Resumen
El artículo propone el análisis de tres trayectorias de mujeres farmacéuticas que, en distintos momentos del siglo XX, siguieron recorridos que pueden ser considerados como “no típicos” dentro de esa profesión. Estas trayectorias muestran el modo en el que estas mujeres se vincularon con la vida académica y científica, especialmente en el campo de la botánica. A partir de trabajo de revisión de fuentes históricas y entrevistas, en el marco de una investigación más amplia sobre la profesión farmacéutica, los casos elegidos permiten entender algunas dinámicas de la profesión, de las ciencias y de las opciones laborales para las mujeres, en espacios laborales que se han ido feminizando progresivamente a lo largo del siglo XX.
The paper proposes an analysis of three career paths of women pharmacists who, at different times in 20th century, followed paths that can be considered “a-typical” within that profession. These trajectories demonstrate how these women connected with academic and scientific life, especially in the field of botany. Based on a review of historical sources and interviews, within the framework of a broader investigation on the pharmaceutical profession, the selected cases provide insight into some of the dynamics of the profession, sciences and career options for women, in workplaces that have become progressively more feminized throughout the 20th century.
Elsa Moreno, médica tucumana considerada una de las “heroínas de la salud pública de las Américas” narró en una entrevista 1 que al comenzar la universidad se anotó en Farmacia porque en esa época era una carrera adecuada para las jóvenes y por eso su padre la aprobaba. La carrera de Farmacia, en la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), era por entonces una carrera corta: 2 hasta 1938 funcionaba como Escuela; ese año y hasta 1951 fue jerarquizada como Facultad de Farmacia y Bioquímica. Elsa Moreno “fingió” estudiar allí; en realidad y a escondidas de su familia, se había inscrito y comenzado a cursar la carrera de Medicina. Temiendo la desaprobación familiar, mantuvo oculto sus verdaderos estudios hasta que estuvo a punto de recibirse. La anécdota de esta pionera de la salud pública de Argentina, sirve para mostrar cómo la carrera de Farmacia y su práctica profesional, por diferentes características, estuvo mucho tiempo asociada al mundo de lo femenino. Tanto es así que Élida Passo, la primera mujer universitaria de Argentina, se graduó como farmacéutica en la Universidad de Buenos Aires el 18 de julio de 1885.
La forma en que el mundo del trabajo, y especialmente el de las profesiones, se convierte en un territorio de género ha sido largamente estudiado (Kalinsky, 2006; Bolton y Muzio, 2008; Buscatto y Marry, 2009; Anzorena, 2013). En el mundo de las profesiones sanitarias, este ha sido un tópico fuertemente trabajado, sobre todo para el caso de la Enfermería (Wainerman y Binstock, 1992; Ramacciotti y Valobra, 2014), la Terapia Ocupacional y la Psicología (Testa, 2019; Briolotti, 2019); para el caso de la Medicina (Ortiz Gómez, 2006, 2008), es importante mencionar que su feminización ha adquirido una forma fuertemente segmentada tanto por especialidad, por ámbito laboral –segmentación horizontal– como en lo relativo a cargos jerárquicos y ámbitos de decisión profesional –segmentación vertical– (Pozzio, 2014).
La profesión farmacéutica no ha escapado a muchas de las ideas y símbolos que han asociado el ejercicio profesional con los cuidados, considerándolos a estos como un espacio femenino y privado. Al respecto, la idea de un ámbito laboral que pueda desarrollarse en la cercanía del mundo privado y doméstico, construyó una idea de “conciliación” (Aspiazu, 2014) entre el desarrollo profesional y el mundo reproductivo, contribuyendo así con la feminización de ciertas profesiones. Al respecto, es necesario señalar que este tópico sobre las relaciones entre el mundo privado y el mundo público y puntualmente, el modo en que la entrada de las mujeres en el mercado de trabajo impacta en las configuraciones familiares y las mismas ideas de familia, es una cuestión central en los estudios sobre profesionalización en perspectiva histórica (Gómez Molla, 2017). En el caso de la farmacia, la idea de una profesión que permitía conciliar lo productivo y lo reproductivo (Scott, 2000) se fue consolidando a lo largo del siglo XX y parte de este proceso explica, quizá, que el padre de Elsa Moreno la pensara como una profesión adecuada para su hija.
La historia de la farmacia como saber y oficio diferenciado de la medicina tiene siglos en Occidente (Celsi, 1921; Esteva de Sagrera, 2005). En los territorios que hoy corresponden a la Argentina, la figura del boticario estuvo presente desde los primeros asentamientos coloniales: las farmacias siempre fueron un lugar que funcionó como posta sanitaria y como espacio para la sociabilidad. En las nacientes localidades, la llegada de la farmacia era celebrada como la llegada de la “civilización”: la publicación Fundando pueblos da cuenta de esta historia concomitante entre la farmacia y el desarrollo de la vida urbana en las distintas geografías del país. Sin embargo, las fuentes no mencionan la presencia de mujeres en las boticas sino hasta 1869: serán José Mateos de la Piedra y su esposa Mariana quienes instalaron el primer botiquín “que luego convertirían en Botica en la localidad de Tolosa, antes de la fundación de La Plata” (Masquelet y López Dusil, 2010: 33). Luego, con la naciente apertura de carreras de Farmacia en las universidades existentes en el siglo XIX y comienzos del XX, comienzan a graduarse las primeras mujeres: ya mencionamos a Élida Passo, que será sucedida en 1905 por Margarita Zatzkin, graduada de la Universidad Nacional de Córdoba. Poco a poco, las mujeres fueron ganando visibilidad en las farmacias y en las historias de los pueblos y sus fundaciones; muchas de ellas, extranjeras o hijas de extranjeros, como Eugenie Posleman, que en 1962 se convirtió en la primera farmacéutica titulada en abrir una farmacia en Ushuaia (Fundando pueblos, 2010).
A grandes rasgos vemos dos procesos concomitantes que podemos nominar como la feminización de la profesión y la progresiva pérdida del protagonismo de la farmacia en la producción de especialidades médicas (De Anca Escudero, 2009). Las primeras farmacias tuvieron un lugar significativo en la creación de pueblos y ciudades; eran un lugar donde se preparaban magistrales, sustancias alimenticias y productos cosméticos, constituyendo verdaderos negocios familiares. Un lugar donde, poco a poco, las mujeres comenzaban a tener presencia no solo como empleadas, sino como farmacéuticas. A medida que avanza la feminización de las carreras universitarias, se perfila también un cambio en la farmacia: con la estandarización de los medicamentos de mano de la industria farmacéutica, la farmacia oficinal deja de ser el lugar de producción de medicamentos y productos médicos y cosméticos, para restringir su acción a la dispensa de lo que la industria ofrece para el tratamiento y cura de las enfermedades. Llegamos a las últimas décadas del siglo XX, donde se consolida lo que entenderemos como una “trayectoria típica” dentro de la profesión y que, con humor, algunos de nuestros interlocutores nativos han llamado el “modelo de transmisión sexual de la profesión”:
Esa era la farmacia que permitía pensar en la “conciliación”4 de las labores consideradas femeninas –lo que hoy nominamos como cuidados– y el desempeño laboral (profesional en este caso) contribuyendo así a la naturalización de un modelo de familia (Cosse, 2010). Se va cristalizando la idea de la mujer farmacéutica que se gradúa, abre una farmacia y puede trabajar y cuidar/criar a sus hijos; idea que ha sido una referencia en el marco de expectativas de este grupo profesional. Si al principio del siglo XX, las escasas mujeres que se aventuraban a una carrera universitaria y a su ejercicio profesional raramente consolidaban también una vida familiar, a finales del mismo, los múltiples cambios acaecidos en la sociedad, las familias y los mercados de trabajo hicieron que la idea de “conciliar” fuera posible. Algunos analistas han entendido esto con las mismas lentes con que han sido entendidos otros procesos de feminización: una profesión que se feminiza es una profesión que se desjerarquiza (Ramacciotti y Valobra, 2014); en este caso, la desjerarquización de la labor farmacéutica se inscribe en el proceso por el cual el acto profesional va quedando reducido a la dispensa del medicamento (Vujocevich y Giménez, 1999). Sin ánimo de entrar aquí en este debate, es importante decir que un cuarto de siglo después, si bien la idea de la “conciliación” de tareas perdura en algunos sitios, para la mayoría de las farmacéuticas que hemos entrevistado, ya no es posible de realizar:
Hasta aquí entonces, de manera muy sucinta, intenté mostrar cómo se fue constituyendo una idea de “trayectoria típica” para las mujeres en la profesión farmacéutica. Pero como bien sabemos, lo “típico” no reduce el campo de lo posible y lo existente: en este caso, no ha sido la única forma de inserción de las mujeres en la farmacia ni el único camino recorrido por ellas. En este artículo me propongo reconstruir brevemente la trayectoria laboral de tres farmacéuticas que no han seguido esa “trayectoria típica”. En el marco de una investigación más amplia sobre la farmacia y la profesión farmacéutica en la provincia de Buenos Aires,6 el objetivo del presente artículo es analizar, a partir de trayectorias profesionales no típicas, algunas dinámicas del mundo de las profesiones y el orden de género, especialmente en la profesión farmacéutica en el siglo XX, haciendo foco en las trayectorias que nos permitan entender la inserción de estas profesionales en el mundo académico y científico.
Si bien los estudios sobre profesiones durante mucho tiempo no contemplaron la perspectiva de género (Pozzio, 2012), es cierto que una de las que nos propuso pensar en forma generizada los proyectos profesionales fue Anna Witz (1990). Para entender la dinámica entre los proyectos y las estructuras profesionales, la autora propone pensar las acciones estratégicas de los proyectos profesionales femeninos, atendiendo al modo en que interactúan y se desmarcan de los constreñimientos estructurales, que serían los dados por el patriarcado. Al respecto, es interesante plantear como hace Gómez Molla, que para pensar esos proyectos profesionales no debe darse por sentada la dinámica doméstica sino “incluirla en el análisis, comprendiendo que no impacta en las diferentes profesiones de manera uniforme y que, a la inversa, éstas no repercuten en las dinámicas domésticas de forma homogénea” (Gómez Molla, 2017: 7). Esto es: el patriarcado como orden permeando modelos familiares y estructuras profesionales de manera específica; por lo que para comprender las acciones y oportunidad que encuentran algunos proyectos profesionales es importante atender cómo se van produciendo “trayectorias típicas” en cada profesión, negociando entre estos múltiples constreñimientos. Algo así como una huella que va produciendo un camino, por donde es más fácil avanzar.
De este modo, la noción de “trayectoria” (Becker, 2009) fue tomando forma para el estudio de los desarrollos profesionales, suponiendo una serie de interacciones e intercambios que van moldeando ese camino a seguir. Podemos arriesgar que, en gran parte del siglo XX, para las mujeres que se aventuraban en la profesión farmacéutica, el camino allanado, la estrategia más consolidada, era la del desempeño en una farmacia de oficina, propia o familiar. Si ese modelo conformó lo que podemos llamar una trayectoria “típica”, también es cierto que hay otras trayectorias no típicas.
Si el estudio de lo típico pareciera en principio brindarnos la ventaja de la posibilidad de generalizar, me interesa la propuesta de pensar que la comprensión de lo anormal como históricamente constituido, de la excepción, de lo no típico, también nos provee un campo de conocimiento pertinente y estimulante. Sin dejar de pensar en los constreñimientos estructurales –tal como fue planteado con Witz (1990) más arriba–, es importante para el estudio de los casos no típicos la comprensión de la agencia individual. Pero a la vez, siguiendo a Becker (2009) en su estudio de los outsiders y también a Elías (1994) en su estudio sobre el “genio”, es posible entender cómo esas acciones individuales no son producto de una esencia, talento o sustancia irreductible, sino un emergente de ciertas redes de relaciones –o configuraciones sociales– que producen, en cierto momento y en cierto lugar, las condiciones de posibilidad de que ciertas personas ocupen espacios “excepcionales”. Así, quiero proponer que el estudio de trayectorias no típicas también es una forma de entender las dinámicas profesionales, los mercados laborales y las relaciones de género en un momento dado.
En este caso, voy a reconstruir brevemente tres trayectorias profesionales de mujeres en la farmacia en distintos momentos del siglo XX. Entre las tres, se engloba un periodo que va desde inicios hasta finales de ese siglo. En los tres casos se trata de mujeres graduadas en farmacia que se dedicaron a la actividad científica, especialmente en el ámbito de la botánica. Con ello buscaremos comenzar a responder qué nos dicen sobre la profesión farmacéutica y sobre las posibilidades de desarrollo en el ámbito científico y académico estas tres trayectorias no típicas del ejercicio profesional. Y a la vez, la indagación en estas tres trayectorias tal vez nos aporte algún indicio sobre los vínculos y significados de la singular mirada femenina en la construcción de lazos entre la farmacia y la botánica.
Carolina Etile Spegazzini nació el 30 de enero de 1887, en Buenos Aires, pero desde muy pequeña se instaló con su familia en La Plata. Fue una de las hijas del naturalista ítalo-argentino Carlos Spegazzini: 7 como todos sus hermanos, debe su segundo nombre a una idea de Spegazzini quien a cada uno de sus once hijos le puso un nombre devenido de distintos compuestos de hidrocarburos. El impulso a las vocaciones científicas, las expediciones con espíritu de observación y colecta botánica, la educación de niñas y niños por igual, fueron características de la familia y tuvieron una impronta importante en la vida de Carolina.
Estudió el secundario en el Colegio Nacional de la capital provincial y egresó de allí con el título de Bachiller en el año de la nacionalización de la Universidad de La Plata (UNLP) en 1905. Este cambio no es solo de nivel de dependencia estatal, sino de una impronta distinta que tuvo la mencionada universidad a partir de su nacionalización, con la gestión de Joaquín Víctor González, quien buscó darle un perfil cientificista a la institución (Marano, 2003). Esta impronta, sumada a la crianza de quien luego sería considerado uno de los cinco sabios de la ciudad,8 permiten contextualizar los primeros pasos en la trayectoria de Carolina Etile. Ese año de 1905 la Escuela de Química y Farmacia pasó a estar bajo la órbita del Instituto del Museo, donde su padre ejercía la docencia y donde ella siguió sus pasos. Primero cursó Farmacia, donde obtuvo excelentes calificaciones en las 13 materias que entonces componían esa carrera; luego continuó con las 17 restantes para poder rendir, en 1910, el examen general para obtener el título de licenciada en Ciencias Naturales.
Es de suponer que desde el comienzo de su vida en la Universidad tuvo la intención de dedicarse a la carrera científica pues ya en 1911 publica sus primeros artículos: uno en colaboración con María Luisa Cabanera en la Revista del Museo de La Plata.9 La doctora Cabanera era una reconocida conferencista que participaría, por ejemplo, en la primera reunión de Ciencias Naturales en Tucumán en 1916 (García, 2006). Carolina Spegazzini escribió junto a ella y también junto a otra figura importante de las ciencias de aquel entonces, Enrique Herrero Ducloux: ambos publicaron en la Revista de la Universidad de Buenos Aires. 10 Esta última, su primera investigación botánica, fue la que Carolina Spegazzini continuó, inspirada por su padre, con la intención de hacer el doctorado en Ciencias Naturales, aunque finalmente optó por el de Química. Aprobó su tesis en el convulsionado mayo de 1918, cuando se dieron los hechos de la reforma universitaria, dando comienzo a la primera gran ola democratizadora de las instituciones de educación superior en Argentina (Buchbinder, 2005).
En 1920, un resumen de su tesis fue publicado por los Anales de la Asociación Química Argentina. El trabajo científico de Carolina Spegazzini coincide con el contexto de emergencia de los primeros itinerarios científicos de las graduadas en ciencias naturales en el país (García, 2006). De este modo, podemos pensar en Spegazzini como una más de esta generación de mujeres que, no habiendo restricciones formales de acceso a la educación secundaria en el país, se graduaron como bachilleres y siguieron itinerarios que iban de la Farmacia a la Medicina –como el caso de María Faulin, que ocupó una cátedra de Farmacia en la Universidad Nacional del Litoral en 1920– o a la botánica –como Julliane Dillenius, luego esposa del científico alemán Lehmann Nitzche– (García, 2006).
Del doctorado de Química egresaron en total 28 colegas, de los cuales 8 eran mujeres: la mayoría de ellos continuaron sus carreras científicas en distintos ámbitos. Estas carreras combinaban la investigación pura con la aplicación de los conocimientos, especialmente en lo sanitario y lo agrícola, según eran las demandas de las políticas estatales de entonces. Carolina Etile se desempeñó en el Instituto Pasteur de Química Biológica de la UNLP, en el Instituto Bacteriológico Nacional y en el Laboratorio de Bacteriología del Hospital Italiano de Buenos Aires. También ejerció la docencia en la Escuela Normal Nº 4 de la Ciudad de Buenos Aires. Toda esta actividad en sí es destacable en el marco de los caminos posibles de desarrollo profesional que tenía una mujer en aquel entonces. Pero lo que las fuentes traen como más destacado era el potencial científico de Carolina Etile, llamada a ser la gran sucesora de la tarea inaugural de su padre en la Botánica del país. Sin embargo, en mayo de 1925, fallece repentinamente por un cuadro de apendicitis. Con su muerte se trunca su vida y una carrera prometedora: su padre Carlos, entra en una profunda depresión que lo llevará a su propia muerte, un año después. En la crónica del entierro de Carolina Etile, se destacan las palabras de Herrero Ducloux, químico, escritor y pedagogo de importante trayectoria en la UNLP, que la despidió así: “Todo lo hemos perdido: el arquitecto y la obra proyectada, el obrero y el plan, el artista y su ensueño no realizado” (Toffoli de Mateo y Spegazzini, 1987: 128).
Esta mujer, fallecida a los 38 años, tuvo una oportunidad excepcional de formarse en la carrera científica por ser la hija de un gran científico “moderno en su mentalidad respecto a las mujeres” (Etile, entrevista 2024), en una época donde no era frecuente cursar estudios universitarios para obtener un título profesional, y menos aún realizar estudios de posgrado que permitieran hacerse un lugar en el mundo científico de entonces. Sin embargo, me interesa destacar algunas cosas: siguió la carrera científica bajo el ala de la gran figura de su padre, pero obtuvo el reconocimiento de otros científicos de la época –como las palabras del mismo Herrero Ducloux lo indican–. El parentesco por medio de la filiación o el matrimonio, facilitaba la socialización científica y el acceso a una carrera que, de otro modo, hubiera sido lejana y poco posible. Ser “la hija de” o “la esposa de” allanaba el camino, aunque es importante también advertir que con la profesionalización de la ciencia, el lugar de las mujeres competía con los hombres, que sentían invadido su lugar. A partir de la correspondencia entre un científico y su prometida, a propósito de la que consideran “la última de las científicas aficionadas” –Mary Somerville– Margeret Alic cita: “Si nuestra amiga la señora Somerville se hubiera casado con Laplace, o con un matemático, nunca habríamos oído hablar de su trabajo. Lo habría fundido con el de su marido, presentándolo como si fuera el de él” (Alic, 1991: 222). No fue así el caso de nuestra biografiada, quien murió soltera y cuya figura fue recuperada décadas más tarde como “farmacéutica naturalista”, lo cual conlleva una intención de inscribirla en la historia de las mujeres en las ciencias naturales. Al mismo tiempo, su trayectoria no típica, su excepcionalidad –que debe ser comprendida, siguiendo a Elías, en una red de relaciones histórico-sociales– es leída y recuperada como iniciadora de un posible camino a seguir por algunas mujeres en las ciencias y en la farmacia. Se apela a su nombre, a su linaje, pero también a su camino breve pero inaugural, para iniciar una genealogía de mujeres en la farmacia y especialmente, en la articulación entre la farmacia y la botánica; camino que, como veremos a continuación, se va consolidando a posteriori.
Olga Helena Borsini nació en Tucumán el 4 de diciembre de 1916. Estudió en el Colegio Nacional de su ciudad, de donde egresó como bachiller en 1936. Al año siguiente comenzó a estudiar Farmacia, carrera que cursó entre 1937 y 1941. “En la época de mis estudios sólo se posibilitaba el estudio de Ingeniería, Farmacia y Filosofía”. 11 Comenzó a trabajar en lo que había sido el herbario de Miguel Lillo 12 y fue contemporánea del proceso de cambio de ese “humilde centro del interior del país”, fundado por el eminente naturalista tucumano, y que pasó en aquellos años a ser un lugar muy importante para la botánica argentina (Tagashira, 2009). Esto fue posible gracias a la figura de quien se convertiría en rector de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT) y también pareja de Olga: Horacio Descole. 13 Si bien en su legajo de CONICET, Borsini figura como soltera, son varias las fuentes que la mencionan como la esposa de Descole y, a los fines de este artículo, lo importante es que casados civilmente o no, formaron una pareja que, en muchos sentidos, funcionó como pareja científica, esto es, una alianza de diálogos y colaboración mutua que queda demostrada en el obituario de Borsini, donde se dice de ella: “Colaboró con abnegación y humildad en la obra de su esposo, Dr. Horacio Descole, y lo acompañó fielmente en los buenos y los malos momentos que le tocaron vivir” (Boletín de la Sociedad Argentina de Botánica, 1981).
Entre 1943 y 1944, con Descole y un gran equipo de científicos y dibujantes del Instituto Lillo participó como supervisora de las láminas del Genera et Species Plantarum Argentinarum.14 Borsini se encargaba de la supervisión y control científico y técnico de las ilustraciones que un grupo de mujeres ilustradoras realizaba con acuarelas y tinta china, para una cuidadosa edición a cargo de la editorial Katz de Buenos Aires. Aún hoy dicha edición es valorada por su hermosura y su cuidadosa confección, lo que le ha valido que la UNESCO considerara a los 5 volúmenes (más los dos zoológicos) como Patrimonio de la Humanidad. Parte de ese trabajo, implicaba viajar por todo el país con el equipo comandado por su pareja: en una nota periodística de 1944 se anuncia la llegada de todo el equipo a la ciudad de Bahía Blanca y allí Olga Helena Borsini es mencionada como “ayudante botánica” (Perrilli, 2019: 21). En su legajo de CONICET son mencionados los siguientes viajes de recolección botánica: 1944 en las provincias de Buenos Aires, Río Negro y Neuquén; 1945 Infiernillo, Cuestas de las Chilcas, Provincia de Misiones; 1946: Burucuyá y Nogalitos; 1947, provincia de Jujuy.
De esa primera época (1942) datan sus publicación en la revista Lilloa, que es una revista botánica que existe hasta el día de hoy. Allí, se destacan sus aportes sobre las Valerianaceae, y al respecto escribe que esos aportes fueron posibles gracias a “las colecciones de los principales institutos de nuestro país”: en ese artículo describe 10 especies de valerianas encontradas en la provincia de Tucumán, algunas de las que habían sido incluidas en la Farmacopea Argentina de 1928 y otras dos especies nuevas. De estas, una es conocida desde entonces como Valeriana descolei borsini y la otra como Valeriana Calchaquina borisini, en honor a Descole y Borsini, como marca la tradición botánica de nombrar especies, género y familias con los apellidos de quienes las describen y catalogan. En dicho artículo, en nota al pie, explica: “el nombre Valeriana ha sido usado primeramente por los farmacéuticos y médicos del siglo IX y X; de origen y sentido incierto, pero probablemente derivado de Valeo, estar fuerte, a causa de los efectos de la droga, menos probablemente se derive del nombre de un médico romano Valerius o Valerianus” (Borsini, 1942: 355) Ese trabajo le valió el primer premio Puiggari,15en la sección Química y Farmacia, del año 1982, que entregaba en ese entonces la Institución Mitre.
Totalmente abocada a la vida académica, es mencionada entre los docentes del Instituto Lillo, donde se destacaban profesores e investigadores venidos desde distintos lugares del mundo (Fundación M. Lillo, S/F). En esa institución se desempeñará como profesora en Fanerógamas, cuyo concurso ganó en 1950. Aquí es interesante insertar los datos administrativos de los que disponemos con la coyuntura histórica-política de entonces: Horacio Descole, muy identificado con el proyecto peronista, es obligado por las autoridades de la autodenominada Revolución Libertadora, a dejar su cargo de rector en 1955 por lo que abandona la provincia de Tucumán. Es factible que esto haya afectado fuertemente la vida y la trayectoria de Olga Helena. Si bien estuvo al frente de la cátedra de Fanerógamas hasta 1964, en 1960 presentó su entrada a la carrera del investigador científico recientemente creada en el CONICET, entonces dirigido por Bernardo Houssay. Según la información que figura en su legajo, es designada en diciembre de 1960 a los 47 años, siendo su director un eminente botánico extranjero, el doctor Rolf Singer, del departamento de Botánica del Smithsonian Institute de Washington DC, en los Estados Unidos. En 1961 Borsini le escribe una carta a Houssay planteándole “la satisfacción moral de ingresar en la carrera del investigador, donde el conocimiento de que solamente mi trabajo será el factor determinante de mi progreso futuro”. Sin embargo, la documentación administrativa da cuenta de tensiones entre el organismo científico y su cargo docente en la UNT. ¿Sentiría que la figura de su esposo, un aliado del régimen que la Revolución Libertadora prohibía siquiera nombrar, la perjudicaba? ¿Sería ella también hostigada por sus afinidades políticas? Lo cierto es que luego de algunas intimaciones, en 1965 presenta su renuncia alegando “Razones estrictamente personales, ajenos a la carrera misma, que hacen ineludible la elección del camino, que con todo sentimiento tomo en forma indeclinable en estos momentos” (Carta de renuncia, Legato CI 170).
Esos pocos años en que se desempeñó como investigadora de CONICET permitieron dar con los documentos que hacen posible reconstruir algo de su voz. En 1962 este organismo le da 600 dólares americanos y una licencia para realizar una estancia en Chile. Allí, publica en el Noticiario Mensual del Museo Nacional de Historia Natural de Santiago Chile. En uno de esos escritos, realizó una reflexión sobre la misión de las ciencias naturales, planteando el aporte pedagógico de la historia natural, la necesidad de aunar los esfuerzos analíticos, de especialización y los sintéticos, de comparación y la importancia del museo como el lugar para conservar, para exponer “y estudiar la naturaleza para enseñarla a la humanidad”. En otro de los artículos allí publicados escribió: “La flora de sud-sudamérica nos ofrece un magnífico ejemplo de unión entre Chile y Argentina. Las comunidades vegetales se reúnen en territorios fitogeográficos más o menos amplios que no responden a las separaciones políticas”. Está claramente hablando de las plantas que tanto había estudiado, pero también de las fronteras, los pueblos y las culturas.
Es muy poco lo que he podido reconstruir luego de su renuncia a CONICET y a la UNT promediando la década de 1960. Suponemos que siguió los pasos de su esposo, Descole, que se instaló en la provincia de Buenos Aires, época en la cual ella desempeñó algunas tareas en el Herbario del Museo de Ciencias Naturales de la UNLP; es probable también que haya vuelto con él a Tucumán en 1973. Son pocos fragmentos los que nos permiten acercarnos a su obra, pero sin dudas alcanzan para pensar su trayectoria, que va del estudio de la farmacia a la botánica en un contexto excepcional de las ciencias en la UNT. Se trata de una trayectoria no típica dentro de la profesión farmacéutica, pero común al de otras mujeres académicas y científicas. Olga Helena Borsini murió en 1981.
Sobrina de Carolina Etile, Etile Dolores Spegazzini heredó su nombre y su vocación. Nació en octubre de 1943 en La Plata, donde se graduó como bachiller en el Liceo Víctor Mercante. Ingresó a la Facultad de Ciencias Exactas de la UNLP en 1962, para estudiar Farmacia; allí dio sus primeros pasos como ayudante alumna en el año 1963 en la cátedra de Botánica Farmacéutica, donde se desempeñaría durante casi 50 años, obteniendo por concurso en el año 1994 el cargo de profesora. En 1967 se recibió de farmacéutica y siguió estudiando en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo, donde obtuvo el título de licenciada en botánica en 1973.
En la facultad de Ciencias Naturales presentó una tesis sobre la revisión de las especies argentinas del género Herreria, variedad sudamericana de las familias de las Liliaceae y su tesis doctoral trató sobre los adulterantes cogenéricos argentinos de la Iles paraguayensis, es decir, la yerba mate. Siguió dando clases, pero no continuó inmediatamente su carrera académica vinculada a la investigación: en la convulsionada década de los setentas, formó una familia y tuvo a cargo diferentes farmacias hasta instalar en el camino Centenario de la localidad de Gonnet, la farmacia en la que trabajó durante más tiempo. De alguna manera, esto la diferencia de las anteriores trayectorias relatadas, a la vez que la ubica en los tiempos de la feminización de la profesión, época en la que se extiende el modelo del ejercicio de la profesión en la farmacia de oficina como una forma óptima de la conciliación entre el desarrollo profesional y la vida familiar, tal como planteamos más arriba. Etile Spegazzini, quien ejerce su profesión en el último cuarto del siglo XX, es la única de las farmacéuticas cuyas trayectorias describimos aquí, que tuvo hijos.
En la conversación que mantuvimos, se definió a sí misma como “farmacobotánica” lo cual es importante pues desde esa cátedra y ese espacio de saber, desplegó su labor como docente e investigadora; la cátedra de Botánica farmacéutica pasó a llamarse luego de las reformas del plan de estudio, como “Farmacobotánica”. En sus palabras: “como con un sueldo de la universidad no vive nadie” a lo largo de toda su carrera académica trabajó también como farmacéutica oficinal. Es necesario contextualizar el periodo, ya que la mayor parte de la carrera académica de Etile Spegazzini se dio entre las décadas de 1980 y 1990: dicho periodo, sobre todo hasta mediados de los años noventa, estuvo marcado por la normalización del sistema científico-tecnológico y universitario posdictadura, atravesado por sucesivas fases de escasez y crisis en el financiamiento16 (Bekerman, 2016).
La trayectoria laboral de Etile se hilvana en la retroalimentación en ambas labores –el ejercicio profesional más liberal en su farmacia y la vida académica– y es esa retroalimentación la que da solidez a su saber. Ese saber cuya especificidad defiende al plantear que “para los médicos, los farmacéuticos somos bolicheros con título”, sin embargo “somos los que verdaderamente sabemos sobre los medicamentos” y esto se debe a una formación que les ha enseñado a comprender todo el proceso que va “desde el principio activo en una planta, hasta su acción eficiente y segura en las personas”.
La segunda conversación que mantuvimos fue en el marco de una visita que hizo al Museo Casa Spegazzini, hoy dependiente de la UNLP. Ese lugar alberga el herbario que fuera de su abuelo y es la antigua casa familiar de los Spegazzini. Etile recuerda que de chica, siguiendo la tradición familiar, salía con sus padres y hermanos a recolectar plantas. Esa vocación luego pasó al microscopio, desde donde desarrolló su labor en el control de la calidad de plantas de consumo medicinal o alimenticio. Además de farmacéutica y botánica como su tía, ella se siente como “la guardiana de las memorias familiares” y ese conocimiento le ha servido para escribir, por ejemplo, en 1987, un artículo junto con Mirta Toffoli de Mateos17sobre la vida y trayectoria de Carolina Etile Spegazzini.
Etile Spegazzini es una de las pocas farmacéuticas de su generación –egresadas de 1962– que se dedicó a la vida académica, doctorándose en 1998 y llegando a ser profesora adjunta en la Facultad de Ciencias Exactas, donde fue una de las impulsoras de la creación de la Maestría en Plantas Medicinales, una de las primeras en su tipo en el país y en Latinoamérica.
Este artículo propuso presentar trayectorias de mujeres entre la farmacia y la botánica, postulando que ese camino implicaba una trayectoria profesional no típica en el ejercicio de la profesión farmacéutica. En la actualidad y desde hace algunos años, se ha ido incrementado la profesionalización del mundo académico y la diferenciación y especialización de las disciplinas, por lo que es probable que las trayectorias de botánicas y farmacéuticas no tengan en la actualidad demasiados puntos de contacto. Pero en el siglo XX sí lo tuvieron y es interesante pensar y volver sobre ese “entre” la farmacia y la botánica, en tanto constituyó una posibilidad de ingreso de las mujeres al mundo científico a partir del estudio de una profesión considerada femenina. La farmacia se consideraba como una carrera posible para las mujeres, en tanto profesión liberal que podía permitir la conciliación entre la familia y el trabajo. Esto era así, como en otras profesiones sanitarias fuertemente feminizadas, por la asociación entre ese mundo vinculado a los cuidados y las ideas hegemónica de feminidad. Si la profesión farmacéutica proponía un recorrido que iba de la universidad a la farmacia oficinal, algunas trayectorias no típicas, como las de Carolina, la de Olga, la de Etile, construyeron un “entre” que les permitió iniciar carreras científicas, en los tres casos, carreras científicas que fueron posibles en contextos nacionales e institucionales particulares, que moldearon las circunstancias de cada una.
La descripción de esas trayectorias nos mostró cómo fueron variando, a lo largo del siglo XX argentino, las posibilidades de las mujeres, tal como ha sido planteado por otros estudios históricos: primero de seguir una carrera universitaria, luego científica y, por último, que todo ello fuera posible teniendo una familia. Aquí podemos pensar en los rasgos específicos de la farmacia como profesión que hacía posible esa “conciliación” (como vimos, tener una farmacia propia que tuviera las características de un negocio familiar); pero también, en los rasgos comunes con otras profesiones y con las dinámicas del mercado laboral, que muestra, por ejemplo, cómo en la actualidad esta opción ya no es ni tan frecuente ni tan factible, en la profesión farmacéutica y en muchas otras ocupaciones calificadas.
A la vez, con los casos de Carolina, Olga y Etile, vimos cómo la botánica fue un ámbito en el que estas mujeres, en diferentes épocas, encontraron un espacio para desarrollar carreras científicas. En los casos que reconstruimos, esto fue posible también porque hubo varones influyentes que acompañaron-alentaron e hicieron posible que estas jóvenes se adentraran en “tierras prohibidas”.18 El padre/abuelo eminencia de la micología y naturalista consagrado; el marido constructor de instituciones, científico y prolífico gestor de la política universitaria; se trata sin duda de figuras de peso que ponen en evidencia las singularidades y “negociaciones” realizadas en el mundo privado (Gómez Molla, 2017). Las trayectorias nunca son individuales, sino que deben ser entendidas en el marco de una red de relaciones personalizadas que las hacen posibles: Hypatia de Alejandría fue educada por su padre y Marie Skłodowska es mundialmente conocida por el apellido de su esposo, Pierre Curie. Hacer este señalamiento no le quita méritos a nadie, sino muestra los mecanismos del funcionamiento histórico cultural y, por ende, también patriarcal, del mundo de las ciencias.
Por último, este artículo se preguntó si la presentación de estas trayectorias podría brindarnos algún indicio sobre la singularidad de la mirada femenina al enlazar la farmacia y la botánica, las plantas y los remedios. Supimos que Carolina Etile estudió la sombra de toro, Olga Helena a las valerianas, Etile a la yerba mate. Entonces, será posible responder ¿por qué las plantas? ¿Existe algún tipo de asociación simbólica entre el mundo vegetal y el mundo femenino? ¿Es posible rastrear una continuidad entre el uso de la herbolaria de parte de las mujeres sanadoras de antaño y las colecciones de los herbarios de la ciencia moderna que constituyeron la base de la botánica que algunas de ellas practicaron? Seguramente ni este ni ningún otro artículo científico pueda darnos la respuesta y quizá, volviendo al epígrafe, sea la poesía de Gabriela Mistral, sean las palabras, la oralidad, los saberes que pasan de madres a hijas, los que brinden los verdaderos indicios de esa relación.
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