Based on a specific situation in an editorial presentation within the framework of a Latin American congress of anthropology, this article reflects on the bureaucratic labyrinth in which scientific journals find themselves, focusing on those in the social sciences. To this end, in addition to critically describing some salient aspects of this entanglement –such as what is referred to here as the “pauperization” of science– it situates it within a broader context of the neoliberalization of academia, with its emphasis on quantitatively measured productivity and a focus on evaluation and auditing measures. In light of this scenario, the article establishes a correlation between the abandonment of political discussion and conflict in scientific publications in favor of compliance with "transparency" norms that can be audited, and a successful incursion into the editorial field by new right-wing groups, who, from that place, manage to define the terms of the public discussion that are part of the sensibilities and meanings of our daily experiences.
Introducción
Durante el VII Congreso de la Asociación Latinoamericana de Antropología (ALA), realizado en marzo de 2024 en la ciudad de Rosario, Argentina, se presentó la revista Plural, Antropologías desde América Latina y el Caribe. Para su presentación se destacó la intención de Plural de no transformarse en “otra revista más de antropología” en la región, sino que su principal objetivo es visibilizar nuestras antropologías para potenciar trayectorias disímiles que nos ayuden a entender las desigualdades que nos constituyen (Restrepo y Ferrero, 2023). Plural es parte de un proyecto mayor en el que se integra en tanto revista de la ALA.
Como parte de ese proyecto en numerosos espacios y eventos desde la Asociación se reflexionó críticamente sobre el avance de las nuevas modalidades de publicar, que van imponiéndose con la fuerza del poder simbólico y económico. Las burocracias académicas han adoptado una serie de criterios para las publicaciones científicas que se materializan en métricas e indexaciones, que se articulan con un frenesí productivista que lleva a la publicación ad infinitum de papers de dudosa relevancia social (López Guzmán, 2021; Acevedo, 2021; Díaz Crovetto y Restrepo, 2023).
Consecuentemente con el proyecto político de la Asociación, Plural es una revista que elige alejarse del mainstream de las revistas. Esto quiere decir que no persigue, pretende ni espera la indexación para lograr ser una revista. Plural es una revista más allá o incluso en contra de los criterios empresariales que llevan a perseguir afanosamente una indexación que le permita a la revista competir en el ecosistema editorial de revistas científicas.
Esta simple presentación, que recoge lo central de la revista como parte del proyecto político de la ALA, generó una serie de reacciones que –como mínimo– resultaron inesperadas, y que son el puntapié inicial para la reflexión que en estas páginas se presentan. Cabe remarcar que no se pretendía con la enunciación de los principios que rigen a Plural que los colegas presentes, muchos de ellos editores de revistas, se sumen a la propuesta de Plural y abandonen el camino que imponen las empresas indexadoras para sus respectivas revistas. Tampoco se pretendía desafiarlos a publicar en una revista no indexada. Se trataba “solo” de la presentación de la revista y sus últimos números.
La reacción –vehemente– se focalizó en cuestionar la decisión de la revista de renunciar políticamente a la carrera que proponen las empresas indexadoras y a la que adhieren sin más las burocracias académicas. El argumento sostenía que organizar una propuesta editorial que no se rigiera por las reglas establecidas podría desequilibrar la carrera académica de quienes quisieran publicar en dicha revista. Que no es, por lo tanto, posible que una revista se alejara de la pulsión indexadora. Que esto va en detrimento de la disciplina y de los colegas. Y sobre todo que sería injusto para aquellos colegas que teniendo la intención –por afinidad política al proyecto de ALA, o por cualquier otra razón– de publicar en Plural, al hacerlo, estuvieran perdiendo puntaje que necesitan contabilizar para sus respectivos curriculum vitae (CV) en aras de avanzar en sus carreras académicas.
El universo de las publicaciones científicas sufrió una serie de modificaciones, tanto en cuanto a la cantidad de publicaciones como en las condiciones y formas que fueron adquiriendo esas publicaciones en las últimas tres a cuatro décadas, que ha modificado al mismo sistema de publicación. En términos de Salatino (2023, Introducción)
La imposición de criterios de corte cuantitativo, la cada vez mayor exigencia en cuanto a las formas, las métricas, los índices de impacto, las indexaciones, las formas que ha tomado la auditoría, sumado al surgimiento constante de nuevos estándares creados con lógica empresarial, ubica a las revistas de ciencias sociales en muchas ocasiones en encrucijadas que ponen en jaque su continuidad, profundizando aún más las desigualdades entre ellas. Esos estándares responden a unos criterios con orígenes geopolíticamente anclados que hace que se difundan como objetivamente internacionales y, por ende, –como si ello fuera posible– parámetro legítimo de la producción científica a nivel global.
Acompaña este proceso con sus máximas de productividad cuantitativamente medida la atomización del campo científico, resultado entre otras cosas del hincapié en carreras individuales vertiginosas, basadas en esa lógica, modeladas a partir de dichos criterios de publicación. La insistencia en la construcción de CV “competitivos” en esos términos, fomenta la proliferación de programas, revistas, eventos, etc. de los que resultan certificaciones que acreditan lo que la misma máquina productivista demanda, desincentivando cualquier intercambio, conversación o espacio colectivo que ose pensar más allá de esos límites. Aun a sabiendas de que la ciencia se produce en asociación con otros, el sistema premia los productos individuales. De esa manera se multiplican los “éxitos” individuales mientras agonizan los espacios colectivos.
La desesperada necesidad de publicaciones para mantener los CV al día, competitivos en los términos actuales de la academia (la lógica de publicar o perecer), conlleva a la proliferación de artículos que, si bien engrosan esas hojas de vida y los índices de las revistas, son de dudosa relevancia y anclaje en nuestras sociedades y los contextos de los que son producto. Una abrumadora mayoría de esos artículos no son leídos nunca, incluso habiendo sido citados. Los intereses detrás de esa proliferación están más cerca de los oligopolios internacionales de publicación científica que de los de la ciencia y los investigadores (Ribeiro, 2018).
Las revistas, a su vez, necesitan artículos para cumplir con la normativa de las empresas indexadoras que, por otro lado, son las que –para el sistema académico– establecen el orden de jerarquía y el estatus basados en cuantos de sus criterios estas cumplen. Editorxs y revistas celebran cada vez que una nueva indexación es lograda, con la esperanza de transformarse –como consecuencia de ello– en una revista “deseada”, “buscada” y “legitimada”.
La imposición de esos estándares atenta contra la posibilidad de innovación o la generación de procesos creativos que permitan reimaginar el sentido y orientación de nuestras revistas. La tipificación de la escritura académica, la geopolítica de la citación, la homogeneización de las revistas producto de la adecuación de las mismas a los criterios indexables, que no solamente establecen la estructura de la revista, el origen y pertenencia institucional de sus editores, evaluadores y autores, los modos de evaluación, sino que también jerarquiza sus entradas en la medida en que slo considera indexado a determinadas secciones previamente definidas, y por lo tanto desestima las demás (generalmente el editorial y cualquier otra forma de escritura que no sea el paper), reconfigura los límites de lo pensable y, por lo tanto, del trabajo académico. La insistencia irreflexiva en algunos de esos criterios, como si fueran en sí mismos equivalentes de “calidad” o “excelencia” encorseta y aplana las discusiones editoriales, llegando en algunos puntos a transformarla en una cuestión meramente de mediación técnica. Las academias han renunciado a la potestad de definir qué entienden por calidad, depositando esta tarea en manos de las empresas generadoras de datos bibliométricos, que luego se imponen de manera aparentemente inexorable (Santos Herceg, 2013). Publicar o convocar a hacerlo por fuera de esos determinantes implica romper con y poner en evidencia los límites que el sistema define. Y en la medida en que ese sistema ordena, controla y disciplina (Díaz Crovetto y Restrepo, 2023), las propuestas por fuera de él son escasas, y cuando surgen, generan resistencias o son señaladas como sospechosas.
El paper como símbolo medible de este nuevo escenario se transforma en el instrumento principal de comunicación de la ciencia, a modo de fetiche, desplazando entre otros al libro. Estos bienes, más que ser considerados por su contenido, se constituyen por su “capacidad de difusión e impacto dentro de los indicadores del campo académico. A estos se les asigna un poder simbólico que eleva el estatus social y prestigio académico de quien los publica” (López-Guzmán, 2021: 54).
Esto es parte de un proceso de profesionalización de la investigación científica que inicia hacia finales de la segunda guerra mundial, teniendo como impulsoras a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y la Organización de las Nacionales Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Para el caso de América Latina también fue importante la influencia de la Organización de Estados Americanos (OEA). Estas instituciones –particularmente la OCDE– promovieron la normalización de las políticas científicas a partir de la implementación del Manual de Frascati, que establece normas para delimitar lo que se entiende por investigación y desarrollo (Kreimer, 2018).
El impulso profesionalizante tanto en la investigación como en las políticas científicas trajo aparejado el desarrollo de toda una serie de instrumentos e instituciones ad hoc que buscaban producir bases de datos para medir la productividad de la investigación. Prontamente se crean instituciones como ISI (Institute for Scientific Information) en 1960 o SCI (Science Citation Index) cuatro años más tarde.
Paralelamente nacen en Europa occidental los ministerios de Ciencia y Tecnología u organismos equivalentes, que colocan a la ciencia como parte de los elementos incluidos en las estrategias de competitividad de los países. Estas instituciones gestionan recursos a ser distribuidos en las comunidades científicas, siempre y cuando estas sigan determinados criterios. La evaluación, entonces, toma relevancia como dispositivo determinante a la hora de definir el destino de los recursos. Se miden antecedentes y, como novedad, se busca también medir el impacto de las producciones científicas.
Esto trae aparejado otro artefacto que va a ir con el tiempo ocupando un rol cada vez más central: la indexación de revistas. Surgen así, a fines del siglo XX e inicios del XXI Web of Science (WOS), Scopus, REDALYC y Scielo, entre otras. Las últimas dos para América Latina. Si bien no son lo mismo, en cuanto a su conformación y criterios de inclusión de revistas, a los fines de este artículo se destaca su rol en tanto organizadores del mundo de las revistas científicas, en la medida en que encorsetan el horizonte de lo posible, igualándolo y, en el mismo gesto, aplanándolo.
Los resultados de la investigación adoptan o se reorganizan en el formato paper, siguiendo las demandas burocráticas de empresas indexadoras que van delineando los contornos de lo posible para las publicaciones científicas. El paper, en tanto producto científico, oculta los procesos sociales de los que son resultado: las relaciones de poder, las disputas, los intereses de los autores y la comunidad científica a la que pertenecen o aspiran pertenecer, la geopolítica de su génesis, transformándose en muchas ocasiones –y cada vez más– en un fin en sí mismo. En este último sentido aplanan la imaginación científica en la medida en que se asemeja más a la producción en serie de una mercancía que a los resultados posibles de un trabajo de investigación (Acevedo, 2021). Toma relevancia así el costado burocrático por sobre lo que aquí llamamos relevancia de la producción científica, “desde el punto de vista sociológico podemos afirmar que las evaluaciones realizadas en base a los papers están más marcadas por imperativos burocráticos que por un objetivo sustantivo de evaluar las prácticas científicas, los procesos y el sentido de la producción de conocimiento” (Kreimer, 2018: 51).
El paper es un dispositivo que organiza, normaliza y administra el discurso científico. De esa manera la ciencia queda acotada a una única forma dominante de comunicarse, obliterando otras posibles. La cerrazón sobre el paper asegura control sobre cómo se dicen las cosas y, en el mismo gesto, sobre el pensamiento. El discurso libre de esas ataduras puede resultar peligroso o incontrolable, por lo que, desde esa perspectiva, la imposición del paper limita y pone barreras a la ciencia (Santos Hercerg, 2012).
El paper es solo uno de los posibles géneros de escritura. Se origina en las ciencias naturales como el instrumento más idóneo para la comunicación científica. Su traslado a otras ciencias viene acompañado de una multiplicidad de manuales, cursos, seminarios, etc., que buscan domesticar la escritura para adecuarla a esos parámetros. El paper o artículo científico supone una idea de ciencia acumulativa, en la que lo nuevo supera a lo anterior. Son textos relativamente breves, efímeros, en los que no se puede desarrollar más que una idea, un aspecto de un problema mayor, una variable, etc. En ellos se debe dar cuenta del manejo de la bibliografía más nueva sobre el tema en cuestión, deben ser claros, precisos, concisos y eficientes. Un paper implica rapidez, las ideas deben publicarse inmediatamente, no hay tiempo para la maduración de una hipótesis más compleja (Santos Hercerg, 2012). Esto articulado con la demanda de productividad del sistema académico mundial da como resultado una cantidad altísima de publicaciones anuales. En 2023, por ejemplo, el 87,1% de los documentos depositados en el Repositorio Institucional de Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) respondían a artículos científicos. El resto se distribuye entre libros, capítulos de libros, tesis y eventos. En el año 2000 ese repositorio contaba apenas con algo más de 1000 artículos, en 2021, con casi 15.000. El 56,1% de esa producción es en inglés (CONICET, 2023).
¿Realmente la transformación en las formas de publicación tiene incidencia en la investigación científica? Kaltenbrunner, Birch, van Leeuwen y Amuchastegui (2022) se realizan una pregunta similar para el caso de la investigación en el área ciencia, tecnología y sociedad (CTS). Ellos argumentan, por un lado, que la homogeneización en las publicaciones libera a los investigadores de tener que pensar en qué formatos presentar los resultados de sus investigaciones, y de esa manera ganan tiempo para enfocarse en otras cosas más importantes, como donde aplicar para conseguir fondos, colaborar con otros investigadores, hacer que su trabajo sea relevante para audiencias no académicas o, simplemente, para poder publicar aún más. Por otro lado, contrargumentan que la homogeneización puede limitar la originalidad, llevando a la tipificación de las publicaciones.
Si, como dijimos, el formato paper homogeneiza y estandariza las publicaciones resultado de una serie de demandas burocráticas de las empresas indexadoras a las que las revistas buscan pertenecer para lograr reconocimiento y prestigio –en esos términos– en el sistema académico; y a su vez, es el paper un objeto medible, que, publicado en las revistas de gran impacto, le da –en ese juego siniestro– a la investigación prestigio y reconocimiento, es cuanto menos cuestionable encontrar en la homogeneización un resultado deseado de las modificaciones que se han venido imponiendo en el ecosistema editorial en los últimos años.
Por el contrario, si tenemos en cuenta que el paper se ha transformado en el fin a partir del cual se eligen los temas, planifican los proyectos investigativos, establecen colaboraciones y definen los objetivos de una investigación, y que todo lo que no entra en ese formato es descartado o desacreditado como no importante o, en el mejor de los casos, como un producto secundario de menor valor para la investigación (Díaz Crovetto y Restrepo, 2023), es lógico sospechar incluso de los argumentos que postulan la estandarización como liberación de tiempos y complicaciones.
La paperización de la producción de conocimiento ha subsumido a la investigación en la lógica de la mundialización del capital, de su producción y circulación. En esa lógica, en las revistas científicas con mejores calificaciones y mayor índice de impacto, donde los investigadores se ven impelidos a publicar si pretenden mantener su estatus en el sistema académico “la utilidad social del conocimiento producido en las universidades, sobre todo en el campo de las ciencias sociales y humanas, está lamentablemente devaluada” (Acevedo, 2021: 148). Esta no forma parte de los criterios de las instituciones que auditan la “calidad” de las revistas, al contrario, el criterio que prima es el de la cantidad: cantidad de papers, cantidad de citas, cantidad de criterios cumplidos. Se ponderan cosas tan descabelladas como si los títulos de los artículos están escritos en mayúscula sostenida o no, la cantidad posible y deseable de artículos publicados por revista, la composición de los cuerpos editoriales y asesores, en cuanto a su pertenencia institucional y origen nacional/regional, la periodicidad de la publicación, quiénes están autorizados a escribir en ella (si pueden ser de la institución de origen de la publicación o no, o del staff propio), el impacto (medido en cantidad de citas); pero la relevancia social de la investigación, su contenido, no figura como un criterio a ser considerado.
El encorsetamiento que implica para una revista y su equipo editorial el proceso de indexación trae aparejado tener que adaptar, modificar, reformular y reorganizar la misma en función de criterios cuyo fin último es la creación de indicadores bibliométricos, que serán utilizados para jerarquizarlas, luego de reducirlas a meras cifras. Las revistas, inmersas en ese laberinto, asumiendo que una indexación nueva es la promesa de mejor calidad y legitimidad, van lentamente perdiendo su identidad y se van transformando en espacios que alojan producciones sin ninguna intención de dialogar con los objetivos de esa o cualquier revista, sino que son elegidas primordialmente a partir de los indicadores bibliométricos que ellas mismas contribuyen a crear, pero desde un rol secundario, sin participación en la discusión sobre los mismos. Un laberinto sin salida o, por lo menos, sin salida exitosa para las revistas.
Como señalan Díaz Crovetto y Restrepo (2023), el impacto no está solo en las maneras en que hacemos investigación, sino que también en todo lo que dejamos de hacer en esta carrera desenfrenada por el paper. En la medida en que la productividad es medida en cantidad de publicaciones, y de esa manera universidades e investigadores ven mejorados sus puestos en rankings nacionales e internacionales y carreras individuales; la docencia y la extensión universitaria –entendidas como intrínsecas a la universidad– quedan relegadas a un segundo, tercer o último plano. De esa manera pierde densidad el vínculo ente universidad y comunidad y, lo que es tan o más preocupante, la docencia deja de ser un eje articulador de la universidad como espacio de formación de ciudadanos críticos.
La inundación de publicaciones resultado de las demandas burocráticas del sistema mundo universitario 1 tiene también como consecuencia la elitización de unas pocas universidades que logran sostenerse aún bajo la presión de ese sistema y la proliferación de universidades que en su desesperada carrera por lograr reconocimiento y posicionamiento, y ante la escasez de recursos, aplican un enfoque instrumental que, en últimas, desprecia la educación como la promoción del pensamiento crítico.
Para caracterizar al circuito maistream de publicaciones dentro del sistema académico mundial, Beigel y Salatino (2015) toman como referencia la intersección entre institución de origen, lengua y disciplina, lo que da como resultado un sistema de jerarquización que a la par del circuito mencionado, organiza otros periféricos o marginales. Este sistema de jerarquización no hace sino reforzar las desigualdades geopolíticas ya existentes en el sistema académico mundial en términos de producción y legitimidad científica. Los criterios acuñados en el Norte por empresas como ISI-WOS fueron universalizándose, disfrazadas de un halo de neutralidad y objetividad.
El valor principal que define al circuito mainstream es la indexación de revistas.
Además, esa corriente principal de publicaciones define los temas considerados importantes, a los que los investigadores irán integrándose de manera desigual, si es que pretenden ser parte de la carrera que les permita ganar concursos, asegurar puestos de trabajo, en algunos casos mejorar sus ingresos e –idealmente en esa lógica– ser reconocidos.
Pero el circuito principal tiene mecanismos que indefectiblemente excluye a la ciencia producida en países del sur global, condenándola en esos términos, a la invisibilidad y la imposibilidad de dialogar con otros. Desde obstáculos estructurales (idioma, índices de citas) hasta prejuicios sutiles (origen nacional de los investigadores) hacen que índices como ISI eviten incorporar a sus bases de datos revistas cuyo origen no sea el norte global (Gibbs, 1995).
Por fuera del circuito principal hay otros, periféricos marginalizados, donde se publica mayormente la ciencia del Sur (Beigel y Salatino, 2015). Si bien esas publicaciones para el caso de Argentina son en castellano y en acceso abierto, ¿esto es equivalente a decir que desde Argentina se definen los criterios de esas publicaciones? ¿Cuáles son los términos de esas publicaciones?
Si nos fijamos en las “Bases para la categorización de publicaciones periódicas en ciencias sociales y humanidades” del CONICET, veremos que la Resolución N° 2249 de 2014 pondera a las publicaciones especializadas y acepta la existencia de “bases de datos, índices o catálogos con criterios técnicos explícitos de difusión, calidad editorial y repercusión, que han sido consensuados y de aplicación a todas las disciplinas y especialmente ponderados para las Ciencias Sociales y Humanidades” (Res. 2249, 2014). En la misma Resolución CONICET jerarquiza los índices y bases de datos para de esa manera organizar las publicaciones en forma decreciente en niveles. En lo más alto de la escala se encuentran las revistas indexadas en “WOS, ISI, SCOPUS; ERIH y demás índices nacionales de excelencia, ScIELO, CORC A”. Recién en el segundo nivel encontramos a Núcleo Básico de Revistas Científicas Argentinas, un índice generado por el propio CONICET, que utiliza como criterio –entre otros– de inclusión para las revistas “Estar indizadas en bases de datos internacionales”.2
Nuevamente, que el circuito de publicaciones en la región esté en acceso abierto y/o en castellano, ¿es lo mismo que definir los criterios de evaluación de las revistas? Los criterios siguen siendo los del sistema académico mundial, definidos geopolíticamente desde un centro ubicado en el norte global.
La “internacionalización” de la ciencia no sería otra cosa que la adopción de los criterios definidos en el Norte para la elaboración de política científica en países periféricos como Argentina (y toda América Latina para el caso). Es asumir, rendirse a, y reforzar una particular geopolítica de la producción del conocimiento.
El texto arriba citado de Beigel y Salatino es resultado de una investigación que da cuenta de los circuitos en los que publican investigadores del CONICET. Para el caso de las ciencias sociales y humanas, establecen que la mayoría publica en circuitos locales o regionales –ciertamente periféricos–. Como contraparte, son pocos quienes acceden al circuito mainstream. También relevan otro grupo de revistas más de corte artesanal, que no están indexadas. Es necesario remarcar que el estudio tiene 10 años, con lo cual, y dadas las condiciones y presiones del sistema académico, resulta muy complejo para esas revistas permanecer como opciones para los investigadores.
El mismo Estado nacional fomenta y promueve la indexación de revistas en bases nacionales e internacionales. Un ejemplo de ello fue el lanzamiento del programa diamante 3 para revistas científicas, que prometía un financiamiento de hasta 25.000 dólares por año durante cuatro años, para fortalecer a revistas que formaran parte del Núcleo Básico de Revistas Científicas (CAICYT-CONICET) y de alguna otra base de datos o directorio internacional.
Pero más allá de los circuitos –periféricos o centrales–, la pregunta por las formas y por ende los contenidos que las publicaciones han ido adoptando permanece. ¿Producimos en nuestros propios términos? ¿O, aunque sea en circuitos periféricos de publicación, seguimos las imposiciones del circuito mainstream? ¿Cómo condicionan nuestra imaginación esos criterios? ¿Qué sentidos tiene publicar de manera voraz? ¿Producir datos bibliométricos? ¿Para beneficio de quiénes?
Para ello más que hablar de circuitos puede resultar más fructífero referirnos a la geopolítica del conocimiento, en tanto “una perspectiva que se pregunta por la situacionalidad del conocimiento, pero no solo en su producción, sino también en su circulación y en sus apropiaciones” (Restrepo, 2016: 64/5).
Pensar y producir en nuestros propios términos implica salir de ese laberinto por arriba, romper las ataduras del corset que no habilita otras maneras más que las impuestas por las empresas indexadoras y avaladas por los Estados nacionales y el sistema universitario. Para ello es necesaria una profunda discusión sobre los sentidos de las ciencias (sociales y humanidades) en nuestros países, una discusión que sin ser una cacería de brujas y sin cancelar el conocimiento por la política, discuta política y analíticamente un proyecto de ciencia desde nuestras realidades. Producir para mejorar rankings y CV personales es la sentencia de muerte de unas ciencias relevantes.
La centralidad de los papers es una de las aristas desde la que se puede analizar la situación actual de entrampamiento neoliberal burocrático en la que se encuentran las ciencias sociales (Díaz Crovetto y Restrepo, 2023; Restrepo, 2021). Si bien no es objetivo de este artículo desarrollar en profundidad esa idea, es necesario introducirla aunque sea tangencialmente.
La neoliberalización y consecuente burocratización de nuestras academias no es un tema novedoso. A mediados de los noventa del siglo pasado, con la introducción de las reformas neoliberales en nuestros países, se impuso la internacionalización de la ciencia con la consecuente máxima de publicar en instancias internacionales (Gómez, 2015). Es un proceso que se ha ido consolidando diferencialmente en cada uno de los países de la región. Sin embargo, a mediados de la segunda década del siglo XXI, este proceso, con sus máximas de productividad cuantitativamente medida y carreras individuales vertiginosas basadas en esa productividad, ha subsumido a las academias a un estado de aplanamiento del pensamiento, creciente irrelevancia social y política, y desconexión con las circunstancias y contextos de las que son producto. Esto ha constituido una urdimbre de urgencias y exigencias de la productividad centrada en indicadores del mercado de la visibilidad cuantificable, para satisfacer las ansiedades de las burocracias académicas orientadas a los procesos de acreditación y las políticas de los gobiernos de turno (Restrepo, 2019).
Esto mismo que Marilyn Strathern llama “cultura de auditoria” (2004) tiene un impacto (negativo) directo en la producción intelectual. El principio de la rendición de cuentas, estructurador de la evaluación constante al que son sometidas las academias, se impone no solo para el manejo financiero de las instituciones a través de la idea de eficiencia económica, sino que también articula la moral a través de la noción de prácticas éticas. Esas prácticas éticas se fijan en códigos o listas de principios de buena conducta, desplazando de esa manera la discusión política sobre sí. La ética entendida en estos términos no sería otra cosa que una versión ampliada de la fiscalización propia de ese sistema de control.
Exponer explícitamente los medios y métodos que tiene –por ejemplo– una revista para la selección de los artículos elegibles para ser publicados, en esta (no tan) nueva lógica, es decodificado como “ético” en la medida en que está disponible para ser auditado por entidades exteriores, como las empresas indexadoras que, por otro lado, exigen ese tipo de “trasparencia”.
La evaluación demanda una explicitación cada vez mayor de los circuitos de gestión. Un ejército de burócratas nace a la luz de esas exigencias. Burócratas que en algunos casos nada tienen que ver con las ciencias sociales o, en otros casos, son cientistas sociales que fungen como tales (suelen ser quienes más aferrados están a las normas).
La auditoría y la rendición de cuentas son los signos visibles de la incorporación de valores neoliberales a nuestras prácticas (Pels, 2004), independientemente de la declaración denostando esos principios o la insistencia en el acceso abierto y la ciencia abierta, como si en sí mismos fueran a reponer la discusión sobre las maneras y razones por las que se hace ciencia. Estos valores neoliberales atraviesan esas iniciativas o declaraciones de buenas intenciones. 4
No solo es cuestión de cambiar un set de prescripciones por otro. Cualquier declaración que pretenda establecer prescriptivamente cuáles deben ser las buenas prácticas que una revista debe implementar despolitiza relaciones que son intrínsecamente conflictivas. Pretender evitar la confrontación y la discusión estableciendo normas que definen cómo deben ser y/o funcionar las cosas solo da cuenta de cuan internalizados están los valores neoliberales, al punto que no nos permitimos pensar más allá de ellos.
El sistema de evaluación y auditoría es, entonces, entendido en estos términos, en sí mismo una tecnología de la gobernanza neoliberal, aunque se plantee lugarizado o elaborado por los propios académicos. Lo que está en juego es qué cosas se van a considerar producción de conocimiento y, en el mismo gesto, qué cosas no lo serán. Es, aunque esté planteado en términos progresistas, un encorsetamiento del conocimiento, un freno a la imaginación, al cambio, a las propuestas innovadoras, a todo lo que se aleje de lo previamente definido.
Cualesquiera sean las formas de evaluación de las publicaciones que adopten gobiernos y entidades examinadoras, tendrá un impacto en el trabajo académico. Porque será en función de esas formas que los académicos serán evaluados, promovidos, premiados o penalizados (Reuter, 2011). Si examinamos a las tecnologías de la auditoría y los entrampamientos burocráticos no solo en su negatividad, es decir, desde lo que impiden, sino que también las entendemos en su productividad, o sea, lo que generan (Díaz Crovetto y Restrepo, 2023), nos vamos a encontrar con toda una serie de transformaciones que reconfiguraron a las academias.
Estas transformaciones llevan, a su vez, a un proceso de autoexplotación en nombre del “empoderamiento” y la falsa ilusión de que la carrera de cada quien está en sus propias manos y depende del esfuerzo personal, cuando en realidad las tecnologías de la auditoría descansan en un sistema jerárquico de prácticas coercitivas y de complicidad de parte de las instituciones auditadas. Esto en un contexto de inseguridad y precarización laboral desplaza la responsabilidad por la posibilidad de la continuidad laboral al terreno de los trabajadores, ocultando sus condiciones estructurales.
¿Qué tan lejos está este tipo de autoexplotación en nombre de la ciencia de lo que Semán (2023) llama “juventudes mejoristas”? ¿Encontramos allí un ethos compartido? Si seguimos la línea planteada por el autor, podemos encontrar que los académicos también están dispuestos a hacer todo lo que la economía política de la academia les exige, y más también, para demostrar su pertenencia a esa comunidad moral que es la ciencia (en esos términos) y asegurarse así el éxito.
La racionalidad de la auditoría ordena el sistema a la vez que clasifica a sus integrantes. Este modelo promueve un régimen basado en la visibilidad y la evaluación coercitiva, y no en la autonomía y confianza. La sustitución de la confianza por la medición, el reemplazo de la autonomía académica por el control de la gestión, el intento deliberado de crear competencia y un clima de inseguridad laboral son características de disciplinamiento del nuevo sistema gerencial de auditoría. Su objetivo es inculcar nuevas normas que incentiven a los individuos auditados a mejorarse a sí mismos de acuerdo con las nuevas nociones neoliberales de performatividad profesional. La lógica del sistema de auditoría moderno no es producir “cuerpos dóciles”, sino individuos auditables “autorrealizados” (Wright y Shore, 2004).
Paperización de la academia y derechas emergentes: un vínculo aciago
La ciencia en la Argentina está atravesando una situación extrema debido a los recortes presupuestarios. Además, las ciencias sociales son objeto de desdén, desprecio y deslegitimación por parte de autoridades nacionales. Esto –que no es patrimonio nacional, sino que se repite en otras regiones también volcadas a la derecha– se puede enmarcar dentro del movimiento antiintelectual que caracteriza al nuevo giro global a la derecha (Ribeiro, 2018) con la entronización de un sentido común confundido con “realidad”, y unas maneras entendidas como “auténticas” que desprecian al homo academicus.
En ese escenario, siguiendo el análisis propuesto hasta aquí, es que planteamos un vínculo aciago entre las transformaciones que sufrió la academia a partir de la implementación de las normas de evaluación y auditoría –y su impacto en el mundo de las revistas científicas– y el avance de las derechas, particularmente en el campo editorial.
Podemos establecer cierto paralelismo entre el abandono de la discusión política en pos del cumplimiento de normas y protocolos por parte de las revistas científicas, y la intervención directa de las derechas en el campo editorial, especialmente en la forma de libros. 5 Las derechas intervinieron públicamente la escena editorial, mientras la ciencia seguía los caminos marcados por las corporaciones editoriales que la llevaron a ponderar cantidad de publicaciones y factor de impacto, pero nunca impacto social. Las derechas interpelaron políticamente desde el mundo editorial, mientras que las ciencias se recluyeron en las formas necesarias para su propia promoción y evaluación. Las derechas corrieron a hablarle a un público amplio, las ciencias corrieron a cumplir las exigencias de las empresas indexadoras que regulan el mercado de la producción científica.
Restrepo (2021) lo plantea en otros términos cuando establece que
Derechización y neoliberalización de la academia, aún de la que se considera progresista, forman parte de un mismo proceso.
En la Argentina, particularmente, las derechas “nuevas” –en el sentido que se presentan como alternativas al establishment liberal-conservador tradicional en ese país– se dispusieron a dar lo que denominan “batalla cultural” contra lo que consideran progresismos. Esta “batalla” la dan no solamente en el campo de la política, sino también de manera muy activa, en el campo editorial (Saferstein y Stefanoni, 2023). La presencia de Javier Milei, electo presidente en diciembre 2023, en la presentación del libro La batalla cultural: reflexiones críticas para una nueva derecha, de Agustín Laje en 2022, en el marco de la Feria del Libro de Buenos Aires, 6 a sala repleta, es un ejemplo de ello.
Ese tipo de intervención en el espacio editorial es parte de una estrategia mayor, que incluye eventos culturales, redes sociales, apariciones en TV, en plazas públicas, etc. De esa manera, esa derecha logra irrumpir e intervenir en el debate público, político y cultural, interpelando sensibilidades. En esa intervención, los editores cumplen un rol fundamental, “son mediadores y productores clave para pensar la intervención pública en la actualidad” (p. 8). Los editores/equipos editoriales son quienes hacen posible que esas ideas se promuevan, difundan y sean potenciadas por el mercado editorial para finalmente ser apropiadas por el gran público.
Frente a la atomización del campo académico y la multiplicación de papers, que en una abrumadora mayoría no serán nunca leídos, el libro aparece en espacios políticos de derecha para quienes los consumen como un lugar donde ven condensadas sus ideas y, a su vez, oportunidad para multiplicar lazos sociales, identidades y sensibilidades políticas. No son solo libros, son “vector e insumo para la construcción y consolidación de culturas y sociabilidades políticas” (Goldentul y Saferstein, 2021: 126). La incursión editorial fue clave para posicionar a las derechas en el debate político y cultural y en la agenda pública; y a la vez para consagrar y legitimar a ciertos personajes que se transformaron en una especie de estrellas para los seguidores de esas ideas (Saferstein y Stefanoni, 2023).
El abandono por parte de las ciencias sociales de la disputa por los sentidos de sus publicaciones, como consecuencia del plegamiento a los protocolos que estandarizan y burocratizan el trabajo editorial, y la intervención políticamente planificada en el mercado editorial desde las derechas o desde editoriales que supieron interpretar los cambios en las sensibilidades epocales son dos procesos que se dieron en paralelo. El segundo no es consecuencia del primero. De todos modos, el alejamiento de las ciencias (sociales) de la escena pública y de la discusión en términos de proyecto para sí misma, allanó el camino para la incursión –eventualmente dominante– de los discursos de derecha en el campo editorial. Y si en la ecuación se incluyera a las redes sociales, el streaming, e incluso a los medios de comunicación tradicionales, la balanza se inclinaría aún más hacia las derechas. ¿Quiénes les hablan a los públicos amplios? ¿A quiénes interpela la ciencia? La respuesta a estas preguntas es política, las derechas tienen en ese sentido muy claro sus objetivos. La ciencia, atrapada o entrampada en un sistema del que es también cómplice, busca estrategias (como los nuevos sets de prescripciones, las declaraciones de buenos principios y buenas intenciones) para sobrevivir en un mundo que le es cada vez más hostil y del que se aleja cada vez más, sometida a las reglas de un sistema que le asegura de esa manera reproducir sus condiciones materiales de existencia.
El relato con el que iniciamos este artículo nos llevó a reflexionar sobre el estado actual de las academias, particularmente sobre las revistas científicas y sus modificaciones en las últimas décadas.
La política coercitiva de la evaluación modificó las condiciones de trabajo y las maneras de pensar en la academia. Una academia que no es inmune a las tecnologías de la auditoría y evaluación, al contrario, estas se constituyen en formas de gobernanza y poder. Esas formas crearon nuevas subjetividades: individuos autogestionados que se constituyen como auditables (Shore y Wright, 2004). Desde esas subjetividades se sospecha de una revista que decide no subsumirse al juego perverso de los estándares burocratizantes de las empresas indexadoras.
En ese marco, ¿qué lógicas nos organizan y movilizan? ¿Qué tan internalizado tenemos el actual estado del sistema académico mundial que ante la posibilidad de una rebeldía la respuesta es el cuestionamiento, el señalamiento y la condena? Disfrazada de preocupación por los CV de los colegas, la sola posibilidad de que haya antropólogos no tutoreados se vislumbra como peligrosa.
La buena conciencia lleva a buscar nuevos estándares de buenas prácticas, con grandes declaraciones que denuncian la hegemonía del Norte, que se pretende contrarrestar creando otros sets de prescripciones en el Sur. Pero ello implica seguir participando del mismo juego, con las mismas reglas, que incluyen algunas variantes, pero siempre dentro del sistema de control, evaluación y tutoreo de la ciencia.
En ese estado de situación, la producción científica, ¿se propone instalar discusiones en el campo disciplinar/académico o de divulgación? ¿Es parte de su horizonte intervenir en el debate público, político y cultural? ¿O el objetivo –no declarado– es cumplir las normas constituyéndose como dispositivos auditables, buscando de esa manera legitimación y jerarquía en esos términos?
El encapsulamiento resultado de las reglas que se imponen a las revistas científicas, como parte de un sistema académico mundial –que transforma a la producción científica en un fin en sí mismo– deja librado al mercado la intervención política en el espacio público. Las nuevas derechas supieron capitalizar ese espacio, con intervenciones editoriales fuertes, que hacen tambalear gran parte de los valores que suponíamos indiscutibles, entre ellos, el de la ciencia misma.
Es necesario repensar qué se hace en nombre de la ciencia, desde qué lugares, con qué objetivos y propósitos. Para ello es imperioso recuperar la discusión política y habitar el conflicto en nuestras academias y nuestras publicaciones y de esa manera ampliar los horizontes de la imaginación, desafiando el statu quo imperante.
Claramente el juicio valorativo de las derechas nada tiene de revisión crítica del modo en que se produce ciencia. Pero si nos corremos de ese juego, ¿no corresponde una profunda reflexión, no en términos de “utilidad”, pero sí de “relevancia” de la producción científica? ¿Para qué y para quiénes hacemos ciencia? ¿Con qué objetivos? ¿Quiénes marcan el ritmo?
Para dar esa discusión es necesario abstraerse de la lógica productivista que describimos en este artículo y pensar en maneras novedosas de realizar esas intervenciones. La trampa en la que se encuentran las ciencias y los cientistas sociales no es algo anterior ni exterior a ellos mismos. La solución no vendrá en la forma de nuevas declaraciones de buenas prácticas, o en la sola creación de índices locales. Es necesario reimaginar la ciencia, en términos de geopolítica, desde nuestro Sur. Es preciso desobedecer las reglas y normas que nos encorsetan y nos llevan, como ciencia, al camino de la irrelevancia social.
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