estas deportivas en la Nueva Argentina peronista. Construcción de imaginarios estatales en torno a las representaciones de masculinidad y feminidad

Gestas deportivas en la Nueva Argentina peronista. Construcción de imaginarios estatales en torno a las representaciones de masculinidad y feminidad


Iván Pablo Orbuch

Instituto de Educación. Universidad Nacional de Hurlingham - UBA, Argentina
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7596-4611 | ivan_pabloo@hotmail.com

Aurelio Arnoux Narvaja

Departamento de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Moreno, Argentina
ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7585-5271 | abnarvaja@gmail.com

DOI

https://doi.org/10.5281/zenodo.5809465


PALABRAS CLAVE
peronismo | gestas deportivas | representaciones | estereotipos | masculinidades | feminidades


 

Recibido: 31 de julio de 2021. Aceptado: 23 de agosto de 2021.


RESUMEN

El presente artículo pretende problematizar el proceso de normalización de los sujetos pedagógicos a través de la Resolución 957/81, que durante el terrorismo de Estado en Argentina rigió para el ingreso a los institutos de educación superior. Esta resolución delimitó los parámetros físicos, estéticos y morales que definieron a las corporeidades docentes normales y conformaron el ideal del buen maestro durante esta coyuntura. Se realizó un trabajo de archivo para entender la génesis de esta resolución. Así poder dar cuenta que las políticas educativas de la dictadura de 1976-1983 fueron la acentuación de una estrategia discriminadora ya existente, y que al analizarlas develan ser constituyentes de un proceso político de dominación social que recorre la historia argentina.

ABSTRACT

This article aims to problematize the normalization process of pedagogical subjects through Resolution 957/81, which during state terrorism in Argentina governed entry to higher education institutes. This resolution delimited the physical, aesthetic and moral parameters that defined normal teaching corporeities and made up the ideal of the good teacher during this juncture. An archival work was carried out to understand the genesis of this resolution. In this way, it is possible to realize that the educational policies of the 1976-1983 dictatorship were the accentuation of an already existing discriminatory strategy, and that when analyzed they reveal themselves to be constituents of a political process of social domination that runs through Argentine history.

KEY WORDS

normalization | good teacher | educational policies | dictatorship

En torno a las representaciones de las gestas deportivas

Las representaciones sociales constituyen sistemas de saberes tanto cognitivos como afectivos, que cooperan en la construcción de una realidad común a un conjunto social. Para Pierre Bourdieu (2003) son saberes prácticos que actúan sobre la estructuración del mundo social y que, por lo tanto, integran los sistemas ideológicos. De allí su importancia en la construcción de identidades en la medida en que seleccionan determinadas propiedades como definitorias de un grupo, a la vez que ocultan otras. La acción política tiende a imponer la definición “legítima” de las divisiones del mundo social y, por ende, a hacer y deshacer los grupos sociales (Baczko, 1999). En algunos casos, las representaciones societales devienen estereotipos, ya que acentúan el proceso de simplificación, de esquematización y de reducción de las representaciones colectivas a la vez que conllevan una pretensión normalizadora. Estos estereotipos funcionan masivamente, refuerzan la naturalización de las representaciones y no se presentan como objetos de debate. Es así que cuando idealizan la realidad representada constituyen mitos de fuertes pregnancias culturales. Pero también estos estereotipos tienen su contrapartida, con diversos grados de visibilidad, en los estigmas (Goffman, 2012); esos signos –corporales o no– que forman parte de una identificación colectiva y construyen situaciones de descrédito, de inferiorización y de anormalidad dentro de una estructura social. Unos y otros –estereotipos y estigmas– establecen marcos de referencia sociales que condicionan las miradas de los sujetos.

De acuerdo con lo planteado por Eric Dunning (2003), el campo del deporte es particularmente propicio para el análisis de representaciones, estereotipos, estigmas y mitos. Si bien algunos de estos fenómenos tienen cierta estabilidad, podemos identificar determinados momentos en los que algunos de sus aspectos, sean centrales o periféricos, cambian, se despliegan o entran en tensión como producto de determinadas circunstancias históricas. Un ejemplo fue lo que ocurrió en Argentina entre 1946 y 1955, período conocido como el peronismo clásico, lapso en el cual las representaciones acerca del deporte acompañaron las grandes orientaciones políticas y pusieron en escena nuevas formas de vincularse que generaron incipientes transformaciones culturales (Rodríguez, 1999).

Este fenómeno fue abordado por las ciencias sociales, en especial por investigadores como Eduardo Archetti (2005), Di Giano y Massarino (2006), Galak y Orbuch (2017), Daskal y Sazbón (2017) y Panella y Rein (2019), quienes dieron cuenta no solo de esta articulación entre el deporte y el Estado nacional, sino también de la valoración política de los logros. Resultado de ella fueron los podios de héroes e íconos que el peronismo construyó en una multiplicidad de disciplinas, entre los que se destacaron Pascual Pérez y Gatica en boxeo, Delfo Cabrera en atletismo, Navarra en billar; Mary Terán de Weiss en tenis. Para acompañar estos logros, la maquinaria propagandística oficial se encargó de difundir la imagen de Perón como “el Primer Deportista Argentino”.

Paralelamente, al compás de los avances del deporte amateur y representativo, de la práctica y del espectáculo, se llevaron adelante diferentes tipos de “hazañas” que despertaron admiración en el público y una cobertura mediática apreciable. Estas proezas fueron: el cruce del Canal de la Mancha realizado por Enriqueta Duarte, el ascenso al Himalaya liderado por el teniente Francisco Ibáñez, la carrera automovilística Buenos Aires-Caracas o el desafío de unir Buenos Aires-Otawa a caballo concretado por Ana Beker. Las mismas permitieron proyectar sobre el deporte las virtudes heroicas de aquellos que integraban el panteón de la patria (con sus héroes mayores y menores) y cuyo sacrificio y entrega la nación reconocía y exaltaba. Ello llevó a construirlas como gestas en las cuales se destacaban aquellas actitudes y momentos que las hacían “memorables”, es decir, aquellas que mostraban las virtudes de las que se podían inferir los modelos de ciudadano/a que el Estado buscaba promover. Cabe mencionar que en una etapa en la que la mujer intervenía profesionalmente como docente y personal de salud (Lobato, 2007), se desempeñaba en distintas instancias productivas y había avanzado notablemente en los espacios de ejercicio de la política en los que la figura de Evita era el ícono mayor (Guy, 2008), no podían dejar de estar presentes las hazañas femeninas que hacían visibles los nuevos roles que la sociedad le asignaba al género y que, también, admitía en él.

Las gestas en general se inscribían en una serie de narraciones presentes en las ceremonias públicas de las efemérides patrias. Estas circularon ampliamente por los establecimientos educativos y los discursos de formación cívica: los relatos ejemplares que, por un lado, mostraban la simplicidad de los grandes y, por el otro, la grandeza de los humildes, como el negro Falucho (Grimson, 2017), y de las mujeres, como el rescate del rol de las niñas de Ayohuma.

Esto muestra cómo la construcción de la gesta apela tanto a los materiales del presente como a la activación de una memoria que se nutre de elementos activos en el imaginario colectivo. Es esta la que opera en la construcción de la hazaña deportiva como patriótica y vigoriza el imaginario nacional en la etapa de consolidación de un Estado que democratiza el bienestar (Torre y Pastoriza, 2002). Sin embargo, los modos de articular los materiales, las jerarquías que se establecen, los valores que se resaltan, las acciones que se consideran ejemplares dependen de las circunstancias particulares en las que se generan.

En este trabajo nos proponemos recuperar estos acontecimientos en gran medida excepcionales, las gestas, reparando en sus características principales, en los estereotipos que exponen, en las valoraciones encarnadas y en las identidades puestas en juego, particularmente las que refieren al género. Conviene recordar que las teorías feministas han hecho aportes significativos respecto de la construcción social de las representaciones de género (Butler, 1990; Martín, Soler y Vilanova Soler, 2017). Estas miradas procuraron distinguir las construcciones sociales y culturales de lo impuesto por la biología, a la par que identificaron que las características atribuidas a las mujeres eran en verdad un complejo proceso individual y social (Scharagrodsky, 2002). El cuerpo femenino se transformó en un lugar de construcciones políticas y culturales (Mc Dowell, 1999), y la prensa se erigió en un soporte privilegiado para representarlo y reproducirlo de forma masiva (Bontempo, 2016). En el presente trabajo nos detendremos en la incidencia de las prácticas políticas en un ámbito específico como el deporte promocionado por el Estado, lo que implica una activación de la temporalidad y una mayor visibilización de los cambios en las subjetividades (Pfister y Sisjord, 2013). A su vez, este impulso de la participación femenina en los deportes se encontraba en línea con principios del propio Perón, quien, rompiendo con una extendida idea respecto del lugar subalterno del sexo femenino en lo concerniente a las actividades físicas y deportivas, sostenía que, “para el deporte, la mujer y el hombre son una misma cosa. Los dos reciben el mismo provecho y, en consecuencia, no puede haber diferencia de sexo” (1954: 10). Esta afirmación provocó una cesura con el pensamiento precedente (Orbuch, 2018).

Para el análisis de las gestas, consideraremos, por un lado, los rasgos que se han destacado en la construcción épica de diversas pruebas en las cuales fueron hombres los protagonistas, como el ascenso al Himalaya, las travesías de Vito Dumas y la carrera automovilística Buenos Aires-Caracas, que unía miles de kilómetros en el subcontinente latinoamericano y, por otro, de dos hazañas realizadas por mujeres en el exterior, como lo fueron el cruce a nado del Canal de la Mancha y la travesía a caballo a través de vastas extensiones del continente americano. Este análisis nos servirá para indagar en la apropiación política que el peronismo hizo de las mismas y los significados que les asignó, así como en la forma en que intervinieron en la conformación de estereotipos y mitos. Esta aproximación a las representaciones sociales nos exige interrogar las fuentes utilizadas, entre las que destacan periodísticas, biográficas, iconográficas, desde una perspectiva cualitativa que se detiene en los indicios que remiten a aquellas y que excede el rastreo de datos estadísticos como la distancia y los récords obtenidos. Además, nos impone relacionarlas con las políticas deportivas del peronismo y su papel en la conformación de la identidad nacional y de los modelos de ciudadanía. En estos no dejan de intervenir viejas y nuevas imágenes, en una recurrente pugna entre lo moderno y lo tradicional (Queirolo, 2020), de la que el lugar de la mujer en el deporte es un paradigma de lo aseverado.

El peronismo y los sentidos sociales del deporte

Durante el llamado peronismo clásico, el vínculo entre deporte y Estado fue estrecho y dinámico, situación que se vio plasmada en un conjunto de medidas que consolidaron un sistema deportivo estatal hasta ese momento poco presente en la Argentina y que incidió fuertemente en el devenir histórico posterior (Alabarces, 2002). En este sentido, diversas fueron las decisiones adoptadas como las disciplinas involucradas. En relación con las políticas implementadas, se destinaron recursos que permitieron un amplio acceso de la población –no solo a los deportes tradicionales sino a disciplinas hasta entonces reservadas a una minoría como el tenis y el golf–, a la vez que se afianzó como uno de los pilares en los currículos educativos asignándole un lugar privilegiado a su aspecto formativo. En cuanto al espectáculo, el deporte terminó de consolidarse como uno de los paradigmas de la cultura de masas, situación reflejada en la organización de grandes competencias internacionales como el mundial de tiro en 1949, el primer mundial de basquetbol en 1950, los Juegos Deportivos Panamericanos en 1951, el “Primer Gran Premio” de la Formula 1 en 1953, las Olimpiadas de Ajedrez o el mundial de Billar en 1954, entre otros. En paralelo se invirtió en infraestructura donde además de las mejoras establecidas para los eventos citados se construyeron el autódromo 17 de Octubre y el velódromo del parque Tres de Febrero, emblemas de la arquitectura deportiva peronista.

De acuerdo con lo sostenido, no es de extrañar que el deporte se transformara en un eje central de las políticas públicas; no exclusivamente como una actividad destinada al desarrollo físico, como muchos de los discursos higienistas de principios del siglo XX pregonaban, sino también como una práctica social necesaria para desarrollar las subjetividades, las identidades y los valores que se intentaban instalar, entre otros los que tendían a la solidaridad. Basta con revisar un extracto del Segundo Plan Quinquenal en donde se identifica este posicionamiento:

 

El Estado auspiciará el desarrollo de la cultura física del pueblo en armonía con su formación moral e intelectual mediante el ejercicio del deporte. El deporte ayudará a la elevación del bienestar y de la cultura general del pueblo, al desarrollo de sus sentimientos de patriotismo y a la solidaridad social.

Puede inferirse que el deporte era considerado como poseedor de un claro sentido formativo, era constitutivo de la personalidad “social” de los individuos; en otras palabras, se trataba de una práctica que a la vez que generaba cohesión, conformaba identidades. Ahora bien, si desde el aspecto de la socialización del practicante el deporte cumplió esa función, ¿qué sentido tuvo desde el espectáculo? ¿Qué tipo de mensajes recibía el espectador? Y en particular en lo que refieren las gestas, ¿por qué fueron tan importantes y por qué, a la vez que acentuaban ciertos rasgos de masculinidad, ponían en tensión aquellos ligados a la femineidad?

El deporte ha sido desde tiempos pretéritos una práctica no desdeñable en la sedimentación de sentidos sociales a través de la permanente búsqueda de espectacularización (Besnier, Brownell y Carter, 2018). Esta situación que ha trascendido sociedades y escenarios mitológicos en la antigüedad ha adquirido con el avance de la modernidad características cada vez más acentuadas llegando incluso a generar una apropiación por parte de gobiernos de diferente signo político, tal cual se apreciaba de forma manifiesta en los Juegos Olímpicos. En esa apropiación intervinieron instituciones estatales construyendo representaciones idealizadas del deporte que penetraron en el tejido social a través de rituales, relatos y conmemoraciones. El peronismo integró las gestas deportivas a una representación de nación acorde a sus postulados, capaz de proteger a sus ciudadanos a la vez que de ocupar una posición digna en el concierto de las naciones. Por cierto, que las representaciones deportivas no escapaban a los valores propios de la civilización occidental en donde se destacaban virtudes asignadas a la masculinidad: fuerza, templanza, virtuosismo, valentía. No obstante, en una época en la que, como señalamos, la participación de la mujer en el ámbito y en las prácticas sociales y solidarias comienza a cobrar nuevos sentidos, los imaginarios sufrieron también una serie de transformaciones, situación que Susana Sanz expresa de la siguiente manera mostrando sus tensiones:

Los espacios abiertos por el peronismo que convoca e incluye a las mujeres son, a la vez, espacios que les permiten nuevas prácticas, y nuevas experiencias, desbordando los límites previos, de búsquedas y de encuentros, de brechas e intersticios contra la discriminación y la exclusión, pero también son espacios donde se dan relaciones de poder y se arrastran viejas concepciones en cuanto a las funciones “naturales” y del lugar a ocupar por las mujeres. (Sanz, 2019: 68)

 

Y en correspondencia con esta mirada, así como Eva Perón era valorada por amplias multitudes y a su muerte fue canonizada popularmente, no es de extrañar que participaciones femeninas en el deporte sean reverenciadas y se integren articuladamente al relato sobre la gran gesta nacional que llevó adelante el gobierno peronista. A su vez, debe reconocerse que permanecieron “viejas concepciones” y “relaciones de poder” de subordinación entre los géneros, a las que el vínculo público de Evita con Perón no era ajeno.

 

Las masculinidades y el deporte: la continuidad de un estereotipo

Es conocida la vinculación del deporte y su culto a la virilidad con el sistema patriarcal (Elias y Dunning, 2016). El peronismo, si bien incorporó a la mujer en diversas disciplinas deportivas, no fue ajeno a esta mirada que privilegiaba la prensa, que rendía culto a los valores tradicionales afirmando su legitimidad e incitando a su adhesión por parte de los espectadores. En los casos que veremos en los puntos siguientes de este apartado, las representaciones que afloran conjugan memorias que pertenecen a temporalidades largas que hacen posible una mirada naturalizada en donde lo deportivo representa la esforzada superación de los límites que las situaciones en las que se desarrolla permitían suponer, constituyendo así la matriz de un ciudadano disciplinado, sano y varonil (Orbuch, 2021).

 

El teniente Ibáñez hacia el Himalaya

La República Argentina por sus paisajes cordilleranos, atrapó desde tiempos pretéritos a andinistas que intentaban, con éxitos dispares, lograr llegar a una cumbre y desde la cima poder apreciar el panorama. Este logro resaltaba el valor del arriesgado deportista porque partía de un aura de invencibilidad impuesta por la geografía. En este sentido, escalar el Aconcagua o, en menor medida, el cerro Tronador se convirtió en una meta para muchos aventureros hombres (si pensamos la imposibilidad de las mujeres de desarrollar una práctica estrechamente vinculada con la “masculinidad”) que valiéndose de su destreza, serenidad y audacia se volcaron a querer alcanzar la cima. En ambos casos, 1934 fue el año bisagra; German Claussen, conocido en la región como el “andinista solitario”, escaló el 29 de enero los 3500 metros de altura del Tronador, mientras que el teniente Nicolás Plantamura logró el 8 de marzo alcanzar la cima de 6450 metros del Aconcagua. Estas hazañas vernáculas, que a partir de entonces tuvieron cada vez más adeptos, sirvieron de antesala al sueño mayor de todo andinista: escalar el Himalaya. Para lograr ese anhelado propósito no bastaba con una voluntad inquebrantable, sino que era necesario el apoyo económico que merced a las políticas públicas implementadas por el gobierno peronista, provino de las arcas estatales. Y fue lo que lo que finalmente ocurrió en 1954.

La expedición encabezada por el teniente primero Francisco Ibáñez fue seguida de cerca por la revista Olimpia. Cabe mencionar que la publicación ocupó en los últimos meses del gobierno peronista el sitio de vocera oficial de la Confederación Argentina de Deportes-Comité Olímpico Argentino, más conocida por su acrónimo CADCOA (Daskal y Sazbón, 2019). En efecto, desde la aparición del primer número en abril de 1954 y hasta la destitución del gobierno peronista, en septiembre de 1955, la publicación realizó una importante tarea de difusión en la que se insertaba la crónica detallada de la expedición que tenía el objetivo de llegar a la cima del Cerro Dhaulaghiri, la cumbre más alta de la cordillera del Himalaya. El fragmento siguiente muestra la importancia nacional que se daba a la empresa, que exponía la presencia triunfante de la Argentina en el mundo:

 

Allí, a ese techado inaccesible hasta hoy para todo esfuerzo humano, un grupo de deportistas argentinos se propone llegar para culminar una de las hazañas más grandes y envidiables del siglo, colocando en el gorro frigio de las nieves eternas del Himalaya el pendón azul y blanco de nuestra criolla patria. (Revista Olimpia, n° 3, 1954)

 

El segmento expone discursivamente la construcción de la representación acerca de la gesta. Esta se asocia con un esfuerzo que tiende a alcanzar lo inaccesible, se resalta el valor de la hazaña y se la vincula con el imaginario nacional, que integra símbolos como el de las luchas revolucionarias por la libertad, el gorro frigio, y la bandera, que identifica al país. En el sintagma “nuestra criolla patria” se evidencia la valoración que hace el peronismo de lo criollo, que activa la memoria de la Revolución de Mayo, considerado el acontecimiento fundante de la nacionalidad en el que los criollos se enfrentan a los españoles y que va a dar lugar a las guerras de la Independencia.

 De la lectura del informe en general puede apreciarse que existió un amplio apoyo estatal traducido en numerosos recursos, no solo económicos, sino también publicitarios. Ibáñez era un oficial del cuerpo de esquiadores de alta montaña del ejército argentino, “familiarizado desde niño con el temible Aconcagua y los picachos andinos donde ha aprendido a emular a los cóndores” (1954), y que había logrado interesar al entonces presidente Juan Domingo Perón. Cabe mencionar que en el año 1952 había cumplido el rol de oficial de enlace en la expedición francesa que realizó la primera ascensión al Monte Fitz Roy en la Patagonia. Para el momento que se dispuso a conquistar el Himalaya, había llegado cinco veces a la cumbre del Aconcagua. El equipo expedicionario estaba compuesto por un grupo de “hombres jóvenes, vigorosos y de probada capacidad en las lides andinistas” (1954), características sobresalientes de un cuerpo masculino en correspondencia con lo que una empresa de esa envergadura requería. Entre ellos, podemos nombrar a Alfredo Magnani, abogado y que había escalado el Aconcagua a los 17 años; Felipe Godoy, egresado de la escuela de suboficiales del ejército; Roberto Busquets, andinista chileno de amplia trayectoria y el médico Antonio Ruiz Beramendi. El trágico deceso de Ibáñez en medio de la expedición fue el ingrediente que faltaba para que su figura se revistiera de los más altos valores morales, que la hacían ejemplar. Dado que fue el “símbolo de un sereno valor forjado en la meditación y el aprecio de las virtudes seculares del pueblo argentino” (Olimpia, n° 3, 1954), su caso fue un emblema de aquel ciudadano que dejaba todo por un ideal perseguido durante gran parte de su vida, pero concretado durante los años en que el peronismo estuvo en el poder, cuestión que la maquinaria propagandística oficial no dejó de recalcar.

 

El automovilismo: la Buenos Aires-Caracas

Desde la llegada del primer automóvil a la Argentina en el siglo XIX y la primera carrera de la que se tenga referencia en 1904, el automovilismo despertó fascinación entre la población. Esto se debió tanto al magnetismo de la velocidad como a los riesgos a los que se enfrentaban los pilotos, a tal punto que el público comenzó a hacerse fanático de los conductores y las marcas de autos logrando una mixtura entre pasión y capitalismo. De ese modo, se sucedieron distintas competencias y circuitos que estuvieron interrumpidos por la Segunda Guerra Mundial. Con el peronismo en el poder, y en paralelo al desarrollo de la industria automotriz, se diversificaron las competencias y se agregaron nuevos escenarios a categorías ya existentes como el Turismo de Carretera. Uno de los emblemas fue, sin lugar a dudas, el Gran Premio de la América del Sur, también conocido como la “Buenos Aires-Caracas”, competencia de una extrema exigencia que en su única edición en 1948 convocó a pilotos de la talla de Oscar Gálvez y Juan Manuel Fangio y a muchos otros poco conocidos, situación que mostraba a las claras que las gestas anónimas también eran necesarias en la “Nueva Argentina”, en donde cualquier hombre –y como mostraremos más adelante, también mujer– podía triunfar en el deporte que se propusiese con talento y esfuerzo. Esta prueba que unía diez mil kilómetros entre paisajes agrestes, montañosos, caribeños fue posible por el financiamiento del Estado argentino, que pretendía que la categoría más popular del automovilismo local, el Turismo de Carretera, se trasladara más allá de sus fronteras nacionales, en una nueva muestra de los usos del deporte para expandir la influencia en el continente y anudar los vínculos entre países hermanos. Decir que se trató de proezas individuales y acentuar en referentes particulares sería mirar solo una parte de este acontecimiento. La gesta es una construcción discursiva y, más allá de lo que haya sido la carrera, las crónicas destacaron todo aquello que exponía la heroicidad, la solidaridad, la generosidad propia de la representación de toda proeza colectiva –y masculina– marcando la intervención en la gesta de actores anónimos. En ello los relatos periodísticos fueron decisivos. Por un lado, en lo que refiere al esfuerzo colectivo, Ricardo Lorenzo Borocotó, cronista de la revista El Gráfico, lo exponía de la siguiente manera:

 

Muchos, muchísimos trabajan y trabajaron por el varonil deporte que es pasión intensa porque está revestido de heroicidad. Frente a las censuras de los mesurados, de los conservadores, de los burgueses, más de una vez dijimos que los pueblos necesitan de héroes y que estos son modernos […] Quiero decir, simplemente, que no puedo mencionar a todos los trabajadores que están en la trastienda del automovilismo, y que he citado a algunos de ellos sabiendo que la referencia es breve. (Borocotó, 1953: 153)

 

Por otro lado, el mismo cronista articulaba la gesta con aspectos de la identidad nacional que relevaba en relación con el territorio patrio:

 

El lector habrá captado mi predilección por las rutas. Es que tal ha sido el comienzo de nuestro automovilismo y tal es la preferencia popular. Somos ruteros por excelencia y no de casualidad, sino que existe una razón que a ello nos llevó: las dilatadas distancias del territorio nacional y el anhelo de unir pueblos y ciudades andando por los caminos desde las sendas los días de las sendas pantanosas. (Borocotó, 1953: 200)

 

Otro elemento que tuvo un peso específico en la construcción semántica de las masculinidades fueron las fotografías que acompañaban los relatos periodísticos. En las mismas se mostraba a la multitud, compuesta mayoritariamente de hombres, al costado de la ruta, sumergidos en un ritual colectivo y, en algunos casos, cerca de los corredores cuando estos hacían la transición entre etapa y etapa. Esta imagen es pertinente a la construcción de las masculinidades porque muestra a los pilotos en situaciones comunes y a la vez necesarias para continuar con la carrera constituyéndolos en modelos de referencia de los imaginarios sociales colectivos. Así, los separan de los escenarios mitológicos como son las rutas y los ubican en el lugar en donde se elabora la gesta, en donde se prepara la epopeya, haciendo partícipes a los espectadores e involucrándolos emocionalmente. Al respecto, es ilustrativa la mirada que tiene Roland Barthes haciendo referencia a una disciplina y una prueba próximas como es el Tour de France de ciclismo:

 

Recortado, el nombre se vuelve auténticamente público; permite colocar la intimidad del corredor sobre el proscenio de los héroes. Porque el auténtico lugar épico no es el combate, sino la tienda de campaña, el umbral público donde el guerrero elabora sus intenciones, desde donde lanza injurias, desafíos y confidencias. (Barthes, 2003: 114)

 

Hay que mencionar, además, que en un universo en donde las representaciones estaban íntimamente ligadas no solo a lo escrito y lo visual sino también a lo auditivo cumplió un papel fundamental la radio y, en particular, la voz de Luis Elías Sojit, pionero del relato automovilístico, quien transmitió incansablemente la carrera a bordo de una avioneta lanzando epítetos que exaltaban el sentimiento peronista (Di Giano y Massarino, 2006).

Por último, y siendo tal vez la intervención más importante para que este tipo de competencias se pudieran realizar, no podemos dejar de mencionar el acompañamiento estatal. Recordemos que esta carrera surgió en un contexto en donde el gobierno peronista volvió a posicionar al automovilismo argentino en el plano internacional (Piglia, 2016) en gran medida por su popularidad, pero también por lo que el automóvil representaba como metáfora de modernidad. Varios son los episodios rescatados por la prensa que resaltan este aspecto. Por ejemplo, la declaración a la revista El Gráfico de Mercurio Giuliano, uno de los tantos pilotos que no figuraba en las primeras planas, pero pudo terminar la competencia, en donde distingue no solo la importancia del apoyo financiero del Estado sino su nacionalismo y posicionamiento político:

 

Si bien la mayoría salió de Buenos Aires con dinero calculado hubo gastos extraordinarios que disminuyeron esos capitales de ciertos volantes por lo que la ayuda [del presidente Perón] fue tan preciosa como oportuna. No olvidemos que vivimos en el país más barato de la tierra y que los gastos aumentan a medida que nos vamos alejando de él.

 

Tal era el involucramiento que el Estado argentino tenía en esta competencia que, hacia el final de esta, cuando Gálvez fue descalificado porque llegó a la meta empujando su coche que se había descompuesto metros antes, su protesta fue dirigida al presidente de la nación y no a las autoridades del Automóvil Club Argentino, encargados de la competencia. En un telegrama señalaba lo siguiente:

 

Protesto ante usted la decisión de los jueces argentinos arrebatándome el triunfo en la carrera Buenos Aires-Caracas. Ruego a V.E. sus buenos oficios para revocatoria de injusta medida, la cual, de ser confirmada, me obligaría a retirarme del automovilismo. Compatriota amigo Oscar Gálvez

 

Ante esta situación, los medios oficiales de la época buscaron mostrar a Perón dotado de la firmeza de un líder que tenía que dar el ejemplo por más que el piloto fuera un militante de su causa, a lo que contestó: “Hay reglamentos, pues que se cumplan”. Los ciudadanos de la Nueva Argentina debían ser disciplinados y acatar las reglas. Este episodio, profusamente difundido por los medios afines al gobierno, fue interpretado como un aspecto más del valor educativo que la práctica del deporte traería aparejado.

 

El Yacthing: entre las regatas internacionales y las aventuras de Vito Dumas

El yacthing, como varias disciplinas deportivas, fue introducido en el Río de la Plata por los ingleses a mediados del siglo XIX. Ya desde entonces era una práctica temeraria y requería no solo de una embarcación adecuada sino de una fortaleza físico-psíquica y un gran espíritu de aventura hacia lo desconocido. Con el surgimiento en 1893 de la Unión Nacional de Yachting de Carrera y posteriormente la Federación Argentina se establecieron pautas para las regatas y por sobre todas las cosas para fiscalizar los récords y controlar la audacia de varios inexpertos que, en su afán de destacarse, coqueteaban con la muerte. Ahora bien, a la par de las competencias individuales y por equipos, aparecieron navegantes a los cuales no los movía exclusivamente el afán de llenar las vitrinas de medallas sino la búsqueda de permanentes desafíos; y en este sentido el modelo más influyente fue Vito Dumas.

Nacido en los albores del siglo XX en una familia acomodada, fue desde su infancia alguien que no solo encarnaba la figura del sportman de la época (Frydenberg, 2012), ya que realizaba boxeo, atletismo, aviación y hasta quiso cruzar a nado el Río de La Plata en cinco oportunidades, sino que pintaba, hacía esculturas y, según lo que establecen las crónicas, hasta llegó a estudiar Bellas Artes. Se puede decir, entonces, que su experiencia deportiva estaba íntimamente ligada con la reflexión intelectual, reflejada en varios libros –entre ellos Mis Viajes, Solo rumbo a la Cruz del Sur y Los cuarenta Bramadores, en los cuales materializó sus “diálogos internos con la naturaleza”– y en su condición de columnista de la Revista Olimpia desde donde se propuso difundir la disciplina. Una de las notas que más repercusión tuvo fue cuando analizó las posibilidades del equipo argentino en la regata que iba desde Newport, en Estados Unidos hasta las Bermudas, competición calificada como “una prueba de fuego para nuestro Yachting”. Con un trayecto de 655 kilómetros, iban a participar 60 barcos de todo el mundo, “la flor y nata del yachting mundial, van a disputar el trofeo más codiciado de la tierra” (Olimpia, N°1, 1954). El deportista recordó que Juan Domingo Perón había sido invitado por el Comodoro del Cruising Club of America, Blunt White, en su visita a la regata Buenos Aires-Río de Janeiro, quien lo interiorizó sobre la competencia a desarrollarse en Estados Unidos. A partir de allí, el apoyo estatal fue inmediato. De ese modo, la Confederación Argentina de Deportes facilitó todos los trámites y el Yacht Club Argentino el envío de siete barcos íntegramente argentinos a Nueva York (1954). Se trataba de la más grande tripulación de yachting que nuestro país había enviado al exterior, superior incluso a Gran Bretaña, que era el segundo país más importante del mundo en la actividad

En Dumas, como vimos, se conjuga el deportista-aventurero, el espectador apasionado, el literato que narraba sus hazañas, el periodista que fomentaba la práctica de esta disciplina. Y este tipo de personalidad intrépida lo llevó a querer unir Buenos Aires con Nueva York en 1955, reto que en principio podría parecer menos ambicioso que los realizados hasta entonces (entre los cuales podemos destacar la vuelta al mundo en plena Segunda Guerra Mundial), pero que tenía el condimento de la edad (55 años), la forma (un solo tramo), las circunstancias (haber estado perdido durante un tiempo apreciable en los mares caribeños, el no haber sabido hasta su llegada del golpe de Estado al gobierno peronista, el 16 de septiembre) y el haber sido esta travesía la última que realizó.

 

La inscripción de la mujer en las gestas deportivas peronistas

 

El vínculo entre la mujer y el deporte tiene largo recorrido en la historia argentina y no es exclusivo del gobierno peronista (Arnoux Narvaja, 2017). Lo que sí puede considerarse novedoso es el reconocimiento que a partir de entonces empiezan a tener, consecuente con las transformaciones sociales que se estaban experimentando. Y en este sentido no es posible desligarlo de la figura de Eva Perón. Por un lado, porque representaba la incorporación efectiva de la mujer a la vida cívica y, por añadidura, a otros espacios en calidad de dirigente. Esto se ve reflejado, por ejemplo, con la aparición de los Ateneos Deportivos Femeninos Eva Perón encargados de fomentar las actividades físicas, en donde ese estereotipo de la mujer apegada a los quehaceres domésticos y circunscripta exclusivamente al hogar estaba paulatinamente poniéndose en cuestionamiento (Orbuch, 2018). Por otra parte, porque Eva era el ejemplo de entrega en aras del bien común, capaz incluso de dejar la vida, lo que llevó luego de su muerte a una temprana canonización popular.

En este apartado, a partir de dos casos que tuvieron amplia repercusión –el cruce a nado del canal de la mancha realizado por Enriqueta Duarte y la gesta de Ana Beker a caballo hacia Otawa– intentaremos reflexionar en qué medida estas pruebas que, en apariencia, reivindicaban la fuerza, la tolerancia ante el dolor, el umbral físico, es decir, un conjunto de características destacadas de las “masculinidades”, fueron ejemplos también de un incipiente cambio de paradigma en torno a la mujer y a la feminidad. Dicho de otro modo, nos proponemos indagar hasta qué punto estas pruebas “extremas” pueden ser consideradas representativas de una paulatina transformación en torno al lugar ocupado por la mujer en el deporte y más específicamente respecto de su mejora en la consideración social.

 

Enriqueta Duarte y el cruce del Canal de la Mancha

El nado en aguas abiertas tiene una larga tradición en la historia deportiva argentina. Desde las pruebas realizadas por Pedro Candioti en el río Paraná hasta la búsqueda por cruzar el Río de la Plata, varios fueron los nadadores que se encontraron seducidos por estas proezas (Arnoux Narvaja, 2019). Sin embargo, ninguna resultaba más apasionante ni más enigmática que el Canal de la Mancha; en parte, por lo temeraria o peligrosa y, en parte, por su peso simbólico. En algunos casos hasta era el corolario de la carrera o la credencial de ciudadanía para recibirse en “aguas abiertas”. Muchos fueron los nadadores (hombres) argentinos que se aventuraron y solo una mujer lo había intentado hasta la década de 1940: Lilian Harrison. Esta avezada deportista –que tiene como mérito haber sido la primera en cruzar el Río de la Plata en 1923– sintió el rigor de las aguas europeas a tal punto que llegó a estar desaparecida por la noche.

Quien finalmente lo logró en 1951 fue Enriqueta Duarte, que venía destacándose en el alto nivel desde las Olimpiadas de Londres en 1948, momento en el cual fue convocada por Eva Perón, junto a otras destacadas deportistas como Elsa Irigoyen, para construir el Ateneo Deportivo. En una entrevista realizada recordó cómo surgió la idea de cruzar el mar que separa Francia de Inglaterra:

 

En la Facultad de Derecho, mientras recorro el edificio recién hecho, imponente, un alumno de la pileta me dice: Enriqueta, ¿sabes que Abertondo cruzó el Canal de la Mancha nadando?, y ahí me quedó la idea: qué lindo sería cruzar el Canal de la Mancha. (Enriqueta Duarte, testimonio del 12 de diciembre de 2017)

 

Cuando le cuenta al padre, periodista y dueño de un pequeño periódico, La Nueva Argentina, le dice que es una gran idea y se va presuroso a hablar con el director del Buenos Aires Herald, Archibal Platt, y este le dice que el cruce del Canal de la Mancha estaba siendo organizado por el diario Daily Mail londinense y admitía nada más que 20 nadadores para la prueba. Mientras que todo aquel que ya lo había cruzado, como Abertondo, se clasificaba de manera automática. De ese modo de las 20 vacantes, solo quedaban 12 dado que 8 repetían el cruce logrado años anteriores. La fortuna la ayudó, ya que Duarte era sobrina de Oscar Ibarra García, subsecretario de Relaciones Exteriores, quien se puso en contacto con el embajador argentino en Gran Bretaña, quien estaba circunstancialmente en Buenos Aires. Gracias a sus oficios, Duarte fue elegida para ir a la competición. A partir de ahí, el problema pasó a ser económico; el viaje era largo y se necesitaban fondos para cubrirlo (Enriqueta Duarte, testimonio del 12 de diciembre de 2017). Así relata la nadadora el marco del intercambio decisivo con Evita, la importancia que ella asignaba a su participación y el gesto enérgico destinado a resolver la situación:

 

En ese momento Evita nos convoca a las Olímpicas para formar el Ateneo Deportivo Eva Perón, y luego de un tiempo nos llama a Elsa Irigoyen, Irma Grampa de Antequera y a mí. Le llevamos 74 deportistas, que era una enormidad para esos tiempos y nos hace formar en semicírculo para las fotos. Eva me ve y me dice: - ¿Qué estás haciendo acá si tenés que estar entrenando para el cruce del Canal de la Mancha?

¡Sabía todo! Tenía una información y una memoria. Una cosa increíble. Entonces le digo: - Señora parece que no vamos porque no hay plata. ¡Para que le dije eso! casi le da un ataque. Llama a Cirigliano y le dice que consiga una audiencia para mañana para Enriqueta. Llamo a Abertondo y vamos juntos al Comité Olímpico Argentino y allí se soluciona el problema. (Enriqueta Duarte, testimonio del 12 de diciembre de 2017)

 

Esta anécdota, mediada por el valor afectivo de la nadadora y su cercanía con la causa peronista, no deja de ser interesante por varios aspectos. Por un lado, por la cantidad de mujeres que son convocadas por Eva Perón para darle fuerza al Ateneo Deportivo. Este tipo de iniciativas que conjugaban visibilidad, muestra de unidad e involucramiento de las mujeres en espacios “patriarcales” fueron recurrentes en esa época (Díaz, 2019). Por otra parte, porque registra a Eva Perón no solo como modelo que muestra a la mujer decidida en el cumplimiento de un fin noble, sino que también es la que le da el mandato simbólico a Enriqueta de no dejarse amilanar frente a los obstáculos. Por último, por el ejemplo de liderazgo, poder y pragmatismo político –atributos hasta entonces ausentes en las mujeres– de Eva Perón cuando resuelve el inconveniente económico, ejemplo –en palabras de Dora Barrancos (2019)– de un feminismo proempírico o proactivo.

Una vez aprobado el presupuesto, su viaje tomó una notoria difusión y ella recibió telegramas con deseos de éxito en la travesía de diversas personas que ocupaban cargos relevantes como el diputado nacional Ricardo Larco. Antes de partir a la competencia volvió a ver a Eva Perón, quien le dio dos trofeos que ella enviaba para entregar a los dos mejores ingleses en la justa deportiva, avisándole que eran solo para los deportistas europeos. Enriqueta se ríe cuando lo cuenta y no deja de mencionar lo hábil que era la esposa del general Juan Domingo Perón para las relaciones exteriores, sobre todo en una etapa conflictiva con Gran Bretaña (Rapoport-Spiguel, 2011).

El cruce fue todo un éxito y marcó un antes y un después en la vida de Enriqueta Duarte. Se trató de la primera latinoamericana en cruzarlo, el 16 de agosto de 1951, y, con sus 13 horas y 26 minutos, ocupó el octavo lugar de la clasificación general, superando con holgura al argentino Antonio Albertondo y al peruano Daniel Carpio, que ya habían realizado la prueba con anterioridad. Esta situación, que no pasó desapercibida para la época, puede leerse a la distancia como una muestra más de que la diferencia anatómica entre el hombre y la mujer no se corresponde con diferencias de capacidad y de performance, discusión que en la primera parte de la Guerra Fría ocupaba un lugar importante en los ámbitos científicos (Besnier, Brownell y Carter, 2018). A su vez, y tal como había prometido (Crítica, 3 de julio de 1951: 7), donó los premios a la Fundación Eva Perón y empezó a gozar de un marcado reconocimiento social que la ayudó a ser una de las diez deportistas que eligió Raúl Apold para hacer la Exposición Perón y los deportes en el espacio público en diciembre de ese año.

 

Las aventuras a caballo: el caso de la “amazona” Becker

En la historia de la Argentina uno de los animales más vinculados con la construcción identitaria fue sin lugar a duda el caballo. Desde San Martín y las guerras de la Independencia hasta las montoneras gauchas ocupó un lugar protagónico, al que Perón no fue ajeno, ya sea por su historia personal o para cultivar la imagen de ser un hombre destinado a cambiar la historia nacional. De allí que no sea de extrañar lo emblemático de la foto arriba de su caballo pinto y que dos de los deportes considerados “nacionales” fueron el Pato y el Polo.

La fascinación por este animal llevó a que muchos se decidieran a realizar cabalgatas extensas no solo dentro del territorio argentino sino hacia otros países. La primera experiencia de estas características puede encontrarse en 1925 cuando el suizo Aimé F. Tschiffely decidió recorrer el trayecto de veintiún mil kilómetros que unía Buenos Aires con Nueva York con los famosos Gato y Mancha que le valió no solo una gran popularidad sino ser tapa de la prestigiosa revista National Geographic, publicación encargada de mostrar a los “hombres” destacados y los adelantos científicos de la época. Pasaron varias décadas hasta que a comienzos de 1950 Ana Beker, hija de padres letones y afincada en Algorrobo –pequeño paraje al sur de la provincia de Buenos Aires– emprendió el viaje hacia Otawa, Canadá. El registro de su peripecia le llega al lector a través de la narración autobiográfica del viaje, publicada en 1957 y con detalles de una etnógrafa aficionada.

Desde el inicio del relato, Ana Beker (1957) nos muestra una propensión a transgredir estereotipos y a poner en tensión representaciones sociales ligadas a la división sexual de tareas que, si bien en los ámbitos urbanos estaban incipientemente siendo revisadas, seguían conservando –y particularmente en el mundo rural en donde residía– un fuerte mandato social ligado a rígidas configuraciones identitarias de género. El siguiente párrafo es ilustrativo de esta tensión y así como expone la ansiedad de la autora por demostrar la infundada superioridad del hombre sobre la mujer también deja entrever la aceptación de ciertos estereotipos al autodesignarse como “joven casadera”:

 

Otra idea que se iba adueñando de mi espíritu era la muletilla de todo el mundo cuando yo hablaba de algo fuera de lo común o de alguna dificultad: ‘esas son cosas de hombres’. Hasta el intento de correr en una carrera cuadrera tuve que renunciar, porque ‘una mujer donde está bien es cebando el mate’. Dije ya, entonces que una mujer criolla podía arrojarse a empresas que haría retroceder a más de un varón y, con el transcurso del tiempo, obsesionada por la idea de demostrarlo alguna vez, nunca abandoné tal pensamiento. Ya joven casadera, puse a raya a varios pretendientes porque su opinión acerca de la inferioridad de la mujer me inducía a protestar indignada. Hasta el hombre que estuvo más cerca de mi corazón no dejaron de encenderse disputas y discusiones en torno al mismo tema (…) Así, contemplando con fijeza el horizonte, y con la espina clavada de la supuesta inferioridad de la mujer, pasaron los años y concebía mi primera salida o aventura. (Beker, 1957: 11)

 

La complejidad de la situación y las dificultades de aprehenderla se evidencian en los desajustes entre representaciones. Otro elemento interesante del relato aparece con la reivindicación de una identidad no centrada en la ascendencia sino en el espacio cultural y nacional en el que se ha desarrollado: “mujer criolla”.

 Como antecedente a este viaje, y buscando prepararse para el titánico raid, Beker recorrió desde “pequeñas” distancias –los 1400 kilómetros que separaban su casa, de Luján, ejemplo del peso de la tradición religiosa– hasta largos recorridos hacia Salta, Jujuy o Tucumán en donde a cada paso continuó experimentando el asombro colectivo por su condición de mujer. Entre el anecdotario encontramos, siempre según palabras de Beker, el rechazo de ayuda por parte de la Sociedad Argentina de Marchas a Caballo, cuyo presidente le dijo despectivamente “eso casi no lo podría realizar un hombre, tanto menos usted” hasta de su propia familia en donde escuchaba recurrentemente la expresión “es una desgracia; tengo una hija loca”, “locura” que se asocia habitualmente con las mujeres que enfrentan los estereotipos de género. Cuestión reforzada por incursionar en actividades supuestamente masculinas (Barrancos, 2019). Empero, su entusiasmo y ambición tuvieron finalmente su premio cuando Eva Perón, en representación del Estado nacional, no solo gestionó los permisos, sino que le dio simbólicamente el empuje final, situación que se manifiesta en un párrafo de la autobiografía:

 

Llega el año 1950 y me decido a solicitar una entrevista con la esposa del presidente argentino. Pensé que podría favorecer mis planes o bien estimularme a realizarlos. La breve entrevista resulto fructuosa, un verdadero estímulo, y el 1º de octubre de 1950 daba, yo misma la señal de partida. Me encontré junto el mojón del kilómetro cero, en la hermosa plaza que tiene como fondo al Congreso de la Nación. Vestía a la usanza gaucha con bombacha y botas de potro, sombrero de campo y pañuelo visto en el cuello. […] Antes de reiniciar la marcha me visitaron algunas personas, enviadas especialmente por la esposa del presidente de la República, con órdenes de informarse de mi estado y ayudarme en lo posible. (Beker, 1957: 19)

 

La travesía demandó aproximadamente cuatro años de un derrotero que atravesó trece países, situaciones peligrosas, altercados diversos en un continente en plena ebullición social, pero con la tranquilidad de que frente a cualquier eventualidad el Estado argentino estaría presente. Beker pone como ejemplo algunas situaciones puntuales como cuando en la selva colombiana ante el interrogatorio intimidante de los guerrilleros por su insólita presencia ella respondía con firmeza “soy extranjera protegida por mi gobierno”; o situaciones más agradables cuando en Nueva Orleans fue nombrada ciudadana ilustre y alojada en la residencia del cónsul Fernández Mira. O cuando, ya en Ottawa, en el epílogo del raid, con el cansancio a cuestas y con escasos recursos económicos se le facilitó el regreso a la Argentina por intermediación del Ministerio del Interior:

 

El presidente de la Argentina me envía pasaje para mí y para los caballos después de algunas gestiones, en vista de mi precaria situación económica. Mis dos “pingos” embarcan con su compañera de tantas aventuras en el ‘Río Tercero’ de la flota mercante del Estado Argentino”. (Beker, 1957: 221)

 

Desde las palabras de la realizadora de la hazaña, puede interpretarse que las hazañas individuales pudieron concretarse porque tributaban a un esfuerzo colectivo, el de la construcción de la Nueva Argentina. Las políticas públicas implementadas por el gobierno peronista demuestran que el lugar de las mujeres en el deporte, y podríamos hipotetizar que, en la sociedad, fue ambiguo. Por un lado, destacarse en él fue una herramienta esencial para construir la mujer moderna, por el otro, elementos consuetudinarios, tal su autodefinición como una joven casadera, dan cuenta de la existencia de miradas contrapuestas. Se trata de tensiones irresueltas, indicativas de una de las facetas que el peronismo utilizó, en provecho propio, con el explícito objetivo de remozar a la sociedad, generando una Nueva Argentina (Orbuch, 2018).

 

Reflexiones finales

 

Hablar de gestas implica hacer referencia a un conjunto de acontecimientos que son valorados socialmente y referidos como dignos de rememoración. Su consideración nos permite no solo entrever cómo se forjan los héroes y se construyen memorias, sino también qué sentidos adquieren en determinadas etapas y por qué son destacados. A lo largo de este trabajo hemos intentado recuperar algunas hazañas deportivas excepcionales realizadas durante el peronismo clásico para dar cuenta del apoyo estatal y de cómo, a su vez, dieron lugar a una gran cobertura mediática en la medida en que se inscribían en los imaginarios que se buscaba construir por parte de las usinas oficiales. Como resultado de este abordaje consideramos perentorio reparar en algunas características comunes que hemos encontrado.

Por un lado, el analista se acerca a esos universos a través de múltiples mediatizaciones por lo cual es interesante ver cómo opera la construcción de la gesta. En ese sentido debemos destacar que se hacen visibles todas aquellas actitudes, momentos, resultados en los cuales la virtud deportiva que es resignificada como virtud cívica se expone con claridad. Este modo de operar ancla en una memoria que se nutre de los relatos patrióticos ejemplares, que a su vez abrevan en la tradición religiosa hagiográfica en la cual solo aparecen aquellos momentos en los que la virtud se encarna. Así, en los relatos de los medios, en las biografías, en las autobiografías, en las entrevistas lo que aparece digno de ser registrado es aquello que construye la figura épica del deportista. Cuando se destacan la excepcionalidad, una envergadura que va más allá de las fronteras nacionales y el compromiso estatal en la empresa (con su doble mandato de exigencia y protección), se construye una gesta que a la vez que deportiva es patriótica proyectando sobre esa práctica los valores asociados con la misma existencia de la nación. El peronismo explotó esta potencialidad en el armado de una identidad colectiva capaz de enfrentar con energía los avatares políticos tanto nacionales como internacionales.

Por otra parte, así como el peronismo tenía una dimensión épica, en el cual el exponente más marcado de heroína/mártir era Eva Perón –quién permanece en el imaginario colectivo como la que se ha sacrificado y entregado su vida en beneficio de los humildes– también en otras prácticas, que no son políticas, este tipo de “entregas” femeninas son estimuladas. Las gestas en las que intervienen mujeres las hacen dignas de inscribirse en el panteón que se construye de héroes cívicos. Esto es posible porque a la vez que transgreden ciertos estereotipos no cuestionan radicalmente lugares femeninos anclados en la tradición, es decir, no llevan a poner en discusión las oposiciones binarias propias de la modernidad. Uno de los méritos del estudio histórico del deporte es hacer visibles transgresiones y tensiones (Besnier, Brownell y Carter, 2018). Estas no eran ajenas en el período que abordamos a los lugares respectivos, tanto complementarios como en conflicto, que ocupaban socialmente las figuras de Eva y de Perón y que se resolvían parcialmente acentuando la presencia de la primera en las gestas femeninas y la del segundo en las masculinas.

Por último, y como corolario del recorrido realizado, no podemos dejar de mencionar el destino de estos deportistas –y también de las pruebas– después del golpe de Estado de 1955, que muestra que habían sido percibidos por sectores de la oposición como partes del armado justicialista. Dejando de lado el teniente Ibáñez que murió heroicamente en la cima del Himalaya, Dumas no volvió a desafíos como los anteriores y, por la ausencia de apoyo estatal, hasta tuvo que vender su barco para volver a la Argentina; Enriqueta Duarte intentó replicar la proeza del Canal de la Mancha, pero al no conseguir recursos económicos se limitó a nadar en el lago Nahuel Huapí; mientras que de Beker no hay referencia de la intención de realizar una nueva gesta. De esto podemos inferir, por un lado, que este tipo de experiencias, base de la construcción de la gesta, solo pueden ser realizadas, como hemos intentado mostrar, en un contexto en el cual el Estado brinda condiciones económicas y las subjetividades han sido modeladas para recibir nuevos significados, particularmente en nuestro caso a partir de la sensibilización ante las proezas realizadas por mujeres y los cambios que implicaban en los roles de género.

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Entrevistas a protagonistas

Entrevista realizada a Enriqueta Duarte el día 12 de diciembre de 2017 en su domicilio de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.