Guinea, Siria, Argelia, y de varios países de América Latina. El Instituto organizó a su vez las Segundas Jornadas de Cine del Tercer Mundo.
[48] La editorial universitaria, EUDEBA, no queda ajena a este proceso de superar el aislamiento cultural y establecer conexiones con los países del denominado Tercer Mundo. A cargo de Arturo Jauretche y Rogelio García Lupo, editan y venden 70.000 ejemplares de una colección “revolucionaria” con títulos de Salvador Allende, Héctor Cámpora, Velasco Alvarado, y Omar Torrijos. En palabras de Puiggrós, estos cuatro volúmenes serían destinados a difundir el pensamiento de estas personalidades y constituían el punto de partida de la obra de EUDEBA, instrumento de la Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires (Puiggrós, 1974).