Durante los últimos tres años se suscitó un debate acerca de la relación entre los abordajes de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología y el momento de la “post verdad”. Algunos críticos señalaron que la democratización de la ciencia, impulsada por estos estudios, derivó en un “populismo tecnológico” que favoreció el escepticismo sobre la palabra de los expertos, propio del momento de la post verdad. Consideramos que en el centro de estas discusiones se halla el problema de la delimitación de la práctica científica. El propósito del presente trabajo es realizar una reconstrucción de las estrategias metacientíficas de delimitación de las prácticas científicas, que nos proporcione las herramientas necesarias para analizar cómo se configuran los límites de la ciencia en el momento de la post verdad y qué compromisos filosóficos conllevan.
During the last three years, there has been a debate about the relationship between the approaches of the social studies of science and technology and the "post-truth" moment. Some critics pointed out that science democratization, promoted by these studies, resulted in a "technological populism", which favored skepticism about experts' word, inherent to the “post-truth” moment. We consider that the problem of scientific practices delimitation is at the center of these discussions. The present paper aims to reconstruct the meta-scientific strategies of scientific practices delimitation, that provide us with the necessary tools to analyze how science limits are configured at the “post-truth” moment and what philosophical compromise they entail.
Keywords: post-truth, scientific practices, delimitation, philosophical problems.
Recibido: 27 de junio de 2019
Aceptado: 19 de febrero de 2020
La reconfiguración de identidades y los cambios consecuentes que produce en las prácticas, la ampliación de derechos que diferentes colectivos reclaman (y en ocasiones conquistan), las reescrituras de las representaciones del pasado, así como la ocurrencia de lenguajes nuevos que performativamente desplazan las fronteras entre el orden natural y el social son solo algunas instancias que muestran la relevancia de la problematización filosófica de las clasificaciones científicas. La postulación del carácter interactivo de muchas de las clasificaciones científico-sociales abre una dimensión dinámica en el conocimiento que involucra las formas en que las clasificaciones conforman las maneras de ser de las personas clasificadas, pero también las prácticas que estas mismas realizan en relación con las clasificaciones a las que se hallan sujetas. Las personas aceptan lo que los expertos dicen de ellas y operan sobre sí mismas de tal manera que se perciben de acuerdo con dichas categorías, actúan según esa configuración y repiensan su pasado a la luz de la nueva visión de sí mismos.
Ahora bien, sabemos de las rebeliones de los clasificados contra las clasificaciones establecidas en el marco de una matriz de prácticas, instituciones, objetos, personas y relaciones. No es posible contar una historia única del proceso de configuración de las personas (Hacking, 2000). La riqueza de este abordaje dinámico de las clasificaciones científicas no solo conduce a reconsiderar los modos en que “las formas discursivas devienen parte de las vidas de la gente ordinaria, o incluso cómo ellas devienen institucionalizadas y se hacen parte de la estructura de las instituciones en funcionamiento” (Hacking, 2004: 278), sino que pone en juego una vez más la centralidad del problema de la demarcación de la práctica científica. Desde los estudios sociales de la ciencia y la tecnología se ha interpretado la metáfora de la frontera de la ciencia “menos [como] el límite entre dos conjuntos homogéneos que [como] una intensificación de los tráficos interfronterizos entre elementos extraños” (Latour, 2013: 43). En este sentido, los procesos que dieron por resultado la sanción en Argentina de un conjunto de leyes de honda repercusión social son ejemplos de desplazamientos y resignificaciones de los límites de la práctica científica y de reacomodamientos de los órdenes natural y social a través de una multiplicidad de tránsitos interfronterizos. La Ley Nacional de Identidad de género (Ley N.º 26743, 2012); la llamada “Ley Nacional de Muerte digna” (Ley N.º 26742, 2012), que complementó la Ley Nacional sobre los Derechos del paciente, historia clínica y consentimiento informado (Ley N.º 26529, 2009); la Ley Nacional sobre los Derechos de Padres e Hijos durante el Proceso de Nacimiento (Ley N.º 25929, 2015); la Ley Nacional de Salud mental (Ley N.º 26657, 2010) y la Ley de Acceso integral a los procedimientos y técnicas médico-asistenciales de reproducción médicamente asistida (Ley N.º 26862, 2013) visibilizan cómo en las arenas públicas se intenta dar sentido a experiencias sociales complejas que involucran conocimiento científico.
También el conocimiento del pasado ha suscitado reflexiones en torno a la problematización de la manera en que se trazan los límites. Los nuevos estudios en torno a la llamada “cultura histórica” interrogan acerca del papel de la historia y de los historiadores en la sociedad, desde un abordaje que se aleja de la dualidad clásica entre historia académica y cultura histórica lega (Liakos y Bilalis, 2017) para comprender las interacciones de agentes diversos y sus acciones públicas en busca de nuevas relaciones con el pasado. En esta dirección puede comprenderse la participación como “testigo de contexto” de la historiadora Ana María Barletta, en los juicios conocidos como “Circuito Camps” (2011-2012) y “La Cacha” (2013-2014). Sus testimonios, solicitados por la querella de Justicia Ya!, estuvieron basados en el trabajo colectivo llevado adelante por un equipo de investigación de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Asimismo, cabe señalar, en el ámbito de la clínica médica, la elaboración conjunta en 2013 de los protocolos de atención amigable para personas trans, en el marco de los consultorios de diversidad sexual en el Conurbano bonaerense (La Matanza). Estos procesos están lejos de ser meros resultados de mecanismos formales de políticas públicas. Las discusiones previas a las sanciones de estas leyes (tanto como en los casos de los juicios de lesa humanidad y las construcciones de protocolos de atención médica) dan cuenta de los diversos modos en que las prácticas sociales de los agentes político-legislativos; los investigadores de las ciencias biomédicas, de los ámbitos de la salud mental y, también, de la sociología, la historia y la filosofía; los agentes sociales y las organizaciones gubernamentales y no gubernamentales se entrelazan con el propósito de tomar decisiones acerca de cómo trazar o correr los límites del orden natural y social (la vida, la muerte, el nacimiento, el cuerpo, el género, la salud, la enfermedad o el pasado, solo por nombrar algunas de las categorías sujetas a desplazamientos).
Todos estos procesos evolucionaron (y continúan su evolución) ante nuestros propios ojos y nos permitieron evidenciar situaciones en que los conocimientos científicos e históricos se constituyeron en problemas públicos. Así, tanto en estos casos como en una amplia diversidad de problemas públicos, es posible constatar las formas heterogéneas en que los distintos colectivos intervinientes despliegan sus habilidades y recursos para lograr influir y alcanzar la autoridad en la definición del problema. Sin embargo, en el momento de la post verdad se resaltan otras voces: las voces de los escépticos del cambio climático o, más precisamente, de quienes consideran que no hay bastante evidencia para establecer que la actividad humana cause ese cambio y la de los grupos que se oponen a la vacunación de los niños. Sobre la evidencia de lo que consideran como “hechos alternativos”, se señala la presencia de controversias a través de las que se pugna por transformar los límites de la práctica científica y por debilitar el valor de la palabra experta.
En los últimos tres años, un conjunto de artículos y notas editoriales publicados en revistas especializadas (aunque también en medios periodísticos y blogs) promovieron un debate acerca de la relación entre los abordajes de los estudios sociales de la ciencia y “el momento de la post verdad”[1] (Jasanoff, 2017; Fuller, 2016a, 2016b, 2017; Sismondo, 2017 y Lynch, 2017). Collins, Evans y Weilner (2017) sostienen que la lógica de la simetría[2] y la democratización de la ciencia que esta engendró favorecieron el escepticismo sobre los expertos que domina el debate político en el momento de la post verdad. En el mismo sentido, Steve Fuller (2016) responsabiliza a los estudios sociales de la ciencia y la tecnología –y, podemos agregar, sus análisis de los límites de la práctica científica y sus compromisos con una perspectiva dinámica del conocimiento científico- del resurgimiento del lenguaje de la post verdad y de las consecuencias sociales de ello:
un mundo de post verdad es el resultado inevitable de una mayor democracia epistémica. En otras palabras, una vez que los instrumentos de producción de conocimiento están disponibles de manera general, y se ha demostrado que funcionan, terminarán trabajando para cualquiera que tenga acceso a ellos. Esto, a su vez, eliminará las bases relativamente esotéricas y jerárquicas sobre las cuales el conocimiento ha actuado tradicionalmente como una fuerza de estabilidad. (s/p, traducción nuestra)
Así, estos críticos asocian el principio de simetría, que David Bloor (1998) postuló como una herramienta analítica para el estudio de las controversias históricas en la ciencia, con el sentido de la simetría (que ellos mismos le asignan, pero no Bloor) como instrumento político para la democratización. De este modo, delinean un proceso en el que se conectan irremediablemente “simetría-profundización de la democracia epistémica-descrédito” y “escepticismo sobre los expertos-post verdad-desintegración de las formas de vida académicas”. No es nuestro objetivo evaluar la pertinencia de esta cadena de asociaciones, sino señalar que en el centro de estas discusiones se halla el problema de la delimitación de la práctica científica y que una revisión crítica de las estrategias metacientíficas de trazados de límites puede clarificar cuál es el pasado que señala la expresión “post” de la post verdad y qué se añora de ese pasado cuando las cosas eran radicalmente diferentes. El propósito del presente trabajo es realizar una reconstrucción de las estrategias metacientíficas de delimitación de la práctica científica. Esta reconstrucción nos proporcionará las herramientas necesarias para analizar las estrategias que se configuran en el momento de la post verdad y los compromisos filosóficos que conllevan.
Delimitar una práctica es una manera de definirla, de protegerla de las interferencias no deseadas y de excluir a participantes no deseados, de decirles a quienes la practican cómo es adecuado comportarse en ella y cómo ese comportamiento difiere de otras conductas, pero también una manera de distribuir valor a través de su frontera (Shapin, 2005). La problematización de los modos en que se configuran los límites de la práctica científica ha asumido múltiples direcciones: desde el planteo de cuestiones generales en torno de las fronteras entre ciencia y sociedad o la diferenciación entre la ciencia y otras prácticas culturales, hasta problemas más específicos como es la delimitación de las distintas disciplinas científicas. En cada uno de estos interrogantes se abren cuestiones acerca de la legitimidad de las maneras en que se establecen los límites y de los agentes que los fijan, como así también acerca de las formas en que se configuran los colectivos en torno a las fronteras y sus desplazamientos (en tanto resultado de la interacción de dichos colectivos). En este sentido, resulta pertinente reconstruir las estrategias de delimitación que se han elaborado desde las distintas posiciones metacientíficas (filosofía, sociología e historia de la ciencia). Estas estrategias no solo moldean los interrogantes pertinentes sobre la práctica científica sino que le dan carnadura a la diversidad de los trazados, de modo que su reconstrucción permite evaluar los compromisos filosóficos que se asumen y su fertilidad a la hora de comprender la complejidad de los procesos de delimitación de la práctica científica. A su vez, operan como las herramientas de análisis a través de las cuales es posible precisar el problema que nos ocupa (qué encierra el “post” de la post verdad), en términos de la problematización de los dispositivos de delimitación y sus compromisos filosóficos, perdidos en un pasado reciente, hacia los que la expresión “post” señala.
Dos son las estrategias de delimitación que entran en juego en el tema que nos ocupa: caracterizamos metafóricamente la primera a través de la dicotomía “pureza/contaminación” y la segunda como la construcción de juegos de lenguaje. Nuestra interpretación de la estrategia pureza/contaminación asume las categorías de Mary Douglas (1966) sobre las ideas de suciedad y contagio. La autora sostiene que la idea de suciedad puede ordenar la experiencia humana mediante operaciones de exclusión e inclusión. Aunque la suciedad tal como la conocemos consiste esencialmente en desorden, “su eliminación no es un movimiento negativo, sino un esfuerzo positivo por organizar el entorno” (Douglas, 2007: 20). En este sentido, la suciedad es el producto secundario de una ordenación y clasificación sistemática. Nuestro comportamiento frente a la contaminación es una reacción que condena cualquier objeto o idea que tienda a confundir o a contradecir nuestras clasificaciones. Justamente, la impureza o la suciedad constituyen lo que no debemos incluir si queremos mantener una configuración.
La estrategia pureza/contaminación acarreó un conjunto de dicotomías “ciencia/pseudociencia”, “factores externos/factores internos a la ciencia”, “expertos/legos”, “científicos ‘buenos’/científicos ‘malos’”, entre otras (podríamos presentar una lista con innumerables ítems si agregáramos las dicotomías incidentales que porta cada uno de los pares postulados como sustantivos). En algunos casos, se la presenta con un fuerte compromiso esencialista, pero, en otros, ha sido esgrimida con un sentido deconstructivo para señalar el carácter peculiarísimo de las prácticas de una disciplina, sin que ello suponga que los términos que componen la distinción estén elevados al rango de clases naturales. Los sucesivos criterios de delimitación postulados con un carácter normativo por la epistemología estándar, en la primera mitad del siglo XX, y el trabajo de algunos filósofos de la ciencia postempiristas, empeñados en establecer criterios férreos de separación entre filosofía de la ciencia y sociología del conocimiento científico, se inclinaron hacia compromisos esencialistas. Por su parte, la dicotomía mertoniana de “factores externos/factores internos”, que la historiografía de la ciencia angloamericana enarboló desde la segunda mitad del siglo XX, también asumió este sentido fuerte al inscribir los estudios historiográficos y sociológicos del cambio científico en los términos de pureza/contaminación.
Bruno Latour (2008) atribuye a los sociólogos de lo social el haber establecido una delimitación tajante entre los lenguajes académicos y los usados por los actores sociales. También esta tesis puede ser interpretada en el sentido de pureza/contaminación, aunque en este caso no se le adjudica a la dicotomía un carácter esencialista. Estas sociologías, afirma el autor, elaboran metalenguajes científicos que anteponen a los lenguajes ordinarios de los agentes en estudio. En muchos casos los desechan por irrelevantes para la investigación social y vuelven a estos agentes completamente mudos. Sin embargo, la separación de la ciencia de otras configuraciones culturales en términos de dominios es, para Latour (2013), una clara aplicación de esta estrategia en un sentido reificador. El Derecho, la Ciencia, la Política, la Religión y la Economía, con mayúsculas, son pensadas como esferas vinculadas entre sí pero con límites precisos:
La metáfora que con frecuencia se utiliza […] es la de los mapas de geografía con territorios delimitados por fronteras y marcados con superficies de colores vivos. Cuando uno está “en la Ciencia” […] no se está “en la Política” y cuando uno está “en la Política” no está “en el Derecho” y así sucesivamente (Latour, 2013: 43).
Más allá de las diferencias, la estrategia pureza/contaminación opera para asegurar límites firmes. No ve el trabajo de delimitación como parte de negociaciones complejas y persistentes, ni como desplazamientos producto de tensiones entre prácticas alternativas. Si bien puede dar cuenta de las controversias por los límites, sus resoluciones, fundamentalmente en el caso de las versiones esencialistas, pueden verse como la conquista de ontologías más robustas. Así, el carácter estático que se le atribuye al conocimiento científico en ambos abordajes (esencialista o no esencialista) le resta comprensión a la práctica científica.
No obstante, el inconveniente que esta estrategia presenta no radica solamente en el empeño por mantener un orden persistente, sino también en pensar los límites en términos dicotómicos. El análisis que propone Putnam (2002) sobre las dicotomías permite clarificar este punto.[3] Las dicotomías se conciben como “un abismo omnipresente y esencial” (Putnam, 2002: 10). En este sentido, se presentan como distinciones tajantes que pretenden poder ser aplicadas a todos los enunciados significativos en absolutamente todas las áreas. En ocasiones se constituyen en dicotomías metafísicas, de modo tal que se conciben ambos lados de la frontera como clases naturales. Precisamente, la dicotomía pureza/contaminación instituye una brecha omnipresente y, de esta manera, las respuestas a los interrogantes sobre los límites consisten en distribuir de forma concluyente los elementos que están en juego a uno u otro lado de la línea en cuestión.
Una segunda estrategia de delimitación presenta los procesos de trazar los límites como “juegos de lenguaje”. Si en la estrategia anterior rige como principio ordenador la creación de dicotomías cuyos términos instituyen una brecha omnipresente en la que se distribuyen a cada lado clases nítidas, en esta estrategia rige la conciencia de que las cosas pueden ser siempre de otra manera. En este sentido, presenta una estructura permeable según la cual los límites no se constituyen en líneas nítidas sino como márgenes en los que aparecen apropiaciones y deslizamientos dinámicos. De acuerdo con esta estrategia, Shapin (2005) concibe las prácticas científicas como formas de vida wittgensteinianas con sus correspondientes juegos de lenguaje. Estos últimos no pueden existir independientemente de los actos que las constituyen. Son sostenidos momento a momento y su existencia depende de nuestra creencia en ellos. Nuestras decisiones y nuestros juicios determinan qué es lo que vale como convención y, consecuentemente, establecen qué sostiene y desarrolla una estructura de convenciones. En este sentido, los límites de cualquier práctica cultural, en tanto parte de juegos de lenguaje, están siempre indeterminados. Cada acto de delimitación constituye un desafío. Así, las instancias en las que se establecen límites a una práctica cultural tienen lugar bajo el impacto de contingencias. Dado que no hay una esencia de las prácticas culturales que llamamos “ciencia”, no podemos responder a priori qué elementos forman parte de la ciencia, qué relaciones se establecen entre ellos y qué queda por fuera. Justamente, se está en presencia de una forma de subdeterminación que debe ser sujeta a análisis. Si se tomara por caso la participación de quienes no son expertos en la configuración de los límites de la práctica científica y en los desplazamientos de las fronteras entre el orden natural y social, ella debería ser evaluada en situaciones concretas y no se la debería excluir de antemano en tanto irrelevante o en pos de la defensa de una concepción hipostasiada de la ciencia. En esta dirección se dirige la propuesta de Ian Hacking (2000), que habilita una comprensión dinámica de la relación entre expertos y no expertos en la construcción de categorías científico-sociales.
Desde los años 80, Hacking se propuso establecer lo que él consideró una nueva y compleja perspectiva acerca de la delimitación entre ciencias naturales y ciencias humanas. En esos años consideraba que las diferencias entre ciencias humanas y naturales estaba dada por la dicotomía “clases interactivas/clases indiferentes”. Su punto en la delimitación se centra en la idea de que tanto las entidades naturales como las sociales son creadas en el proceso de investigación, pero los nuevos fenómenos naturales se vuelven estables e indiferentes, mientras que en las ciencias sociales las nuevas clases de personas configuradas interactúan con los clasificados. En 2007, Hacking rechaza esta dicotomía como criterio de delimitación. Las nociones de clases interactivas y clases indiferentes ya no le resultan satisfactorias como herramientas analíticas, porque ambas se hallan atadas a la idea de que existen tipos precisos o definitivos de clases. No obstante, aunque abandona la noción de clase interactiva como un tipo preciso de clase, conserva la idea de interacción entre clasificaciones, personas clasificadas, instituciones, objetos, conocimiento y expertos. El nominalismo dinámico desarrollado por Hacking enriquece la estrategia de delimitación de la práctica científica en el sentido de juegos de lenguaje. Los desplazamientos contingentes de los márgenes de la ciencia ahora se ven enriquecidos por la interacción entre los clasificados y sus clasificaciones en el marco de una matriz. Cobra sentido el análisis de situaciones determinadas en que distintos agentes expertos y no expertos elaboran nuevos discursos acerca de lo social y lo natural y transforman de esa manera los límites de la práctica científica. Veamos entonces cómo se relacionan estas estrategias en el momento de la post verdad.
Como es sabido, el Diccionario Oxford (2016) designó “post verdad” como la expresión del año. Según este diccionario, tal expresión hace referencia a “circunstancias en las que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública que la apelación a emociones y creencias personales”.[4] La alusión a una “era de la post verdad” se ha convertido en una queja desalentadora sobre un engaño extendido, descarado y exitoso promovido por agentes poderosos. Bajo las denuncias de “post verdad” y “hechos alternativos” subyace una oposición de carácter moral entre hablar y actuar honradamente, por un lado, y hacer falsas promesas de modo descarado, por el otro (Lynch, 2017). La definición de Oxford subraya que el prefijo “post” no pretende indicar la idea de que estamos “más allá” de la verdad, en un sentido temporal, sino que la verdad se ha vuelto irrelevante (McIntyre, 2018).
Aunque estas caracterizaciones de “post verdad” y su empleo en los contextos de uso recientes no parecen conducir al problema filosófico de la demarcación, no obstante, como hemos señalado anteriormente, para Collins, Evans y Weinel (2017) la post verdad es una consecuencia de la tendencia de algunos estudios sociales de la ciencia a disolver los límites entre expertos y público. La gravedad de esta disolución radica en dejar sin fundamentos la posibilidad de poner límites a la extensión indefinida de los derechos en la toma de decisiones científico-técnicas. Para los autores, el “populismo tecnológico” que resulta como consecuencia de esta extensión de derechos debe ser reemplazado por una deliberación que involucre exclusivamente a los expertos, la única compatible con una democracia representativa. Esta sería la manera adecuada para responder a la post verdad y, al mismo tiempo, rechazar todo tipo de populismo. Subyace a esta interpretación la conciencia de que la expresión “post” indica una dirección al pasado en el que las cosas fueron radicalmente diferentes –un pasado, como afirma Jasanoff (2017) con ironía, cuya pérdida parece que lamentamos universalmente. En este sentido, resulta pertinente interrogar sobre el pasado previo a la caída que llevó al momento de la post verdad. ¿Cuál es el pasado que señala la expresión “post” en tanto “aquello perdido” que, igualmente, sigue mostrando su potencia?
En términos de las estrategias presentadas en el apartado anterior, podemos afirmar que se añora una delimitación del conocimiento científico establecida en términos de pureza/contaminación, lo cual aseguraba la firmeza de los límites y resolvía las controversias con la conquista de ontologías más robustas. El “post” del momento de la post verdad lamenta la pérdida de este sentido de delimitación, cuya retirada dejó al experto indefenso frente al descrédito. Esta estrategia restablecería una manera de trazar los límites que preserva a la Academia de las tensiones públicas, en las que se vio involucrada como resultado del proceso de democratización del conocimiento.
También añora las líneas claras de la experticia: los expertos como los voceros de la verdad y los no expertos definidos por alguna carencia en relación con la ciencia y la tecnología (ignorancia, falta de comprensión, dificultad de acceder a la información, desinterés, etc.) y por el dominio de competencias que deben dejarse de lado por irrelevantes. En este sentido, evoca un significado de la comprensión pública de la ciencia según el cual “comprender” designa la asimilación fiel de los conocimientos científicos por parte del público. De acuerdo con este significado, la brecha entre público y ciencia siempre requerirá de una traducción de los contenidos de la ciencia para hacerlos accesibles e interesantes. Finalmente, se invoca una concepción de la verdad, presupuesta en las denuncias de “post verdad” y de “hechos alternativos”, cuyo abandono acarrea la consecuencia de habernos dejado sin bases fácticas comunes a partir de las cuales deliberar. El uso del “post” en el momento de la post verdad señala una vez más en dirección a una concepción de la verdad por correspondencia que se asienta como la contraparte de las fake news. Pero, además, no solo se lamenta la pérdida de un pasado en el que los límites quedaban fijados de modos más nítidos, sino que en defensa de ese modo de delimitación se advierte que la estrategia del estilo de “juegos de lenguaje” –propuesta en su momento como la superación de los esencialismos– se ha transfigurado a raíz del desborde que promovió y ha adoptado las formas de lo que podemos llamar metafóricamente la estrategia de “las mónadas sin ventanas cerradas sobre sí”.[5]
Según esta interpretación, el “populismo tecnológico”, consecuencia de la estrategia de los juegos de lenguaje, condujo en el momento de la post verdad a la incomunicación y el aislamiento. Las fronteras pensadas en términos de mónadas sin ventanas separan lo radicalmente extraño, aunque no necesariamente en el sentido de lo que es esencialmente extraño, y trazan las líneas de la alteridad al modo de esquemas conceptuales incompatibles. Quienes los sostienen se aíslan de tal modo que resulta imposible la comunicación con cualquiera que no comparta los mismos esquemas. Los límites trazados en términos de “mónadas sin ventanas cerradas sobre sí” se asocian con un conjunto de distinciones (“identidad/diferencia”, “singularidad/pluralidad”, “ser extraño/ser miembro”) que ponen en cuestión los tipos de actividades, creencias, prácticas e instituciones de quienes se presentan con el carácter de lo extraño.
La reconstrucción de las estrategias de delimitación no implica explicitar los criterios normativos a través de los cuales se ha tratado de separar la ciencia de otras prácticas culturales. Estas estrategias modelan las prácticas de delimitación en una dimensión que es a la vez epistémica y social. Se pretende dar cuenta de cómo se configura una comunidad, qué prácticas son legítimas de realizar, quiénes son testigos confiables y cuáles son los espacios por los que se puede transitar. Las soluciones a problemas epistémicos están incorporadas en las soluciones prácticas dadas a problemas del orden social y, a su vez, soluciones a problemas epistémicos llevan a solucionar problemas de orden social (Shapin y Shaffer, 2005). La creencia de una persona no experta en la realidad del cambio climático o en cualquier otra “evidencia” depende de cadenas robustas de confianza institucional. Los no expertos deben tener confianza en los periodistas científicos, quienes a su vez confían en los sistemas de acreditación institucionales y, por su parte, los investigadores del clima deben confiar en otros expertos, como químicos, programadores o estadísticos, de modo que, quienes niegan esa evidencia realizan operaciones de exclusión de alguna parte de los integrantes de la cadena de credibilidad. El problema epistémico-social involucrado en la post verdad es un problema de exclusión (Nguyen, 2018).
Christopher Thi Nguyen (2018) analiza, en el marco de la epistemología social y del testimonio, dos estructuras epistémico-sociales problemáticas que denomina “epistemic bubble” (burbuja epistémica) y “echo chamber” (cámara de eco). Aunque ambas se caracterizan por ser estructuras de exclusión, no obstante presentan importantes diferencias en su configuración y en la manera como operan. La epistemic bubble es una red epistémica que tiene una cobertura inadecuada a través de un proceso de exclusión por omisión. Aunque esta omisión no necesita ser intencional o maliciosa, opera de tal manera que hace que los miembros de la comunidad no reciban toda la evidencia relevante ni puedan disponer de un conjunto representativo de argumentos. La dinámica de selección de los miembros de la red (la tendencia de los agentes a buscar fuentes que tengan cosas en común o piensen de manera semejante) no garantiza la confiabilidad de la cobertura. El descubrimiento de errores es significativamente menos probable y, como resultado, se tiende a exagerar los niveles de credibilidad de las fuentes epistémicas al interior de la burbuja. En relación con la echo chamber, ella refiere a una comunidad epistémica que crea una significativa disparidad en cuanto a la confianza entre miembros y no-miembros. La disparidad es creada, por un lado, excluyendo a los no-miembros a través del descrédito epistémico y, por otro lado, ampliando simultáneamente las credenciales de los miembros, esto es, asignándoles un alto grado de confianza.
Las diferencias entre ambos sistemas son claras. En la epistemic bubble, la incorporación a la red epistémica basada en el acuerdo de miembros confiables hace improbable el hallazgo de voces extrañas, pero si se produce el encuentro con alguien ajeno a ella no se modifica necesariamente su credibilidad. Sin embargo, echo chamber trabaja movilizando el descrédito de cualquier fuente ajena a fin de auto-reforzar su peculiar acuerdo de confianza. En el momento de la post verdad, sostiene Nguyen, nos encontramos con fenómenos del tipo echo chamber más que del tipo epistemic bubble. Los fenómenos como el negacionismo del cambio climático no podrían entenderse desde una estructura epistemic bubble, ya que no tendría sentido el hecho de que esas personas rechazaran una evidencia clara una vez que la hallaran. Una persona incorporada en un sistema epistemic bubble no desacredita lo extraño sino que lo excluye por omisión, de modo que la presentación de las voces extrañas disminuye el problema. En cambio, ese rechazo es explicable en un sistema echo chamber sobre la base del descredito estratégico de las fuentes externas con que opera esta estructura. Ella no socava el interés de sus miembros por la verdad, sino que manipula los niveles de credibilidad para que sean consideradas como fuentes de evidencia otras instituciones.
Si hacemos el cruce entre estos sistemas y las estrategias de delimitación presentadas, podemos señalar que el núcleo del problema epistémico-social de la delimitación de la práctica científica gira en torno al papel del extraño, de quien no es miembro de la red, sus estrategias y su consideración como testigo creíble. En los juegos de lenguaje, la figura del extraño tiene un papel particular en la construcción de los límites. Opera reforzando la conciencia del carácter contingente de los límites: sabe de hecho que existen alternativas a las creencias y prácticas que los miembros sostienen y, a la vez, señala la contingencia de los bordes de los juegos de lenguaje por medio de su doble naturaleza: ser cercano, estando lejos y ser lejano, estando cerca. Las cadenas de credibilidad que actuaron en las discusiones previas a las sanciones de las leyes argentinas mencionadas al comienzo del artículo y en las apropiaciones mutuas entre expertos y no expertos bien podrían tomarse como ejemplos de esa tensión de cercanía y lejanía a través de la cual se construyen nuevos juegos de lenguaje.
Ahora bien, los críticos de la estrategia de juegos de lenguaje denuncian el aislamiento y la exclusión del experto que esta estrategia posibilitó como consecuencia de la excesiva inclusión vía democratización de la ciencia. La voz del experto ya no es escuchada porque se la desprecia. Sin embargo, si adoptamos las categorías analíticas de Nguyen, vemos que no hay razones para considerar que la delimitación en términos de los juegos de lenguaje podría tomar el carácter problemático de una comunidad echo chamber, más bien podemos sostener que en ocasiones asumiría la forma de epistemic bubble. La manera en que se fijan los límites según esta estrategia es contingente y siempre se parte de situaciones concretas, de tal modo que una comunidad podría desoír eventualmente voces relevantes en su constitución, pero no engendrar estructuras de desvalorización sistemática. En cambio, la figura del extraño en la estrategia de pureza/contaminación se presenta como una anomalía. El carácter anómalo del extraño engendra las consecuencias que se siguen de las ambigüedades, que no pueden insertarse ni en una ni en otra de las dos series disyuntas de clasificaciones. La ambigüedad provoca prácticas que oscilan entre la disolución de los límites y su afianzamiento a través de la exclusión del extraño. En esta estrategia, el modelo de lo extraño como anomalía refuerza la fijeza de los límites establecidos. Los miembros de la comunidad configuran los modos de narrar propios y extraños como narraciones en disputa. De acuerdo con este análisis, cabe aceptar que se pueda incurrir en los problemas propios de comunidades echo chambers, en la medida en que la controversia en cuestión conduzca al descrédito sistemático de lo extraño, al mismo tiempo que se pretende afianzar con ese dispositivo la credibilidad de los miembros. Como mencionamos anteriormente, la comprensión pública de la ciencia como un modelo top-down tiene estrechas vinculaciones con la estrategia pureza/contaminación y resalta la tensión expertos/no expertos a través de mecanismos de descrédito epistémico. Efectivamente, la voz del extraño-no experto introduce una ambigüedad en el sistema que se supera a través de un fuerte mecanismo de manipulación de su credibilidad.
La controversia suscitada desde el año 2016 en el ámbito de los estudios de ciencia y tecnología plantea una vez más el lazo estrecho entre los problemas de orden social y los de orden del conocimiento. El problema epistémico es el de la delimitación de la práctica científica en el momento de la post verdad. Los críticos señalan en dirección al principio de simetría (orden epistemológico) como el desencadenante de un orden social: la democratización de la toma de decisiones en relación con asuntos que involucran la ciencia y la tecnología y el consecuente descrédito epistémico del experto. Sin embargo, un análisis de las estrategias de delimitación de la práctica científica, consideradas como estructuras epistémico-sociales, nos permite sostener que las estrategias que configuran límites robustos pueden presentar los problemas de la comunidad echo chamber con más facilidad que aquellas estrategias que proponen bordes flexibles. Así, la estrategia de delimitación pureza/contaminación comparte con los fenómenos del momento de la post verdad los problemas de una comunidad echo chamber. La expresión “post” del momento de la post verdad, lejos de conducir al rechazo de todo concepto de verdad, se dirige de la mano de los defensores de la estrategia pureza/contaminación a la búsqueda de la restauración de un concepto de verdad por correspondencia y de orden epistémico-social que conlleva mecanismos de desvalorización: los extraños deben perder su credibilidad epistémica para que aumente y se refuerce la de los miembros de la propia comunidad.
Nuestro artículo comienza con una contraposición entre un conjunto de prácticas que se realizaron en Argentina en torno a problemas públicos y algunos de los procesos que involucra el momento de la post verdad en general. De acuerdo con lo examinado, podemos preguntarnos si la resolución de esos problemas públicos atravesados por el conocimiento científico condujo a la desvalorización de la palabra de los expertos y a los perjuicios de un “populismo tecnológico”. Los interrogantes acerca de quiénes son los voceros capaces de hacer que sus afirmaciones valgan como conocimiento legítimo, quiénes definen los temas relevantes de investigación, quiénes participan en los procesos de imaginación y modelación del futuro, también ponen en evidencia las exclusiones, las opresiones, las desigualdades y la toma de decisiones en torno a la justicia social. Si retomamos los ejemplos mencionados en la introducción del presente trabajo (la Ley de identidad de género, la Ley de matrimonio civil N.° 26618, conocida como “Ley de matrimonio igualitario”, la Ley de salud mental o, incluso, los debates que se sucedieron en torno al proyecto de Ley de interrupción voluntaria del embarazo), podemos señalar que en ellos los distintos agentes que interactuaron buscaron influir en la definición pública de un problema y, con ello, impulsaron una revisión de las categorías y conocimientos disponibles: género, persona gestante, salud, vida, muerte o persona con padecimientos mentales. Todas estas categorías están sujetas a revisión no solo por la comunidad de científicos sino por todos los colectivos que se hallan involucrados en la definición de la “realidad” de un problema.
Ahora bien, los colectivos que abogaron –y abogan- por la defensa de la ampliación de derechos propuestos a través de proyectos de ley conformaron juegos de lenguaje en el que no-expertos y expertos construyeron una definición del problema público, comprometidos con la contingencia de los límites de la ciencia: la conciencia de que hay diferentes manera en que es posible trazar las fronteras entre el orden natural y el orden social. Sin embargo, las cadenas de credibilidad al interior de cada uno de esos juegos de lenguaje, en los que se buscó ampliar los derechos ciudadanos, provocaron exclusiones. La estabilización de una definición del problema público por sobre las otras alternativas disputadas provoca esas exclusiones. No obstante, no operaron a partir del descrédito sistemático del extraño para afianzar la credibilidad de los miembros, tal como en los sistemas echo chamber, ni supusieron tampoco una estrategia de “mónadas sin ventanas cerradas sobre sí” que hiciera imposible la comunicación con quienes no compartieran los mismos esquemas. Estos juegos de lenguaje operaron sobre la consideración de que las estabilizaciones alcanzadas serán asimismo terreno de controversias y conflictos en busca de nuevas soluciones a cuestiones problemáticas que requerirán reajustes en los conocimientos vigentes.
[1] Adopto la expresión “momento de la post verdad” usada por Jasanoff (2017), en lugar de “era de la post verdad”.
[2] David Bloor (1998) establece que en los estudios de controversias científicas es necesario explicar tanto por qué se dejaron de lado teorías por considerarlas falsas, como por qué se aceptaron las teorías que se consideran verdaderas. No pone en cuestión el hecho de que se hayan aceptado o rechazado las teorías científicas indagadas, sino que considera que la sociología del conocimiento científico debe dar cuenta de las variables sociológicas que incidieron tanto en la aceptación como en el rechazo de una de las opciones controversiales. La sociología del conocimiento científico debe ser simétrica en su estilo de explicación: los mismos tipos de causas deben explicar las creencias falsas y las verdaderas.
[3] En particular se refiere a los pares filosóficos “hecho/valor” y “analítico/sintético”, pero puede hacerse extensible a toda dicotomía.
[4] Ver en https://languages.oup.com/word-of-the-year/2016/
[5] Hacemos referencia con esta denominación a la advertencia que Clifford Geertz hace en relación con las malas interpretaciones de los juegos de lenguaje: “La percepción de que el significado, en forma de signos interpretables […] existe solo dentro de juegos de lenguaje, comunidades de discurso, sistemas intersubjetivos de referencia o maneras de hacer el mundo; de que surge en el marco de la interacción social concreta en la que algo es un algo para ti y para mí, y no en una gruta escondida en la cabeza, y de que es completamente histórico y elaborado trabajosamente en el discurrir de los acontecimientos, se entiende como la implicación de que las comunidades humanas son, o deberían ser, mónadas semánticas, casi casi sin ventanas (cuando […] ni Malinowski, ni Wittgenstein –ni siquiera Kuhn o Foucault en este asunto- lo vieron de este modo)” (1996: 78).