Aceptación de lo poquito 

Retazos de una trama tras los Museos de la Subversión (Campo de Mayo, 1980)


Mariana Sirimarco

UBA/CONICET 
ORCID: 0000-0003-3074-1435 |  maikenas@yahoo.com.ar



Palabras clave

Museo de la Subversión | Campo de Mayo | Bussi | museólogos | Círculo Militar


Recibido: 15 de febrero de 2024. Aceptado: 29 de abril de 2024.

Resumen

Este texto es la historia de un odontólogo que terminó siendo director de uno de los Museos de la Subversión que existieron durante la última dictadura. Y la historia del azar que me llevó a saberlo. Y es, al mismo tiempo, la historia de un represor –Antonio Domingo Bussi– que fue creando esos museos a medida que iba cambiando de destino. La historia de cómo pudo haber sido su creador, pero tal vez no su solo ideólogo. Y es, por todo esto, la historia de una trama inesperada (hecha de médicos, militares, escribanos, museólogos y policías) que pudo haber potenciado esa idea. La historia, en definitiva, de una Fundación –la del Círculo Militar– y de algunas de sus derivas. 

Abstract

This paper is the story of an odontologist that ended up being the headmaster of one of the Museos de la Subversión that existed during the last dictatorship. And the story of the fate that led me to that knowledge. And at the same time, it is the story of a repressor, Antonio Domingo Bussi, who created those Museums during his military career. It is the story of how he could have been its creator but maybe not its only ideologue. And therefore, it is the story of an unexpected plot, that might have promoted that idea -a plot made of doctors, soldiers, notaries, museologists and policemen. Ultimately, this paper is the story of a Founding (Círculo Militar) and of some of its results.

Keywords

Museo de la Subversión | Campo de Mayo | Bussi | museologists | Círculo Militar

Apertura

 

Este texto podría ser una mamushka. También podría ser una piedra en el agua. Una historia dentro de otra, una serie de anillos concéntricos. Algo que tiene un punto de inicio y se derrama. Algo cuyo punto de inicio se superpone con otros comienzos. Porque este texto es la historia de un odontólogo que terminó siendo director de un Museo de la Subversión. Y la historia del azar que me llevó a saberlo. Y es, al mismo tiempo, la historia de un represor de la última dictadura –Antonio Domingo Bussi– que fue creando esos museos a medida que iba cambiando de destino. La historia de cómo pudo haber sido su creador, pero tal vez no su solo ideólogo. Y es, por todo esto, la historia de una trama inesperada (hecha de médicos, militares, escribanos, museólogos y policías) que pudo haber potenciado esa idea. La historia, en definitiva (el último anillo, la mamushka más grande), de una Fundación –la del Círculo Militar– y de algunas de sus derivas.


Por eso no hay modo simple de ordenar este texto. Tal vez lo que deba hacerse sea forzar un inicio con la enumeración llana de datos.[1] El primero: durante la última dictadura (1976-1983) funcionaron, en el país, tres Museos de la Subversión.[2] El primero de ellos se inauguró en 1978 en la provincia de Buenos Aires; las fuentes se refieren a él como Museo de la Subversión o como Museo Histórico Mayor don Juan Carlos Leonetti. El segundo se inauguró en 1980 en la provincia de Córdoba; se llamó Museo de la Lucha Contra la Subversión. El tercero fue inaugurado en la ciudad de Buenos Aires en 1981; su nombre fue Museo de la Subversión General Cesáreo Ángel Cardozo.


Ninguno de estos museos sobrevivió largo tiempo. Caído el gobierno de facto, fueron presa de una destrucción y un olvido programados: fueron desmantelados, destruidos; fueron hasta negados. Poco se sabe, a ciencia cierta, sobre sus finales (poco se sabe, a ciencia cierta, sobre ellos en general). Luego de arrasados, solo lograron mantenerse en la memoria como datos inciertos. Se dice, se supone, se estima (“que en tal y tal lado existió, durante la dictadura, un Museo de la Subversión”). Sujetos al vaivén de lo que se sabe, se olvida y se vuelve a recordar, escaparon largamente al inventario de las prácticas de la época.[3]


El segundo dato: los tres museos tuvieron directa relación con la represión ilegal; funcionaron en predios de los Comandos del Ejército que albergaban también a centros clandestinos de detención.[4] El primero en el Comando de Institutos Militares en Campo de Mayo; el segundo en el III Cuerpo de Ejército en La Perla; el tercero en el I Cuerpo de Ejército, contiguo al Regimiento de Patricios.[5] De un lado el museo, del otro la represión. Por un lado, lo que se empeñaban en hacer conocer (los museos eran visitados por contingentes escolares), por otro lo que se esforzaban en negar. Lugares formalmente distintos, pero semánticamente conexos, habitando lógicas que podían presentarse como aisladas pero que conformaban en realidad un espacio unificado (Comaroff y Comaroff, 2004).


El tercer dato: los tres museos fueron creados por el general Antonio Domingo Bussi, uno de los militares más implicados en la represión estatal (condenado recién en 2008 por delitos de lesa humanidad en la provincia de Tucumán). El primero, mientras era subjefe del Comando de Institutos Militares en 1978. El segundo, cuando era comandante del III Cuerpo de Ejército en 1980. El último, mientras era comandante del I Cuerpo de Ejército en 1981 (antes de pasar a retiro a comienzos de 1982). Los diarios de la época rescatan su nombre en cada inauguración. Pero Bussi no estaba ahí por una simple responsabilidad de forma –por ser la autoridad de los Comandos en los que funcionaban–. En 1998, en el contexto de una declaración testimonial, el ex cabo Víctor Armando Ibáñez (radio operador y conductor de camiones en Campo de Mayo) lo explicaría mejor:

 

Fue una idea de Busi, su locura fue armar ese museo, había una división, funcionaba el depto. de guarnición ahí, cuando llega Bussi se hace cargo de esta situación, “raja” el departamento de guarnición de ahí, lo muda a otro edificio, y ahí comienza a armar el museo de la subversión; con piezas, material secuestrado, documentación, literatura, etc., todo lo que tenían los subversivos.[6]

 

Bussi es, de estos museos, el hilo conductor: los deja funcionando, a su paso, en todos los destinos que reviste. El hecho no asombra. Por el contrario, sugiere una marca de autor. Después de todo, Bussi fue el propulsor de otras ideas semejantes. Desde el armado de simulacros de combate para mostrar a la población la forma en que se luchaba y derrotaba a la subversión, hasta la edificación de pueblos rurales con nombres de soldados caídos en combate con objetivos de reordenamiento y control social,[7] pasando por el Operativo Marchemos a las Fronteras, que enviaba estudiantes secundarios a escuelas de zonas fronterizas para promover la solidaridad y afianzar nociones de patria y soberanía.[8] Todas ideas unidas por un mismo vector: el del triunfalismo pedagógico. Todos ellos espacios que buscaban educar tanto como conmemorar. Es decir, proponer un discurso eufemista y victorioso para mostrar la forma en que esa subversión era derrotada (Robben, 2008; Salvi, 2012; Garaño, 2011; Nemec, 2019).[9]


Lo mismo hacían los museos. Celebraban también esa lucha. O más precisamente: exponían su éxito mediante la exhibición de objetos. Narraban ese discurso triunfalista a partir de banderas, organigramas, armas de fabricación casera, libros prohibidos o maniquíes vestidos de guerrilleros. Los elementos mostrados se transformaban así en la expresión material de la derrota del enemigo, en la prueba tangible de la superioridad de las fuerzas estatales (Robben, 2008; Salvi, 2012; Nemec, 2019).


Hasta acá, entonces, los datos. Un par de nombres, un par de ubicaciones, una cronología. Y lo que importa centralmente a este texto: una marca de autor. Porque la relación de creación de Bussi con estos museos siempre fue un hecho dado. Quiero decir: siempre estuvo en situación de respuesta. Hasta que una serie de eventos (una serie de nuevos datos) la transformó en algo que vale más la pena: la puso en estado de pregunta.[10] No una que busque ser zanjada, sino una que obligue a seguir interrogando a fuerza de permanecer abierta. Una que no tema multiplicarse. Porque no hay nada, en esos nuevos datos, que nos haga desconfiar de esa autoría. Pero sí que nos haga preguntarnos si acaso fue suficiente.


No hubo Museos de la Subversión en otros Comandos del Ejército. Solo allí donde estuvo Bussi. Parece indudable, entonces, que sin él no hubieran existido esos espacios. ¿Pero alcanza su figura para explicarlos? La palabra clave es justamente esa. Pero. La escritora Hebe Uhart decía que con la palabra pero empiezan las historias.[11] Así que es acá donde empieza realmente este texto. ¿Hubo algo más, en los Museos de la Subversión, aparte de la capacidad creadora de un hombre? ¿Qué fue eso que hubo, que hizo nacer una idea?


Este texto se centra en uno de esos museos, el de Campo de Mayo. Es producto de un largo trabajo etnográfico y de archivo que comenzó en 2018 y todavía continúa. No es este, sin embargo, un texto etnográfico en su sentido más clásico: no busca construirse en torno a una problemática antropológica. Lo que busca es recuperar tramas perdidas para hacer avanzar esa investigación mayor. Es, si se quiere, un texto de objetivo diferido (un texto-puente). De allí que su formulación tenga más que ver con lo descriptivo que con lo etnográfico.


Como toda investigación condicionada por el hallazgo,[12] este texto es también fruto del azar, de los destiempos y de las sincronías. De los datos que aparecen a cuentagotas, de los que aparecen y están a punto de perderse, de los que –una vez aparecidos– deben esperar pacientemente a poder ser oídos, de los que son encontrados justo cuando se está en condición de verlos. Es, por todo este vaivén, un texto hecho con jirones, porque ninguna trama tan lejana y tan velada puede exhumarse de una vez y al completo.

 

Inicio uno. Muñoz y el Museo de la Subversión

 

La primera vez que vi el dato no hice nada –tal vez porque estaba casi al comienzo de la investigación–. El dato formaba parte de los recuerdos –en formato blog– de un grupo de estudiantes del Colegio Nacional Buenos Aires (CNBA),[13] que en 1980 había ido en visita escolar al Museo de la Subversión de Campo de Mayo. Al terminar la visita había ido a saludarlos el director del Museo:

 

un señor de apellido Muñoz, que había sido rector del CNBA … un hombre canoso, con bigotes, se acercó a nosotros, se presentó como ex rector del Colegio y actual director del Museo y nos dijo: “¿Vieron? Esto era de lo que yo los quería cuidar”.[14]

 

Me debió haber parecido un dato casi inasible. Muñoz: un apellido demasiado común y sin ningún nombre de pila. O me debió haber parecido poco fiable el recuerdo. O tal vez poco fiable la información en sí, en un momento en que empezaba a descubrir que la web estaba plagada de datos sobre ese Museo que no hacían más que amplificar rumores. Aunque lo más probable es que haya sido otra cosa: me debió haber parecido un detalle insignificante (ni siquiera un dato); una referencia absolutamente soslayable ante el impacto que me estaba produciendo conocer qué había en esas vitrinas. ¿Qué importancia podía tener el nombre de un director cuando lo que estaba en juego, en ese momento inicial, era poder ensayar un inventario más o menos fiable del Museo? Debió haber sido por eso que vi el dato y no hice nada; porque lo vi antes de tiempo.


Pasaron un par de años. Lo que obnubilaba se hizo moneda corriente. Conseguí notas de prensa que detallaban cada sala y cada objeto. Escuché más recuerdos de antiguos estudiantes. Hallé más y más fotos del interior del Museo. Y entonces me di cuenta de que el dato de Muñoz era invaluable. Ni una sola vez, en todo ese tiempo, había encontrado un nombre propio que no fuera el de Bussi. La prensa y los antiguos estudiantes hablaban a veces de un guía –militar– que los acompañaba en el recorrido. Nadie había mencionado nunca a un director. Mucho menos a uno que no perteneciera al Ejército. Mucho menos a uno que había sido también rector del Colegio Nacional Buenos Aires, ámbito ligado a la intelectualidad y al progresismo político. Pasando los años, ese dato tomó su justo peso: sin ese blog –sin ese recuerdo– jamás se me hubiera ocurrido que esos Museos podían haber tenido esa figura directiva. Y ahí sí me di cuenta: ese blog –ese recuerdo– era el único resto que quedaba (el único resto que yo conocía) de una trama burocrática perdida.


Fue entonces que me decidí a tirar de la punta del ovillo. En el archivo del CNBA encontré un nombre y unas fechas. Muñoz, Antonio Luciano. Su nombramiento como rector estaba fechado el 7 de marzo de 1975. La aceptación de su renuncia al cargo, el 27 de agosto del mismo año.[15] Las fechas comenzaban a despejar una pregunta que me había estado aguijoneando: ¿cómo el director de un Museo de la Subversión había podido ser, a su vez, rector del CNBA?


La respuesta ahora estaba clara: 1975 había sido el segundo año de la intervención de la Universidad de Buenos Aires (UBA), comenzada el año anterior por decreto de la entonces presidenta de la Nación, María Estela Martínez de Perón (Isabelita). El primer rector interventor había sido Alberto Ottalagano, un abogado que se declaraba públicamente fascista y partidario de Hitler, y que sostuvo, al asumir:

 

los católicos y los argentinos estamos llevados a una prueba de fuego: o justicialistas o marxistas […] Aquí y ahora hay que estar con Cristo o contra Cristo […] Nosotros tenemos la verdad y la razón; los otros no la tienen y los trataremos como tales.[16]

 

El segundo –bajo cuyo rectorado sería designado Muñoz– había sido Julio Lyonnet, un neurocirujano que no tenía una pertenencia arraigada en el catolicismo ni era un declarado fascista, pero que continuó las políticas de su predecesor (Friedemann, 2016).


De la mano de estos hombres, la intervención inauguró una época trágica en la historia universitaria, signada por la interrupción de la actividad institucional, el cese en funciones de decanos y funcionarios jerárquicos, la derogación de las resoluciones anteriores, la ruptura y prohibición de asambleas, la creación de un “cuerpo de celadores” armados para vigilar pasillos e ingresos, y la persecución y el secuestro de profesores y estudiantes, entre otras acciones. Sostenida por un contexto de escalada de la violencia estatal, la intervención no supuso otra cosa –finalmente, y como todo alrededor– que un “camino democrático a la dictadura” (Rico, 2013; Friedemann, 2016).


A tono con los tiempos, en el CNBA Muñoz se mostró en un principio más abierto al diálogo, pero igual de intransigente, a la postre, con la lucha estudiantil. No reconoció la existencia del cuerpo de delegados, suspendió a alumnos que participaban de protestas y llegó a expulsar a quienes habían defendido un paro de profesores (aunque luego dio marcha atrás con la medida).[17] Muñoz terminó su mandato recibiendo, en un paquete dejado a las puertas del colegio, un caño armado para arrojar volantes: “¡Fuera Muñoz y sus matones! ¡Legalidad al Cuerpo! ¡Viva la Coordinadora de Secundarios! ¡Fuera la política de la prisión!” (Garaño y Pertot, 2002: 77).


Un nombre de pila, unas fechas y un contexto político –el nacionalismo católico de (extrema) derecha–. Los archivos del CNBA dejaban pocos datos y seguían sin contestar la pregunta persistente: ¿quién había sido Muñoz? O mejor dicho: ¿qué derrotero profesional lo había llevado al Museo de la Subversión? Con el nombre completo, internet hizo el resto. La búsqueda arrojó dos respuestas probables, bajo la forma de dos personas posibles. Una, un psicopedagogo de la Universidad del Salvador (USAL). Otra, un odontólogo de la UBA. Si algo podía haber unido los destinos directivos de un colegio secundario y de un museo, me dije, tendría que haber sido alguna forma de pedagogía. Tomé el primer camino.


Antonio Luciano Muñoz había aparecido en dos de los Anales de la USAL que estaban disponibles online. El correspondiente al año 1964 y el correspondiente al año 1965. El primero daba cuenta de su designación como vicedirector y secretario académico del Instituto de Psicopedagogía.[18] El segundo, de su designación como director –y de su rol como profesor en el Curso de Ingreso, en Introducción a la Psicopedagogía y en Técnicas Proyectivas–.[19] Había otros dos Anales online –el de 1966 y el de 1968–. En ninguno de ellos volvía a aparecer su nombre.


Antonio Luciano Muñoz, presumiblemente el psicopedagogo, volvía a mencionarse como responsable de la “Dirección de Psicología y Asistencia Social Escolar” en 1966,[20] una dependencia de la Dirección General de Escuelas de la Provincia de Buenos Aires que facilitaba y promovía las condiciones adecuadas para el proceso educativo. Había sido creada en 1948 como Instituto de Psicología Educacional, ascendida a Dirección de Psicología Educacional y Orientación Profesional al año siguiente y renominada así a partir del golpe de estado que derroca al peronismo en 1955 y la interviene (Marecos, 2017; Petitti, 2018; Greco y Eichenbronner, 2018; Bubello, 2022). Para 1969, el psicopedagogo Muñoz aparecía nuevamente, esta vez formando parte del staff de directores técnicos del Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires.[21]


Me pareció que ese Muñoz del Ministerio tenía muchas chances de ser el mismo que el de la USAL. Estaba primero la coincidencia del área disciplinar. Y estaba además la reincidencia del espacio académico. Porque la propuesta original para el Instituto de Psicología Educacional había sido realizada en 1947 por una inspectora de escuelas, Alba Chaves de Vanni, que había ocupado al año siguiente la jefatura del Departamento de Reeducación de Menores del Instituto de Psicología, y al otro año –y años después también– la Dirección de Psicología Educacional y Orientación Profesional, y que había publicado profusamente, durante 1968 –y he aquí el punto de contacto–, en Estudios, la Revista Argentina de Cultura, Información y Documentación de la USAL, donde acostumbraban a publicar profusamente los profesores de la casa.


Y finalmente, puestos a tejer hipótesis, ambos Muñoz –el del Ministerio y el de la USAL– tenían grandes chances de ser el del CNBA (y, por consiguiente, el del Museo de la Subversión). Ahí estaba, sutil pero apreciable, la tendencia que marcaban las fechas. 1966, 1969, 1975: todas gestiones educativas en el contexto de gobiernos –constitucionales o de facto– de extrema derecha.


La pista de la USAL era promisoria, pero llegó muy rápido a una vía obturada. No había más Anales ni ninguna otra publicación institucional en la sede central de la Biblioteca. No había registros de profesores o directivos de los años sesenta en la dirección de Personal. No había datos ni rastros de Muñoz en la Facultad de Psicología y Psicopedagogía. Y la Biblioteca Histórica, que podía esconder alguna otra información en formato impreso, se encontraba en receso y en una sede alejada de Buenos Aires. Seguía sin saber, concretamente, quién había sido ese hombre. De Muñoz no tenía un perfil: tenía versiones.[22]


El hecho no me inquietó. Después de todo, no se trataba de escribir una biografía, sino de asegurar la trama sospechada con algunas puntadas de hilván.[23] Para eso, las versiones que tenía eran suficientes. Desestimé entonces el otro camino, el del médico de la UBA. Mejor dicho, el del odontólogo. Antonio Luciano Muñoz, nacido en 1921, fallecido en 1991. En el repositorio online de la Facultad de Odontología de la UBA encontré algunos datos más. Egresado en 1947, con las más altas calificaciones. Medalla de oro de su curso. Ganador del Premio Facultad de Odontología por su Tesis de Doctorado “Contribución al estudio de la región glososuprahioidea. Investigación en recién nacidos”. Profesor Titular de Odontología Social I y de Antropología Filosófica con Historia de la Odontología. Gestor para la creación de la Academia Nacional de Odontología. Presidente del Ateneo de Historia de la Odontología de la República Argentina. Integrante de mesas redondas, “conferencista de nota”, representante de nuestro país en el exterior, autor de numerosos trabajos. “Un hombre de ideas puras”, “un ser de acendrada raigambre moral”.[24] En síntesis: otro Muñoz. Seguramente un homónimo.


Desde el comienzo de este texto quedó dicho que eran, en realidad, la misma persona. Prejuiciosamente incapaz de unir al odontólogo de la UBA con el Museo de la Subversión, yo estuve a punto de no saberlo. Una mañana salí del Archivo Histórico de la UBA antes de lo previsto. La Biblioteca de la Facultad de Odontología estaba a la vuelta. Pensé en ir a chequear el dato, por las dudas de que allí hubiese algo. Pensé en no ir a chequearlo, si total el psicopedagogo y el odontólogo no podían ser el mismo. Volví a pensar en ir, aunque más no fuera para descartar ese dato a conciencia. Terminé yendo.

En el fichero bibliográfico me topé con su nombre. Los primeros títulos me confirmaron en mi segunda corazonada. “Consideraciones sobre la espina de Spix ó lingula mandibular”, “Estudio por diafanización del nervio maxilar superior y sus ramas en relación con el seno maxilar”, “Anatomía odontológica; atlas y guía de trabajos prácticos”. Los siguieron otros títulos igualmente técnicos, pero que en su generalidad y su temática ya permitían dar rienda suelta a hipótesis más desbocadas: “Introducción a la identidad e identificación”, “Aportes a la odontología legal para la identificación de restos humanos”. Nada que me hiciera mover, de todos modos, de la corazonada elegida. Pero luego llegaron otros títulos. Más raros, más desconcertantes. Más desafiantes de la clasificación disciplinar con que había mantenido alejados a los dos Muñoz. “Leonardo da Vinci y la anatomía dentaria”, “La mandíbula de Robespierre”, “Odontología social, personaje que no alcanza a ser protagonista”. Para cuando llegaron los últimos –“Odontología social: educación y formación profesional”, “Aportes psicopedagógicos para la odontología en impedidos”– esa segunda corazonada ya estaba tambaleando.


Revisé los textos. Los de títulos desconcertantes revelaban, a lo sumo, un profesional con inquietudes excéntricas. Los otros, los cercanos a lo educativo, eran demasiado imprecisos como para derribar la certeza de los dos Muñoz. Pero de pronto, mirando en diagonal, en un texto completamente insospechado, me llamó la atención un párrafo: “Desde este punto de vista y a través de una óptica odontológica presentamos diversos aspectos de la obra ‘Concepción y metodología de una Anatomía Topológica’ de Julio H. LYONNET”.[25] ¿Ese no era el nombre del interventor de la UBA bajo cuyo mandato fue el Muñoz psicopedagogo rector del CNBA? ¿No era demasiada casualidad que el Muñoz odontólogo reseñara justo un libro suyo?


En la casualidad vi un sesgo. Uno que antes no había sabido sopesar con justicia. Me refiero al del campo médico. Neurocirujano uno, odontólogo otro. Y vi también una pregunta, que tendría que haberme hecho mucho tiempo antes. ¿Cuán probable era que un rector del CNBA –¿sobre todo el de una intervención?– fuese un graduado externo a la Universidad de Buenos Aires?


Los dos Muñoz se acercaban, pero no lo suficiente como para volverse uno. Los datos que tenía se ampliaban; se complejizaban, pero también se oscurecían. Ninguno de ellos alcanzaba, todavía, para quebrar el devaneo entre la casualidad y la sospecha. No habría salido de esa oscilación sin la ayuda de la bibliotecaria, que se acercó hasta donde estaba con una revista que no le había pedido. “Mirá, este no es un texto de Muñoz, pero habla de él. Por ahí te sirve”:

 

Quiero recordar hoy a Antonio Luciano Muñoz, hacer pasar su memoria por mi corazón, y agradecer a Dios y a las circunstancias el haber compartido con él años importantes de mi vida.

Nace don Antonio en Buenos Aires en 1921, en una sencilla familia española … Resultó un niño entre díscolo idealista y malcriado por sus tías, que creció rodeado de conceptos de arte y con vocación humanística acentuada.
Como no sabían qué hacer con aquel rugbier filósofo y diletante, su hermano sugirió que estudiase Odontología. Y el filósofo se convirtió en odontólogo, sin dejar nunca de ser filósofo.

Ya graduado, se incorpora como profesional al Ejército Argentino, pero su vocación por la docencia lo trae de nuevo a Buenos Aires donde comenzará a trabajar con Aprile en la cátedra de Anatomía … Siempre recordaba, y se complacía en contarlo, que … [este] cada 2 de noviembre mandaba a poner flores en las mesas de disección, subrayando que las “piezas anatómicas”, habían sido “personas”.

No sé si aquel hecho creó o consolidó en don Antonio una preocupación que se acentuó en sus años maduros: la persona humana. Pero no en abstracto, sino la persona humana como docente, como alumno y como paciente.
Esta, puede decirse, es la base del pensamiento de Muñoz que, además de odontólogo se hizo psicopedagogo para sistematizar lo que sentía y creía.
Así nace la Odontología Social, con sus componentes de Antropología Odontológica (qué es el odontólogo, cómo es, porqué es, para qué es), de Psicología (quién es el docente, el alumno, el paciente), de Historia de la Ciencia (o la fuerza de la experiencia), y Odontología Legal (qué límites y normas rodean al odontólogo).

Los avatares políticos lo separaron de la Facultad, y de la misma forma regresó a ella. Yo lo recuerdo, ya en 1975, sentado en su despacho del Colegio Nacional de Buenos Aires, ofreciéndome acompañarlo como vicerrector. Aquel año 75 en el Buenos Aires fue de la restauración penosa de todo lo que había destruido la gestión de Puiggrós en la Universidad. Los cambios políticos de 1975 devuelven a Muñoz otra vez a su cátedra universitaria … hasta que en 1985 un cambio de planes hace desaparecer su materia y la Facultad separa definitivamente a Muñoz de sus claustros.

Lo que nosotros perdimos lo aprovechó Brasil. En la Universidad de Pernambuco ejerció la docencia durante cinco años, fundando allí la cátedra que aquí le negamos [...]
el mejor recuerdo que de él podamos guardar es el de su calidad como persona, sin desprecio ni demérito de su calidad intelectual, que le llevó a presidir el Ateneo de Historia de la Odontología, y a un sillón en la Academia Argentina de Odontología [...][26]

Fue, en suma, lo que se había propuesto: un caballero cristiano, no de antiguo uso, sino de los de siempre, pues la calidad de ser un señor no cambia con los tiempos.[27]

 

Ahí estaba, finalmente. El odontólogo. El psicopedagogo. El rector. En una palabra: lo impensado. Todas las versiones de Muñoz en una sola persona.


Y aun así no alcanzaba. Algo se despejaba, pero algo seguía en sombras. El vínculo militar salía a la luz, pero el nexo final con el Museo de la Subversión permanecía esquivo. La fuente que tenía a la vista sugería un odontólogo que, recién graduado, empezaba a trabajar en el Ejército. Pero, si entendía bien, también sugería que esa estadía profesional había sido breve. Que había regresado (¿a Buenos Aires?, ¿a la UBA?) para trabajar con ese tal Aprile. ¿Cómo había llegado entonces Muñoz al Museo de la Subversión? ¿Habían permanecido vivos esos contactos con el mundo del Ejército o esos contactos no habían sido tan breves?


Lo que vino a continuación fue apurar las nuevas pistas. En la Secretaría General de la Facultad de Odontología me permitieron pasar revista a su trayectoria docente. Busqué ahí respuestas a preguntas que ni siquiera podía terminar de formular. Anoté fechas, cargos, resoluciones. Supe que Muñoz se había doctorado en 1949. Que había entrado a la docencia en 1948, como Auxiliar (¿sería en la cátedra de Aprile?). Pero que la extensa lista de cargos –honorarios y rentados– solo comenzaba a inscribirse en ese legajo a partir de 1969.[28] De todo eso que leí, tres cosas llamaron mi atención. Una suspensión en agosto de 1973,[29] con su consiguiente reincorporación en mayo de 1976 (“se absuelve al imputado y se decide reincorporarlo al dictado de su cátedra”).[30] Una licencia ordinaria de 1983 a 1985. Y su alejamiento definitivo de la docencia de la UBA a partir de ese año.[31] Las tres cosas podían ser en realidad la misma: otra vez las altas y bajas de su actividad profesional al vaivén de momentos políticos puntuales. En 1973, el tercer gobierno peronista. En 1976, el inicio de la dictadura. En 1983-1985, la restauración democrática. Por supuesto, esas tres cosas también podían ser otras. Después de todo, lo único que seguía teniendo eran hipótesis.


Tras tantas pistas, no era finalmente mucho lo que lograba pasar en limpio. Pero algo sí: el vínculo con el Ejército (y por ende con Campo de Mayo, y por ende con el Museo de la Subversión) parecía venir de su profesión de odontólogo. Como parecía venir también de esa arista médica en la UBA su cargo de rector en el CNBA –y no, como había creído antes, de su faceta de psicopedagogo en la USAL–. Había llegado a destino, pero por un camino errado. Así y todo, tampoco era que había llegado realmente. Faltaba el nexo final, el único que importaba: Muñoz en el Museo. La única constatación de ese vínculo reposaba en la sola memoria de un grupo de estudiantes secundarios. Necesitaba algo más.


Lo que necesitaba llegó apenas días después, y de casualidad. Estaba leyendo un expediente judicial relacionado con Campo de Mayo, que había estado persiguiendo desde el comienzo mismo de la investigación, unos seis años atrás. Había apurado ya cuatro cuerpos de la causa cuando, a la vuelta de la foja 688, me topé con la sorpresa. “Nómina de agentes civiles que revistaron en el Comando de Institutos Militares en el año 1976”. La lista estaba refrendada por la Secretaría General del Ejército y tenía dos carillas. 


En la segunda, el nombre perseguido –MUÑOZ, Antonio Luciano– y la dirección postal que ya había visto en alguno de sus legajos.[32] El dato llegaba con un timming pasmoso. Conocía ese apellido desde el inicio, pero solo desde hacía dos meses el nombre completo habitaba permanentemente en mi cabeza. En esos largos seis años de búsqueda, hubiera bastado con que el expediente llegara a mis manos solo un par de meses antes para que esa lista y ese nombre hubieran pasado completamente inadvertidos. Aún más que inadvertidos: intrascendentes.


Pero ahí estaba ese dato, y yo podía verlo. Colocaba –finalmente– a Antonio Luciano Muñoz en plena guarnición de Campo de Mayo. Es cierto que no en 1980. Es cierto que no concretamente en el Museo. Pero que estuviera allí en 1976 era solo una deriva producida por la causa misma, que solo se interesaba por lo que había sucedido ese año.[33] Muñoz podía llevar ahí ya largo tiempo; podía haber seguido estando muchos años más. En todo caso, esa fecha temprana –en relación a su rol en el Museo, pero también en relación al Museo mismo, que recién existiría en 1978– parecía reforzar la hipótesis odontológica. Después de todo, la nómina que tenía ante los ojos hacía referencia al personal civil dependiente del Comando de Institutos Militares. Es decir, dependiente de la estructura que subsumía a todas las unidades de la guarnición de Campo de Mayo. Entre ellas, el Hospital Militar.[34] Cierto que persistían leves corrimientos –de años, de lugares concretos–. Seguía sin poder atrapar a Muñoz en la dirección del Museo. Pero eso no importaba. O en todo caso, importaba menos que otra cosa. Lo importante era que Muñoz ya no dependía del solo recuerdo de antiguos estudiantes para haber estado ahí, físicamente, en ese lugar.

Pensaba que, finalmente, estaba pisando mejor terreno, cuando de pronto todo volvió a moverse. A través de una cadena de contactos, iniciada en la Subdirección de Concursos de la Facultad de Odontología, una antigua colega de Muñoz vino a sumar nuevos datos. Con ellos, vino a desestabilizar lo que hasta hacía poco yo había dado por cierto:

 

Era profundamente católico, concurría a misa todos los días antes de comenzar con sus actividades [...]
Era psicopedagogo, recibido en la Universidad del Salvador, en lo que en ese año eran los Institutos Universitarios, que posteriormente pasan a ser Facultades. Debido a ello, el título obtenido fue “Psicopedagogo” y no “Licenciado en Psicopedagogía”. No recuerdo exactamente el año en que se recibió (a principios de la década del 60), pero fue posterior a su título de odontólogo y fue de las primeras promociones de psicopedagogos.
Básicamente su carrera fue en docencia. En la Facultad de Odontología fue Profesor Adjunto en la Cátedra de Anatomía Descriptiva Topográfica y Dentaria, pasando previamente por todos los grados docentes de Ayudante, Jefe de Trabajos Prácticos, hasta llegar a Profesor Adjunto en el año 1969 […]
Fue psicopedagogo, no recuerdo exactamente si del Colegio Militar de la Nación o de la Escuela Superior de Guerra.

Lo recuerdo como una excelente persona, un maravilloso ser humano, con quien compartí charlas sobre filosofía y educación. En realidad, más que compartir fue para mí un aprendizaje. Planteaba y bregaba por una visión humanística de la Odontología a partir de la conceptuación del hombre como Persona Humana, de la profesión como vocación de servicio en procura del bien común. Algunas de sus frases: “el capítulo cumbre de la vida profesional es la vocación de servicio”, “la Odontología es una actividad eminentemente social y su objeto inalienable es la Persona Humana”. Siempre planteó la necesidad de incorporar materias de contenido humanístico en la Carrera de Odontología. Insistía en diferenciar qué es hacer docencia, estar en la docencia y ser docente […] 
En lo personal, la imagen que tengo es de una persona sumamente educada, atenta, un caballero. Siempre dispuesto a colaborar, sea con docentes o alumnos, dispuesto a escuchar, a contener, de buen carácter, generoso con sus conocimientos. Nunca lo vi enojado o de mal humor. Creo que en todos los que lo conocimos dejó un buen recuerdo.[35]

 

El recuerdo de esta colega ampliaba lo que conocía. Incorporaba nombres y fechas, precisaba contextos. Y hacía algo más: reencausaba el vínculo militar a la esfera de la psicopedagogía. A la esfera de la USAL. Muñoz, decía esta colega, había ejercido esta profesión en el ámbito del Ejército. Semanas antes, la hipótesis odontológica había parecido sostenerse. Pero ahora llegaba esta nueva hipótesis, y también se sostenía. Después de todo, era por ella que me había decantado, en aquellos tempranos tiempos en que tenía dos Muñoz. Había vinculado Museo con colegio secundario y, una vez más, el paso había sido falso. Era previsible: avanzaba a contramano, poniendo mi inicio en el punto de llegada, desandando el laberinto hasta el comienzo. En esas condiciones, recalcular formaba parte del camino. ¿Qué pasaba entonces si ese hilo conductor educativo era más simple, era más claro, más evidente de lo que yo había creído? ¿Qué pasaba si ese hilo conductor que me guiaba desde el Museo, retrocediendo, no pasaba por un colegio preuniversitario sino por uno militar?


También en lo espacial la nueva hipótesis se sostenía. También ubicaba a Muñoz en el predio donde estaría luego el Museo de la Subversión. Ya dije que el Comando de Institutos Militares tenía a su cargo todas las unidades que pertenecían a la guarnición de Campo de Mayo. Entre ellas, las escuelas militares. Las de adentro del predio y las de afuera, porque el mando no era una cuestión de prescripciones geográficas. Entre las primeras, la Escuela de Infantería, la de Caballería, la de Artillería, la de Ingenieros, la de Comunicaciones, la de Suboficiales Sargento Cabral y la de Servicios y Apoyo para el Combate General Lemos. Entre las segundas, la Escuela de Inteligencia del Ejército, la Escuela Superior Técnica, la Escuela Superior de Guerra y el Colegio Militar. Muñoz bien podía figurar en la nómina de 1976 por haber formado parte del staff de alguna de esas escuelas.


La nueva hipótesis iba a sumar más datos. Un tiempo después, en el número viejo de una revista de la USAL encontré una reconstrucción histórica de la Facultad de Psicopedagogía. En un párrafo suelto se decía lo siguiente:

 

En 1964, autoridades del Colegio Militar de la Nación llaman al entonces Vicedirector y Prefecto de Estudios del Instituto, Dr. Antonio Luciano Muñoz, y organizan el primer examen psicopedagógico de ingreso a esa Institución formando un equipo de trabajo con las Profesoras Emma Fernández Blanco y Nélida Martínez; prácticamente, a partir de ese momento, quedó constituido el gabinete psicopedagógico del Colegio Militar. A éste sigue el de la Escuela “Sargento Cabral”, la Escuela “General Lemos” y la “Escuela de Infantería”. Poco tardaron en incorporar la tarea psicopedagógica la Policía Federal, la Gendarmería y la Fuerza Aérea.[36]

 

La colega que había contactado a través de la Facultad tenía razón. Y que la tuviera era otra evidencia a favor de la hipótesis psicopedagógica. Ella había trabajado con Muñoz en la UBA –en la cátedra de Anatomía, en la de Odontología Social, en el curso de Admisión–. Pero también –y sobre todo– había trabajado con Muñoz en Facultad de Psicopedagogía de la USAL. No podía ser coincidencia que quienes más (y mejor) recordaban esa vinculación con el Ejército provinieran de ese específico ámbito académico. Y ahora que lo pensaba: aquel que recordaba la vinculación militar de Muñoz desde una revista de Odontología (ya graduado, se incorpora como profesional al Ejército Argentino), ¿a la graduación de qué carrera se estaría refiriendo?


Sé que es imposible llegar a ningún lado sin los tanteos, sin las derivas, sin los extravíos. No seguir un rumbo fijo es parte de la exploración.[37] Había ido tras las huellas de Muñoz equivocándome. Así y todo (o a causa de eso), había logrado saber quién había sido. Había empezado con la cáscara de un nombre; terminaba con fragmentos de una vida. En el camino había recogido información, había sopesado hipótesis. Algunas habían resultado más firmes, pero ninguna había logrado decantar por peso propio. Faltaban más datos, faltaban más respuestas.


¿Cómo el psicopedagogo que arma un gabinete en el Colegio Militar –o el odontólogo que recién graduado entra a trabajar en el Hospital del Ejército– termina siendo director de un Museo de la Subversión? ¿Cuál de sus dos profesiones, en todo caso, lo había ido arrimando hasta allí? Aunque, bien pensado, ¿eran, estos caminos profesionales, dos líneas paralelas que jamás se habían cruzado en Campo de Mayo? ¿O eran más bien, como toda la vida de Muñoz, líneas rectas todo el tiempo intersectadas (la psicopedagogía y la odontología retroalimentándose todo el tiempo)? ¿Qué pieza, si es que alguna, faltaba en todo esto?


Había comenzado a tirar del hilo siguiendo el rastro de un psicopedagogo. Ya lo dije: era lo más probable disciplinarmente. Pero hubo algo que no dije: que no solo era probable sino factible, porque ese psicopedagogo era de la USAL. Porque en la USAL estaba Jorge Enrique Garrido. Porque con él, en muchos sitios (en la USAL pero también en otros), estaba Julio César Gancedo. Y con ellos estaba Adolfo Enrique Rodríguez. Porque los cuatro, junto con Bussi, estaban en la Fundación del Círculo Militar. De atrás para adelante: un militar, un policía federal, un historiador, un escribano, un psicopedagogo que también era odontólogo. Todos, finalmente, museólogos. Porque la vida no la hace uno solo, y todo está más junto y más mezclado de lo que se ve a simple vista. Porque esta historia tiene otro comienzo; porque también empieza en otro lado.

 

Inicio dos. Los museólogos y la Fundación del Círculo Militar

 

Todo había empezado con un correo electrónico, un año y medio atrás. Una colega historiadora, María Élida Blasco, me había contactado después de haber leído algo que yo había publicado sobre el (falso) Museo de la Subversión de la policía tucumana:

 

Tengo documentos que podrían ayudar a entender el nacimiento de ese museo y de otras cosas, de la revista del Círculo Militar que revisé hace unos días. Me gustaría ponerte en contexto de esta trama que nace en el ‘74 en la Fundación del Círculo Militar. Nuestros protagonistas se cruzan, porque estoy siguiendo a los museólogos: Jorge Garrido, Gancedo, el comisario Enrique Rodríguez del Museo de la Policía Federal…

 

Al comisario Rodríguez lo conocía; era una figura imposible de esquivar en el mundo policial. Me había topado con su nombre muchas veces a lo largo de mis investigaciones. De Garrido y Gancedo, en cambio, nunca había escuchado hablar. Tampoco de la Fundación del Círculo Militar. Menos todavía de “los museólogos”.

Nos juntamos, con Élida. Tuvo conmigo una generosidad enorme: me pasó sus documentos, me sintetizó su investigación, me señaló los puntos en que sus museólogos tocaban mi campo de investigación. Me tuvo también enorme paciencia: era fácil perderse en esa sucesión de nombres, cargos, fechas, repeticiones, vueltas para atrás y nuevos giros hacia adelante. Porque lo que Élida me contaba no era una trama: era una maraña de ramificaciones, intrincada y espesa, que no hacía más que retorcerse, una y otra vez, sobre sí misma.


Si esa maraña tenía un punto central de apoyo, ese punto era Garrido. Abogado recibido en la UBA era, desde 1940, el Escribano General de Gobierno de la Nación (lo sería hasta 1975) y dirigía el Archivo de Títulos de Propiedades del Estado. Había heredado el cargo de su padre, Enrique, que lo había desempeñado a su vez durante similar cantidad de décadas. Desde esa posición, Garrido (hijo) había visto pasar más de quince presidentes. Eso quería decir una cosa: que no había nadie que conociera como él los entretelones de la política, o los tejes y manejes de los despachos, o los patrimonios del Estado, o los bienes personales de los funcionarios (Blasco, 2022). La fama de su poderío rebalsaba el ámbito de su función. Muchos años antes de que llegara a tener su propia figura en el Museo Histórico de Cera, María Elena Walsh había ironizado ese poderío en una canción: “El señor Jorge Garrido, / escribano de gobierno, / bajo el busto de la Patria / vio pasar más de un invierno. / Vio mandar más de uno al cuerno [...] / Al señor Jorge Garrido / no lo asustan los cañones. / Él anota, firma y tacha / pero nadie lo depone. /Nuestras felicitaciones”.[38]


Garrido estaba en todos lados. Está en el Círculo Militar de Fraga.[39] Y en la UBA de Ottalagano. Y en la PFA de Villar.[40] Su cargo atraviesa décadas: está después de esos hombres, pero también está antes. En 1963 está labrando el acta por las Bodas de Plata del Museo de Armas de la Nación (albergado por el Círculo Militar). En 1964 está recibiendo el agradecimiento del presidente de dicho Círculo por su asistencia a una reunión de camaradería y por “su constante colaboración con la casa, su talento, generosidad y señorío”.[41] En 1965 está certificando la donación que hace el general de división Adolfo Arana al Museo de Armas. En 1972, registrando el acto de asunción de las nuevas autoridades de la Comisión Directiva del Círculo Militar (Fraga quedaría como presidente, Bussi quedaría como vocal). En 1973 está legalizando un convenio de reciprocidad –en lo social, cultural y deportivo– entre el Círculo Militar y el Club Militar Peruano. En 1974 está avalando una designación en la UBA y registrando el 75º aniversario del Museo de la Policía Federal Argentina que dirigía Rodríguez (ante la atenta presencia del subjefe Villar). Que Garrido esté en todos esos lados –los ejemplos son solo algunos– es entendible: no exceden la regularidad de lo que dicta el cargo. Pero adelantan sin embargo un perfil omnipresente –y un cruce copioso de caminos–.


Adelantan una omnipresencia pero también una inclinación. Hablo, por supuesto, del Círculo Militar, con el que Garrido tenía lazos que se apoyaban, en principio, en la función gubernamental. Lazos que el propio Garrido se ocupaba de celebrar:

 

Hoy y en homenaje a los noventa años del Círculo Militar, institución también tan querida y con la que me siento tan íntimamente consubstanciado, vuelvo sobre el tema a través de esta colaboración, para iluminar sencillamente ese panorama de tan honda y patriótica raigambre como lo es la unidad y el vínculo entre la Escribanía y las Fuerzas Armadas [...]
Como constructores de la nacionalidad, como bravos guerreros en el campo de combate y como notables estadistas en las más altas magistraturas, hombres que vistieron el uniforme de la Patria dejaron, en los folios siempre vigentes de esta prolija recopilación de los fastos nacionales, la impresión de la más feliz y propicia comunión del alma con la bravura de la espada [...]
Esa actitud militar, al intervenir directamente en la gran problemática argentina, es la que ha determinado aquella hermandad de la que hablaba, con quienes desempeñaban funciones en la Escribanía del Gobierno.
Estoy persuadido de que, de no haber sido así, no habría memoria de hechos y nombres en los lugares más diversos de nuestro archivo.
Sin embargo están en él, y lo están, antes que como militares, como argentinos, insuflados del espíritu sanmartiniano, que supo hacer prevalecer su influencia de prócer a las generaciones civiles y de armas, las cuales, sin distinción, lo han erigido en paradigma de la estirpe nacional [...]
No deseo terminar esta evocación histórica sin rendir mi tributo de admiración, hacia todos los patriotas que rubricaron con su esfuerzo y con su vida, la formación del ser moral de los argentinos.[42]

 

Pero la exaltación del vínculo entre Gobierno y Fuerzas Armadas no parecía ser tan solo una fórmula de cortesía. Garrido proseguía:

 

Estos últimos [los tratados militares] así como otras actas pertenecientes a la esfera de las Fuerzas Armadas, entran en los protocolos del que fuera denominado Registro Secreto de Guerra y Marina, creado para ese fin, a solicitud del autor de estas líneas, a comienzo del año 1945, hoy llamado Registro Secreto de la Defensa Nacional.
Con respecto a este organismo debo señalar, para mejor ilustración, que tiene por finalidad reunir en sus protocolos todas las escrituras y contratos que se originan en los ministerios militares, y que por su naturaleza deben estar sujetos a normas de estricta reserva y especial seguridad. Es interesante destacar que con motivo de la celebración del centenario de la Escribanía, en 1963, fue inaugurado un tesoro blindado subterráneo, destinado a la custodia de este importante archivo del Registro Secreto.[43]

 

A solicitud del autor de estas líneas. Porque esos lazos en que Garrido se ufanaba se apoyaban en la función gubernamental, pero la trascendían: la vinculación entre la Escribanía de Gobierno y las Fuerzas Armadas solo había sido el punto de apoyo –pareciera– para la vinculación entre el Ejército y el propio Garrido. Porque a partir de 1972 –y hasta su renuncia poco antes de su muerte, en 1985–, lo encontramos como director del Museo de Armas.[44] Y antes de esa fecha, y por largos años, lo encontramos como su subdirector honorario (acompañando la dirección longeva –más de treinta años– de Fernando Jáuregui, un subteniente de reserva y escritor que también había ejercido, durante varios periodos, la dirección de la Biblioteca Nacional Militar).


Garrido había sido entonces director del Museo de Armas. Pero había sido también, en 1971, miembro de la Comisión del por entonces creado Centro de Estudios del Círculo Militar, un organismo ideado para la actualización de conocimientos que, dos años después, se transformaría en la Fundación Cultural.[45] Y había sido entonces, en la nueva Fundación, el vicepresidente del Consejo de Administración. Y a partir de 1977, había sido su presidente.

Es decir: Garrido había sido parte central del Círculo Militar y de sus gestas culturales. Había encarnado eso que perseguía el espíritu del Círculo desde el momento mismo de su creación, en 1881, bajo el nombre inicial de Club Militar. Por un lado, contribuir a la formación profesional de las sucesivas camadas de oficiales. Por otro, estrechar los lazos de camaradería entre ellos y –aún más– entre estos oficiales y distinguidas personalidades de la sociedad civil. Pretendía el primigenio Club Militar convertirse en un faro cultural e intelectual para el conjunto de las Fuerzas Armadas; en una institución de carácter social y cultural donde la actividad política no tuviera lugar. Amén de eso, rápidamente se había transformado en otra cosa: en un auténtico foro político e ideológico del Ejército (Scenna, 1980; Rouquié, 1981; Shinzato, 2019). 


Garrido era, entonces, un engranaje importante del Círculo Militar.[46] Pero no solamente. Su circulación por ese espacio está atada a su circulación por otro(s). Porque para 1957 Garrido y Jáuregui también estaban en la Asociación Amigos del Museo, del recientemente creado Museo de la Casa de Gobierno –Jáuregui como secretario, Garrido como socio– (Blasco, 2022). Y es allí donde “los museólogos” comienzan a tomar forma, cuando algunos de los que patrocinaban el Museo de la Casa de Gobierno se presentan en sociedad como miembros del Instituto Argentino de Museólogos (IAM):

 

… en 1957, se formaliza la organización del Instituto Argentino de Museología, bajo la presidencia del escribano Jorge E. Garrido (a quien se recuerda además porque al ser el Escribano Mayor de Gobierno tenía una colección de lapiceras que pertenecieron a presidentes) con la presidencia honoraria de Antonio Santamarina (miembro de una familia de coleccionistas) y una comisión directiva con personalidades de primer nivel […]


Mientras duró su accionar el instituto superior formó a muchos profesionales de la Disciplina destacados, aunque también siempre será recordada la institución por la actividad de la Lic. Mónica Garrido de Cilley[47] tanto por su labor docente como por haber sido la primera Directora Nacional de Museos del país, quien impulsara los primeros Encuentros Nacionales de Museos y el primer concurso nacional de directores de museos.[48]

 

La creación del IAM había sido iniciativa de Garrido –la institución tenía por sede su casa–, con la intención, por él mismo proclamada, de “encauzar los estudios relacionados con la museología y respaldar a los coleccionistas con un fichero clasificativo e intercomunicante entre ellos”.[49] Contaba entre sus miembros con algunos nombres conocidos, entre colaboradores del Museo de la Casa de Gobierno y otros funcionarios de museos estatales. Jáuregui era secretario, por ejemplo. El comisario Rodríguez era vocal. La hija del propio Garrido era secretaria de actas y prensa (Blasco, 2022).

Pero el IAM fue solo el puntapié inicial dentro de ese campo de la museología nacional que estaba naciendo. A este hito le siguieron otros. En 1958, el Comité Argentino del Consejo Internacional de Museos (ICOM) dependiente de la UNESCO. En 1959, la carrera de Museología en la Universidad del Museo Social Argentino (UMSA). En 1960, la Primera Reunión Nacional de Museología. En 1963, la segunda Reunión. En 1967, la Junta de Directores de Museos. En 1968, la Tercera Reunión Nacional de Museología. Pero dos años antes de esto, en 1966, la creación del Colegio de Museólogos de la República Argentina (CMRA):

 

Fue fundado el 28 de diciembre de 1966, por el Consejo Directivo del Instituto Argentino de Museólogos, y se constituyó previa organización, en Asamblea realizada el 29 de julio de 1967.
La razón de su creación obedeció al deseo de agrupar en un organismo profesional a los graduados de la especialidad y al personal directivo y técnico de los museos nacionales, provinciales, municipales y privados del país […]
Ejerce la presidencia del Colegio, desde la fundación, el licenciado Adolfo Enrique Rodríguez, e integran el Consejo Directivo los siguientes museólogos: […] prototesorera, licenciada Mónica E. Garrido de Cilley; […] consejeros titulares: doctor Fernando Jáuregui; […] doctor Julio César Gancedo […] Ha sido designado presidente honorario el doctor Jorge E. Garrido.[50]

 

Rodríguez, Jáuregui, Gancedo, Garrido, la hija de Garrido. Los espacios se multiplican; los nombres son siempre los mismos. Instituto Argentino de Museología, Universidad del Museo Social, Consejo Internacional de Museos, Colegio de Museólogos, reuniones, seminarios, museos. Allí donde está uno siempre podemos esperar encontrar a otro. La circulación se acelera; el campo de la museología nacional fructifica. Para comienzos de los setenta, ese campo está en plena efervescencia. Ya en 1971 el comisario Rodríguez le saca provecho publicando su Museología argentina. Guía de instituciones y museos –la primera guía de estos espacios en Argentina–, mientras está al frente del Museo Policial de la PFA. Garrido ya está el frente del Museo Notarial Argentino. Gancedo, del Museo Histórico Nacional.


Unos pocos años después, esa trama cerrada ya es una maraña. El año 1972 encuentra a Gancedo institucionalizando su proyecto de organizar el Complejo Museológico, para integrar así, bajo su dirección, el Museo Histórico Nacional, el Museo Histórico Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo, y el flamante Museo Nacional de la Historia del Traje (Blasco, 2022). El año 1974 lo encuentra ya como director de ese complejo –Complejo Museo Histórico Nacional– y, como tal, brindando las palabras de bienvenida al Seminario de Museología,[51] presidido por Rodríguez e inaugurado por Garrido en su rol de Escribano Mayor de Gobierno (Rodríguez, Gancedo y la hija de Garrido coordinan además una mesa de ese Seminario).


Garrido, Rodríguez, Gancedo. Todo confluye; todo se entremezcla. Los museólogos[52] con la Universidad del Salvador. Los museólogos con la Policía Federal Argentina. Los museólogos con la Universidad del Museo Social. Porque cuando Muñoz es vicedirector del Instituto de Psicopedagogía de la USAL, en 1964, allí también está Gancedo –por entonces a cargo de la Dirección de Enseñanza Superior–, asistiendo a la Reunión de Rectores de Universidades Privadas Argentinas que se desarrolla en esa universidad.[53] Y Gancedo está también allí, en la USAL, el año anterior, conformado la mesa examinadora de Abogacía para la habilitación de títulos. Mientras Garrido está a pasos nomás, en la mesa examinadora de Notariado. [54]


Y también está Garrido en 1974 en el Museo de la PFA, donando “en representación de los descendientes del ex presidente de la Nación, doctor VICTORINO DE LA PLAZA … dos álbumes de los años 1913 y 1914 que la Policía de la Capital dedicara al aludido magistrado en aquellos años”, y recibiendo en contrapartida, por parte del Museo, “un casco de coracero del uniforme de gran gala de la Guardia de Seguridad de Caballería … con destino al MUSEO NOTARIAL ARGENTINO, dependiente de la Escribanía General de Gobierno, que en breve ha de ser inaugurado”.[55] Todo esto en el Museo de Rodríguez, que está ahí pero a su vez está en la UMSA, como docente de la carrera de Museología, mientras publica profusamente en la revista de la Universidad –el Boletín del Museo Social Argentino– artículos sobre la sigilografía, la diplomática o la evasión y protección del patrimonio cultural.


Rodríguez, que dirige el Museo de la PFA donde a su vez trabaja de restaurador Domingo Isaac Tellechea, un taxidermista y escultor que –se me permita el presente continuo y desordenado– es miembro del Instituto Argentino de Museología y del Colegio de Museólogos, y trabaja en el Museo Forense, y es director del Museo de la Casa de Gobierno, y funda el Museo Histórico de Cera donde Garrido tendrá su estatua, y es llamado por este y por el entonces ministro de Cultura y Educación, Oscar Ivanissevich,[56] para restaurar el cadáver de Evita, y participa finalmente de la Comida Anual de los Museólogos que se celebra el 10 de diciembre de 1974, apenas unos días después de haberse terminado la restauración de ese cadáver, y escucha entonces al propio Ivanissevich decir, con palabras tal vez cargadas de sentido, que los museólogos “ponen amor triunfal en los Museos dándole vida a lo que ya murió”,[57] lo escucha a Ivanissevich alabarlo(s) por “darle a la muerte nueva vida”[58] (Blasco, 2021), en esa Comida Anual que se celebra, como todos los años, en ese nuevo pero antiguo espacio que viene así a sumarse a la trama: el Círculo Militar.


O más bien a resurgir en ella. Porque apenas el año anterior, en 1973, se había creado la Fundación Cultural, gestada mientras Fraga presidía la Comisión Directiva del Círculo –mayormente integrada por militares antiperonistas y agentes de inteligencia entrenados en la lucha contra “la subversión”– (Blasco, 2022). El primer Consejo de Administración de la Fundación había estado presidido por el propio Fraga. Lo había secundado –quién más– Garrido:

 

El Círculo Militar realiza hoy una ceremonia trascendente en su vida cultural, sin duda la más importante de los últimos años, pues inauguramos oficialmente la “Fundación Cultural Círculo Militar” e iniciamos las actividades del “Centro de Estudios” que de ella depende.
La resolución de la Comisión Directiva que dispuso su creación … satisface un anhelo de los asociados, responde a numerosas sugerencias recibidas y contempla la experiencia recogida en años anteriores. Pero al mismo tiempo ha de constituir un vínculo permanente entre nuestra entidad, que congrega hombres de las Fuerzas Armadas de distintas edades, con los más diversos centros culturales nacionales y extranjeros, vínculo éste que contribuirá a un mayor y mejor conocimiento entre civiles y militares, lo cual cada vez es más necesario.
Todas estas razones nos reafirmaron en la convicción de que era necesario y urgente incrementar, en forma amplia y organizada, un programa acorde con las expectativas surgidas en las distintas áreas del conocimiento, con el objeto de “promover y coadyuvar todas las actividades culturales, educativas y científicas que contribuyan al desarrollo de una auténtica cultura nacional”.
Los primeros pasos en tal sentido fueron dados en 1971 con la puesta en marcha del “Centro de Estudios”, que realizó, en el año siguiente, tres cursillos con carácter experimental. El éxito obtenido nos impulsó para seguir adelante con nuestro propósito de dar forma definitiva y estable a la idea inicial y, en consecuencia, se prosiguieron los estudios, llegándose finalmente a la conclusión de que para poder realizar en forma continuada y con la debida amplitud esta tarea, resultaba indispensable contar con un ente que tuviera la necesaria autonomía y estabilidad, a fin de poder cumplir planes con carácter permanente y orgánico. Y para ello, una Fundación, por sus características y posibilidades, resultaba el medio más idóneo.
Creada la “Fundación Cultural Círculo Militar” y aprobados sus estatutos, pueden sintetizarse así los fines perseguidos:
-Crear, dirigir y administrar institutos de enseñanza superior.
-Crear, dirigir, administrar y patrocinar institutos, laboratorios, etc.
-Acordar becas, préstamos de honor, subsidios y contribuciones.
-Celebrar convenios con instituciones y/o reparticiones oficiales y/o privadas de la República Argentina, del extranjero o nacionales.

Para cumplir estas tareas se ha previsto un esquema orgánico inicial que posibilite su completamiento gradual a medida que las actividades de la Fundación lo requieran.
Inicialmente dispondremos de:

-El centro de Estudios: destinado a cumplir un vasto y calificado programa de acción cultural y educativa para los socios del Círculo Militar, sus familias e invitados especiales, contando con un área “Cursos” que incluye los programas a desarrollar el año vigente y un área “Académica” que proyecta las actividades en el mediano plazo a través de un plan trienal.

-El Centro de Investigación: para realizar investigaciones académicas con carácter prospectivo en el largo plazo.

-El Centro de becas e información: que prevé y propone la asignación de becas relacionadas con el área militar y genera la información necesaria para las otras áreas y de conjunto, para el mejor desenvolvimiento de la “Fundación” [...]

Como se podrá apreciar, la Fundación, por su cometido y la proyección de sus actos, tendrá una gran repercusión, no sólo en el ámbito militar, sino en el cultural del país, con perspectivas a corto plazo de extenderse en el plano internacional.[59]

 

La Fundación Cultural del Círculo Militar se crea en 1973.[60] Al año siguiente su Centro de Estudios ya está dictando cursillos específicos de la labor: Servicio de Estado Mayor, Didáctica Militar, Estrategia Operacional, Planeamiento, Historia Militar, entre otros. Pero también cursillos de temática más amplia: Economía, Relaciones Internacionales, Transportes, Sociología. Y otros dos que son fruto de otras redes, de otros circuitos: Museología; Orientación Vocacional.


Y con ellos, la trama –compacta, cerrada, reiterativa– vuelve a espesarse. Porque en 1977, bajo la vicepresidencia de Garrido, la Fundación Cultural saca de viaje sus cursos por el interior del país:

 

Mediante una expresa Resolución, el Consejo de Administración aprobó la programación y realización de Cursos en el interior del país, con el objeto de extender el desarrollo de sus actividades específicas y que ellos fuesen a las distintas provincias de la República, con los cual los objetivos de esta Fundación se cumplen, llegando a la mayor cantidad posible de los socios del Círculo Militar y sus familiares.

En virtud de esta medida se realizó un Curso de “LA HISTORIA DEL MUEBLE” y de “MUSEOLOGÍA”, en la Ciudad de San Miguel de Tucumán.

Este tuvo carácter de intensivo y se desarrolló durante los días 28, 29 y 30 de septiembre … en el Museo Histórico de la Provincia de Tucumán.

El Curso, llevado a cabo con señalado éxito, comprendió el siguiente programa:

-Acto de apertura … con palabras a cargo del señor Vicepresidente de la Fundación Cultural del Círculo Militar, Doctor D. JORGE ERNESTO GARRIDO.
Temas sobre “LA HISTORIA DEL MUEBLE” …
A cargo del Profesor D. Héctor H. SCHENONE [...]
Temas sobre “MUSEOLOGÍA”
1era Parte: “Historia de las Colecciones y de los museos. Patrimonio Cultural”.
2da Parte: “Museos: legislación Argentina”.
3era Parte: “Organización, funcionamiento y administración de Museos”.

A cargo de la Licenciada Da MONICA GARRIDO de CILLEY.

A cargo del Licenciado ADOLFO E. RODRÍGUEZ [...]
Cabe dejar especial constancia del agradecimiento de la Fundación Cultural Círculo Militar, a las más altas autoridades de la Provincia de Tucumán y muy en particular a S. E. el señor Gobernador y Comandante de la Vta. Brigada de Infantería, General de Brigada D. ANTONIO DOMINGO BUSSI y S. E. el señor Ministro de Asuntos Sociales, Coronel D. JULIO CESAR VIOLA, por la importante colaboración prestada en todo sentido, lo que facilitó que la Resolución del Consejo de Administración a la que se hace referencia precedentemente, alcanzara plenamente su objetivo.

Asimismo, los señores miembros del Consejo de Administración que, encabezados por el señor Presidente General FRAGA, concurrieron a la Provincia de Tucumán, han desarrollado diversas actividades, entre las que se encuentra el apadrinamiento de la Escuela “DOMINGO F. SARMIENTO”, del Pueblo “Teniente BERDINA”, a la que le fue donada una bandera de ceremonia.[61]

 

Y ahí están otra vez: Garrido, Rodríguez, la hija de Rodríguez. Y Bussi, que estaba gobernando la provincia de Tucumán durante el primer año de la dictadura y recibe a los docentes de la Fundación y a sus autoridades. Bussi, que justo cuatro días antes de iniciado el curso inaugura el Museo del Ejército y de la Independencia Nacional en la capital tucumana.[62] Y que un año después, ya trasladado a Campo de Mayo, inaugura el Museo Histórico “Mayor don Juan Carlos Leonetti”. Y que luego –y hasta el final de su carrera– inaugura todos los que siguen.


Y la trama se espesa una vez más. Porque ese mismo 1977, bajo la misma vicepresidencia de Garrido, la Fundación Cultural ofrece el curso de Orientación Vocacional, dictado en la sede central del Círculo Militar por varios docentes. Entre ellos, el Profesor Antonio Luciano Muñoz (junto a Emma Fernández Blanco, la de la USAL y los gabinetes psicopedagógicos de las escuelas militares).[63]


Y con eso las hebras se desmadran –bastas, confundidas, de grueso desigual– y en ese enredo de líneas que se anudan ya me es imposible discernir el punto único que las puso en movimiento. Todo se yuxtapone; todo se vuelve simultáneo. Los espacios y las personas: Garrido, que está con Rodríguez, que está con Gancedo, que a su vez está con Bussi, y ahora también está con Muñoz, mientras todos, de un modo más o menos directo, más o menos continuado, están en el Círculo Militar. Y entonces el juego de la investigadora-detective deja lugar a uno menos complaciente: el de la investigadora abrumada por la documentación (Caimari, 2017).

Nuestros protagonistas se cruzan, me había dicho Élida al contactarme. Ella se refería específicamente a Bussi y al museo tucumano, y me había dado, al vernos, una lista nutrida de nombres y fechas que se iban trenzando hasta desembocar en la Fundación Cultural. Y al final de esa lista decía: “Antonio Luciano Muñoz. Univ. del Salvador. Cursos de Orientación vocacional”. No puedo decir que entonces reconociera el apellido, común y todo como era. Pero sí puedo decir que, al verlo, un chispazo muy tenue, muy débil, iluminó durante un segundo alguna clase de memoria.


La rastreé. El nombre aparecía en los recuerdos de un grupo de estudiantes del CNBA, que habían visitado el Museo de la Subversión en 1980. Al terminar la visita había ido a saludarlos el director del Museo: “un señor de apellido Muñoz, que había sido rector del CNBA se acercó a nosotros, se presentó como exrector del Colegio y actual director del Museo y nos dijo: ‘¿Vieron? Esto era de lo que yo los quería cuidar’”.


Me decidí a tirar de la punta del ovillo.

 

Líneas de llegada

 

La historia de alguien es siempre la historia de algo mucho más brumoso, mucho más grande que la historia de uno solo.[64] Este texto no es la historia de Muñoz, ni de los museólogos, ni de la Fundación Cultural. Ni siquiera es la historia de Bussi. En todo caso, es la historia de todos ellos, cada historia encastrando dentro de la otra, cada una signada por lo individual pero también, bien mirada, regida por lo colectivo. Este texto es, en definitiva, la historia –posible– de una idea. La de los Museos de la Subversión. Una idea que bien pudo ejecutar un solo hombre –que llegó, pidió y armó–, pero que aun así pudo haber sido pensada por varios. Esta es, en definitiva, la conjetura que explora este texto: la posibilidad de repensar esos museos a la luz de circulaciones e itinerarios.


Iluminar los recorridos de aquellos hombres sirvió justamente para eso: para localizar tránsitos simultáneos. Para identificar mallas de interdependencia y espacios que se intersectan, y entender así cómo instituciones e individuos se mueven, se acercan y se alimentan mutuamente, conformando, en ese doble movimiento –de los sujetos en grupos, de los grupos en redes– gestos políticos unificados (Sarrabayrouse Oliveira y Villalta, 2004; Greco, 2022). Pero sobre todo sirvió esa iluminación para algo más: para entender cómo circulan (permeándose, replicándose, volviéndose más amplias), a través de estos sujetos y estos grupos, los proyectos y las ideas.


No se trata –como vimos– de una circulación equilibrada. Porque esos espacios interconectados no conforman redes que se organizan a través de enlaces exhaustivos y de conexiones simétricas. Conforman otra cosa. Algo más cercano a un tejido de experiencias, recorridos y cruces contingentes: un atado de caminos entrelazados de manera compleja, que habilita unos trayectos y no otros, que forma tramas específicas con cruces imprevisibles. Un enmarañado de trazos, cuerdas y nudos, que conectan algo con algo, más que todo con todo. Lo vimos funcionando en las páginas precedentes: zonas saturadas de conexiones, puntos siempre transitados, nombres omnipresentes, líneas con vínculos más impares. En definitiva, un enredo. O sea, una maraña (Ingold, 2012; Fagioli, 2022).


Una maraña donde circulaban, entre otras cosas, ideas y reflexiones sobre museos y sus ciencias. Pero circulación no es lo mismo que origen –al menos en el caso que toca este texto–. “Los museólogos” no habían inventado nada. Las fuerzas armadas y los museos tienen, de hecho, una larga historia juntos, en mucho previa a esos hombres. El Museo Naval de la Nación es creado, por ejemplo, en 1892. El Museo de Armas al que tanto refiere este texto se crea por decreto en 1904 (aunque alcanza su emplazamiento definitivo 

en 1938 y se inaugura en 1940). El Museo de la PFA, también nombrado, se crea aun un poco antes, en 1899.


Pero basta volver a mirar este campo en las décadas de nacimiento y consolidación de la museología argentina para descubrir en él, muy coincidentemente, una revitalización y una nueva oleada creadora. Hacía poco que existía el IAM, y el Comité Argentino del ICOM, y la carrera de Museología de la UMSA, cuando –en 1960– se crea el Museo Nacional de Aeronáutica (que se inaugura en 1962). Y se celebran –en 1963– las bodas de plata del Museo de Armas. Y se institucionalizan –también ese año– las Salas Históricas de las Unidades del Ejército, a fin de “mantener y acrecentar, orgánica y técnicamente, los elementos históricos dispersos de las mismas en un lugar apropiado y conforme a técnicas modernas”.[65]


Lo que vemos, con todo esto, no es solo un campo que comienza a expandirse, sino algo mucho más relevante: un campo que empieza a consolidarse como de interés institucional. Un campo que no solo piensa en museos (y se preocupa por ellos), sino que empieza a pensar en términos de museología. Porque un Museo de Armas, reflexiona el entonces presidente de la Comisión de Cultura del Círculo Militar en el festejo por sus bodas de plata, no puede ser tan solo un lugar que acumule elementos, por muy anticuados que estos sean:

 

Nosotros aspiramos a que el régimen de este museo de armas sea de indiscutible importancia en todos los aspectos que en él se puedan exhibir.
Deseamos que, además de mostrar las armas utilizadas en la historia heroica de la nación, resulte un gabinete de enseñanzas para el futuro feliz que esperamos para nuestra patria [...]
No deseamos que el museo sea un concepto abstracto y de observación. Eso sería estéril y absurdo. Buscamos poseer un lugar activo y con vida propia.[66]

 

Y mientras el campo museológico y militar se expande, llegan las Reuniones Nacionales de Museología. Y después, el Colegio de Museólogos. Y luego, la apertura por primera vez al público (en 1967) del Museo de la PFA, que hasta entonces era visitado solo por los propios. Y finalmente, una resolución del Comandante en Jefe del Ejército viene, en 1969, a completar la disposición de 1963, ordenando

 

a las Unidades, Institutos y Organismos, la elevación de los inventarios correspondientes a sus respectivas salas, a fin de disponer de un cuadro completo del patrimonio histórico de las Fuerzas Armadas.
Ambas medidas constituyen las bases formales del desarrollo de una política histórica tendiente a encauzar una materia de significativa trascendencia en el orden interno y externo de la Institución.
En las consideraciones de las respectivas resoluciones, anteriormente mencionadas, se destaca la importancia que la superioridad militar asignó a la creación o formalización de las Salas Históricas que, en algunas circunstancias, por el valor de los elementos históricos expuestos, pueden ser considerados, sin ninguna exageración, como Museos Históricos […]
La institucionalización de las Salas y Museos Históricos de los Institutos, Organismos y Unidades del Ejército constituye el reconocimiento efectivo del sentido heroico que animó a los soldados argentinos en todas las épocas en la afirmación de la Argentinidad, sirviendo de valioso ejemplo para los hombres del presente y de exaltación del espíritu de Cuerpo que debe animar, en todo momento, a los componentes de la Institución […]
La vivencia de una Sala Histórica depende del entusiasmo de los integrantes del cuerpo en honrar la memoria de sus antecesores cumpliendo, no sólo una obligación de honor, sino también enseñando a los niños, jóvenes conscriptos y visitantes que una Nación es el resultado del esfuerzo personal y conjunto de los habitantes, en la paz y en la guerra, cumplido a diario con un sentido de sacrificio en el presente y un espíritu de grandeza para el porvenir.[67]

 

Y entonces una política museológica parece ponerse en marcha en el ámbito del Ejército. Y aparecen textos, como el recién citado, que acercan “principios generales básicos” para guardar y catalogar el material en las Salas y Museos Históricos de las unidades. Textos que intentan transmitir –y unificar– criterios para la clasificación de estos elementos museológicos. Criterios para ordenar objetos, pero también para ordenar museos: para cargarse de contenidos específicos en cada espacio, para cargar cada espacio con la marca distintiva de lo militar. Por orden alfabético: Armas, Banderas, Bibliografía, Cartografía, Documentación, Equipo Militar, Esculturas, Emblemística, Filatelia, Iconografía, Maquetas, Medallística, Mobelaje Histórico, Uniformes Históricos, Varios.[68]

Y el cruce entre la museología y lo militar sigue afianzándose, y los museos de las fuerzas armadas empiezan a girar al compás de la museológica del momento –de su necesidad y de su provecho–. Y entonces llega el Centro de Estudios del Círculo Militar, y luego la Fundación Cultural, y más delante el curso de Museología en la Tucumán de Bussi. Y al unísono aparecen el Museo del Ejército y de la Independencia Nacional (24 de septiembre de 1977) y el Museo Histórico del Regimiento Infantería 1 “Patricios” (15 de septiembre de 1977). Y solo un año después reabre el Museo de Armas, que estaba cerrado por actualización y remodelaciones luego de la muerte de Jáuregui en 1972. Y también en 1978 –para seguir ahora sí la deriva a la que invita el nombre de Bussi– se inaugura el Museo de la Subversión de Campo de Mayo y, solo un año después, en 1979, se crea el Museo de Gendarmería –coincidiendo con el año en que Bussi la dirige–.


A partir de aquí, la historia seguiría –con torsiones, con continuidades, con actualizaciones–. Vendrían más museos, que exaltarían lo que se exaltaba desde siempre. Museos para que “aquí aprendan a querer y apreciar a los varones que dieron poder a la humanidad, a los que dieron vida y gloria a la patria”,[69] como había dicho el presidente de la Comisión de Cultura en las bodas de plata del Museo de Armas. “Para aprender a comprender cómo lucharon los que pasaron, los que nos precedieron”,[70] como había añadido Jáuregui en la misma ceremonia.


El anhelo era el de siempre. Ya lo había explicitado la resolución de 1969: el de

 

recordar y enseñar a las nuevas generaciones [a través de los museos] todo el esfuerzo y el sacrificio realizado por las anteriores en el logro y consolidación de la independencia, en la organización y en el desarrollo, en libertad y dignidad, del Estado Moderno.[71]

 

Los museos de las fuerzas para la difusión del coraje, del sacrificio, de la salvaguarda de la patria. También lo había proclamado la Subcomisión de Cultura del Círculo Militar allá por 1975: la necesidad de valerse de las “expresiones culturales, artísticas y del pensamiento”, para incentivar “la proyección y la imagen del Círculo Militar hacia públicos externos”.[72]


Ni más ni menos que lo que Bussi había hecho con sus museos. Lo que pretendía hacer con ellos. Esto es, volverlos un “claro testimonio del valor que la fuerza asigna a la guerra librada y del juramento que compromete a todos sus miembros”, para que “nuestros conciudadanos asuman plena conciencia del tremendo daño que la subversión marxista internacional ocasionó al patrimonio espiritual y material de la República”.[73] La historia de estos museos había comenzado en Campo de Mayo, pero conocería, ya sabemos, otros destinos –también sabemos: todos ligados, a Bussi–.

¿Cuánto de los Museos de la Subversión responde a su temperamento y a su inventiva? ¿Cuánto a la tradición militar de museos y salas históricas? ¿Cuánto al clima de época que los museólogos propiciaron? Estas preguntas no tienen mucho sentido; la vida (la dictadura) no discurre por compartimentos estancos –civiles, militares, universidades, Círculo Militar–. Este texto no las plantea; tampoco les busca respuesta. Mucho menos busca exotizar esas redes ni forzar relaciones de causalidad. Tan solo presenta un escenario y hace, con lo que hay, lo que puede. No es un texto asertivo sino conjetural. Solo intenta explorar una pregunta de extrema simpleza: ¿puede ser que los Museos de la Subversión se inserten en la trama que este texto ha recorrido?


Los datos son pocos. Alcanzan, apenas, para sostener ese interrogante. Pero lo exiguo no es una falencia. La aceptación de lo poquito
[74] trae ventaja. Obliga a no cerrar las preguntas prematuramente, a no dejarlas morir antes de tiempo. A seguir mirando dentro de cada muñeca hueca, a no perder de vista la piedra que todavía está en el aire, rozando sobre el agua.


A
que el texto termine en este punto, sin respuestas, abierto y liberado del drama de la conclusión, que es, en definitiva, el de impedirle continuar.[75]

 

Agradecimientos

 

A las instituciones que hicieron avanzar este trabajo: Archivo del Colegio Nacional de Buenos Aires, Archivo Histórico de la Universidad de Buenos Aires, Juzgado Federal de 1a Instancia N°2 de San Martín, Biblioteca de la Facultad de Odontología (UBA), Biblioteca de la Universidad del Museo Social Argentino, Biblioteca del Instituto Universitario de la Policía Federal Argentina, Biblioteca Central del Ejército, Biblioteca del Centro Naval, Biblioteca del Círculo Militar, Secretaría General y Subdirección de Concursos de la Facultad de Odontología (UBA).


A Mariano Amer, Esther Barreiro, Martina Forns, Estela Mattas, Marta Cristina Nuñez, Mariana Picca, Ana Santucho, Mario Santucho y María Lucía Wisnieski, que me dieron una ayuda que no cabe en palabras.

A María Élida Blasco, especialmente, por abrirme un camino que no había sospechado.

 

Referencias bibliográficas

 

Blasco, M. E. (2021). ‘Darle a la muerte nueva vida’. Gravitación del aparato represivo en los espacios de la museología. Asociación Trabajadores de Museos, http://trabajadoresdemuseos.blogspot.com/2021/04/darle-la-muerte-nueva-vida-gravitacion.html

 ----- (2022). Historia y museos. Operaciones políticas sobre la memoria reciente en la Argentina de segunda mitad del siglo XX. Coordenadas, IX(1), 167-186.

Bubello, M. (2022). Un recorrido histórico de la Dirección de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social, ¿cómo llegaron los EOE a la escuela? Educación y Vínculos, 5(9), 78-97.

Caimari, L. (2017). La vida en el archivo. Goces, tedios y desvíos en el oficio de la historia. Buenos Aires: Siglo XXI.

Comaroff, J. y Comaroff, J. (2004). Criminal obsessions, after Foucault: postcoloniality, policing, and the metaphysics of disorder. Critical Inquiry, 30(4), 800-824.

Fagioli, N. (2022). Siguiendo la huella: dibujando líneas en el suelo. Aisthesis, 72, 115-132.

Friedemann, S. (2016). Transición a la dictadura durante el gobierno de Isabel Perón. Carrera de Sociología, 6(6), 3-36.

Garaño, S. (2011). El monte tucumano como “teatro de operaciones” (Tucumán, 1975-1977). Nuevo Mundo / Mundos Nuevos, s/d.

Garaño, S. y Werner P. (2002). La otra Juvenilia. Militancia y represión en el Colegio Nacional de Buenos Aires (1971-1986). Buenos Aires: Biblos.

Greco, B. (2022). Trayectorias, cartografías, entramados institucionales. La potencialidad de una mirada institucional en educación secundaria, Entramados, 9 (12), 344-352.

Greco, B. y Eichenbronner, D. (2018). Psicología y educación: historización de un discurso. El caso de la Dirección de Psicología Comunitaria y Pedagogía Social de la Provincia de Buenos Aires. Anuario de Investigaciones, XXV, s/d.

Ingold, T. (2012). Trazendo as cosas de volta à vida: emaranhados criativos num mundo de materiais. Horizontes Antropológicos, 18(37), 25-44.

Lvovich, D. (2009). Estrategias movilizadoras del régimen militar destinadas a sectores juveniles e infantiles. XII Jornadas Interescuelas, Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche, Universidad Nacional del Comahue, s/d.

Mendiara, I. y Sirimarco, M. Las sobrevivientes. Fotos, dictadura, Museos y subversión. El caso de Córdoba. Revista Interseções, 23(3), 517-550.

Nemec, D. (2019). Pueblos de la “guerra”. Pueblos de la “paz”. Los pueblos rurales construidos durante el “Operativo Independencia” (Tucumán, 1976-1977). San Miguel de Tucumán: EDUNT.

Petitti, E. M. (2018). El peronismo entre persistencias y discontinuidades. La psicología educacional en la provincia de Buenos Aires (1948-1958), Anuario IEHS, 33(2), 79-101.

Rico, A. (2013). La dictadura y el dictador. En C. Demasi, A. Marchesi, V. Markarian, A. Rico y A. Yaffé (eds.), La dictadura Cívico-Militar. Uruguay, 1973-1985 (pp. 179-246). Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental.

Robben, A. (2008). Pegar donde más duele. Violencia política y trauma social en Argentina. Barcelona: Anthropos. 

Rouquié, A. (1981). Poder militar y sociedad política en la Argentina. Buenos Aires: Emecé.

Salvi, V. (2012). De vencedores a víctimas. Memorias castrenses sobre el pasado reciente en Argentina. Buenos Aires: Biblos.

Sarrabayrouse Oliveira, M. J. y Villalta, C. (2004). De “menores” al “Camarón”: itinerarios, continuidades y alianzas en el Poder Judicial. II Congreso Nacional de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Buenos Aires,1-17.

Scenna, M. A. (1980). Los militares. Buenos Aires: Belgrano.

Shinzato, F. (2019). Narrativas militares sobre los 70. El general (r) Díaz Bessone y el Círculo Militar durante la transición democrática. Bernal: UNQ.

Sirimarco, M. (2023a). Santucho en el Museo (de Campo de Mayo, Argentina). La muerte, la guerra y la desaparición. Revista del Museo de Antropología, 16(3), 123-136.

----- (2023b). El ‘museo del horror’ tucumano. Nahuel Maciel y la historia que nunca sucedió. Cuadernos del INAPL, 32(1), 82-107.

----- (2023c en prensa). La memoria desandada: los Museos de la Subversión. El caso de Campo de Mayo. Revista Espacios.

----- (2020). Las cosas que recuperamos en combate. Exhibición de trofeos de guerra en la Córdoba de la subversión. Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana, 10(1), 1-6.

----- (2019). Las huellas de lo borrado. Muerte, guerra y restos corporales en los Museos de la Subversión. En M. Sirimarco (comp.), Narrar el oficio. Los museos de las fuerzas de seguridad como espacios de ficciones fundadoras (pp. 225-282). Buenos Aires: Biblos.



[1] Este texto es parte de una investigación que comenzó en 2018 y que todavía continúa. Como tal, propone puntos de partida que son conclusiones de textos previos. Para no sobrecargar a este con la remisión constante a esos trabajos anteriores, se da por sentado que todas las continuidades pertenecen a los siguientes artículos: Mendiara y Sirimarco, 2022; Sirimarco, 2019, 2020, 2023a, 2023b, 2023c. Será necesario remitirse a ellos para profundizar en argumentos que acá no pueden ser desarrollados para no exceder el espacio y los objetivos puntuales de este artículo. 

[2] Me refiero a espacios que exhibían, en sus salas y anaqueles, material proveniente, de modo exclusivo, de la lucha contra la subversión. La existencia de estos museos formalizados no invalida la de salas y/o espacios similares al interior de distintas fuerzas militares y de seguridad, donde estos materiales convivían con aquellos que narraban las luchas contra otros colectivos perseguidos por la ley o el Estado.

[3] De allí que su reconstrucción haya implicado un esfuerzo de archivo desusado, que todavía continúa.

[4] Esto no debe entenderse como una vinculación sine qua non sino solo como una comprobación fáctica. De hecho, sería extraño que hubiera podido ser de otro modo, en tanto la mayoría de los espacios militares funcionaron, en mayor o menor medida, como lugar de detención ilegal.

[6] Expediente 25109, Santucho, Ana Cristina y otros por Información Sumaria, Juzgado Federal de 1a Instancia N°2 de San Martín, f.84. Se respeta el modo en que fue transcripta la declaración testimonial.

[7] Ambas acciones realizadas en el contexto del Operativo Independencia en la provincia de Tucumán, por entonces bajo el mando de Bussi. Para profundizar en estos ejes, ver Nemec 2019.

[8] El mismo se inició en 1979, cuando Bussi estaba al mando de la Gendarmería Nacional. Para mayores datos, ver Arrosi 2008 y Lvovich 2009.

[9] El uso de cursivas señala, en este y otros casos subsiguientes, el uso de una categoría militar. El uso de cursivas también se utilizará, a lo largo del texto, como indicador de categorías analíticas o énfasis particulares, que no deben confundirse con el caso anterior.

[10] Casas, Fabián: “El manual de instrucciones de Sergio Raimondi”, elDiarioAr, 10/09/2022.

[11] Casas, Fabián: “Cómo cocinar a un lobo”, elDiarioAr, 18/03/2023.

[12] Diego Aráoz, comunicación personal, 2022.

[13] Se trata de un colegio público y preuniversitario de alto prestigio (fue incorporado a la UBA en 1911). En él han estudiado numerosos artistas, políticos y científicos –incluidos cuatro presidentes y los dos primeros Premios Nobel argentinos–.

[14] García, Mariana: “Visita el Museo del Horror (1980)”, 28/06/2011, http://documentoshermanos.blogspot.com/2011/06/visita-al-museo-del-horror-1980.html

[15] Expedientes 34.000/74 y 35.873/75, Carpeta 3210, Antonio Luciano Muñoz, Archivo del Colegio Nacional de Buenos Aires.

[16] Kandel y Monteverde en Friedemann, 2016, p. 16. Según los autores, la fuente es una crónica publicada en el diario La Nación del 16 de noviembre de 1974.

[17] Franca Jarach, una de esas alumnas expulsadas, decidió no reincorporarse. Estaba en 5to año, militaba en la Unión de Estudiantes Universitarios y unos meses antes había sido elegida abanderada. Casi un año después, sería secuestrada y desaparecida por la dictadura. Desde entonces, su nombre se ha vuelto vehículo de reivindicaciones y homenajes. Cuando aún me acuciaba que un funcionario del Museo de la Subversión y uno del CNBA pudieran ser la misma persona, el nombre de Muñoz en el buscador de Google, sumado al del colegio, me ofreció como primera opción el link a la resolución que designaba a los abanderados y escoltas de 1975. La resolución –ya lo dije– designaba a Franca Jarach. Debajo del documento, junto a un sello con el escudo del colegio, estaba la firma manuscrita de Muñoz. Nunca dejó de asombrarme que esa vinculación absolutamente azarosa –el nombre de Franca traccionando el de Muñoz, asociado este para siempre a (una víctima d)el terrorismo de Estado– se convirtiera, vista desde el futuro (vista desde mi presente) en una sincronía tan falsa como perturbadora. Puede verse la resolución en: https://www.cnba.uba.ar/sites/default/files/1975_res_cnba_272_12_6_1975.pdf

[18] Anales de la Universidad del Salvador 1964, 1966, p. 8. En:

https://racimo.usal.edu.ar/6672/1/Anales%20USAL%201964..pdf

[19] Anales de la Universidad del Salvador 1965, 1967, p. 13. En:

https://racimo.usal.edu.ar/6673/1/Anales%20USAL%201965.pdf

[21] Revista de Educación, n.22, Ministerio de Educación de la Provincia de Buenos Aires, 1969. En: https://www.educacionyfp.gob.es/revista-de-educacion/dam/jcr:53757342-b6a2-4ea8-ae82-be4b35f72ab4/re19960500455-pdf.pdf

[22] Guerriero, Leila: “Quién le teme a Aurora Venturini”, revista El Gatopardo, 12/09/2012.

[23] Por ello, no se transcriben exhaustivamente todos los datos encontrados sobre Muñoz, sino solo aquellos que permiten delinear un perfil y sostener por ende los argumentos del texto.

[24] O.W. S. (Orestes W. Siuti, director de la revista): “Obituario”. Revista del Museo de la Facultad de Odontología de Buenos Aires, año 6, n.12, 1991, p. 37.

[25] Muñoz, Antonio Luciano: “Escritos que esperan”. Revista de la Facultad de Odontología, vol.3, n.2, 1982, p. 75. Mayúsculas en el original.

[26] No me fue posible seguir esta pista. Ni personalmente ni por correo conseguí hablar con nadie de la hoy Academia Nacional de Odontología (antigua Academia Argentina). Para una breve mención a Muñoz en el contexto de la creación de este espacio, ver el primer número de su revista en: https://ando.org.ar/wp-content/uploads/2023/09/Revista-ANDO-N1-2015.pdf

[27] Hernández Sánchez, Fernando: “Antonio Luciano Muñoz. Un maestro en el recuerdo” (Conferencia pronunciada en la sesión científica del Ateneo de Historia de la Odontología). En: Revista del Museo y Centro de Estudios Históricos de la Facultad de Odontología de la Universidad de Buenos Aires, año 7, n.14, 1992, p. 23.

[28] En el “Obituario” antes citado se menciona que se lo había dado de baja de la docencia en 1960 y se lo había rehabilitado en 1969. El lapso invita a presumir que durante esos años tal vez estuviera más abocado a su carrera en la USAL. Ver una posible confirmación de esta hipótesis en https://p3.usal.edu.ar/index.php/signos/article/view/2874/3501

[29] Res. C.A. 40/73, Ex C 1041194/73, Legajo Personal n.5235. En el “Obituario se añade lo siguiente: “Sometido a ‘juicio académico’ en 1973, en una de las tantas circunstancias que debió soportar nuestra Casa, fue ampliamente rehabilitado en 1974, junto con otros profesores” (p. 37).

[30] Res. 93/76, Legajo Personal n.5235.

[31] A partir de esa fecha, parece, se radica en Brasil. En 1986 aparece como director de una tesis en la Maestría en Odontología Preventiva y Social de la Universidad de Pernambuco. Las fuentes coinciden en señalar su alejamiento como consecuencia de una reestructuración curricular: “En 1985 la autoridad al frente de la Casa dispuso que la cátedra de Antropología Filosófica dejara de integrar en Plan de Estudios. Al cesar con la misma, Muñoz fue llamado de inmediato para desempeñar las mismas funciones en la Facultad de Odontología de RECIFE, Brasil, donde dejó bien expuestos los prestigios de nuestra odontología, constituyéndose en un verdadero embajador de su Patria” (“Obituario”, op.cit., p. 37).

[32] “Santucho, Ana Cristina y otros s/información sumaria”, Expediente n.25109, Juzgado Federal de Primera Instancia N°2 de San Martín, f.690.

[33] La causa tramitaba la investigación por el destino de los cuerpos de Roberto M. Santucho y Benito Urteaga, los líderes del Ejército Revolucionario del Pueblo desaparecidos en Campo de Mayo en julio de 1976.

[35] Dra. Marta Cristina Núñez, comunicación personal, noviembre de 2023.

[36] Bousquet, Elsa Juana: “De la mano de un niño”, en: Signos Universitarios. Revista de la Universidad del Salvador, año 3, n.7-8, 1981, p. 85.

[37] Duizede, Juan Bautista: “‘Malvinas, mi casa’, la notable obra…”, Página/12, 14/02/2021.

[38] “Aria del Salón Blanco”, 1973. Dos años antes, el semanario Siete Días lo había llamado “El intocable de la Casa Rosada” (25/01/1971).

[39] General de división Rosendo María Fraga. Durante el gobierno de Frondizi apoya la intervención de las provincias donde habían triunfado los afines al peronismo.

[40] Comisario general Alberto Villar. Jefe de la PFA en 1974, hasta al momento de su muerte, en un atentado. Uno de los lideres de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA).

[41] Revista del Círculo Militar, año 64, n.671, 1964, pp. 162-163.

[42] Garrido, Jorge: “Hermandad histórica entre las Fuerzas Armada y la Escribanía General del Gobierno de la Nación”. Circumil. Revista del Círculo Militar, n.694, 1971, pp. 135-145.

[43] Garrido, op. cit., pp. 138-139.

[44] “Museo de Armas de la Nación”. Revista del Círculo Militar, n.700, 1978, p. 75.

[45] García Enciso, Isaías (general de brigada): Los 100 años del Círculo Militar, Círculo Militar, Buenos Aires, 1981; González, Fausto M. (general de brigada (R)): “Reseña histórica del Grl. D. Rosendo M. Fraga”. Boletín de la Fundación Cultural Ejército Argentino, año IV, n.1, 1998.

[46] A tal punto lo era, que –por un brevísimo tiempo en 1975– es nombrado ministro de Defensa por la presidenta María Estela Martínez de Perón, en un intento de que intermediara con las Fuerzas Armadas. Las crónicas de la época refieren que terminó en realidad oficiando como su vocero y presionando a la presidenta en nombre de estas.

[47] La hija de Garrido.

[48] Chacón, Edgardo Norberto: “Museología, cincuenta años de estudios académicos en Argentina”. Conceptos. Boletín de la Universidad del Museo Social Argentino, año 84, 2009, p. 78.

[49] Jáuregui, Fernando y Jorge L. Garrido: “Museología”. Circumil. Revista del Círculo Militar, n.681, 1967, p. 127.

[50] Rodríguez, Adolfo Enrique: Museología argentina. Guía de instituciones y museos, Colegio de Museólogos de la República Argentina, Buenos Aires, 1971, pp. 9-10.

[51] En 1976 la Junta Militar crea la Escuela Nacional de Museología Histórica, de la que Gancedo fue rector. Dirige el Complejo Histórico Nacional hasta 1978. Ocupa la Subsecretaría de Cultura de la Nación de 1979 a 1983 (Blasco, 2022).

[52] Me refiero a aquellos que sigo en estas páginas, a partir de sus vinculaciones con lo narrado en el texto. Es probable que indagaciones sucesivas, más profundas, puedan encontrar interesantes claves de lectura en nombres aquí no mencionados.

[53] Anales, op. cit., p. 7.

[54] Historial de la Universidad del Salvador, 1944-1963, 1964, p. 52.

[55] “75 Aniversario del Museo de la Policía Federal Argentina. Mundo Policial, año 4, n.24, 1974, p. 63. Mayúsculas en el original.

[56] Médico y cirujano plástico de la UBA. Para una profundización sobre el lugar de referentes médicos durante el gobierno peronista, ver Blasco 2022.

[57] Museología Argentina, Ministerio de Cultura y de Educación, Buenos Aires, 1975, p. 14.

[58] Museología Argentina, op. cit., p. 15.

[59] “Inauguración de la fundación cultural círculo militar”. Revista del Círculo Militar, n.967, 1974, pp. 92-99. Negritas en el original.

[60] Personería Jurídica C6341, 25/11/1975.

[61] “Fundación Cultural Círculo Militar”. Revista del Círculo Militar, n.699, 1977, p. 75. Mayúsculas en el original.

[62] “Museo del Ejército”, La Gaceta, 25/09/1982, p. 9.

[63]Fundación Cultural Círculo Militar”. Revista del Círculo Militar, n.699, 1977, p. 74.

[64] Guerriero, Leila: Frutos extraños, Buenos Aires: Alfaguara, 2021, p. 555.

[65] Leoni, Luis Alberto (coronel): “Principios generales básicos para la guarda y catalogación del material en salas y museos Históricos de las unidades”. Circumil. Revista del Círculo Militar, n.689, 1969, p. 106.

[66] “Palabras del Presidente de la Comisión de Cultura”. Plan Cultural 1963, Comisión de Cultura, Círculo Militar, 1964, p. 227. Cursivas en el original.

[67] Leoni, op. cit., pp. 106-111.

[68] Leoni, op. cit., pp. 107-108.

[69] “Palabras del Presidente…”, op.cit., p. 228. Cursivas en el original.

[70] “Nota de la redación”. Plan Cultural 1963, Comisión de Cultura, Círculo Militar, 1964, pp. 222-223.

[71] Leoni, op. cit., p. 106.

[72] “Informaciones de la Subcomisión de Cultura”. Revista del Círculo Militar, n.698, 1975, p. 91.

[73] “Inauguró el Ejército el Museo de la Subversión”, La Nación, 01/10/1981, p. 16.

[74] Caparrós, Martín: Comí. Barcelona: Anagrama, 2013, p. 170.

[75] Pron, Patricio: La naturaleza secreta de las cosas de este mundo, Anagrama, 2023, p. 125.