Isaura Castelao-Huerta
Centro de Investigación y de Estudios Avanzados (Cinvestav) - Departamento de Investigaciones Educativas, México
ORCID: 0000-0001-9402-3868 | isaura.castelao@cinvestav.mx
Palabras clave
interseccionalidad | profesoras-investigadoras | género | identidades marginalizadas | disciplinas académicas
Recibido: 9 de noviembre de 2023. Aceptado: 25 de abril de 2024.
Resumen
En este artículo presento cómo la identidad disciplinaria puede ser una categoría útil para realizar análisis interseccional dentro de la academia. Ello, porque permite develar manifestaciones de discriminación y violencia hacia profesoras con una formación disciplinar distinta a la del departamento en el que laboran, exponiendo así la intersección sexo/género-identidad disciplinaria. Para ello, realicé entrevistas semiestructuradas en una universidad pública colombiana con 24 profesoras y dos profesores, y llevé a cabo un estudio etnográfico con tres de las docentes entrevistadas. La información empírica, sometida a un análisis de contenido, muestra que la identidad disciplinaria y el sexo/género son utilizados para deslegitimar la formación y el conocimiento de mujeres que ingresan a un departamento con un enfoque disciplinar diferente al de ellas. De esta manera, no solo se cuestionan, sino que se minimizan su preparación y su presencia, ya que sus aportes y logros no son reconocidos, y se les segrega de los puestos administrativos de toma de decisiones. Sin embargo, las profesoras han obtenido reconocimiento externo, permitiéndoles desarrollar estrategias de navegación en el ambiente discriminador y violento de sus departamentos.
Abstract
In this article I present how disciplinary identity can be a useful category to develop intersectional analysis within academia. That is because disciplinary identity allows identifying expressions of discrimination and violence towards women professors with a different disciplinary background from the department in which they work, thus exposing the intersection of sex/gender and disciplinary identity. For this purpose, I conducted semi-structured interviews in a Colombian public university with 24 women and two men professors, and an ethnographic study with three of the women interviewees. Empirical information, submitted to content analysis, shows that the disciplinary identity and sex/gender of women professors are used to delegitimize their formation and knowledge when they join a department with a different disciplinary focus. In this way, their training and presence in the department are not only questioned, but also minimized since their contributions and achievements are not recognized, and they are segregated from decision-making administrative positions. However, women professors have obtained external recognition, allowing them to develop navigation strategies in the discriminating and violent atmosphere of their departments.
Keywords
intersectionality | women professors | gender | marginalized identities | academic disciplines
Introducción
En este artículo presento cómo la identidad disciplinaria, asentada principalmente
en la formación de pregrado, puede ser una categoría útil para realizar análisis
interseccional en la academia. Elaboro esta propuesta a partir de hallazgos empíricos
con profesoras de una universidad pública colombiana (UPC) que sugieren que cuando
la identidad disciplinaria se entrelaza con el sexo/género en contextos marcados
por la ortodoxia disciplinaria, puede modelar prácticas discriminatorias y violentas
hacia las mujeres. Este trabajo se desprende de una investigación
más amplia centrada en comprender cómo las políticas neoliberales y el sexo/género
configuran las prácticas de profesoras de dicha universidad. Esto significa que
mi interés no estaba en la identidad disciplinaria como categoría de análisis, sino
que su relevancia en la conformación de desigualdades emergió del campo
cuando
profesoras con una formación disciplinaria laboraban en un departamento que tiene
como foco central de enseñanza e investigación una disciplina diferente.
Bourdieu (2008) enfatiza
que el campo académico es el lugar de una lucha que busca determinar las condiciones
y los criterios de la pertenencia y de la jerarquía legítimas, es decir, lo que
es acertado, eficiente y apropiado para producir los beneficios que el mismo campo
provee. Esto conlleva que las disputas por el poder dentro de este campo disponen
qué personas pueden ocuparlo y qué conocimientos se consideran legítimos. En ese
sentido, al haber surgido como una
institución netamente masculina, la entrada de las mujeres en la universidad fue
vista como una intrusión, con lo que históricamente hemos sido vistas como “las
otras” profesionales de la universidad (Acker, 1994; Brooks, 1997). Esto, en
muchos casos ha llevado a la marginación, la discriminación, el hostigamiento y/o
la exclusión cotidiana de forma sutil de muchas mujeres, por ejemplo, a partir de
ignorar o minimizar sus logros (Castelao-Huerta, 2022, 2023; Howe-Walsh y Turnbull, 2016). Al prevalecer
prácticas y disputas particulares por el poder dentro de cada institución, el caso
de las profesoras que desarrollo en este trabajo puede ser útil para pensar y desarrollar
análisis acerca de cómo la intersección sexo/género-identidad disciplinaria puede
producir desigualdades dentro de la academia.
Para este artículo, retomo el “sistema de sexo/género” en términos de Gayle
Rubin:
…un conjunto de disposiciones por el cual la materia prima biológica del sexo y la procreación humanos es conformada por la intervención humana y social y satisfecha en una forma convencional, por extrañas que sean algunas de las convenciones. (1986: 102-103)
Para Rubin, el sistema de sexo/género
es un término neutro que indica que la opresión es producto de las relaciones sociales
específicas que lo organizan. A la par
de esto, entiendo la categoría de identidad disciplinaria de manera compleja, por
dos cuestiones. Si bien esta identidad está integrada por el autoconcepto que se
asienta en la pertenencia a un grupo con el que una persona comparte su formación
profesional en una disciplina académica concreta (Turner, 2000), la identidad disciplinaria también se forma a partir de la exclusión y
marginalización de quienes se juzga no comparten dicha identidad (Becher, 2001). Profundizo en esta cuestión en el siguiente apartado.
Ahora bien,
el análisis interseccional involucra tener presente la imbricación de las relaciones
de poder. Esto requiere aprehender las relaciones sociales como construcciones simultáneas
en distintos órdenes en donde coexisten múltiples dimensiones de la opresión, la
exclusión y la marginación (Viveros Vigoya, 2016). En 1949,
Simone de Beauvoir señaló: “burguesas son solidarias de los burgueses y no de las
mujeres proletarias; blancas, lo son de los hombres blancos y no de las mujeres
negras” (2015: 21). Así, las
múltiples categorías sociales configuran de manera diferencial lo que constituye
ser mujer o ser hombre, siempre en relación con el contexto y las situaciones específicas,
porque es ahí donde se les confiere su significado. Con ello, siguiendo a Crenshaw
(1991), el poder
social trabaja para excluir o marginalizar a quienes son diferentes, con lo que
las experiencias están atravesadas por diversas categorías sociales. En ese sentido,
Brah (2012)
sostiene
que la diferencia puede ser teorizada a lo largo de cuatro formaciones:
…la diferencia entendida como relación social, la diferencia conceptualizada como subjetividad, la diferencia construida como identidad y, finalmente, la diferencia categorizada como experiencia. Cada una de estas cuatro formaciones está a su vez marcada por la interseccionalidad. Como una relación social, la diferencia debe ser entendida en términos estructurales en los discursos económicos, políticos y culturales, y en las prácticas institucionales. Ella pone en referencia los regímenes micro y macro del poder dentro y a través de los cuales diversas formas de diferenciación, tales como la clase, la raza y el género, por ejemplo, son instituidos en formaciones estructurales. (2012: 16)
De esta manera,
el análisis interseccional es relevante porque posibilita develar cómo se producen
desigualdades concretas a partir de las diferencias. En términos de Brah y Phoenix,
la interseccionalidad permite identificar cómo “los efectos complejos, irreductibles,
variados y variables que se producen cuando múltiples ejes de diferenciación –económico,
político, cultural, psíquico, subjetivo y experiencial– se cruzan en contextos históricamente
específicos” (2004:
76). Yuval-Davis
(2015) destaca que
se debe apostar por una interseccionalidad situada,[1]
con miradas, conocimientos e imaginaciones situadas que incorporen localizaciones
geográficas, sociales y temporales. Esto significa que las formas en que múltiples
ejes del poder social dan forma a posiciones sociales, identificaciones y valores
normativos particulares deben detectarse en su contexto específico porque es ahí
en donde se les confiere significado.
Para realizar
análisis interseccional, Mara Viveros Vigoya recuerda que Wendy Brown (1995) señaló que
no debemos limitarnos a lo que denominó el mantra multiculturalista (raza,
clase, género, sexualidad), “descuidándonos y cerrándonos frente a la intervención
de nuevas diferencias que pueden generar desigualdades significativas y dominación
en la vida social” (2016: 14). Siguiendo
esa idea, en este artículo contribuyo a la discusión teórica de las desigualdades
presentando hallazgos empíricos que sugieren que la identidad disciplinaria es una
categoría útil para el análisis interseccional en la academia.
La estructura de este
artículo es la siguiente. Primero, presento cómo las divisiones y jerarquías entre
disciplinas son una construcción sociohistórica, que han configurado la identidad
disciplinaria. Después, retomo brevemente algunos estudios que han mostrado las
interseccionalidades del sexo/género con otras categorías dentro del mundo académico:
raza y etnia, identidad de género y orientación sexual, estatus migratorio, clase,
religión y las complejidades que emergen cuando diferentes categorías se entrecruzan.
En tercer lugar, explico mi enfoque metodológico cualitativo. Luego, destaco las
formas en las que la legitimidad académica de las profesoras en diversas áreas del
conocimiento es cuestionada cuando ingresan a un departamento con un enfoque disciplinar
diferente a aquel en el que ellas recibieron su formación de pregrado (y/o posgrado).
Como resultado, hay intentos de impedirles ocupar puestos administrativos de toma
de decisiones. Si bien estas situaciones de discriminación y violencia se han modificado
con el tiempo, el reconocimiento que reciben las profesoras es principalmente por
parte del estudiantado y de colegas que laboran fuera de la UPC en instituciones
nacionales y extranjeras, con lo que sostengo que hay un reconocimiento externo,
ya que sus aportes y logros siguen siendo subestimados por sus colegas de departamento.
Termino con algunas reflexiones finales.
La construcción sociohistórica de las distinciones disciplinares
La base de
la problemática de la distinción por identidad disciplinaria podría ser rastreada
al siglo XIX. Siguiendo a Flórez-Malagón (2002), es en ese
momento cuando el modelo científico implicó una ruptura epistemológica con la opinión
y el sentido común, lo que se interpretó como una superación de los prejuicios subjetivos
y de las valoraciones morales y políticas de las personas. A raíz de este proceso
de especialización, cada disciplina dejó de considerar las conexiones entre ellas
y entre otros espacios cognitivos no tradicionales de la academia. Así, destaca,
la especialización de las disciplinas devino en una estructura organizacional fragmentada
y jerarquizada.
Turner (2000) señala que
las disciplinas tienen una forma estándar de organización a nivel mundial, dado
que son colectividades de grupos de académicos con intereses de instrucción e intelectuales
estandarizados: se trata de un mercado interno protegido en donde la marca distintiva
es la identidad disciplinaria. El autor apunta que esta estandarización vuelve tentadora
la idea de pensar las disciplinas como naciones, lo que es una mistificación debido
a que la división del trabajo intelectual llegó a ser estable cuando se regularizó
y se creó un mercado interno –lo que fue un paso difícil y tomó mucho tiempo–.
Así pues,
Weingart (2000) subraya que
esta división y jerarquización de las disciplinas no es más que un constructo social,
producto de largas y complejas interacciones, sujetas además a procesos que involucran
intereses creados, convicciones y percepciones diferenciales. Esto significa que
las estructuras disciplinarias no son fijas ni irremplazables. Schaffer (2013) profundiza
esa idea y destaca que, a pesar de que a las disciplinas se las ha querido catalogar
como sistemas de comportamientos formalizados, homogéneos e institucionalizados,
a lo largo de la historia disciplinar se han desarrollado distintas interrelaciones.
El autor señala que, en el proceso de formación de las disciplinas, más que campos
cerrados, rígidos y homogéneos, lo que tuvo lugar fue una hibridación –ocultada
de manera sistemática– que buscaba el orden del conocimiento. Durante su proceso
de formación, las disciplinas se configuraron a través del establecimiento de fronteras
entre ellas, donde cada una produce y usa en su interior un lenguaje especializado
y reglamenta sus comportamientos con normas y prácticas estandarizadas, en busca
de asegurar su autonomía y financiamiento (Gieryn, 1983; Lam, 2010). Aunado a
ello, cada disciplina contempla la formación y la enseñanza específica que imparte
a sus escolares para reproducir su sistema de funcionamiento y de valores.
De esta manera,
las disciplinas cuentan sus historias originarias, que incluyen factores como su
surgimiento y su objetivo, con el propósito de producir medios para que esa disciplina
se consolide. Por ello, la historia de las disciplinas es “indisciplinada”, asimismo,
es sustituida por narraciones “disciplinadas” en los relatos fundacionales que las
constituyen. Esto conlleva a que, de acuerdo con Becher (2001), dentro de
la academia los grupos disciplinarios definan su propia identidad y defiendan su
propio campo intelectual empleando mecanismos que buscan excluir a “inmigrantes
ilegales” (Becher, 2001: 43), como las
profesoras en este artículo. Estas/os inmigrantes ilegales no hacen parte de sus
tradiciones, costumbres, prácticas, creencias, principios morales y normas de conducta,
y en ocasiones disienten en el conocimiento transmitido, en sus formas lingüísticas
y simbólicas de comunicación, y en los significados que comparten.
Ser admitido como integrante de un sector en particular de la profesión académica implica no sólo un nivel suficiente de competencia en el propio oficio intelectual, sino también una medida adecuada de lealtad al propio grupo colegiado y de adhesión a sus normas. (Becher, 2001: 44)
Es decir,
ser parte de una disciplina implica un proceso de adaptación a la identidad disciplinaria
que inicia desde los estudios de pregrado. Aunada a esta división y jerarquización
de las disciplinas, lo vivido por las profesoras también se asienta en el sistema
de sexo/género, ya que, de acuerdo con Buquet y colaboradoras,
…la profesionalización de las disciplinas y la institución de las primeras academias científicas se dio a la par con la expulsión explícita y flagrante de las mujeres que habían figurado tanto en la profesión médica como en el establecimiento de las ciencias modernas. Esta proscripción se legitimó mediante un discurso sexista –continuador de la lógica del claustro medieval y de la misoginia imperante en épocas anteriores– que legitimaba la separación de espacios, ahora basado en un paradigma naturalista. De esta manera, lo que en la Antigüedad y en la Edad Media había sido una posibilidad para una mínima élite de mujeres, en la modernidad se convirtió en una imposibilidad generalizada que declaraba al conjunto del sexo femenino incapacitado para el saber. (2018: 85)
En ese orden
de ideas, Arango Gaviria enfatiza que las profesiones también han fundamentado su
posición dominante a partir de
…su carácter masculino y estableciendo diferencias simbólicas nítidas con profesiones afines femeninas (es el caso de la medicina con respecto a otras profesiones de la salud). Las luchas simbólicas toman forma a través de estrategias tendientes a limitar la democratización –de clase, de raza o de sexo– de las profesiones. No es solo un asunto de acceso al conocimiento. (2006: 187-188)
Como resultado,
por ejemplo, Blackmore (2021) destaca que
las humanidades y las ciencias sociales están numéricamente “feminizadas”, y generalmente
son vistas como más enfocadas en epistemologías “blandas” de la investigación cualitativa.
No obstante, hay distinciones: la historia, la sociología, el trabajo social y la
educación son campos en los que las mujeres han logrado reconocimiento internacional,
en tanto hay otras disciplinas que se han mantenido bajo un dominio masculino, particularmente
la filosofía y las ciencias políticas.
Con esto,
el que una mujer llegue a un espacio construido como cerrado y masculino, además
cimentado en una distinción disciplinar con otros departamentos, provoca que profesoras
que no comparten la identidad disciplinar hegemónica sean vistas con recelo, y que
sus conocimientos sean desvalorizados, cuestionados y hasta rechazados. Ahondaré
en estas cuestiones en el apartado de hallazgos.
A continuación,
retomo sucintamente algunos estudios que se han interesado por develar las formas en las que el sexo/género
se entrecruza con otras categorías sociales para producir desigualdades en la academia.
Experiencias interseccionales en la academia
Mi propósito en este apartado es presentar
brevemente algunas de las investigaciones que se han interesado por develar desigualdades
al interior de la academia a partir de las intersecciones que el sexo/género puede
tener con otras categorías sociales. Hasta donde es de mi conocimiento, en ningún
otro trabajo se ha explorado cómo la identidad disciplinaria ha sido usada como
categoría analítica interseccional. Los estudios que pude localizar han dado cuenta
de las formas en las que el sexo/género se entrecruza con, principalmente, la raza
y la etnia, la identidad de género y la orientación sexual; y en menor medida, el
estatus migratorio, la clase, la religión y las complejidades que surgen cuando
diferentes categorías se cruzan.
En consecuencia, este artículo contribuye
a presentar que, en ciertos contextos disciplinares ortodoxos, la identidad disciplinaria
puede ser una categoría útil para el análisis interseccional, ya que permite dar
cuenta de diversas discriminaciones y violencias que enfrentan las mujeres en la
academia. A continuación, presento una breve descripción de algunos de los principales
hallazgos de la literatura previa.
La mayoría de los estudios interesados
en la interseccionalidad en el mundo académico se han centrado en la raza y el origen
étnico. Estos trabajos tratan principalmente sobre mujeres afrodescendientes y latinas/chicanas,
y presentan cómo estas mujeres racializadas enfrentan la inequidad. Varias investigaciones
coinciden en señalar que la doble identidad de las mujeres afrodescendientes aumenta
la discriminación, ya que sus opiniones son ignoradas y sus ideas son recibidas
de forma hostil o condescendiente (Bourabain, 2021; Davis, 2016; Gabriel, 2021; Gutierrez
y Muhs et al., 2012; Jones, 2006; Lee y Leonard, 2001; Lloyd-Jones, 2009; Mahabeer
et al., 2018; Rabe y Rugunanan, 2012), además de que hay una subestimación de su producción académica (Granada Angulo, 2021; Pérez-Bustos y García-Becerra, 2013). En cuanto a las experiencias de las
latinas/chicanas, Evans-Winters y Esposito (2018) y Ek y colaboradoras (2010) señalan que estas mujeres participan
en actividades laborales más orientadas al servicio, imparten más cursos y tienen
más obligaciones familiares que sus homólogos hombres blancos. En términos de Banda
(2020) y Saldana y colaboradoras (2013), estas experiencias implican que las latinas/chicanas
continúan navegando por “tierras fronterizas” culturales (Anzaldúa,
1987) en el mundo académico.
Ahora bien, Toren señala que en otros
contextos también ocurren situaciones similares. Es el caso de las tensiones que
enfrentan las profesoras mizrajíes debido a las desigualdades entre los judíos mizrajíes
de origen africano/asiático y los judíos asquenazíes de Europa y América del Norte
en Israel, ya que “los asquenazíes ocupan los estratos más altos (como la ‘supremacía
blanca’), mientras que los mizrají están subordinados con respecto al poder, la
educación, los recursos materiales y la posición social”. (2009:
154-155)
En cuanto a la identidad de género y
la orientación sexual, varios trabajos han presentado cómo el colectivo LGBTTTIQ+
ha sido muy discriminado, navegando en entornos académicos hostiles. Les, los y
las académicas lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transgénero, transexuales,
intersexuales y queer se enfrentan a microagresiones que consisten en un reconocimiento
erróneo (incluido el “mal género” y el “pronombre erróneo”), el aislamiento, el
tokenismo[2] y la
invisibilidad, la hipervisibilidad, el despido, la exotización y la falta de apoyo
institucional (Beagan et al., 2021; Pitcher, 2017). Además, estudios etnográficos y autoetnográficos
críticos (Blockett, 2017; Foiles Sifuentes, 2017; Trinh, 2020) presentan cómo la identidad de género
y/o la orientación sexual de ciertas personas se entrelazan con otras categorías,
como la raza, la etnia y la clase, para dar forma a experiencias de marginación
en el mundo académico.
Referente al estatus
migratorio, a partir un estudio realizado en el Reino Unido con mujeres nacidas
en Australasia, América del Norte, Asia, y Europa del Este y del Oeste, Sang y colaboradoras
(2013) sostienen que el estatus de las académicas inmigrantes de primera generación
resulta en ser doblemente outsiders. A
pesar de sus desventajas, ellas son capaces de movilizar recursos para alcanzar
puestos de profesoras. Para Kim (2020), su estatus como académica nacida en Corea da forma a su amalgama de experiencias
raciales en los Estados Unidos.
En términos
de clase, Rickett y Morris (2021) subrayan que
las académicas de clase trabajadora en el Reino Unido enfrentan procesos de segregación
y exclusión social. En relación con esto, Sabharwal y colaboradoras (2020) muestran que
la casta es un eje de privilegios y desventajas en la academia India.
Sobre la cuestión
de la religión, Schupak (2021) explora los
estereotipos y prejuicios que tiene que afrontar como mujer ultraortodoxa en la
academia israelí. En un caso similar en el Reino Unido, Ramadan (2022) presenta la
experiencia de académicas musulmanas y subraya que el hijab en el mundo académico desencadena microagresiones islamofóbicas
de género.
Antes de finalizar
esta sección, quiero enlistar algunos trabajos que presentan las barreras, dificultades
y conflictos que enfrentan académicas con la característica de cruzar dos o más
categorías. Hernandez, Ngunjiri y Chang (2015) muestran cómo han enfrentado entornos hostiles como profesoras migrantes-racializadas
en los Estados Unidos nacidas en la República de Trinidad y Tobago, Kenia y Corea.
Hojati sostiene que las mujeres inmigrantes iraníes en Canadá experimentan una exclusión
que representa “una enorme fuente de presión sobre sus mentes y espíritus” (2012: 41). Behl explora su propia experiencia como “mujer de clase media del sur de
Asia, hija de inmigrantes autorizados y mujer de color en las ciencias políticas”
(2019: 85). Siguiendo estas complejidades, Avraamidou analiza el caso de Amina, una mujer
kurda definida por ella misma como “una joven en un departamento de Física. Soy
inmigrante, y además soy musulmana” (2020: 312). En resumen, las identidades interseccionales de las mujeres de estos estudios
incluyen su edad, raza, etnia, condición migratoria, clase, religión y, en algunos
casos, ser parte de una disciplina masculinizada.
Para concluir
este apartado, es importante mencionar que Hirshfield y Joseph (2012) utilizan el término “impuestos a la identidad” para enfatizar las formas
en que las categorías marginalizadas pueden resultar en compromisos adicionales
del servicio no académico. Esto significa que a partir de la intersección entre
sexo/género y raza y/u orientación sexual u otras categorías sociales, se espera
que las profesoras con estas identidades interseccionales dediquen más tiempo a
la tutoría, al servicio departamental y al trabajo emocional en comparación con
sus pares (tanto hombres como mujeres) que no comparten estas identidades. Esta
situación se da porque se presupone que estas profesoras son más sensibles y aptas
para desarrollar actividades administrativas de poco prestigio debido a la imbricación
de sus identidades.
A continuación,
explico el enfoque metodológico que me posibilita argumentar que, en ciertos contextos,
la identidad disciplinaria es una categoría útil para realizar análisis interseccional
ya que permite indagar cómo se entrelaza con el sexo/género para configurar las
experiencias de discriminación y violencia que enfrentan algunas profesoras dentro
de la academia.
Enfoque metodológico
Como señalé en la introducción, este artículo es parte de una investigación
más amplia centrada en comprender cómo las políticas neoliberales y el sexo/género
configuran las prácticas de profesoras de una universidad pública colombiana (UPC).
Sin embargo, las experiencias acerca de cómo la identidad disciplinaria puede ser
una categoría útil para el análisis interseccional emergieron durante mi trabajo
de campo con profesoras que se incorporaron a un departamento con un enfoque disciplinar
diferente al que ellas recibieron durante su formación de pregrado (y/o posgrado).
Esta cuestión de la disciplina surgió especialmente en relación con la pregunta,
¿en algún momento sintió que recibió un trato diferente al resto del profesorado?,
¿usted a qué lo atribuye?
Realicé trabajo de campo entre junio de 2018 y diciembre de 2020 en la UPC,
en varias etapas. La primera consistió en localizar a las profesoras titulares y
cuantificar su producción académica. Esto me permitió identificar a 48 mujeres con
los índices de productividad más altos, cuestión que me interesaba debido a que
en el país persiste una escasez de recursos para desarrollar investigación y, al
mismo tiempo, las universidades públicas tienen un sistema de puntaje salarial por
productividad académica (Castelao-Huerta, 2021); así, quería indagar cómo dichas profesoras logran una alta productividad
en un contexto de precarización. La segunda etapa involucró la realización de entrevistas
semiestructuradas con 24 de ellas entre noviembre de 2018 y febrero de 2019. En
estas participaron profesoras de todas las áreas del conocimiento (ciencias, ciencias
de la salud, ciencias sociales, ingenierías, ciencias agrarias y artes), con edades
entre 47 y 67 años, y que se habían incorporado a la UPC entre 1974 y 2006. Todos
los encuentros fueron grabados y transcritos en un procesador de textos. La información
fue sometida a un análisis de contenido basado en los principios de la teoría fundamentada
(Charmaz, 1996), es decir, partí de sus experiencias para posteriormente establecer categorías
emergentes vinculadas con su experiencia dentro de la universidad y su relación
con sus colegas. El proceso de análisis de contenido implicó la revisión y codificación
de las transcripciones en el programa de análisis cualitativo RQDA para organizarlas
por categorías emergentes.
Paralelamente, realicé por primera vez exploraciones etnográficas en el aula
con once profesoras. En cuatro casos las observaciones se realizaron en una sola
ocasión. Con otras cuatro profesoras, las observaciones ocurrieron entre tres y
seis sesiones. Finalmente, con tres profesoras de ciencias, ciencias sociales y
ciencias agrarias realicé observación en el aula y otros espacios no académicos
durante más de un semestre (2019-1 y 2019-2). La elección de estas tres profesoras
se debió a que durante sus clases expresaron una posición crítica hacia las políticas
neoliberales, lo que era el foco principal de mi investigación. Las observaciones
fueron registradas en un diario de campo, cuya información completa fue transcrita
a un procesador de textos. Esta información fue codificada y sistematizada siguiendo
el procedimiento indicado anteriormente con las entrevistas. Realicé entrevistas
en profundidad en julio y agosto de 2019 con las tres profesoras de mi estudio etnográfico.
En marzo de 2020, llevé a cabo dos entrevistas más con dos profesores hombres que
son compañeros de una de las profesoras y que tienen la misma formación de pregrado
que ella. Mi objetivo en estos encuentros fue explorar sus experiencias en relación
con tener una identidad disciplinaria diferente a la que se enseña en su espacio
de trabajo. Finalmente, en abril de 2020, entrevisté a 10 de las 24 profesoras para
profundizar en detalles centrales de los argumentos de la investigación.
Como mencioné, las experiencias de identidad disciplinaria como categoría
para realizar análisis interseccional emergieron del campo cuando pregunté directamente
a las profesoras: ¿en algún momento sintió que recibió un trato diferente al resto
del profesorado?, ¿usted a qué lo atribuye? Pero también me di cuenta de esto durante
mis observaciones etnográficas, lo que presento en seguida en los hallazgos. Es
importante resaltar que el contexto es sumamente relevante porque las desigualdades
ocurren cuando alguien con una determinada formación de pregrado (y/o posgrado)
es contratada para trabajar en un departamento con un enfoque disciplinar diferente.
La siguiente parte de este artículo describe con mayor detalle los hallazgos
empíricos.
Hallazgos
Para iniciar,
es importante mencionar que de manera cercana a las formas de diferenciación social
señaladas por la mayoría de la literatura que se ha enfocado en las intersecciones
al interior de la academia, dos profesoras refirieron haberse sentido excluidas
por su edad (las profesoras 9 y 18) y una más por su lugar de nacimiento (la profesora
22). Sin embargo, la intersección más recurrente se dio entre el sexo/género y una
identidad disciplinaria distinta a la hegemónica de sus departamentos de adscripción.
Ello implica que su formación académica ha sido empleada como una identidad marginalizada:
al supuestamente “pertenecer” a una disciplina distinta, sus conocimientos carecen
de validez, y sus aportaciones y logros académicos no son reconocidos, con lo que
son segregadas de la toma de decisiones. Así, quienes sí tienen la afiliación disciplinar
considerada como legítima dentro de ese campo específico, se movilizan para evitar
que las docentes accedan a puestos importantes de la administración.
Esta distinción
disciplinar se acentúa con el sexo/género porque, como mencioné antes, las docentes
están accediendo a espacios en los que ha prevalecido una cultura machista y masculina:
históricamente son los hombres y sus conocimientos los que se han impuesto como
legítimos (Acker,
1994; Fairchild et al., 2021). De este
modo, no se trata únicamente de que una persona que no tiene la formación disciplinar
hegemónica ingrese a ese campo, sino que además se trata de mujeres: población que
durante siglos ha sido relegada de los centros de producción del saber, negándosele
estatus epistémico y habilidades científicas e intelectuales (Morley,
1999; Rossiter, 1993).
Es así como en este artículo propongo
que la identidad disciplinaria es una categoría útil para el análisis interseccional
en la academia porque permite revelar que cuando las docentes ingresan a trabajar
a departamentos que brindan una formación disciplinar distinta a la que ellas tienen,
se les trata de manera desigual. En breve, no es que la identidad disciplinaria
sea en sí misma una identidad marginalizada, sino que se le marginaliza en el contexto,
precisamente por los mecanismos de exclusión presentes en las disciplinas y en el
campo académico. De este modo, cuando mujeres han ingresado a departamentos masculinizados,
y además tienen una formación disciplinar distinta en el pregrado (y/o en el posgrado),
las desigualdades y violencias hacia ellas se expresan a partir de la desvalorización
a sus conocimientos, el cuestionamiento a su presencia en sus departamentos y el
impedirles que ocupen cargos de toma de decisión.
La profesora 3 (P3) tiene
pregrado en Educación-Biología y Química, e ingresó al Departamento de Agronomía
(68% hombres en 2018) justo cuando finalizó su maestría en Genética y Fitomejoramiento
en 1991 en el mismo lugar. Algunos años después obtuvo su doctorado en Ciencias
Agrarias. La profesora 12 (P12) ingresó al Departamento de Geografía en 2006 (70%
hombres en 2018), y tiene pregrado, maestría y doctorado en Antropología. Finalmente,
la profesora 13 (P13) ingresó en 1997, cuando había completado su formación académica:
pregrado en Economía, maestría en Estudios Latinoamericanos y doctorado en Antropología.
Primero trabajó en otro departamento, pero pronto fue asignada al Departamento de
Antropología (59% hombres en 2018). Es relevante mencionar que P12 y P13 trabajan
con las teorías feministas y de género, áreas del conocimiento que son desvalorizadas
dentro de las ciencias sociales (Pereira,
2017). Desarrollo esta cuestión
más adelante. Así, esta supuesta “afiliación indisciplinada” de las profesoras,
que enseñan e investigan de forma interdisciplinaria, ha impactado sus carreras.
“¿Y ella sabe del tema?”
En julio de 2019, durante la segunda
sesión de una jornada de presentaciones de proyectos de investigación de un programa
de maestría, P3 estaba muy atenta a que todo el evento se realizara con el mayor
profesionalismo, tal y como un evento académico formal, con moderadora, jurados
y refrigerios incluidos. P3 y el Profesor X, docentes a cargo de la asignatura,
estaban en el evento únicamente como asistentes. Las sustentaciones iniciaron sin
contratiempos con el estudiante 1 exponiendo su proyecto. Posteriormente, el estudiante
2 (E2) hizo su presentación. Retomo el siguiente fragmento de mi diario de campo.
Uno de los profesores que es jurado, nacido en Europa central, está sumamente molesto porque E2 escribió mal su apellido en la diapositiva de su presentación, y le reclama. Además, le pregunta:
— ¿Quién lo va a dirigir?
— La profesora Y (no incluida en esta investigación).
— ¿Y ella sabe del tema?, inquiere el profesor con acento extranjero.
— Yo sé que ella no trabaja ese tema, pero me ha estado orientando. En honor a la verdad, el proyecto va a ser cambiado, contesta E2.
El otro jurado comenta que hubiera sido bueno ver el nuevo proyecto.
La profesora Y está en el aula, al fondo, detrás de todas y todos. Ella se disculpa por el apellido mal escrito del profesor. Explica que el proyecto se cambiará porque el trabajo hecho durante el semestre les permitió ver que no pueden abordarlo como estaban pensando. Y también dice que, en qué sentido ella no sabe del tema, si finalmente es su área de especialización.
Así, la docente primero se disculpó por el apellido mal escrito, pero después le reclamó al profesor por cuestionar su conocimiento del tema. Las exposiciones siguen, con preguntas por parte los jurados.
Después de las presentaciones, ya sin
jurados ni tutores, P3 y el profesor X conversaron con el grupo, preguntándoles
su opinión acerca de que el profesor extranjero hubiera puesto en duda el conocimiento
de la docente que E2 eligió como directora de tesis. Un estudiante comentó que esos
roces son frecuentes dentro de la facultad. P3 les dijo que ese tipo de situaciones
son normales dentro del mundo académico: “esas cosas a veces suceden, ustedes no
se metan en las peleas de sus profes, sigan adelante con su formación”.
Al finalizar la sesión, salí del salón
con P3 y el profesor X. P3 me dijo que el profesor extranjero expresó eso porque
la profesora Y es mujer, a lo que el profesor X añadió: “y es morenita, es bajita
y no es agrónoma”, –¿es bióloga? –pregunté. –Sí –me respondió. Es la misma problemática
a la que P3 se refirió durante nuestra primera entrevista.
De esta manera, el profesor X me hizo
saber que, además de la cuestión de sexo/género, el comentario del profesor extranjero
acerca de la profesora Y también se debía al tono de su piel, dejando entrever que
el profesor X interpretó una posible racialización de la docente por parte de su
colega europeo, pero también a su identidad disciplinaria. Durante todo mi trabajo
de campo, ninguna profesora me habló acerca de haber vivido una situación similar
por ser racializada, lo que puede deberse a que únicamente una docente se identifica
como afrocolombiana. Sin embargo, la cuestión de la disciplina emergió frecuentemente.
Unos siete meses atrás, cuando entrevisté
por primera vez a P3, ella afirmó tener los tres pecados capitales dentro de su
facultad: ser mujer, no tener la formación de pregrado que se imparte en su departamento
y decir lo que piensa. Ella lo destaca así: “cuando tú dices lo que piensas y eso
no cae bien, y fuera de eso lo está diciendo una mujer, es un pecado más grande.
Y si lo dice una bióloga que no sabe nada…”. Desde que la conozco, P3 ha descrito
su sitio de trabajo como patriarcal y machista, esto debido al poco ingreso de las
mujeres y a que, de una manera velada que no impide explícitamente que las mujeres
participen en los procesos de elección de las autoridades, se les imposibilita acceder
a los altos cargos de la administración. Así, el que una mujer, que no hace parte
del grupo disciplinar hegemónico de ese campo, diga lo que piensa, se convierte
en un acto que contraviene el orden establecido. Con sus acciones, P3 cuestiona
sus condiciones de trabajo y ha buscado incidir en la toma de decisiones, llegando
a ser directora de su departamento, pero no decana de la facultad. P3 da cuenta
de cómo fue ingresar a un departamento con disputas y jerarquizaciones ampliamente
recalcadas entre las disciplinas:
El llegar a un medio supremamente marcado por la cuestión como laboral, la agronomía […] entonces había mucho desprecio hacia los biólogos porque mis colegas consideraban que por un lado los biólogos les estaban quitando los sitios laborales, las plazas de trabajo y que los biólogos no sabíamos nada de nada […] yo nunca tenía el conocimiento suficiente para nada. Es una mirada estática a tu formación, como si fuera una fotografía, y no voy a evolucionar.
P3 apunta que durante los más de 30 años
que lleva enseñando ha dado una lucha para lograr que fueran admitidas otras profesiones:
“dio un giro. Ahorita no sé cuántos somos de otras formaciones, pero se ha permitido
más el ingreso a otras áreas del conocimiento”. No obstante, persisten los comentarios
despectivos hacia quienes tienen formación en disciplinas diferentes. Asimismo,
ella da cuenta del peso del sexo/género en la facultad:
Nos toca demostrar que somos buenas. Un hombre puede ser malo y no pasa nada, o es bueno y ¡qué maravilla! Pero una mujer, no solamente es el hecho que sea buena, tiene que demostrar que es buena […] Para nosotras es un gran esfuerzo, un gran trabajo lograr hacer algo.
Dos profesores que tienen la misma formación
de pregrado de P3 me hicieron saber durante nuestra entrevista que su experiencia
dentro de la facultad ha sido distinta. En primer lugar, el profesor 1 me señaló
que cuando él estudió su pregrado, las primeras asignaturas eran parte de un tronco
común, por lo que cuando se integró como docente se encontró con quienes habían
sido sus compañeros de clase: “fue muy fácil, yo nunca tuve ningún problema, no
tuve ni un juicio, ni un reclamo”.
La entrevista la realizamos en un laboratorio;
al salir, el profesor 1 le inquirió al asistente encargado: “¿verdad que nunca he
tenido problemas?” –No, no –respondió el asistente. Entonces, el docente le informó
que yo estaba realizando mi trabajo de campo con P3. Ante ello, el asistente dijo:
“ella se postuló para ser decana, ¿qué va a estar una bióloga mandando aquí a los
agrónomos?”, y ambos rieron. Este cuestionamiento por parte del asistente es muy
diciente respecto a la intersección entre sexo/género e identidad disciplinaria:
¿cómo una mujer-bióloga se atreve a querer dirigir una facultad de hombres-agrónomos?
En ese sentido, el profesor 2 indicó que él sí reconoce que, durante las reuniones
profesorales o el trabajo de campo, a veces se expresan “indirectazos” respecto
a que los biólogos no deben opinar y tampoco tomar decisiones de la facultad. Sin
embargo, desde su perspectiva él nunca ha recibido ningún trato diferencial, e inclusive
ha ocupado casi todos los cargos directivos de la facultad, incluyendo el de decano.
Esto es relevante porque muestra que la principal distinción que se hace con P3
es por su sexo/género, categoría que se imbrica con su identidad disciplinaria para
configurar la discriminación que vive.
Es importante notar que esta situación
de discriminación y violencia por identidad disciplinaria no es estática, lo que
reitera que el campo académico es dinámico porque con el paso del tiempo y los cambios
culturales las vivencias se modifican. Pero también, es complejo porque se conjugan
factores como el sexo/género y la identidad disciplinaria para configurar la experiencia
que se tiene, como destaca P3:
…me fui haciendo un espacio acá […] crecí un poquito más y ya como que me sacudí, dije, ‘no, no puede ser que lo insulten a uno en la cara, y uno se quede callado’, entonces ya empecé a hablar […] Yo me siento bien. Pienso que a nivel de la facultad no hay reconocimiento a mi trabajo, pero ya no me importa. Antes me importaba, pero hoy en día no me importa porque el reconocimiento al trabajo que hago con mis estudiantes, porque no es mi trabajo, es un trabajo que hago con mis estudiantes, tiene un reconocimiento internacional muy bonito, muy bonito.
Ziman (1996) enfatiza que las y los científicos académicos
llevan a cabo investigaciones y hacen públicos sus hallazgos para intercambiar “reconocimiento”
con sus pares. Las citas, los premios y medallas, los títulos y otros símbolos del
aprecio comunal son elementos funcionales de la cultura académica. El que a P3 ya
no le importe la falta de reconocimiento por parte de sus colegas de facultad es
en parte resultado, como ella misma menciona, de que ha encontrado fuera de ese
espacio otras personas que sí aprecian su trabajo de investigación. Por ejemplo,
a finales del año 2020 fue galardonada con un premio por parte de una agencia internacional
que le ha financiado sus proyectos más grandes. A la par de este reconocimiento,
su trabajo de investigación es llevado a cabo de manera conjunta con personas que
se están formando; es decir, si bien con sus colegas ha tenido relaciones sinuosas,
la posibilidad de tener estudiantes le permite continuar con sus investigaciones
a pesar de los conflictos con sus pares.
“La sensación de ser la hija bastarda, no legítima”
Situaciones similares a las narradas
por P3 fueron referidas por docentes de ciencias sociales. P13 asegura que haber
ingresado a un departamento del cual ella no tiene la formación de pregrado, pero
sí de doctorado,
siempre fue como sospechoso para ellos. Era como una especie de segunda afiliación: es como si yo no fuera del núcleo mismo de la Antropología […] (yo tenía) la sensación de ser la hija bastarda, no legítima [y aunque algunos] sentían como más próximo mi trabajo al de ellos, lo cuestionaban, porque ‘no bebíamos de las mismas fuentes teóricas’, así se hablaba.
A este ser la hija bastarda por tener
una formación disciplinar distinta, se suma el trabajar con las teorías feministas
y de género:
…para ellos género tenía que ver más con Trabajo Social, era como una cosa de mujeres y más como con la intervención, y no tenía nada que ver con la Antropología. Entonces también para mí fue muy difícil como lograr una cierta legitimidad académica dentro del departamento.
Al igual que P3, P13 reconoce que con
el paso de los años esa situación se fue modificando:
al mismo tiempo yo creo que tuve reconocimiento, bastante reconocimiento de parte del estudiantado. Y poco a poco mi trabajo investigativo, mis publicaciones fueron reconocidas. Tuve un reconocimiento, como muchas veces más desde afuera que desde adentro.
Nuevamente, aparece la valoración externa
del trabajo frente a la minusvaloración interna, lo que refleja que el trabajo de
las profesoras es valioso y abona al conocimiento científico, así no sea reconocido
por parte de sus colegas de departamento.
Posteriormente, P13 se integró a otra
unidad académica cercana a su área de estudio, pero su caso permite señalar que
a la identidad disciplinaria se le suma el trabajar en un campo de estudios relativamente
reciente que cuestiona la teoría social clásica por no considerar las diferencias
sociales establecidas entre las personas a partir de la percepción diferenciada
del sexo, es decir, una teoría social distorsionada con supuestos sexistas (Blazquez
Graf, 2012). A causa de este cuestionamiento, dentro
de la academia se ha tendido a considerar que los Women’s, Gender and Feminist Studies
(WGFS) pueden producir, y han producido, contribuciones creíbles y relevantes al
conocimiento académico, pero solo hasta cierto punto, o solo en algunas de sus líneas,
o solo si lo han hecho de cierta manera (Pereira,
2017). Esto implica que el estatus epistémico
del trabajo feminista es minado por quienes lo valoran como un conocimiento académico
no apropiado, con lo que no se le considera como un componente fundamental e indispensable de la educación
y la investigación en las ciencias sociales y las humanidades.
Por su parte, P12 tiene una experiencia
similar, ya que también ingresó a un departamento distinto al de su formación de
pregrado, en el que se privilegia el uso de métodos cuantitativos, cuando ella se
centra en métodos cualitativos, además de incorporar el género en su docencia e
investigación:
…cuando yo entré al departamento, tuve mucha oposición por no ser geógrafa. Tensiones por lo disciplinar […] Yo no sé si eso también se debe a que se siente como que era un espacio muy cerrado, muy propio, y de pronto llega alguien que es de afuera.
En el extracto, P12 se identifica claramente
como extranjera dentro del departamento, y esto también lo han notado estudiantes.
La estudiante 3 destaca que incluso durante las clases algunos profesores tienden
a hacer comentarios destinados a desacreditar los logros académicos de P12, obviamente
sin mencionar su nombre. La estudiante lo dice de esta manera:
—…diciendo eso… como hablando de temas ambientales cuando [P12] ni siquiera tenía experiencia en Geografía. Sí, como establecer este paradigma de las ciencias duras con las ciencias blandas, implicando un poco que la Geografía está mucho más cerca de los conocimientos que son mucho más concretos, físicos y esos aspectos más positivistas.
—¿Cuantitativos?
—Sí, más cuantitativo, refiriéndose a que habla de algo medioambiental desde una perspectiva cultural, cuando ni siquiera es geógrafa.
En este sentido, P12 nota actitudes y
comentarios de sus compañeros que minan su posición académica: “gritos en las reuniones
de profesores, como ‘no tiene por qué intervenir’, o como ‘usted no sabe de eso’,
cosas así”.
P12 es vista con sospecha porque no comparte
“la lealtad” (Becher,
2001) a la Geografía, y su conocimiento es
devaluado, cuestionado y rechazado. Estas situaciones provocan que P12 sienta que
no pertenece a la comunidad académica de su departamento, pero como en los casos
de P3 y P13, tiene un reconocimiento externo a su trayectoria y aportes. Esto es
fundamental porque expone claramente que las profesoras son outsiders-within (Collins,
1986): están dentro de la UPC, pero la importancia
de sus logros académicos no es tomada en consideración por sus colegas.
Reflexiones finales
A lo largo de este artículo, he presentado
cómo la identidad disciplinaria es una categoría útil para llevar a cabo análisis
interseccionales que permiten develar cómo el sexo-género se entrecruza con dicha
categoría para configurar desigualdades, esto a partir de prácticas de discriminación
y violencia hacia las mujeres en la academia. Ello es relevante porque expone que,
a pesar de los grados y los logros académicos de las profesoras, el no tener la
formación de pregrado (y/o posgrado) en la disciplina que es el centro del departamento,
así como emplear otras fuentes teóricas y metodológicas, ha resultado en cuestionamientos
hacia la legitimidad académica que tienen para estar dentro de dichos espacios.
Así, hay un reforzamiento de la jerarquización
de las disciplinas, pero también del sistema de sexo-género: no es apropiado
que estén ahí tanto por el hecho de ser mujeres (ya que por el orden de género se
espera que se encarguen de la reproducción social, y no de la producción de conocimientos),
como porque no tienen una formación en lo que se considera es el saber legítimo
dentro de ese contexto.
Ahora bien,
es cierto que las profesoras han experimentado discriminación y violencia por no
compartir la identidad disciplinaria de la mayoría de sus colegas de departamento,
pero también es verdad que ello no les ha impedido desarrollar su carrera académica.
A pesar de los cuestionamientos y de los intentos por deslegitimar sus saberes y
aportes, las profesoras han encontrado en el estudiantado y en colegas externos
a la UPC –nacionales e internacionales–
reconocimiento a su trabajo. Esto es importante
porque muestra que la intersección sexo/género-identidad disciplinaria opera en
contextos determinados que le otorgan significado. Esta cuestión nos permite reflexionar
en torno al alcance que tiene para las mujeres el ser violentadas en su centro de
trabajo, y al mismo tiempo saberse apreciadas por colegas que en muchas ocasiones
laboran en instituciones con mayor prestigio que la UPC. Una de las limitaciones
de este trabajo es que no he podido profundizar lo suficiente en este punto, pero
futuras investigaciones podrían indagar en qué ocurre cuando hay deslegitimación-interna/legitimación-externa.
De igual forma, otros trabajos podrían recoger información con un mayor número de
docentes afiliadas a departamentos con los que no comparten la identidad disciplinaria
para develar mayores detalles acerca de cómo opera la intersección sexo/género-identidad
disciplinaria.
Otra cuestión
interesante develada en este artículo es la referente a la dinámica de la violencia
dentro de la academia. De acuerdo con los testimonios de las profesoras, su ingreso
a la institución se caracterizó por ser abrupto, con frecuentes cuestionamientos
a su presencia y a su labor. Si bien una de las docentes pudo cambiar su afiliación
a una entidad cercana a su área del conocimiento, al menos otra de las profesoras
reconoció que su posición en el campo cambió: en parte porque ella ya no se queda
callada, y en parte porque han ingresado personas que tampoco comparten la identidad
disciplinaria hegemónica. Así, se conjugan la reflexividad de la docente y los cambios
en la estructura para modificar las desigualdades que enfrenta. Aunque, claro, esto
no implica que sus colegas hayan modificado su comportamiento, sean amables y reconozcan
su trabajo, pero sí conlleva que la permisividad social que antaño les posibilitaba
ser explícitamente violentos ha menguado.
Finalmente,
lo vivido por las docentes
de este estudio sin duda remite a la problemática de la división ortodoxa de la
ciencia. De este modo, para que las experiencias de marginación hacia las profesoras
“indisciplinadas” puedan erradicarse es imprescindible modificar el dogmatismo de
las disciplinas y recordar que, siguiendo a Follari (2002), una disciplina
no empieza donde termina la otra: no son piezas de un rompecabezas que coinciden
armoniosamente, sino que hay acercamientos, traslapamientos, contradicciones y bordes
borrosos, por lo que no forman un todo homogéneo. En ese sentido, conviene destacar
las puntualizaciones hechas por Arango Gaviria, que pueden servir para quebrar la
ortodoxia disciplinaria excluyente:
a) no existen profesiones separadas: para entender cualquier grupo profesional hay que situarlo en el sistema profesional al que pertenece o del que proviene; todo grupo profesional tiene problemas de fronteras en relación con otros, esto es, participa en luchas de clasificación; b) no existen profesiones unificadas: solo existen fragmentos profesionales más o menos identificables, organizados o competitivos; c) no existen profesiones establecidas, solo procesos de estructuración y desestructuración profesionales, cuyos ritmos históricos, configuraciones políticas, formas culturales y jurídicas, son muy variables; d) no existen profesiones objetivas, sino relaciones dinámicas entre instituciones u organizaciones de formación, de gestión, de trabajo, y trayectorias y biografías individuales en el seno de las que se construyen (y destruyen) identidades profesionales sociales y personales. (2011: 185)
El que la
identidad disciplinaria de las profesoras haya sido usada como una identidad marginalizada
permite cuestionar por qué la jerarquización entre las disciplinas continúa, y por
qué las violencias hacia las docentes no han sido eliminadas. Sin duda, esto tiene
implicaciones emocionales para la producción de conocimientos y para el desarrollo
científico. Ante ello, es prudente finalizar este artículo preguntando, si las profesoras
desarrollan sus labores dentro de este contexto hostil, y aun así han logrado destacarse
académicamente, ¿cuáles son los costos físicos y emocionales que esto conlleva?,
y ¿hasta dónde podrían llegar en la producción de conocimientos, si sus condiciones
marginalizantes no existieran?
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[1]
La situacionalidad es una reivindicación fundamental de la investigación
feminista, que implica cuestionar la supuesta neutralidad, universalidad y “objetividad”
de la ciencia. Por ello, es crucial entender que el conocimiento es parcial y situado
(Haraway, 1988).
[2]
Este término se refiere a la práctica superficial de llevar a cabo pequeñas
concesiones hacia colectivos discriminados que en realidad no modifican sus condiciones.