Technosystem

Reseña

Andrew Feenberg. Technosystem. The social life of reason, Harvard University Press, 2017 (235 páginas)

Claudio Alfaraz

Licenciado en Comunicación Social (UNQ) y Diploma de Estudios Avanzados en Cultura y Sociedad (IDAES-UNSAM).
ORCID:
https://orcid.org/0000-0002-8926-2095 | claudioalfaraz@gmail.com


La racionalidad, que en el proyecto de la Modernidad llevaría el potencial humano a su máxima expresión de desarrollo material, felicidad y justicia, se ha convertido en un instrumento para la opresión de las mayorías y la destrucción de la naturaleza. En el marco de un orden global signado por el capitalismo de signo neoliberal, y bajo los dictados de la tecnocracia, los grupos dominantes perpetúan su hegemonía escudados en la supuesta necesidad racional de las decisiones que toman, con resultados de sobra conocidos: exclusión social para grandes sectores de la población y degradación del medio ambiente. Bajo una razón que concibe a las personas como recursos humanos y a la naturaleza como un reservorio de materias primas, las personas y el medio ambiente son explotados para satisfacer el objetivo de maximizar la obtención de beneficios económicos. El sueño esbozado por la Ilustración como proyecto para la Modernidad se ha convertido en una pesadilla.

Este diagnóstico es el punto de partida para la reflexión que elabora el filósofo Andrew Feenberg en Technosystem: The social life of reason (en castellano, “Tecnosistema: la vida social de la razón”), el más reciente de una serie de libros en los que el autor desarrolla su análisis crítico de la racionalidad técnica y su incidencia en el mundo contemporáneo, desde una perspectiva que combina filosofía y sociología. Estadounidense y con sede académica en la Universidad Simon Fraser de Canadá, Feenberg cuenta con dos de sus libros anteriores publicados por editoriales argentinas: Transformar la tecnología. Una nueva visita a la teoría crítica (Editorial UNQ, 2012) y La tecnología en cuestión (Prometeo Libros, 2016). Technosystem retoma argumentos desarrollados en estas obras y otras subsiguientes y traza un proyecto que aspira a proponer una alternativa al control tecnocrático.

Ya el propio subtítulo del libro explicita el propósito de Feenberg de situar la racionalidad como un fenómeno con profundas implicancias en las relaciones sociales, lo cual también supone decir en las relaciones de poder. El proceso histórico de la Modernidad y el desarrollo de la tecnología se han retroalimentado entre sí: si, por un lado, la Modernidad dio a luz a la tecnología tal como hoy la conocemos y desencadenó todo su potencial, por otro lado sería difícil pensar cómo habría sido posible el desarrollo de la Modernidad sin el concurso de la tecnología. Ahora bien, buena parte de la tradición del pensamiento moderno ha tenido la pretensión de presentar a la razón como pura, no contaminada por lo social y situada por encima de los límites de las relaciones entre grupos sociales que disputan poder. El análisis de Feenberg, en cambio, se entronca con el legado de la teoría crítica –vale señalar que él mismo fue discípulo de Herbert Marcuse, uno de los principales referentes de la Escuela de Frankfurt– para reubicar a la razón, la ciencia y la tecnología como productos de la historia. Junto con ese legado filosófico, el autor sienta las bases de su pensamiento en distintas elaboraciones provenientes de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología (en adelante, “estudios CTS”) y lo combina con aportes de otros autores (entre ellos, de manera destacada, Michel Foucault) para construir un abordaje original que busca captar las complejidades de las tecnologías, los mercados y las administraciones; los tres fenómenos que, regidos por la racionalidad sociotécnica, constituyen para el autor el tecnosistema omnipresente en cada uno de los aspectos del mundo contemporáneo.

De la teoría crítica, Feenberg toma la caracterización de los males que aquejan al desarrollo histórico guiado por el capitalismo y la constatación de que otra Modernidad hubiera sido posible, una en la que la promesa contenida en el pensamiento ilustrado y en el desarrollo tecnológico no hubiera sido negada a causa de los intereses de los grupos de poder hegemónicos. Pero a diferencia de las conclusiones más pesimistas a las que llegan los pensadores clásicos de la Escuela de Frankfurt, Feenberg afirma que la posibilidad de lograr esa otra realidad aún está abierta: su inconformidad con cómo han ido y van las cosas se complementa con una propuesta para reencauzar la historia hacia terrenos más democráticos e inclusivos que traigan el desarrollo de fuerzas que han estado contenidas y, de la mano de ellas, un mundo más feliz para las personas y más sostenible en lo referido al entorno natural. Para elaborar esta propuesta, Feenberg se nutre de los estudios CTS y sus abordajes de carácter empírico, presentes especialmente en sus vertientes del constructivismo social y la teoría del actor-red, que le permiten no caer en las generalizaciones del pensamiento frankfurtiano, sino observar cómo en cada caso particular distintos grupos sociales establecen disputas sociotécnicas con el propósito de incidir en el camino que tomará cada diseño tecnológico.

Technosystem consta de tres partes: “Método”, “Aplicación” y “Teoría”. La primera de ellas se inicia con el capítulo “Marx después de Foucault”, en el que Feenberg utiliza nociones como las de saber/poder para describir el modo en el que la racionalidad capitalista efectiviza la dominación social, al ser intrínseca al propio diseño de instituciones y artefactos cuyas funcionalidades expresan los propósitos de los grupos que han tenido la capacidad de incidir en su configuración. Bajo esta luz se revela que el diseño de sistemas sociales y artefactos no es neutral; en cambio, lleva inscriptos los intereses de los grupos dominantes que, escudados tras una racionalidad técnica aparentemente inapelable, imponen una perspectiva que excluye a los “saberes subyugados” de otros grupos con menor poder relativo. Este punto de vista permite generalizar un abordaje político que ya no deje afuera lo que hasta aquí era considerado como un ámbito de la pura racionalidad: si en cada uno de los aspectos del tecnosistema está presente la lucha de intereses entre distintos grupos sociales, “el resultado –dice Feenberg– es un ensanchamiento del propio concepto de la política” (p. 34).[1]

El segundo capítulo se titula “Constructivismo crítico”, nombre con el que Feenberg designa a su metodología y que sintetiza las dos fuentes principales en las que abreva: los estudios CTS y la teoría crítica. Para decirlo resumidamente, el constructivismo crítico postula, por un lado, que el tecnosistema no es universal en cuanto a intereses ni neutral en cuanto a valores, mientras propone, por otro lado, intervenciones políticas que le den un carácter más democrático al tecnosistema. Si los estudios CTS carecen de una perspectiva política definida y a la teoría crítica le falta un análisis de casos empíricos, el constructivismo crítico se plantea como un abordaje superador que restituye la dimensión política de lo técnico y que, a la vez, echa luz sobre el lugar preeminente de las disputas por lo técnico en el marco de las luchas sociales. Se trata, entonces, de ensanchar lo que ha sido estrechado de manera interesada por los grupos hegemónicos, esto es, ampliar la posibilidad de que diversos actores sociales tengan voz y capacidad de intervención en el diseño de lo tecnosocial. Los diseños dentro del tecnosistema son ensambles que conjugan materialidad e intencionalidad y que reflejan los resultados de las relaciones y disputas entre los grupos sociales que intervienen en los procesos de atribución de funcionalidades. Si desde los grupos hegemónicos se apela al saber experto para justificar las decisiones de diseño y fundamentar la supuesta racionalidad y necesidad de las configuraciones adoptadas, las personas comunes pugnan por hacer valer su experiencia vivida de lo técnico, muchas veces como víctimas de esos desarrollos, e incidir en la reconfiguración de los diseños.

El tercer capítulo reelabora la noción de “concretización” acuñada por el filósofo francés Gilbert Simondon. De ella se vale Feenberg para dotar al constructivismo crítico de una nueva idea de progreso, que pasa a ser tanto técnico como social. Su reelaboración permite considerar como progresivos a aquellos diseños que incorporan una serie de “capas” de funcionalidad que satisfacen los intereses y aspiraciones de diversos grupos sociales y que reconcilian lo humano, lo natural y, en última instancia, lo técnico, considerado ya no como puramente técnico, sino como tecnosocial (lo cual, a su vez, reintroduce la dimensión de lo político).

La segunda parte del libro, “Aplicación”, consta de un solo capítulo en el que Feenberg analiza internet bajo el lente de su abordaje constructivista crítico, con el propósito de reafirmar el potencial democrático de la red. En tal sentido, afirma que más allá de que los usuarios se muevan en plataformas capitalistas, sus interacciones no están determinadas por estas ni se reducen a funciones económicas, y agrega: “la comunicación verdaderamente libre, recíproca y de abajo hacia arriba tiene potencial emancipatorio, y tal comunicación ocurre en internet. De hecho, todo movimiento radical hoy construye sobre ella. La comunicación políticamente significativa [...] juega un papel importante. La discusión y el debate serios no han desaparecido de internet” (p. 98). Feenberg sostiene que el futuro de internet se juega en la disputa entre un “modelo comunitario” y un “modelo de negocios”, que hoy conviven en el desarrollo de la red y que son impulsados por distintos actores (comunitarios y empresarios) que buscan imponer sus respectivas improntas. El desafío democrático, para Feenberg, es “preservar las condiciones de la comunidad online” (p. 110) que han ampliado la esfera pública.

En la tercera parte de Technosystem, “Teoría”, Feenberg despliega los temas que ha venido tratando en los capítulos previos para fundamentar una idea renovada de progreso que vaya de la mano con su propuesta de ampliación democrática. El capítulo que abre la sección, “Razón y experiencia en la era del tecnosistema”, analiza la operación tecnocrática por la que hechos y valores aparecen como ámbitos claramente separados. Sin embargo, para Feenberg la división entre ambas esferas no es más que una operación sesgada en favor de los intereses dominantes; en la realidad vivida esa separación no existe, sino que lo factual y lo normativo se interpenetran, todos los hechos llevan asociada una carga valorativa. Las tecnologías son lo que son pero también para lo que son; dicho de otro modo, no existen en abstracto, sino que adquieren su sentido a través de las interpretaciones de los actores sociales (portadores de representaciones, valores, intereses, etc.) para quienes existen. Todo lo referido al tecnosistema posee, así, un doble aspecto: es formalmente racional (de allí, su elemento afín a la tecnocracia), pero a la vez tiene siempre un carácter normativo (ya que existe en el marco de lo social).

El capítulo siguiente se titula “El concepto de función en el constructivismo crítico” y en él Feenberg elabora la teoría de la instrumentalización, una herramienta analítica que le permite analizar tanto el proceso por el que son configurados los artefactos y sistemas como la posibilidad de operar cambios normativos en el tecnosistema. Los objetos técnicos conjugan intenciones humanas y propiedades objetivas. De allí, el doble aspecto de la tecnología: cultura y materialidad se intersectan en la funcionalidad. La identificación y selección de posibilidades funcionales de una materia prima u objeto es potestad de actores sociales que, portadores de un sistema de significados, orientan el proceso y recontextualizan esa funcionalidad en un todo más complejo, junto a otros objetos que también atravesaron un proceso similar. Es por ello que Feenberg señala que “no hay nada puramente técnico; lo técnico es siempre ya cultural” (p. 153). La teoría de la instrumentalización conlleva dos corolarios: 1) el acto interpretativo, que configura el diseño, coordina una concatenación causal con un significado social y 2) el diseño nunca queda fijado de una vez y para siempre. Ello quiere decir que los diseños pueden realizarse de diferentes maneras, ya que los procesos de selección y atribución de funciones están regidos por las mismas condiciones históricas que hacen a la contingencia de lo social, lo cual, al mismo tiempo, implica restituir lo político –esto es, la disputa de poder entre grupos sociales– en el ámbito de la tecnología. Se entrevé así la posibilidad de que aquello que hasta ahora ha sido excluido sea incluido, que las tecnologías incorporen funciones que reflejen intereses que hasta ahora han sido dejados de lado, que fines que fueron considerados no adecuados como para ser insertos en el tecnosistema pasen a ser tenidos en cuenta. Para Feenberg, este cambio no deberá ser una regresión a momentos premodernos o pre-tecnológicos, sino que habrá que trabajar dentro del tecnosistema –que en el mundo contemporáneo todo lo abarca, aun aquellas fuerzas y grupos portadores de aspiraciones que han sido deliberada y recurrentemente ignoradas– para lograr progresos que den respuesta a la crisis de la Modernidad.

En “La lógica de la protesta”, penúltimo capítulo del libro, Feenberg da cuenta de qué implica lo anterior en términos del rediseño de las tecnologías: si la funcionalización posee un carácter dual (técnico y cultural), el acto interpretativo que configura el diseño está sujeto a disputas, como ocurre con todo lo social, y puede repetirse en cualquier etapa del desarrollo del artefacto o sistema técnico. En ello reside, para Feenberg, la posibilidad del progreso, no ya entendido como un avance unidireccional de la historia, sino como el logro de éxitos locales en disputas determinadas: “Cuando es exitosa, la lucha lleva a un nivel más alto de desarrollo del artefacto o sistema técnico, en el sentido de que satisface mejor las necesidades o reconoce los derechos de los individuos” (p. 170). Aquí, como en otros pasajes del libro, el autor apela a los derechos obtenidos por grupos de pacientes en sus demandas frente a empresas farmacéuticas o a las regulaciones para la protección del medio ambiente logradas por las protestas de grupos ambientalistas, entre otros ejemplos de los progresos conseguidos a partir de intervenciones democráticas en el tecnosistema.

Las conclusiones de Feenberg en el cierre de Technosystem refuerzan esa idea renovada de progreso. Frente a una tecnocracia con pretensiones universales, que se vale del poder técnico bajo los supuestos de que es deseable y de que la trayectoria del desarrollo es única y está prefijada, el constructivismo crítico pone de relieve que lo cultural juega un papel central en la elección del rumbo del desarrollo tecnológico y que, por lo tanto, son las disputas de poder entre grupos sociales –y no la racionalidad “pura”– las que definen qué forma tomará el tecnosistema. La experiencia contemporánea muestra que lo que ha sido deliberadamente apartado por la selección interesada realizada por la tecnocracia capitalista vuelve y se manifiesta como efectos no deseados, como catástrofe ambiental, como estallido social de los excluidos y las víctimas. Contra dicha operación excluyente, Feenberg reafirma una idea de progreso “definido en términos de diseños e innovaciones que incluyan a poblaciones previamente excluidas por diseños surgidos de una racionalidad formal sesgada, o que realicen potencialidades humanas hasta ahora postergadas, o que reconcilien de forma exitosa requerimientos técnicos y límites naturales, tanto de los seres humanos como del medio ambiente” (p. 200). Un progreso que, en este marco, no puede ser técnico o moral, sino que debe ser técnico y moral.

Hasta aquí la descripción de las partes que componen Technosystem. Ahora bien, cabe preguntarse qué nos dice a nosotros, como latinoamericanos, una obra como la que hemos reseñado. Un inicio de respuesta pasa por señalar que los problemas que analiza Feenberg tienen un carácter global y afectan a todos los rincones de la vida social: vivimos en un mundo fuertemente integrado y a la vez desigual, en el que difícilmente algún ámbito del quehacer o alguna región geográfica puedan quedar exentos de los males que acarrea el hecho de vivir en un tecnosistema regido por la lógica de la tecnocracia capitalista. Por cierto, tanto en Argentina como en buena parte de América Latina hemos visto cómo los gobiernos neoliberales presentan sus baterías de medidas como las únicas decisiones racionales, en una operación típica de construcción de legitimidad tecnocrática, que busca clausurar el debate y convencer a la población de que no hay alternativas. La búsqueda por negar otras formas de construir y administrar lo político, lo económico y lo social se ha apoyado frecuentemente en el discurso dominante de los grandes medios de comunicación, por no mencionar ocasiones en las que incluso se ha llegado a recurrir a la violencia policial y militar para ahogar a la disidencia. Contra esas pretensiones tecnocráticas es bienvenida una reflexión como la de Feenberg, que nos recuerda que las decisiones sobre la forma que ha de darse a los hechos sociales siempre están sujetas a configuraciones y reconfiguraciones en el marco de disputas de poder, que la racionalidad instrumental no es la única razón existente y que es necesario ampliar el terreno de la democracia para que en ella quepan más actores sociales y se pueda incluir a los hasta ahora excluidos con su diversidad de intereses y valores. Como bien señala Feenberg, un componente intrínseco del progreso es la democratización general de la vida social, en el sentido de que más actores participen en la toma de decisiones sobre los diseños de las tecnologías, los ámbitos de las relaciones económicas y los modos de administrar los bienes y relaciones sociales. El reconocimiento de esa multiplicidad conlleva poner en cuestión la supuesta validez universal de los postulados que se nos presentan vestidos de pura necesidad racional, recuperar la dignidad y la potencialidad de los que hasta ahora han sido saberes subalternos, poner en disputa lo que ha sido naturalizado y, en definitiva, reconocer y asumir la dimensión política de cada uno de los aspectos que hacen a nuestra vida en común. Solo así podremos construir sociedades más justas, democráticas, inclusivas y en las que sea posible reconciliar el progreso tecnológico, la razón y el anhelo de justicia y equidad de los sectores mayoritarios de la sociedad.



[1] Aquí, al igual que en las citas siguientes, la traducción del inglés al castellano está a cargo del autor de la reseña.