Palabras clave:
movilización del conocimiento | ciencias sociales | política pública | élites científicas
Recibido: 4 de marzo 2025. Aceptado: 15 de abril de 2025.
Resumen
La conceptualización de la movilización del conocimiento científico supone una propuesta interesante para la problematización de la relación entre las ciencias sociales y su “otro”, y ofrece algunos indicios para situar las dinámicas de interacción entre los procesos de producción de conocimiento de las ciencias sociales, tanto en términos de la relación entre las élites del campo y el resto de sus integrantes como con los agentes extraacadémicos que pueden apropiarse y usar los resultados de la investigación social.
En este trabajo discutimos sobre las dinámicas de movilización del conocimiento científico en ciencias sociales –en particular para el campo de la ciencia política– revisitando diversos emergentes analíticos que observan la relación academia-entorno y presentamos algunas conclusiones de base empírica de un trabajo de campo sobre percepciones de investigadores altamente productivos en ciencia política sobre el proceso de producción de conocimiento, las estrategias y formas de interacción y los principales usuarios de sus investigaciones.
Abstract
The conceptualization of the mobilization of scientific knowledge is an interesting proposal for the problematization of the relationship between the social sciences and their “other”, and offers some clues to situate the dynamics of interaction between the processes of knowledge production in social science, both in terms of the relationship between the elites of the field and the rest of its members, as well as with extra-academic agents who can appropriate and use the results of social research.
In this paper we discuss the dynamics of mobilization of scientific knowledge in the social sciences – particularly for the field of political science – revisiting certain analytical elements that observe the relationship between academia and the environment. We also present some empirically based conclusions from fieldwork on the perceptions of highly productive researchers in political science about the process of knowledge production, the strategies and forms of interaction, and the main users of their research.
Keywords
knowledge mobilization | social science | public policy | scientific elites
La discusión sobre las contribuciones que hace el conocimiento social al proceso de toma de decisiones en materia de políticas públicas es un tema nodal de la problematización de la relación ciencia–Estado y conocimiento y política.
La conceptualización de la movilización del conocimiento científico supone una propuesta interesante para la problematización de la relación entre las ciencias sociales y su “otro”, y ofrece algunos indicios para situar las dinámicas de interacción entre los procesos de producción de conocimiento de las ciencias sociales, tanto en términos de la relación entre las élites del campo y el resto de sus integrantes como con los agentes extraacadémicos que pueden apropiarse y usar los resultados de la investigación social.
En este trabajo, construyendo sobre aportes previos, discutimos sobre las dinámicas de movilización del conocimiento científico en ciencias sociales –en particular para el campo de la ciencia política y con foco en sus élites regionales– revisitando diversos emergentes analíticos que observan la relación academia-entorno y presentamos algunas conclusiones de base empírica de un trabajo de campo sobre percepciones de investigadores de las ciencias sociales sobre el proceso de producción de conocimiento, las estrategias y formas de interacción y los principales usuarios de sus investigaciones.
En primer lugar, el trabajo caracteriza el campo regional de la ciencia política y sus dinámicas. En esta primera sección reconstruimos la historia de la ciencia política como disciplina académica a nivel regional. En segundo lugar, problematizamos los enfoques teórico-analíticos que analizan la relación entre el modo de producción del conocimiento y sus dinámicas de uso y apropiación social. Asimismo, recurrimos a literatura sobe élites científicas por sus aportes al análisis empírico subsiguiente. Finalmente, la tercera sección introduce los primeros emergentes de base empírica de un estudio en curso sobre las dinámicas de interacción entre investigadores sociales y usuarios extraacadémicos. Algunos de los elementos que surgen de esta base empírica se relacionan con la vinculación con un “otro” de la investigación, en torno a dos claves: la primera, vinculada al tipo de uso (conceptual-simbólico e instrumental) y, la segunda, según el tipo de agente: intraacadémico y extraacadémico.
La participación de América Latina en los circuitos centrales de producción de conocimiento social ha sido un tema de debate recurrente desde la propia región, debate que estuvo centrado en las condiciones estructurales de nuestros países y cómo esto incide en las posibilidades y limitaciones de encaminar desarrollo y autonomía.[1] Puntualmente, con la creación de organismos regionales de producción de conocimiento y formulación de políticas públicas a partir de los años cincuenta, se produce un mojón en el entendimiento de las relaciones de dependencia, subdesarrollo y periferia –conforme las diferentes escuelas y paradigmas que abordaron estos procesos–: la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en 1948; el Centro para el Desarrollo Económico y Social de América Latina (DESAL) en 1952; la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía (CELADE), ESCOLATINA, todas en 1957; el Instituto para la Integración de América Latina y el Caribe (INTAL) en 1965; el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO) en 1967, entre otras, fueron epicentros de la producción de conocimiento social crítico sobre la realidad latinoamericana.
En estos circuitos intelectuales y académicos de Santiago de Chile, Buenos Aires, México DF, San Pablo y Caracas se generaron teorías autonómicas que pusieron en cuestión los objetivos y las formas de hacer ciencia, en general, y ciencia social, en particular. Este proceso coincidió también con la creación de escuelas y programas de formación de posgrado que permitieron una intensa circulación de estudiantes en las capitales académicas de la región (Beigel, 2013; Gentili y Saforcada, 2012). En el marco de estos espacios de encuentro y circuitos de movilidad intelectual se gestaron teorías sociales autónomas cuyos constructos impactaron en lo que hoy llamamos el Sur Global: desde el estructuralismo económico latinoamericano y los dependentistas, hasta los enfoques des/pos/de-coloniales. El derrotero de la ciencia política en la región se enlaza a este devenir de las ciencias sociales.
El escenario en el que se desplegó este proceso fue el de la segunda posguerra y la preocupación por el mantenimiento de la paz y el desarrollo económico, donde la ciencia ocupaba un rol central –tanto por su contribución “al progreso”, y al “bienestar”; así como al mantenimiento de lazos cooperativos y pacíficos entre los países–. En este marco, van a surgir un conjunto de organismos internacionales multilaterales para mantener la paz entre las naciones (como la Organización de las Naciones Unidas, ONU), para reestructurar el orden económico (Fondo Monetario Internacional, FMI, y el Banco Mundial, BM) y para ordenar el comercio mundial (por la vía del Acuerdo General de Comercio y Aranceles, GATT siguiendo su nombre en inglés). Asimismo, en estos años comienza a gestarse el sistema de cooperación internacional al desarrollo, por la vía de conferencias multilaterales, así como por la acción encaminada por agencias de cooperación de países centrales.
En este escenario, la cooperación para la promoción de la ciencia ocupó un rol central. Como indica Beigel (2010), las tres instituciones internacionales que compitieron en la internacionalización de la ciencia, la cultura y la educación durante estos años fueron la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), la Organización de Estados Americanos (OEA) y la Iglesia Católica. Mientras que los países que compitieron en este proceso fueron los Estados Unidos y Francia. Por último, fundaciones privadas norteamericanas –Ford, Carnegie y Rockefeller– y alemanas –Misereor, Adveniat y Konrad Adenauer– contribuyeron al financiamiento de instituciones, proyectos de investigación y movilidad de investigadores desde sus países a nuestra región. Así, el desarrollo de los conocimientos sociales siguió tres vías: a) la universidad: desde las primeras cátedras de ciencias sociales fueron establecidas desde finales del siglo XIX hasta la aparición de escuelas e institutos de investigación durante los años cincuenta; b) el periodismo: con el desarrollo del pensamiento social amateur e investigaciones independientes; c) el Estado: investigaciones para implementar políticas públicas a cargo de técnicos desde 1920.
Los sistemas universitarios de la región eran disímiles, con capacidades institucionales heterogéneas, y planteles dispares (Krotsch, 2001). Sobresalía la ausencia de posgrados y de políticas de investigación científica en las universidades. La profesionalización de la carrera docente se caracterizaba por su desarrollo lento. La consecuencia de estas asimetrías en los sistemas universitarios (y científicos) será que la ciencia social se desarrolla en los epicentros de Santiago, Buenos Aires, San Pablo y México DF: carreras, facultades, institutos y revistas especializadas dan cuenta de este proceso. En estos circuitos de conocimiento se formarán cientistas sociales (con un perfil de investigador –militante) y se generarán las teorías sociales autónomas –y críticas– de América Latina. A su vez, estas pasarán a disputar, a nivel global, dos campos de estudio: los estudios latinoamericanos y los estudios del desarrollo (Beigel, 2010). En ambos, la ciencia política encontrará un terreno fértil para su desarrollo.
La UNESCO promovió la creación de tres organismos centrales por los que circularon estos investigadores que se formaron con una perspectiva latinoamericanista y que desarrollaron categorías y teorías para mejorar las condiciones socioeconómicas de la región: la CEPAL en 1948 en Santiago; la FLACSO en 1957 en Santiago; y CLACSO en 1967 en Buenos Aires (Beigel, 2009, 2010). Estas tres instituciones serán gravitantes para comprender las primeras décadas del desarrollo de la ciencia política en la región.
La ciencia política –es decir, el estudio científico de la política– es reciente ya que durante muchos años (siglos) tuvo dominancia de otras disciplinas como la filosofía y las teorías políticas, la historia de las doctrinas políticas y el derecho constitucional (Barrientos del Monte, 2013). Será recién a fines del siglo XIX y principios del siglo XX cuando comience a consolidarse, a partir de la gravitación del positivismo y el nacimiento de la sociología, y a centrarse en el estudio de base empírica de los procesos políticos. Esta vinculación con otras disciplinas y las preguntas sobre la especificidad de su objeto de estudio y sus métodos han caracterizado hasta el día de hoy su devenir, buscando delimitación y autonomización, así como su denominación más precisa en relación con otras ciencias sociales. En efecto, prueba de ello es una discusión que aparece recurrentemente en algunos ámbitos académicos en torno a si es “una” ciencia política o si se debe aludir a ella en plural (“ciencias políticas”) o como área de estudios (“estudios políticos”); discusión que pretende oponerse a cierto mainstream disciplinar positivista y cuantitivista (promovido, especialmente, por la gravitación que tiene la ciencia política norteamericana a nivel mundial). Más allá de estas discusiones, la ciencia política se ha desplegado en una variedad y pluralidad de enfoques; cuenta con demarcación, institucionalización y autonomización de las disciplinas “fundadoras”. Parte de esta madurez disciplinar se plasma en la constitución del campo de estudios de historia de la ciencia política (véase: Bulcourf, 2012; Bulcourf, Gutiérrez Márquez y Cardozo, 2015).
Siguiendo a Barrientos,
no es fácil señalar un momento fundacional de la ciencia política latinoamericana, pero [sí destacar] tres características singulares: a) a nivel estructural, un grado de institucionalización desigual. Mientras en algunos países la ciencia política tuvo espacios específicos –escuelas, institutos o facultades universitarias– ya desde los años cincuenta para acoger a una comunidad dedicada a ésta –como inicialmente en México, luego en Brasil, Chile, Argentina y Uruguay–, en otros fue hasta la década de 1980; b) en el plano intelectual, dos tendencias que se superponían o se combinaban: una que implicaba absorber las influencias externas (teorías y corrientes de pensamiento, modas intelectuales y metodologías) europeas y norteamericanas, y otra que se dedicaba a crear escuelas internas o de pensamiento propio dadas las características tan diferentes de las problemáticas en América Latina; c) en el ámbito de la profesión, los politólogos en América Latina han tenido tres vías de desarrollo: la academia (docencia e investigación), el servicio público (nacional e internacional) y los medios de comunicación. (Barrientos del Monte, 2013: 109-110)
Tan solo por señalar algunos mojones de su devenir, y recuperando lo antes dicho sobre la conformación de la ciencia social latinoamericana como un circuito autónomo de producción de conocimiento durante los años cincuenta y sesenta, la creación en 1966 dentro de la FLACSO chilena de la Escuela Latinoamericana de Ciencia Política y Administración Pública (ELACP) con el objetivo de mejorar el nivel de enseñanza de administración pública para incrementar la capacidad de los gobiernos del continente de implementar políticas de desarrollo permitió la circulación de actores y saberes. En efecto, buena parte de los y las politólogas más relevantes de nuestros países tuvo un vínculo con la ELACP, ya sea como profesor/a o como estudiante de posgrado. Además, estos académicos y académicas se relacionaban con mayor o menor intensidad con la red de grupos de investigación que generó la creación de CLACSO. En estos círculos se discutían, ampliaban, mejoraban y contrastaban las diferentes vertientes del pensamiento dependentista latinoamericano de entonces. A la vez, esto fue acompasado por el surgimiento de nuevas carreras, muchas de ellas iniciadas en escuelas de derecho; ampliando la oferta y autonomizándose de las perspectivas jurídicas. En el caso de Argentina, por ejemplo, la ciencia política (y las relaciones internacionales) nace en 1919 en la Universidad Nacional del Litoral, en su sede de Rosario que luego se convirtió en la Universidad Nacional de Rosario, como licenciaturas en Servicio Consular y Diplomático, transformándose en 1929 en Licenciaturas en Ciencias Políticas y otra en Diplomacia y Relaciones Internacionales (Bulcourf y D’Alessandro, 2003: 141).[2] Siguiendo también con el caso argentino, durante los momentos de dictaduras cívico-militares, la disciplina tendrá un mayor auge en el sector universitario privado (puntualmente, la Universidad del Salvador).
Con todo, en estos años de circulación regional y de debates prolíficos en la teoría social desde el dependentismo, la ciencia política genera un circuito propio para la conformación disciplinaria, que se enlaza a la construcción de las teorías propias (es decir, latinoamericanas) de lo social y un perfil disciplinar vinculado a la administración pública de cuerpos profesionalizados, pero, a la vez, militantes y/o con compromiso político explícito.
Las dictaduras militares afectan este desarrollo, migrando muchos y muchas de estos académicos al exilio en otros países como México, Brasil, Venezuela, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania (principalmente); generando así nuevos intercambios y simbiosis con discusiones disciplinares como parte de estas diásporas.
Los años ochenta constituyen otro hito para el crecimiento e institucionalización de la disciplina, que encontró en los procesos de redemocratización de entonces no solo un terreno fértil para la producción de conocimiento, la reflexión teórica y el perfeccionamiento de métodos, sino, además, para profesionalizar la administración pública de los gobiernos democráticos (Barrientos del Monte, 2013; Bulcourf, Krzywicka y Ravecca, 2017; Leiras, Abal Medina, y D’Alessandro, 2005).[3] Siguiendo a Bulcourf et al. (2017) desde los ochenta la ciencia política (así como también las relaciones internacionales) han tenido un crecimiento sostenido en la región al calor de los procesos de democratización y que se expresa en el incremento de las carreras de grado y posgrado junto a la ampliación de la matrícula de estudiantes; “se han consolidado cuerpos de profesores e investigadores, muchos de ellos con fuerte formación de posgrado y experiencia en la investigación científica; las publicaciones fueron creciendo y principalmente se registra una ampliación y consolidación de las revistas científicas periódicas” (Bulcourf et al., 2017: 18).
En las tres décadas que van entre la recuperación democrática y los primeros lustros del milenio actual, en el caso de Argentina, la agenda de investigación acompasó los procesos políticos del país, las “necesidades” de decisores y de actores que buscaban incidir en la arena política y los debates e innovaciones del campo científico a nivel central-general. De esta manera, siguiendo a Leiras et al. (2005):
- En los años ochenta, los temas principales fueron: analizar la democratización argentina con especial atención a las relaciones entre políticos y militares; la reconfiguración de los actores sociales, los partidos políticos y el sistema partidario luego del período dictatorial; las transformaciones en el discurso y la cultura política; los problemas de eficacia y eficiencia en el funcionamiento de las burocracias estatales.
- Durante los años noventa, el foco de los estudios se vinculó al estilo de gestión y las políticas implementadas por el mandatario de entonces: las tendencias delegativas y la debilidad de los controles horizontales; la personalización de la toma de decisiones y las nuevas formas del populismo; la relación entre partidos, organizaciones, poderes y niveles de gobierno en las políticas de reforma estructural; el análisis de la estructura fiscal federal y las diferencias interprovinciales en el comportamiento electoral y la conformación de los sistemas de partidos; los procesos de privatización y descentralización de los servicios públicos y las condiciones de producción de las políticas sociales.
- Con la crisis del fin de milenio, los estudios pasan a centrarse en los problemas de gobernabilidad y representación, analizando las manifestaciones electorales, el sistema de partidos, organizaciones partidarias y formas de la protesta social, entre otras.
En la actualidad, el crecimiento del campo académico-científico de la ciencia política en la región puede verse no solo por el aumento de propuestas de formación de grado y de posgrado, sino que, además, por la creación y el dinamismo de las asociaciones científicas y profesionales, la realización periódica de eventos nacionales, regionales e internacionales, y la proliferación de revistas disciplinares en circuitos regionales y mainstream de validación del conocimiento académico.[4]
Desde comienzos de siglo, surge en Canadá para la discusión de las políticas de investigación en ciencias sociales y humanas el concepto de movilización del conocimiento como un ensayo de respuesta que permita enlazar con mayor grado de éxito la producción de conocimiento científico con su uso efectivo. El Consejo de Investigaciones en Ciencias Sociales y Humanidades de Canadá (SSHRC) define la movilización del conocimiento como:
El flujo y consumo recíproco y complementario del conocimiento científico entre investigadores, mediadores e interlocutores y usuarios de dicho conocimiento –dentro y más allá de la academia– que procura lograr la maximización de los beneficios para los usuarios así como el logro de conocimientos creados en y para Canadá y/o internacionalmente que provoquen consecuencias positivas y que por ultimo permita –además– mejorar el perfil –en término de riqueza e impacto– de la investigación en ciencias sociales y humanidades.[5]
La movilización del conocimiento supone una serie de estrategias, procesos, acciones que son identificadas en el quehacer cotidiano de los científicos y las científicas, así como una serie de recomendaciones que la implican en su carácter normativo orientadas atender los procesos de vinculación entre productores y usuarios de conocimiento. Los múltiples trabajos publicados –que son tanto estudios de caso como de debate teórico– brindan diagnósticos que se proponen ofrecer definiciones sobre: los actores que intervienen en la producción, las diferentes morfologías que adopta el conocimiento que se moviliza, como así también los desafíos que presentan los canales de diálogo entre productores y usuarios del conocimiento denominado científico.
El concepto de movilización del conocimiento, entonces, asume diferentes perspectivas y definiciones: uso de la evidencia y del resultado de las investigaciones para la toma de decisiones en políticas públicas (Nutley et al., 2007); método o herramienta que facilita la traslación de resultados de la investigación a la acción (Bennet et al., 2007); esfuerzos por compartir resultados de investigación con posibles usuarios (Levin, 2011); acciones que permiten dejar el conocimiento listo para la acción y su intervención mediante interlocutores (Levesque, 2009).
La conceptualización supone una revisión crítica sobre el o los modos de producción de conocimiento científico más allá de la caracterización “modo 1” y “modo 2” (Gibbons et al., 1997). De este modo, no se reconocen modos de producción de conocimiento diferenciados por sus características intrínsecas sino integrados en un proceso contingente y recursivo que incluye la participación de otros agentes en proceso de investigación científica.
Siguiendo a Bourdieu (1976), el capital acumulable en el campo científico para las relaciones entre pares (lo que explica sus luchas) es la autoridad científica que se materializa en las comunicaciones científicas (en el soporte que estas sean: papers, libros, premios, etc.). La inclusión de un “otro” en el proceso supone la necesidad de construir nuevos recursos para establecer tanto legitimidad como autoridad. Estos recursos son ahora transepistémicos (Knorr-Cetina, 1996) y requieren nuevas estrategias de acumulación y por tanto nuevas dinámicas de interacción entre académicos y no-académicos.
Solo podrán acumular el capital necesario para establecerse como autoridades del campo en la medida en que –producto de la interacción– establezcan, de forma contingente, qué recursos simbólicos conforman ese capital específico.
En efecto, en tanto estrategia, la movilización del conocimiento en términos analíticos supone en algún grado un proceso de transformación del conocimiento con fines de uso por parte de agentes extraacadémicos. Existen múltiples formas de reconocer los procesos de transformación de conocimiento (traslación, traducción, apropiación, hibridación, etc.). En este trabajo nos centramos en problematizar el proceso de producción de conocimiento desde la perspectiva de los integrantes de la élite del campo de la ciencia política en el Cono Sur, intentando desarmar la cuestión de su uso desde la perspectiva de los investigadores relevados, haciendo foco en la participación –o no– de agentes extraacadémicos incluidos –o no– antes, durante y/o después del proceso de producción.
Un componente fundamental de este análisis está relacionado con el concepto de las élites científicas y académicas y su relación con el campo del que son parte. En términos generales, las élites científicas han sido descriptas como un grupo cuyos aportes colectivos contribuyeron al avance general del conocimiento, marcando tendencias e influyendo paradigmas en todas las disciplinas (Li et al., 2020). Para estudiar a las élites científicas en Europa, Kwiek (2016) se enfocó en lo que denomina como “académicos altamente productivos”. Dicho estudio se enmarca dentro de una literatura específica, la cual busca explicar los diferentes grados de productividad entre los académicos, y el aporte de Kwiek se basa en un estudio de los investigadores más productivos a lo largo de múltiples disciplinas científicas en 11 países europeos.
A través de un estudio cuantitativo, el autor halla que la internacionalizacion de la investigación y las publicaciones, la colaboración nacional e internacional, la cantidad de horas destinadas a la investigación por sobre la docencia y la antigüedad o rango académico son factores que muestran una correlación considerable con la alta productividad científica (Kwiek, 2016). Quizá el punto más poderoso de los hallazgos del autor es el siguiente: el 10% más productivo de la academia es responsable de casi la mitad de las publicaciones, al menos en Europa. Esto genera una especie de élite con rasgos comunes por más que sus integrantes pertenezcan a diferentes países y entornos institucionales: las verdaderas diferencias son intranacionales e intrasistémicas, ya que de quien más se diferencian los miembros de estas élites es de sus propios colegas de menor productividad (Kwiek, 2016).
Con foco en las ciencias sociales, Mosbah-Natanson y Gingras (2013) señalan que la productividad global de las mismas ha aumentado considerablemente desde fines del siglo XX, al igual que la colaboración internacional entre autores. Sin embargo, los autores indican que esto no ha sido suficiente para superar las asimetrías y la relación “centro-periferia” entre el norte y el sur global en términos académicos. Si bien las colaboraciones internacionales les han otorgado visibilidad y legitimidad global a cientistas sociales radicados en el sur global, esto ocurre a expensas de agendas de investigación localmente orientadas. Norteamérica y Europa siguen produciendo la amplia mayoría de las publicaciones en ciencias sociales, y son los investigadores de estas regiones los que gozan de una mayor autonomía y centralidad en la producción global de conocimiento (Mosbah-Natanson y Gingras, 2013).
Analizando la sociología estadounidense, Warczok y Beyer (2021) llegan a conclusiones similares: las ciencias sociales de EE. UU. impactan las prácticas académicas de estas disciplinas a nivel global, con énfasis en la utilidad pública y la aplicabilidad de las investigaciones. Dentro de este contexto, la élite estadounidense se posiciona globalmente como el “centro” de la producción del conocimiento. Es teniendo en cuenta este marco que procedemos a analizar la base empírica de este artículo, la cual se basa en una exploración de cómo un grupo de especialistas en ciencia política, a quienes abordamos como miembros de una élite regional del Cono Sur, interactúan con sus interlocutores e interpretan el rol de sus producciones.
A partir de lo anterior, el presente trabajo recupera reflexiones vertidas en trabajos previos sobre las formas en las que los investigadores sociales interactúan con agentes extraacadémicos y cómo perciben y significan el uso (potencial o concreto) producto de sus investigaciones.
Junto con la revisión de modelos analíticos y conceptuales, este trabajo presenta resultados de una primera indagación exploratoria sobre las consideraciones desde el punto de vista de los investigadores. La base empírica analizada consta de 15 entrevistas en profundidad a investigadores formados (senior) del campo de ciencia política y un cuestionario online autoadministrado a una muestra de 30 investigadores del Cono Sur[6] sobre sus percepciones en materia de movilización del conocimiento y vinculación con agentes extraacadémicos. La selección de la muestra fue producto de un estudio previo y en curso sobre la productividad de los investigadores de ciencias sociales en América Latina, en la que identificamos los investigadores más productivos del campo de ciencia política del Cono Sur. Las entrevistas fueron desgrabadas, anonimizadas y codificadas y sobre el cuestionario online, de la muestra total, se obtuvieron 24 respuestas únicas. Las secciones que siguen recuperan los discursos de los investigadores en forma de verbatims como también algunos de los resultados más relevantes producto del cuestionario.
Visto lo anterior, entonces, este trabajo presenta una primera aproximación a la pregunta que lo origina: ¿cómo las élites científicas del campo interactuar –movilizan– el conocimiento que producen? El abordaje de esta élite, sostenemos, nos permite presentar una reflexión sobre el propio campo de la ciencia política en la región, como así también algunos emergentes de base empírica que nos permiten caracterizar el modo de producción de conocimiento.
Como dijimos, el elemento más significativo para el análisis de estas dinámicas de producción y uso de conocimiento es el reconocimiento de un “otro” en la investigación social: ya sea este reconocimiento explícito en el marco de un proyecto específico o no, indagando en la forma en la que los investigadores identifican a un potencial usuario de su producción.
Collins y Evans (2002) en su influyente trabajo argumentan que, en contraposición al modelo experto/lego (vinculado a la autoridad y el déficit de conocimientos) existen múltiples tipos de expertise para analizar los modos de interacción entre académicos y no académicos. Los autores diferencian entre dos tipos de expertise: interactiva, que supone poseer el conocimiento y las habilidades suficientes para interactuar de manera significativa con otros expertos en el propio campo, y contributiva, que supone tener suficientes conocimientos y habilidades para hacer una contribución al cuerpo de conocimientos en construcción. La expertise contributiva es propia del campo científico y se adquiere mediante la formación y la socialización en una disciplina (adquiriendo conocimiento tácito al trabajar con otros académicos). La interactiva, por otra parte, es la que le permite a agente interactuar de manera significativa con expertos de áreas distintas a la propia. Collins y Evans (2002), quienes abogaron por una teoría normativa de la expertise y una tercera ola en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, sostuvieron que, en rigor, la toma de decisiones sobre los aspectos técnicos de una controversia científica requiere de un nuevo enfoque para la expertise, que aborde el problema del alcance que sea capaz de delimitar los límites de la competencia los agentes no académicos y su participación. Según Collins y Evans (2002), la última palabra para clausurar una controversia siempre debería ocurrir entre expertos (científicos) de un núcleo central del proyecto (core group) que podrían establecer los límites de aquello que es o no conocimiento válido. El trabajo sobre la categorización de los tipos de expertise y las teorías normativas de la expertise inició un álgido debate (Epstein, 2011; Jasanoff, 2003; Rip, 2003; Wynne, 2003) en el que se destacan dos tipos de argumentos críticos. La primera crítica al trabajo de Collins y Evans se relaciona con su aplicabilidad al ámbito de la formulación de políticas públicas (Jasanoff, 2003; Grundmann, 2017). Al jerarquizar el lugar del conocimiento científico por sobre el de otros agentes, refuerzan el modelo tecnocrático instrumental de toma de decisiones (que asume que los consejos dados por los expertos / científicos deben ser la base de las decisiones que informen el diseño de una política pública).
La segunda línea de crítica implica examinar la definición de expertise. Collins y Evans (2002) abogaron por un papel especial de la práctica científica en la sociedad y se opusieron a los enfoques relativistas de la pericia que difuminan los límites entre la pericia científica y no científica (Collins y Evans, 2002). Algunos argumentaron (Epstein, 2011; Wynne, 2003) que el modelo de Collins y Evans (2002) pasa por alto el aspecto clave de la expertise: su carácter atribucional. Grundmann (2017) resume este problema indicando como Collins y Evans solo reconocen la expertise como algo que alguien tiene en lugar de algo que se le atribuye (Grundmann, 2017).
Este último aspecto es central para el análisis a desplegar. El rol de experto y el reconocimiento de la expertise, es siempre atribuido, no intrínseco a una posición. De este modo, los investigadores deben orientar sus acciones para ser reconocidos como interlocutores expertos, capaces de proveer información válida sobre el tema/problema de investigación.
Esa atribución sobre la categoría de expertise, debe ser construida para interactuar con dependencias del Estado.
las secretarías o las direcciones del Estado hacen lo que tienen a su alcance. Si uno se vincula diciendo “no, eso está mal” o “esto se hace así” ya empezás mal. Hay una confianza que se construye […] si todos tienen en claro que hay una relación de apoyo mutuo, simbiótica. (Pedro, investigador senior, Argentina)
una tiene que construirse como interlocutor para el Estado. Esos vínculos son no sé […] no te quiero decir cualquier cosa, pero un muy alto porcentaje, son por relaciones previas. Puede ser en base a militancia conjunta, puede ser porque un funcionario participó de un seminario que dictó alguien del equipo, porque alguien leyó un trabajo tuyo […] pero si no lográs entablar una relación de confianza, vas a trabajar con ellos una vez nada más. (Maria, investigadora senior, Brasil)
El conocimiento producido debe ser válido, confiable y legítimo (McEwen et al., 2008; Oliver et al., 2014; Pentland et al., 2011). La idea básica detrás de la autoridad del conocimiento es el hecho de que el uso de ese conocimiento está determinado en gran medida por si una información parece ser válida (en términos científicos) y digna de confianza. Este es uno de los elementos clave del proceso interactivo, la confianza atribuida a la fuente de conocimiento a veces puede ser más importante que las cualidades científicas de dicha evidencia (Orton et al. (2011).
Al respecto los investigadores despliegan estrategias que suponen la acumulación de un capital social que les facilite el proceso de interacción con agentes no académicos. Las características de este capital giran en torno a la confianza, en términos de dependencia (vinculado al estar en territorio) y en términos de colaboración con los agentes estatales, sobre los que pueden luego construir objetivos conjuntos.
Las identidades académicas a menudo se presentan como un espectro que va desde el académico de la “torre de marfil” hasta la figura más inmersa y comprometida del entrepreneur académico (Lam, 2010; Pielke, 2007; Smith, 2012). La mayoría de los académicos, indudablemente en parte como resultado de un entorno institucional fluctuante, desarrollan identidades académicas progresivamente más anfibias (Svampa, 2005) que los ubican en algún lugar de esta escala (Lam, 2010). La mayoría de los académicos entrevistados, de acuerdo con el estudio de Lam (2010) sobre el espíritu empresarial académico, informaron diversas formas de hibridación de las identidades académicas. Al mismo tiempo, lo que se explora menos en la literatura es la forma en que las personas, en los espacios de interfase, reaccionan a los cambios institucionales ajustando sus identidades para adaptarse a cambios de las lógicas institucionales.
Junto con la construcción de legitimidad en el campo de interacción, el análisis de las dinámicas de esas interacciones pone el acento en los roles y funciones de los agentes (académicos y extraacadémicos) dentro del proceso.
Bandola-Gill (2019) plantea cuatro roles/funciones que los agentes académicos desarrollaron en sus prácticas de investigación en interacción con otros agentes del ámbito estatal, según su grado de vinculación (de más a menos abstracto/formal):
i) Contestatario (challenging): supone desafiar la configuración de políticas actuales y dirigido a cambios en el conocimiento y la comprensión.
ii) Aprendizaje (learning): situación de aprendizaje en la que varios participantes con diferentes antecedentes interactúan entre sí y aprenden juntos sobre problemas de políticas y prácticas.
iii) Aportar evidencia (providing actionable evidence): el proceso de aportar evidencia a través de la producción de investigación orientada a políticas se basa en la colaboración entre diferentes grupos de actores. Se enfoca en recomendar alguna acción práctica.
iv) Promoción (advocay): el objetivo es promover opciones de políticas específicas.
Esta categorización de modelos de intercambio de conocimientos apunta a dos ideas principales sobre la interacción con audiencias no académicas: con respecto a la diversidad de las formas de vinculación y con respecto a los niveles constructivos y contestatarios y la cercanía entre los responsables políticos/profesionales y el mundo académico. Cuando mayor es el carácter abstracto de la interacción-relación, más espacio aparece para la práctica contestataria, mientras que a menor abstracción –mayor cercanía y compromiso– lo que redunda en roles, que, aunque críticos de la toma de decisiones por parte del ámbito político, procuren promover y promocionar temas/problemas y opciones de política para su seguimiento.
La primera idea de este modelo apunta al hecho de que la vinculación (engagement) no es homogénea sino epistemológicamente compleja y puede llevarse a cabo en diferentes niveles de abstracción y basándose en diversas lógicas institucionales.
Los investigadores afirmaron estar cerca de las partes interesadas e involucrar una multiplicidad de voces y puntos de vista en el proceso de investigación e intercambio de conocimientos (Dunston et al., 2009; Heaton et al., 2015; Holmes et al, 2017). Al mismo tiempo, su conceptualización del límite entre la investigación y la política difirió significativamente.
Los investigadores indagados no resignan la posibilidad en términos contestarios, puesto que le asignan a esa práctica un rol sustantivo en tanto capacidad de ofrecer resistencias al avance de proyectos o programas con los que no comparten diagnósticos o mecanismos de aplicación.
Los investigadores perciben y desarrollan su rol en la interacción estableciendo lazos de confianza con las contrapartes. Sin embargo, la construcción de un capital social y el desarrollo de lazos de confianza no aparece en sus discursos como subordinado a los agentes no académicos. Este matiz asimilable a la autonomía clásica es un criterio identitario fundamental del desarrollo del modo de producción de conocimiento analizado.
La relación entre ciencia-sociedad, para la política científica, estuvo siempre emparentada a la dinámica de oferta y demanda. Como afirmaron Landry et al. (2001) y Weiss (1979) los modelos de interacción clásicos de vinculación son tres: basado en la oferta de conocimiento, basado en la demanda de conocimiento y un tercer modelo en clave interactivo. En este sentido, en el marco de los roles de los investigadores, prevalece ese modelo de oferta, donde son ellos quienes movilizan el resultado de sus investigaciones, producto de vinculaciones previas con otros agentes extraacadémicos.
Una conceptualización interesante para saltar esta dicotomía en términos de oferta/demanda es la de “interacciones productivas” (“productive interactions”) (Spaapen and van Drooge, 2011). El modelo entiende a las interacciones productivas como intercambios entre investigadores y usuarios en los que se produce y valora un conocimiento científicamente robusto y socialmente relevante (Spaapen and van Drooge, 2011). Estos intercambios están mediados a través de varias “pistas” (clues), en diversos soportes: una publicación de investigación, una exposición y un diseño o apoyo financiero. La interacción es productiva cuando conduce a los esfuerzos de las partes interesadas para utilizar o aplicar de alguna manera los resultados de la investigación. Los impactos sociales del conocimiento, o su relevancia social, son entendidos como cambios de comportamiento que ocurren debido a la forma que adquiere este conocimiento (referido a los efectos del uso). Estos cambios pueden afectar el desarrollo humano (en términos de “calidad de vida”) y/o las relaciones sociales entre personas u organizaciones (Spaapen and van Drooge, 2011).
Retomando la caracterización de Bandola-Gill (2019), la interpretación respecto de los roles de los académicos puede ajustarse a alguno o más de uno de esos roles definidos, en especial si se reconoce la trayectoria de los investigadores y equipos. En todos los casos aparece un rol de aprendizaje mutuo en el que se conjugan las capacidades de la relación, las formas de definición del tema/problema y sus alcances de investigación. En segundo término, el rol vinculado a aportar evidencia es también significativo y en una buena parte de los proyectos construir información sistematizada es el objetivo de máxima. Finalmente, los dos roles de frontera (contestatario y de promoción) aparecen en los discursos como posibles, solo en algunos pocos casos, materializados por la propia dinámica de proyectos de investigación e interacciones específicas.
Se suele esperar que los científicos movilicen el conocimiento que producen orientándolo hacia algún horizonte de utilidad social; pero, recientemente, esta pretensión se ha intensificado y algunas instituciones han comenzado a reclamar a los investigadores que expliciten la relevancia, pertinencia y potencial uso de sus investigaciones. A pesar de que outputs y outcomes (Sarewitz, 2010) de la actividad científica han sido igualados en el análisis cuantitativo de las ciencias sociales (especialmente en el “Norte”) y que este marco ha sido cuestionado ampliamente por su alcance teórico, existe un área de vacancia de trabajos de base empírica que se propongan revisar la forma en que los científicos sociales participan en las actividades de vinculación con agentes extraacadémicos: ¿quién es el usuario principal de nuestra investigación? ¿Cómo interpretan y perciben los científicos sociales las actividades de transferencia de conocimiento?
Cuando se piensan procesos de vinculación y transferencia de conocimiento para la investigación social con el Estado y la política (nos referimos en particular al sentido de policy, en tanto política pública) se suelen ubicar bajo el concepto de asesoramiento científico (Estébanez, 2004). Asesoramiento científico reconoce tanto una función de vinculación difusa en la que los investigadores son reconocidos como analistas simbólicos (Brunner, 2003) donde su contribución supone la sistematización de información y el desarrollo de conceptualizaciones que permitan profundizar la comprensión sobre fenómenos sociales complejos. En efecto, dentro del asesoramiento científico se incluyen actos de investigación usable (Benneworth y Olmos-Peñuela, 2018) que no necesariamente cuenten con un usuario extraacadémico explícito en el marco de una interacción (uso conceptual-simbólico).
Por otro lado, aparecen también, experiencias más situadas de interacción donde se persigue un objetivo explícito de aplicación de conocimiento en un contexto particular (Alonso, 2021). La pregunta por la aplicación concreta de resultados de investigación se inicia con el reconocimiento, identificación e inclusión (como vimos) de un “otro” –en tanto contraparte– del proceso de producción de conocimiento. Las características de esta interacción varían según el grado de formalización de la relación con el agente extraacadémico y del contenido epistémico de los resultados perseguidos (uso instrumental).
Para que ocurra esa aplicación directa de conocimientos a decisiones en materia política se requiere un conjunto extraordinario y concatenado de circunstancias que son difíciles de consolidar en la práctica. Siguiendo el trabajo clásico de Weiss (1979), se requeriría:
una situación de decisión bien definida, un conjunto de actores de políticas que tengan responsabilidad y jurisdicción para hacer la decisión, un problema o asunto cuya resolución dependa en cierta medida al menos de mayor información, identificación de la necesidad de información, investigación que provea esa información en términos que calcen con las circunstancias dentro de las cuales la decisión será hecha, resultados de investigación que sean definidos, no-ambiguos, sólidamente fundados y poderosos, que lleguen oportunamente a los decisores que trabajan sobre el problema en cuestión, que sean comprensibles y comprendidos, y que no entren en conflicto con intereses políticos fuertes. (Weiss, 1979: 34)
En general, las interacciones con el Estado, difícilmente se ajusten a estas condiciones, sino más bien se dan en el marco de lo que Brunner (1993, 2003) reconoce como una variedad de “arenas de decisión” donde participan múltiples actores, todos ellos dotados de conocimiento local, información parcial y un capital acumulado de prácticas. Al ponerlos en juego interactivamente buscan arribar a una “solución” del problema, que puede consistir nada más que en su desplazamiento, transformación o simplemente en “pasar” a través de él conforme los actores se las vayan arreglando (“muddling through”) (Brunner, 2003: 4).
Hay gente en el Estado con muchas experiencias de gestión distintas, eso vuelve complejo también la interacción. Con eso también hay que lidiar. Y que el funcionario que hoy está acá, mañana por ahí –bah seguramente– no está más. (Martín, investigador junior, Argentina)
Las dinámicas de estas arenas transepistémicas (Knorr-Cetina, 1996) suelen estar saturadas de conocimiento y expertises, que se “mueven” impulsadas por las diversas estrategias que los agentes ponen en acción en el proceso de interacción.
De este modo, los agentes –incluyendo a los funcionarios decisores– producen interactivamente ciertos arreglos más o menos inestables, para lo cual utilizan información y conocimientos tamizados por consideraciones instrumentales o estratégicas (Brunner, 2003). Es bajo esas condiciones que los conocimientos producidos por la investigación social pueden incidir en los procesos de toma de decisiones y “solución” de problemas. Los modos de producción de conocimiento, como dijimos, se dan siempre en un marco institucional que habilita y constriñe cursos de acción posible por parte de los académicos. En otros trabajos hemos analizado cómo las lógicas, dinámicas y culturas institucionales juegan un rol central a la hora de promover el desarrollo de investigaciones orientadas hacia usuarios del conocimiento. Desde hace dos décadas, se ha ido consolidando un “clima de época” en el que se espera que los investigadores vuelvan más evidentes los mecanismos mediante los que hacen contribuciones con sus investigaciones al ámbito social. En efecto, desde los ámbitos de gestión de la ciencia y la tecnología (CyT) –en particular en Argentina– se han puesto en funcionamiento instrumentos de política científica que intentan promover, formalizar e institucionalizar la producción de conocimiento orientado hacia usuarios concretos de su producción (Alonso, 2019).
Estos instrumentos, en general, no han sido pensados especialmente para involucrar a investigadores de las ciencias sociales y, por tanto, suelen dejar de lado algunos de los matices de este tipo de interacciones a la hora de reconocer las características específicas de esas dinámicas.
La base empírica de investigadores analizada en este trabajo no incorpora a investigadores en el marco de este tipo de proyectos orientados, sino más bien una selección intencional de investigadores de élite, es decir de renombre, larga trayectoria y alta productividad, para indagar sobre los procesos de vinculación con el Estado y la política con un espíritu exploratorio. El trabajo no busca describir y analizar las percepciones de investigadores altamente vinculados, sino ofrecer una caracterización preliminar de investigadores senior del campo sobre su relación con los potenciales usuarios y sus percepciones respecto de las dinámicas de interacción de la investigación social. En el cuestionario realizado, en primer lugar, se les pidió a los investigadores que identifiquen la producción de sus equipos de investigación en dos dimensiones (gráfico 1).
Gráfico 1. Caracterización de los tipos de investigación que se desarrollan en el grupo que integra el investigador (N=24).
Fuente: elaboración propia.
Mayormente, los investigadores indagados, se ubican dentro de la investigación básica (75%) mientras que un menor porcentaje reconoce que desarrollan investigación orientada a resultados de aplicación observable. Sin embargo, como muestra el gráfico 2, sobre esa misma base de investigadores, al ser indagados sobre los mecanismos de interacción con usuarios potenciales y la orientación de su investigación, el porcentaje de aquellos que realizan algún esfuerzo por orientar su producción hacia algún tipo de usuario, se reduce al 17%. Esto supone una debilidad en la propia dinámica y cultura académica (Naidorf, 2009) en la que la vinculación efectiva con agentes extra-académicos es minoritaria en la comunidad científica.
Gráfico 2. ¿Orienta su línea en algún sentido hacia ese usuario? (N=24).
Fuente: elaboración propia.
De este modo, sobre esta primera caracterización de la base empírica analizada, se destaca que el modo de vinculación es mayormente en términos del uso conceptual de resultados de investigación. El universo de investigadores indagados puede ubicar su producción mayoritariamente bajo la caracterización de actos de investigación usables (Benneworth y Olmos-Peñuela, 2018) y reconocen sus contribuciones no de manera directa e inmediata sino vinculadas al aspecto conceptual-simbólico en el que brindan herramientas que mejoren la compresión general de los fenómenos que analizan sus investigaciones.
Por cierto, los investigadores argumentan que ha habido un cambio con respecto al vínculo ciencia-política durante los últimos años, así como una práctica más reflexiva respecto de la transferencia de conocimiento para la investigación social en materia de hacer sus contribuciones a la sociedad más evidentes.
Sin embargo, como dijimos, las lógicas institucionales de los campos científicos coconstruyen un habitus (Bourdieu, 1996) sobre el quehacer académico en el que, mayormente, se espera de los investigadores la producción de resultados de investigación en tanto comunicaciones científicas (papers, libros, presentaciones en congresos, etc.). Este habitus o ethos de investigador en el que se pondera (en términos de evaluación de trayectorias) cada vez más la producción de comunicaciones constriñe el desarrollo de modos de producción de conocimiento en interfase en los que los resultados de una investigación no se ajusten al modelo hegemónico de producción de papers como forma única de validación de conocimiento, legitimidad y autoridad en un campo. Los investigadores consultados reconocen, en mayor medida, que los usuarios de su producción son las propias comunidades académicas ya sea a nivel local como regional e internacional, y, en segundo lugar, a diferentes dependencias del Estado, como se muestra en el gráfico 3.
Gráfico 3. ¿Quién es el principal usuario de los resultados de su investigación? (Respuestas múltiples) (N=38).
Fuente: elaboración propia.
Producimos para hacer una publicación y para discutir con otros como nosotros. (Martín, investigador junior, Argentina)
Hoy mayormente trabajamos para discutir con otros académicos (y en nuestra región). Hace unos años, nuestro trabajo apuntaba directamente a atender cuestiones políticas y para los decisores o policy-makers. (Marta, investigadora senior, Argentina)
Antes, el investigador prestigioso era el que siempre discutía los temas de la agenda pública en la arena política. (Pedro, investigador senior, Uruguay)
Actualmente casi no tenemos intercambios con funcionarios de gobierno sobre nuestro trabajo […] incluso cuando es el gobierno el que financia nuestra investigación. Antes, algún miembro del equipo de una red en la que estuviéramos insertos tenía contacto o diálogo más fluido con partidos políticos o funcionarios. (Maria, investigadora senior, Brasil)
Producimos a veces –demasiado– conocimiento orientado a otros académicos porque pareciera que hacer ciencia política es solamente estar en tal o cual congreso histórico. (Martín, investigador junior, Argentina)
Los investigadores, en cualquier caso, no están menos interesados en el ámbito político ni están menos preocupados por la contribución de su investigación a la toma de decisiones. Sin embargo, debido a la profesionalización de los campos científicos en los que están insertos junto con las políticas y prácticas de evaluación imperantes, los esfuerzos para promover las interacciones con los usuarios no son tan fluidos. Los usuarios son, en primer lugar, otros académicos de la región y del exterior, por lo que concentran sus esfuerzos en discutir los hallazgos con sus pares en pos de posicionarse tanto a nivel regional como internacional (con la región como un trampolín para ganar legitimidad en ambos sentidos).
Sin embargo, cuando se les pidió nombrar los potenciales usuarios de sus producciones, junto con otros académicos, aparecen con claridad múltiples referencias tanto al Estado nacional como a organismos supranacionales. Los investigadores reconocen que su producción es socialmente valiosa para el proceso de toma de decisiones en materia de política y gestión pública. Como dijimos, mayormente, el tipo de vinculación que ejercen se ubica dentro del asesoramiento en clave simbólica-conceptual: realizan aportes sistematizados para la comprensión de fenómenos sociales complejos. Sus producciones, en el marco de sus líneas y agendas de investigación, sostienen, ofrecen información relevante para el proceso de toma de decisiones por parte del Estado.
En algún sentido, reconocen la construcción de legitimidad académica (dentro del campo) como un escalón intermedio que les permita luego posicionarse como un agente legítimo para relacionarse con agentes extraacadémicos.
Junto con la legitimidad académica –en tanto expertise– reconocen como necesario también consolidar vínculos de confianza con otros agentes. Destacaron que los diálogos con la política, en sentido amplio, y los tomadores de decisión tienden a estar más influenciados por apertura y filiación política en el plano de las relaciones interpersonales, como se muestra en los gráficos 4 y 5.
Gráfico 4. Grado de acuerdo con la siguiente afirmación: “Las instituciones (públicas o privadas) que pueden demandar nuestro conocimiento seleccionan aquellos grupos con los que tienen mayor afinidad política para solicitar consultorías” (N=24).
Fuente: elaboración propia.
Gráfico 5. Grado de acuerdo con la siguiente afirmación: “Las instituciones públicas no siempre incorporan el conocimiento que producimos en el diseño de política pública” (N=24).
Fuente: elaboración propia.
La afinidad con el agente extraacadémico es un eje central, en sus percepciones, para llevar adelante la interacción. Esta afinidad se construye sobre la lógica de cosmovisiones y trayectorias compartidas junto a la capacidad de consolidar autoridad científica sobre los temas en cuestión. Son autoridad y confianza los dos emergentes más significativos en los discursos de los investigadores.
Esto supone reconocer que el proceso de movilización/circulación de conocimiento, del mismo modo que la propia investigación, contiene elementos del orden de lo social que juegan un rol clave en la investigación científica.
Estas condiciones contextuales que debe atender el conocimiento con fines de uso, retomando la literatura, deben cumplir tres características: debe ser apropiado, persuasivo y situado (de Jong, 2016; Bandola-Gill, 2019; Majone, 1989).
Por apropiado, se entiende que la evidencia debe seleccionarse no solo sobre la base de sus cualidades epistemológicas, sino más bien según su idoneidad para los procesos sociales en los que interviene. Este concepto, proviene más específicamente de los ámbitos de formulación de política pública. De este modo, los académicos deben reconocen la naturaleza profundamente política en la formulación de la política pública. Como destacan Hawkins y Parkhurst: “la política no es una barrera para el uso de la evidencia, sino el carácter definitorio del entorno en el que se utiliza la evidencia” (Hawkins y Parkhurst, 2015: 576).
El conocimiento con fines de uso es persuasivo cuando la capacidad argumentativa es atribuible al conocimiento, se refiere el proceso producción y uso de conocimiento no de acuerdo con el modelo tecnocrático/racional, sino como un proceso retórico-interpretativo, reconociendo que la condición de objetividad del conocimiento está sujeta a un trabajo argumentativo y deliberativo (Majone, 1989). La tercera característica, sobre el carácter situado del conocimiento refiere al contexto de aplicación del conocimiento sociohistóricamente situado. Supone reconocer el alance del conocimiento y su aplicación al contexto determinado contingentemente por los agentes que intervienen en el modo de producción.
De este modo se consolida, recuperando la multiplicidad de agentes y variables complejas y contingentes que forman parte del proceso de interacción, una vasta producción de conocimiento que es potencialmente aplicable pero que no ha sido aun –o no será nunca– aplicada, lo que Kreimer y Thomas (2004) denominaron como el fenómeno CANA (Conocimiento Aplicable No Aplicado). De este modo, junto con la producción de conocimiento de característica conceptual-simbólica (que ofrece información sobre temas relevantes de la gestión) es necesario también consolidar mecanismos que permitan o empleen mediaciones para garantizar su aplicación concreta. Al respecto, algunos investigadores reconocen que, también producto de las lógicas institucionales imperantes, al menos parte de estas tareas no debieran recaer exclusivamente en el dominio de los propios investigadores.
No puede ser todo responsabilidad exclusiva –y excluyente– de nosotros (los académicos). Debiera haber también espacios intermedios, dentro de las universidades […] pero también dentro del Estado para que puedan acercarse las investigaciones con las necesidades de un ministerio o ámbito político. (María, investigadora senior, Brasil)
En nuestro trabajo nos enfocamos en observar las dinámicas de interacción con agentes extraacadémicos de investigadores de instituciones del complejo de CyT, sin embargo, como se dijo, junto con la producción de conocimiento en el marco de las instituciones del complejo de CyT, existen también múltiples espacios de producción de conocimiento en centros de investigación dentro de los diversos estamentos del Estado.[7]
Nuestro trabajo se propuso explorar sobre las percepciones e interpretaciones de investigadores de una élite regional del campo de ciencia política sobre las dinámicas de vinculación con agentes extraacadémicos. En otras palabras, nos propusimos examinar qué piensan algunos investigadores altamente productivos en ciencia política del Cono Sur sobre el impacto de sus producciones. El trabajo mostró que, para el universo empírico analizado, la vinculación con un “otro” de la investigación tiene dos claves: en primer lugar, vinculada al tipo de uso (conceptual-simbólico e instrumental) y, en segundo lugar, según el tipo de agente: intra-académico y extra-académico.
Vinculado al tipo de uso potencial, los investigadores reconocen como relevante su producción en tanto ofrecen información valiosa y relevante para el proceso de toma de decisiones. La vinculación con otros académicos, en sus discursos, les permite fortalecer no solo la valía epistemológica de sus producciones (en el intercambio con pares) sino también como mecanismo de consecución de autoridad (expertise) académica para interacciones posteriores. Para el estudio de las dinámicas concretas de interacción con agentes extraacadémicos, el trabajo revisitó literatura que pone en contexto y permite reconocer los matices altamente complejos de este tipo de prácticas, en especial para las ciencias sociales cuando el interlocutor de las élites abordadas es el Estado y la política. Producto de la complejidad de estas interacciones, es de esperar que no ocurran con frecuencia y más aún que cuando ocurran no se obtengan los resultados deseables. Una parte sustantiva, a menudo reducida, de la interacción es el reconocimiento de ese otro de la investigación y su inclusión en el proceso de producción de conocimiento, con un rol estático o expectante, sino con agencia, intereses y motivaciones que deben reconocerse dentro del propio modo de producción de conocimiento científico.
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[1] América Latina comienza a formar parte del proceso de internacionalización de la ciencia y se consolidó como circuito de investigación social y enseñanza universitaria entre los años cincuenta y sesenta. Se inauguró un período de expansión de la autonomía académica en la mayoría de los países y una regionalización de la circulación del conocimiento a través de las revistas latinoamericanas, asociaciones profesionales, congresos y foros (Beigel, 2009, 2010).
[2] Para el derrotero de los demás países, véase: Barrientos del Monte (2013).
[3] La creación de la carrera de Ciencia Política en la Universidad de Buenos Aires en el año 1985 responde a este llamado a profesionalizar la formación de cuadros de gobierno (Leiras et al., 2005).
[4] Por motivos de espacio, no las señalamos. No obstante, los trabajos que recuperan la historia de la disciplina tienen un nutrido registro del devenir, su profesionalización y los actuales indicadores de crecimiento: Bentancur, Bidegain y Martínez (2021); Bulcourf et al. (2017); D’Alessandro y Gantus (2021); Freidenberg (2017).
[5] SSHRC Of Canadá, 19 de agosto de 2016, recuperado de https://goo.gl/nZK1mD
[6] Cono Sur: Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay, Chile y Colombia. Las entrevistas se realizaron durante el año 2022 y la consulta online se envió en marzo de 2023.
[7] Veáse https://nuevospapeles.com/nota/10570-martin-d%E2%80%99alessandro-la-ciencia-politica-se-encuentra-en-el-periodo-de-mayor-desarrollo-de-toda-su-historia