El presente trabajo busca aportar a la problematización de políticas de producción y circulación de conocimientos, focalizando en la participación de actores que han sido históricamente invisibilizados en estos procesos. A partir de una perspectiva teórico-metodológica que recupera aportes situados de etnografías en curso con una lectura atenta a la configuración de asimetrías epistémicas y cognitivas derivadas del enfoque de (in)justicia epistémica propuesto por Fricker (2007), repensamos la noción de “diálogo de saberes” en términos de una particular tecnología de organización susceptible de ser abordada sociotécnicamente en términos de su
This paper aims to contribute to the discussion of knowledge production and circulation policies, focusing on the participation of actors whose participation have been historically neglected. Departing from ongoing ethnographies informed in a epistemic (in)justice perspective (Fricker, 2007), we propose to rethink the notion of “dialogue of knowledge” in terms of a particular organizational technology that can be approached socio-technically in terms of its functioning and non-functioning (Thomas, H. and Buch, A. 2008). To meet this objective, we analyse specific and located interactions where heterogeneous actors converge by providing differentiated techno-cognitive resources which seems to be encompassed within a collaborative knowledge framework, contesting practically the dichotomies that distinguish between theoretical/practical, codified/tacit and/or traditional/scientific knowledge. We are interested to inquire into the
Knowledge dialogue | Epistemic (in)justice | Knowledge production | Collaborative technology construction
Partiendo de una perspectiva etnográfica informada en un enfoque sociotécnico, el presente artículo se propone analizar prácticas de diseño y desarrollo de tecnologías que involucraron la participación activa de personas a quienes no se les reconocía
En ambos casos, las prácticas de diseño tecnológico se enmarcan en proyectos y acciones donde se promociona la participación de los “usuarios” (cartoneros y mapuches) en forma conjunta con “profesionales expertos” que se desempeñan en agencias estatales que abordan cuestiones de amplia relevancia social, como son la gestión de residuos y la conservación de la naturaleza. Así, los recicladores de la Cooperativa Reciclando Sueños entraron en vinculación con ingenieros pertenecientes al Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), a partir del desarrollo de un proyecto PROCODAS-MINCYT,[1] y la comunidad Maliqueo se relacionó con biólogos/as de la Administración de Parques Nacionales (APN), como parte de la puesta en marcha de un proyecto de comanejo de recursos y territorios en el PNNH.
El valor analítico de ambas experiencias radica en que al mismo tiempo que se promovía institucionalmente la colaboración entre actores heterogéneos, evidenciaban tensiones y asimetrías que pusieron en riesgo su viabilidad y continuidad en el tiempo.
En este sentido, nos proponemos analizar estos procesos colaborativos en términos de una particular tecnología de organización susceptible de ser abordada sociotécnicamente en términos de su
Antes de proseguir queremos explicitar que, en un plano político-epistémico, suscribimos plenamente la noción de “diálogo de saberes”, en tanto permite valorizar aquellas prácticas de conocimiento “otras” (Leyva et al., 2018) que se desmarcan de la matriz científico-tecnológica occidental (Pérez-Bustos y Márquez, 2016) y, por ende, resultan invisibilizadas por buena parte de nuestros pares técnico-profesionales. El diálogo de saberes resulta un claro aporte a la hora de diseñar procesos de construcción de conocimiento plurales, que eviten reproducir explícita o implícitamente asimetrías sociales, económicas, políticas y culturales. Sin embargo, advertimos que su referencia empírica concreta adquiere frecuentemente un sentido normativo, antes que focalizar en analizar y reflexionar sobre los desafíos y aprendizajes tecnocognitivos generados en su operacionalización concreta y situada.
Partiendo de un enfoque etnográfico, analizamos
Los casos que analizamos en el presente trabajo contribuyen a repensar las condiciones que posibilitan o impugnan la construcción de procesos “legítimos” de producción de conocimientos y tecnología, en tanto los mismos no son motorizados desde el sistema científico-tecnológico, sino que involucran a organizaciones de base que carecen de los capitales simbólicos, económicos y técnicos requeridos para acreditar socialmente estas competencias. Son agentes a quienes
En el caso de la comunidad Maliqueo, el primer contacto se estableció en 2007 a partir de un proyecto de Voluntariado Universitario que buscaba recopilar las memorias de familias indígenas del PNNH que se encontraban reclamando sus derechos al territorio dentro de jurisdicción del área protegida. Desde entonces, Florencia Trentini viene trabajando con la comunidad en el proceso de fortalecimiento comunitario, al tiempo que fue desarrollando su investigación etnográfica para su tesis de doctorado. Posteriormente, ha focalizado en el análisis de procesos de producción de “conocimientos tradicionales” en el marco de iniciativas que promueven modelos de gestión participativa de la naturaleza y usos sustentables de la biodiversidad existente en áreas protegidas. Su investigación presta especial atención a las prácticas y sentidos de gestión de la naturaleza que resultan promovidos o impugnados en función de la validación, legitimación y/o valorización de este tipo de conocimientos (Trentini, 2015, 2016, 2019).
Si bien cada investigación ilumina aspectos particulares de cada experiencia, en este trabajo abordamos un interrogante común a ambas: nos interesa focalizar en los aspectos cognitivos puestos en juego durante situaciones caracterizadas por el encuentro de saberes y conocimientos que reconocen diversos orígenes, tradiciones y valorización social. Como señalamos previamente, al focalizar en la
De esta manera, los casos seleccionados para el análisis presentan prácticas de diseño tecnológico en el marco de proyectos de amplia relevancia social que valorizan e incentivan la participación de “usuarios” en “diálogo” con “expertos” en el marco de agencias estatales, permitiéndonos pensar cómo mientras se promueve institucionalmente la colaboración entre actores heterogéneos y se incentiva enfáticamente un “diálogo de saberes”, se evidencian tensiones, contradicciones, asimetrías y conflictos que permanentemente ponen en riesgo la continuidad de estas experiencias. De esta manera, el valor heurístico de los casos analizados reside en la posibilidad de indagar en procesos colaborativos que promueven el desarrollo de prácticas hermenéuticas colectivas, para problematizar la propia noción de “diálogo de saberes” que sustenta ambos casos.
En función de esto, un enfoque etnográfico centrado en los
Desde el plano político-epistémico, la noción de “diálogo de saberes” permitió problematizar procesos de dominación epistémica de raíz colonial normalizados a partir de la legitimación de un único orden lógico-cognitivo por sobre “otros” corpus de conocimientos históricamente invisibilizados al momento de abordar problemáticas socialmente sensibles en temas de economía, educación, salud, ambiente, comunicación, entre otras. Los llamados “estudios decoloniales” (Mignolo, 2000; Lander, 2000; Walsh, 2007; Castro-Gómez, 2007) evidenciaron el carácter hegemónico de un modelo civilizatorio que estableció al pensamiento científico occidental y moderno como único corpus legitimado, aun cuando se trataba en su conjunto de un estilo de pensamiento eurocéntrico, colonial, patriarcal y fuertemente racializado. Al mismo tiempo, estos autores recuperaron los aportes de antecedentes latinoamericanos en torno a la construcción de un paradigma epistémico emancipatorio (como la pedagogía del oprimido de Paulo Freire o la investigación-acción participativa de Orlando Fals Borda), para proponer una epistemología contrahegemónica basada en el reconocimiento, no solo de la pluralidad de prácticas de conocer, sino también en la estrecha imbricación entre el conocer y el hacer, en tanto praxis cognitiva y política (Walsh, 2007; de Sousa Santos y Menenses, 2014).
Una caracterización sintética del diálogo de saberes puede ser recuperada a partir del trabajo de Leff (2003), en tanto acción afirmativa para la elaboración de una nueva “racionalidad ambiental” que, contrapuesta a la racionalidad económica dominante, permitiera dinamizar procesos de reapropiación social de la naturaleza, crecientemente alienada en la expansión global del modo de producción capitalista. En este sentido, el diálogo propuesto por Leff requería necesariamente de la inclusión de la diversidad de saberes y experiencias de comunidades indígenas y campesinas subalternizadas. Este reconocimiento no se limitaba de ningún modo a un reconocimiento aséptico de la “diferencia”, sino, por el contrario, suponía provocar disensos y rupturas en torno a una supuesta vía homogénea y lineal hacia la sustentabilidad. De allí que, para este autor el valor epistémico del diálogo de saberes radica en la producción de conocimiento nuevo, derivado de la confrontación de saberes autóctonos-tradicionales-locales con el conocimiento científico y experto. En forma complementaria, de Sousa Santos (2010) amplía esta idea de
Como mencionamos previamente, la búsqueda de un diálogo, partiendo de la valorización de saberes invisibilizados y el empoderamiento de grupos históricamente estigmatizados, resultan claves para la construcción de una política epistémica contrahegemónica. Nuestro aporte en este sentido focaliza no tanto en el “para qué” sino en los “cómo” y los “por qué” que organizan (y tensionan) las situaciones de encuentro desde las que se intenta materializar el diálogo de saberes en experiencias de terreno concretas. Nos interesa profundizar en los recursos tecnocognitivos que se ponen en juego, y sobre las metodologías y condiciones que habilitan o impugnan el cruce con aquellos saberes “otros”. En esta búsqueda encontramos que el enfoque de (in)justicia epistémica (Fricker, 2007) se articulaba bien con la especificidad empírica de nuestras etnografías, dando carnadura a la dinámica de
La perspectiva elaborada por Fricker reconoce una distinción analítica entre dos modalidades de (in)justicias que en la práctica suelen presentarse estrechamente relacionadas: la
Ottinger (2013) recupera este enfoque para abordar dinámicas de producción de conocimiento que se desarrollan en el marco de conflictos ambientales causados por eventos de contaminación. Esta autora analiza en términos de (in)justicia testimonial cómo la voz de mujeres “pueblerinas” que devienen activistas a partir de su condición de “población afectada”, resulta
En el presente trabajo retomamos, por un lado, el enfoque de las tecnologías sociales[2] pasando de una perspectiva lineal, vertical y determinista respecto de la relación entre tecnología y cambio social, a reconocer la importancia de atender a los saberes tácitos y prácticos, generalmente elaborados por fuera de los sistemas institucionalizados de CyT, para dinamizar prácticas de coconstrucción de tecnologías (Thomas, 2011, Dagnino, 2014). Esta perspectiva abre el desarrollo de tecnologías para incluir también actores sociales del campo popular que despliegan conocimientos diversos, no restringidos a corpus formalmente acreditados, y orientadas a solucionar problemáticas relevantes del desarrollo socioeconómico (Peyloubet, 2014).
En nuestro caso, este enfoque general orienta nuestra labor como parte de una línea de investigación e intervención colectiva denominada “Tecnologías para la Inclusión Social” que se desarrolla en el Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología de la Universidad Nacional de Quilmes (IESCT-UNQ) bajo la dirección del Dr. Hernán Thomas. Esta línea no solo se propone profundizar en la reflexión teórica sobre los procesos de diseño, implementación y gestión de tecnologías orientadas a resolver problemáticas sociales y ambientales, sino también a generar aprendizajes desde experiencias concretas y situadas en las cuales el desarrollo tecnológico intenta dar soporte material a dinámicas económicas y políticas de inclusión social y desarrollo sustentable (Thomas et al., 2015).
Por otro lado, retomamos los estudios de la antropología de la ciencia y la tecnología[3] (Hidalgo, 1997; Stagnaro, 2003 y Roca, 2011) que aportan a discutir la articulación entre diferentes formas de conocimiento, prácticas científicas y políticas de intervención, prestando especial atención a los efectos de esa articulación para determinados sujetos históricamente situados. Este tipo de enfoques remarca la importancia de tener en cuenta las múltiples conexiones y la heterogeneidad e “inestabilidad” de estas relaciones, evidenciando el carácter social del conocimiento.
A partir de este marco, la reflexión que proponemos en este artículo deriva del siguiente interrogante: ¿bajo qué condiciones se habilita o se impugna la puesta en juego de un saber específico
En el caso de los recicladores de la Cooperativa Reciclando Sueños, el análisis se basa en registros de participación con observación y charlas informales obtenidas en torno a una veintena de talleres participativos de codiseño realizados en el marco del proyecto PROCODAS-MINCyT, entre marzo de 2016 y noviembre de 2017. Estos talleres se realizaron en el galpón de la cooperativa y en la sede del INTI (Parque Tecnológico Miguelete) involucrando la participación tanto de integrantes de la cooperativa como de ingenieros del Programa GIRSU/INTI, con el objetivo de codiseñar y construir un prototipo de artefacto para la transformación termomecánica de envases y embalajes descartados elaborados con EPS. La dinámica de cada encuentro variaba de acuerdo al taller, pero en líneas generales se organizaba según el siguiente patrón: al comenzar, los integrantes de la cooperativa presentaban la versión actualizada de un croquis, pieza o mecanismo del artefacto, mientras explicitaban los fundamentos de su accionar tanto en relación a los recursos disponibles, así como los problemas tecnocognitivos que debieron enfrentar. Esto daba inicio a un fluido intercambio con los ingenieros, quienes también intervenían prácticamente, ya sea ajustando o modificando el dispositivo en cuestión o bien bocetando nuevos diseños. Este proceso era sistematizado por uno de los autores de este texto mediante registros etnográficos en soporte escrito y audiovisual. Este material permitía analizar la dinámica de interacciones generando nuevos
Esta cooperativa tuvo desde sus inicios una marcada tendencia a desarrollar tecnologías (artefactos y procesos), tanto para facilitar su labor cotidiana, como para diversificarla. Diseñaron y construyeron sus propios modelos de carros para la recolección de materiales, pero también molinos, lavadoras y secadoras para plásticos, e incluso un proceso completo para transformar el PEAD o polietileno de alta densidad (Carenzo, 2014). En los últimos años, esta práctica experimental se direccionó hacia lo que denominan materiales “sin mercado”, es decir, residuos plásticos o celulósicos que no son demandados por la industria recicladora local en función de obstáculos “técnicos” que imposibilitan su procesamiento y, por ende, inhiben su comercialización en los segmentos inferiores de la cadena de valor (Carenzo, 2017, 2019). Aún no contamos con informes técnicos oficiales acerca de la incidencia de estos materiales sobre el sistema de gestión de residuos, pero sí disponemos de la experiencia acumulada de Marcelo Loto, presidente de Reciclando Sueños, quien estima que los materiales potencialmente reciclables pero “sin mercado” representan entre el 30-50-% de los residuos que generamos diariamente. Esto implica que por razón del propio diseño de los bienes de consumo masivo y/o las infraestructuras de recuperación, clasificación y/o reciclaje, nos perdemos de recuperar y reciclar cientos de miles de toneladas de materiales al año que podrían alimentar procesos tecnológicos inclusivos y sustentables, tales como los desarrollados en Reciclando Sueños. En los últimos años, Marcelo y sus colegas, han dedicado buena parte de sus recursos materiales y tecnocognitivos a diseñar y construir artefactos y procesos para intentar reciclar estos materiales “sin mercado”, sin contar con apoyos financieros o técnicos específicos para esta labor experimental, más allá de lo acotado de nuestro acompañamiento. En los hechos, el proyecto PROCODAS 151 constituyó la primera oportunidad para lograr recursos genuinos para apoyar esta actividad experimental popular que tiempo después comenzamos a denominar como
El registro de campo del Taller del 15 de junio de 2016 describe del siguiente modo la demostración que Marcelo y Sacha de la Cooperativa Reciclando Sueños habían preparado para el encuentro:
Sacha termina de conectar el chicote que une la garrafa con la turbina de construcción casera y queda al mando de la perilla que habilita la salida de gas. Al mismo tiempo Marcelo acopla un tosco “pico” -también autoconstruido- a la boca de salida de la turbina. Luego acciona el interruptor que enciende la turbina que se asemeja a un desproporcionado secador de pelo, acerca un encendedor a la boca y ordena a Sacha que libere el gas contenido en la garrafa. El ruido hueco del aire forzado se corta momentáneamente por la explosión sorda que enciende el artefacto. El conjunto escupe una llama azul, corta e intensa, acompañada de un ronco siseo que invade el ambiente. Marcelo acerca un trozo de “telgopor” bien cerca de la llama, tan cerca que logra inquietar a Matías, quien deja deslizar un “
Para comprender el sentido pleno de este registro es preciso reconstruir brevemente la trayectoria previa del proceso experimental que luego dio lugar al proyecto PROCODAS. Un primer intento de transformación térmica del EPS desarrollado por Marcelo se remonta a fines de 2014 utilizando una secadora de plásticos molidos que habían fabricado, a partir de reutilizar un tambor de aceite de 200 litros con la tapa recortada y montado sobre la base de un trompo mezclador de cemento en desuso. El giro centrífugo del tambor junto con el calor aportado por la llama de un soplete soldador a garrafa que se introducía en el centro del receptáculo, permitía secar el material en poco tiempo. Marcelo reemplazó las escamas de plástico molido por trozos de EPS de unas dos pulgadas de lado. Al principio el material giraba sin evidenciar transformación alguna. Sin embargo, al cabo de unos minutos comenzaba a contraerse y fundirse, hasta reducir unas diez veces su volumen original. El efecto era sorprendente y evidenciaba que el EPS efectivamente se transformaba al ser sometido a una fuente de calor, pero al mismo tiempo, la experiencia indicaba que cuando el material perdía estabilidad (pasando de estado sólido a gaseoso y líquido) aumentaba su adherencia sobre el fondo y paredes del tambor, que para entonces había alcanzado alta temperatura. Los trozos de EPS dejaban de rolar y se “pegaban” a la superficie metálica, y al cabo de unos minutos entraban en combustión. Esto no solo era peligroso por el riesgo de incendio, sino que además “arruinaba” el material que se tiznaba de negro y expelía un denso humo negro, agrio e irrespirable. Sin embargo, en otras pruebas habían logrado “frenar” el proceso un poco antes, obteniendo un material con buenas prestaciones para seguir explorando acerca de su transformación.
Una segunda fase experimental tuvo lugar con la construcción de un nuevo artefacto diseñado específicamente para este fin. Ya sabiendo que el material reaccionaba ante un proceso térmico, lo que faltaba era estabilizar la temperatura que aseguraba la contracción del telgopor, sin quemarlo. Para ello fabricaron un nuevo artefacto reutilizando la carcasa metálica de un hornito eléctrico doméstico descartado, sobre la cual montaron una pistola de calor de 1500w a partir de realizar un orificio en la cubierta superior. Una segunda perforación de menor diámetro permitía introducir un termómetro industrial para tener control de la temperatura alcanzada en la cámara. Esta vez los trozos de EPS se disponían sobre una placa de aluminio que hacía las veces de bandeja y quedaban inmóviles. A los diez minutos, aproximadamente, el hornito alcanzaba los 182°C y el material comenzaba a retorcerse en contracciones agudas. La bandeja se retiraba y se sumergía en una batea con agua; esto hacía que el material, ya reducido, se enfriara y endureciera sorprendentemente.
Marcelo había logrado controlar el proceso experimental que permitía transformar EPS en poliestireno a secas (PS), reduciendo unas cinco veces su volumen y adquiriendo tal dureza que podía ser molido y comercializado. Sin dudas, se trataba de un hallazgo muy significativo. Desde su improvisado laboratorio experimental, Marcelo había logrado transformar este residuo “sin mercado” abriendo la posibilidad potencial de agregarle valor (entre 0,50 y 1 dólar por kilo dependiendo del proceso a realizar). Pero la relevancia de su contribución excedía la cuestión de mercado, incluyendo también cuestiones socioambientales. Como residuo, el EPS ocupa mucho volumen, agudizando la saturación de los rellenos sanitarios; pero, además, su peso ligero lo vuelve muy volátil y flotable, contribuyendo a obstruir bocas de tormenta y cursos superficiales de agua y agravando por ende problemas de inundación. De hecho, en su formulación el PROCODAS retomaba estos primeros hallazgos experimentales y sus potenciales contribuciones para “fortalecerlos técnicamente” con los aportes de los ingenieros.
Sin embargo, sus primeras orientaciones no recuperaron prácticamente nada de la experiencia previa de Marcelo con el “hornito”. Por el contrario, propusieron hacer un relevamiento de antecedentes “verificados” de maquinarias industriales (informes técnicos de máquinas y prototipos) que pudieran proveer un principio o modelo para “adaptar”. Para sorpresa de todos, el relevamiento no aportó referencias de utilidad, salvo el contacto con la fábrica de artículos plásticos que decía utilizar EPS reciclado como insumo. Los ingenieros acordaron una visita que se realizó hacia fines de abril de 2016 e incluía a Marcelo como parte de la comitiva “oficial” del INTI. La recorrida por la fábrica reveló tres obstáculos insalvables para intentar cualquier adaptación. En primer lugar, la planta operaba con
Esta vez, durante el primer taller de mayo de 2016 sus aportes focalizaron en cómo “mejorar” el artefacto, más específicamente propusieron reemplazar la “rudimentaria” fuente de calor. Con la autoridad que confiere el manejo del argot técnico, Matías, el ingeniero de “mecánica” explicó que la “pistola de calor” trabajaba con el principio de “convección forzada” y esto era acertado, sin embargo, que era preciso reemplazarla por otra fuente de mejores prestaciones térmicas. La convección, señaló, es uno de los tres “principios” que explican la “transferencia de calor dentro de un volumen dado (en este caso, la caja del horno) por acción de un fluido (en este caso, aire) promoviendo el intercambio de calor entre zonas con diferentes temperaturas”. En el intercambio posterior, propusieron entonces tomar como modelo para el prototipo los hornos convectores que se usan en panaderías que incorporan forzadores de aire más robustos, asociados con sistemas de control digital de la temperatura. Esto permitiría contar con un calor constante y sobre todo homogéneo sobre la totalidad del volumen, y de este modo garantizar una transformación rápida y pareja del EPS dentro del horno.
Se trataba de una explicación convincente que materializaba el
El nuevo artefacto fue puesto en marcha por primera vez apenas un par de días antes del taller de la escena que describimos. Marcelo, Sacha y otros integrantes de la cooperativa que habían trabajado en el nuevo horno tenían mucha expectativa. Habían cortado trozos de telgopor en distintos tamaños esperando analizar las diferencias en términos de tiempo (cuánto tardaba en “fundir”) y consistencia de los diferentes pedazos una vez transformados (peso y dureza). Armaron una primera bandeja de material surtido que introdujeron al horno luego de encender soplete y turbina. Esperaron que la temperatura alcanzara los 182°C y luego de unos minutos apagaron el dispositivo para retirar el EPS transformado. Sin embargo, el resultado no fue el esperado. Los trozos de EPS yacían prácticamente intactos, apenas degradados en sus bordes superiores. Aun repitiendo la operación, el resultado era el mismo.
El fracaso del horno reversionado nos dejó a todos con los ánimos por el piso, ya que había que empezar otra vez de cero. En particular Marcelo estaba decepcionado con la falta de ubiquidad de las indicaciones “expertas” de los ingenieros. Por eso en el registro del taller lo encontramos blandiendo provocativamente el trozo de telgopor sobre la llama propalada por la turbina, frente a la mirada atónita de los ingenieros. Este resultado debilitaba la configuración PROCODAS que nos había tenido activamente involucrados en los últimos meses. Al finalizar aquel fatídico taller, el grupo de ingenieros prometió repensar el diseño, pero cifraban sus expectativas en conseguir el asesoramiento de “la gente de INTI Energía”. Por mi parte, me dediqué a idear alternativas para el proyecto en caso de tener que discontinuar la línea experimental sobre EPS. Mientras tanto, acompañaba a la cooperativa en una cruda negociación con una fábrica de la zona para lograr ser contratados como prestadores del servicio de tratamiento de su
El siguiente fragmento de un registro del taller del 9 de agosto de 2016 reconstruye una visita a la cooperativa justo en momentos en que el proyecto PROCODAS se desdibujaba sin pena ni gloria:
Sacha nos guía para el fondo, pasamos de largo por el horno convector que yacía juntando polvo sobre uno de los laterales. Mala señal, pienso. Equivocado. Unos metros más adelante me encuentro con aquel primer “hornito” montado sobre una mesita en situación de “exhibición”. Al costado de la mesita hay una garrafa y una manguera que conecta con un extraño dispositivo montado sobre el techo del hornito. Nos disponemos en torno al aparato manteniendo un silencio expectante... “algo” está por ocurrir en forma inminente. Esta vez Marcelo acciona la salida de la garrafa y Sacha acerca un improvisado mechero de papel de diario hacia el techo interno. Esta vez la explosión sorda que precede al encendido es más fuerte, una pequeña llama brota de un tubito de aluminio que forma parte del extraño dispositivo. “
Este taller resultó clave porque representó un punto de quiebre a partir del cual las interacciones entre recicladores e ingenieros se alinearon en pos de ajustar el diseño y fabricación de un prototipo operativo derivado del proyecto PROCODAS. El modelo se terminó de fabricar en agosto de 2017 y estuvo en operación por unos cuantos meses. Finalmente, el prototipo no se escaló a una fase productiva, ya que luego la cooperativa desarrolló un nuevo proceso para el EPS basado en el desgranado mecánico y no en el tratamiento térmico. Este último proceso resultó mucho más económico al no involucrar un alto consumo de energía eléctrica, y permitió desarrollar toda una línea productiva actualmente en operación dentro de la cooperativa. Los aprendizajes desarrollados durante la implementación del proyecto PROCODAS resultaron muy significativos, no solo en términos de la propia trayectoria del proceso de I+D desarrollado en la cooperativa, sino también para derivar una reflexión más amplia sobre los límites y posibilidades del diálogo de saberes cuando es abordado desde las
En el caso del comanejo del PNNH, el análisis se centra en una de las comunidades mapuche que integran este proyecto, debido a que es la que más conflictos ha tenido con la institución por cuestiones vinculadas a la conservación de la naturaleza, por encontrarse en un área crítica en la que no se permite la presencia de pobladores, ni de animales domésticos. Los datos han sido recopilados en entrevistas y charlas informales con integrantes de la comunidad y con técnicos/as del parque, en registros de observación participante en reuniones en la intendencia y en el territorio comunitario, y en recorridas territoriales de las que participé junto con técnicos e integrantes de la comunidad, entre 2012 y 2018. El eje de la mayoría de estas instancias fue la discusión que, desde noviembre de 2008, existía entre la comunidad Maliqueo y la administración del PNNH, debido a que la comunidad había recuperado territorio en una zona recategorizada por el parque en 2004 como área crítica de conservación. En estos encuentros se buscaba tratar de resolver el conflicto que giraba en torno a la conservación de las ranas del Challhuaco, una especie endémica que solo habita en la zona conocida como “laguna verde”, que integra parte del territorio que la comunidad reclama. Los argumentos de los/as técnicos/as señalaban que, luego de la recuperación territorial, la comunidad había introducido animales prohibidos, principalmente caballos, que frecuentaban los mallines cercanos a la laguna, poniendo en peligro el hábitat de las ranas al pisar y compactar el suelo. En consecuencia, remarcaban que esto indicaba que la comunidad “no sabía” conservar y que, por ende, su presencia resultaba un riesgo para la conservación de las ranas. En contraposición, la comunidad sostenía que la APN había introducido, mucho antes, especies exóticas invasoras –tales como el pino y el ciervo colorado– que habían hecho estragos en los ambientes del parque, mientras ellos, aun sin poder habitar el territorio, siempre lo habían
El PNNH presenta una particularidad: al momento de su creación no fueron reconocidas dentro de su jurisdicción comunidades indígenas, e históricamente la zona fue catalogada como “sin indios”. Diversos trabajos histórico-antropológicos han profundizado en los motivos por los cuales no hubo un reconocimiento oficial de esta población por parte del Estado y sus agencias, y han explicado el proceso de desadscripción étnica como un correlato de la violencia simbólica y directa que se sufría si uno reconocía públicamente “ser mapuche” (García y Valverde, 2007; Trentini, 2016). Sin embargo, a partir de fines de la década de los 90 y principio de los años 2000 se vive un fuerte proceso de readscripción étnica y reafirmación identitaria que se materializa en la conformación de comunidades “nuevas” dentro de la jurisdicción del parque.[6] Es en este marco que se comienza a tratar de implementar un proyecto de comanejo, definido como la administración conjunta de los territorios de estas comunidades mapuches que han comenzado públicamente a reclamar derechos como tales (Trentini, 2015).
Este proyecto retoma lineamientos globales en materia de conservación de áreas protegidas, partiendo de entender que son interdependientes la conservación de la biodiversidad y la conservación de la diversidad cultural presente en los territorios. La premisa de la que parte es que la presencia histórica de un “otro” no occidental garantiza una relación de usufructo no predatorio, cristalizando así la conocida imagen del nativo ecológico o indio verde. En forma complementaria, los pueblos indígenas alrededor del mundo movilizan políticamente esta supuesta capacidad “natural” de saber conservar para legitimar sus reclamos territoriales argumentando que, a diferencia de otros grupos “no indígenas”, ellos son socios fundamentales en materia de protección y resguardo del ambiente (Carenzo y Trentini, 2014). En este marco, el proyecto de comanejo del PNNH debe entenderse como parte de una política global basada en un modelo de gestión participativa de las áreas protegidas, en contraposición a un modelo excluyente que solo contemplaba los aspectos ecológicos y ecosistémicos, desvinculados de cuestiones sociales, culturales, económicas y políticas.
Es a partir de todo esto que debemos entender la definición oficial del comanejo del PNNH:
Compartir responsabilidades de administración, manejo y control de un territorio o recurso buscando integrar todas las formas de conocimiento, respetado la diversidad cultural y promoviendo el desarrollo de prácticas sustentables. Asimismo, se destaca que actualmente, para los espacios naturales protegidos se plantean objetivos comunes de conservación referidos tanto al medio natural como a los rasgos identificatorios de tradición y cultura que han contribuido a modelar el paisaje.
No obstante, como mostraremos a continuación, esta definición entró en tensión con el proceso de conformación de la comunidad Maliqueo y su recuperación territorial en un “área crítica”. Una descripción analítica de la implementación concreta del comanejo en el caso de esta comunidad en clave de (in)justicia epistémica, a partir de la reconstrucción de registros y escenas etnográficas, permite repensar desde las prácticas la propia definición de esta política y el diálogo de saberes que la sustenta.
La reconstrucción de una escena etnográfica durante una salida territorial[7] en abril de 2012 muestra el momento considerado como “el inicio de un diálogo” entre los biólogos y la comunidad Maliqueo. En realidad, solo una bióloga representó a la parte “técnica” en esta visita, pero para la comunidad implicaba la presencia en el territorio de aquellos con quienes tanto habían discutido:
Salimos temprano por la mañana. Había sido invitada por una de las autoridades comunitarias a ser parte de lo que presentaban como “la primera” visita de los biólogos al territorio. En la camioneta rumbo al valle del Challhuaco se encontraban –además de mí– el jefe de guardaparques de la zona centro del parque, una bióloga del Departamento de Conservación y un directivo vinculado al Área de Co-manejo. Durante el recorrido la bióloga me contó las dos posibles propuestas que iban a presentarle a la comunidad para que eligieran: cercar las lagunas o realizar un manejo de caballos. Llegamos a la parte baja del territorio donde nos esperaba una de las autoridades comunitarias que se había negado a ir con nosotros en camioneta y prefirió llegar a caballo hasta dónde íbamos a iniciar la caminata. Allí vivimos un momento de tensión porque les reclamó que nuevamente un grupo de biólogos había ido a sacar muestras de la laguna sin permiso de la comunidad:
Para entender esta escena es necesario dar cuenta del conflicto previo que hizo necesario este encuentro. Es importante destacar que antes de ser recategorizada como crítica en 2004, mediante una Resolución del Directorio de la APN, el valle era una zona de Reserva Nacional, históricamente dedicada al uso ganadero, donde se permitía el asentamiento estable de pobladores y actividades productivas, más allá de las relacionadas con el turismo. No obstante, desde el momento de su recategorización no se permiten pobladores ni animales domésticos en el área. En el caso del PNNH, en la resolución de su creación puede leerse que la principal amenaza es el ganado de los pobladores, sobre el que se estipula la “total erradicación” y su definitiva prohibición.
Así, Challhuaco es para las
Asimismo, este caso también es interesante porque, justamente, lo que se puso en cuestión desde la administración del parque fue la autenticidad y la legitimidad de los Maliqueo como comunidad mapuche. Para los/as biólogos/as y funcionarios/as de la APN la comunidad “no sabía” conservar y representaba un peligro para el área crítica, fundamentalmente para “las ranas”. La pregunta que esbozaban en aquellos primeros años de conflicto (2008-2011) era: ¿si no saben conservar, entonces, son una comunidad indígena? Esto se basaba en una visión fuertemente esencialista de “lo indígena”, asociado a la idea del “indio verde” o “buen salvaje ecológico” (Carenzo y Trentini, 2014). A su vez, este conflicto por la conservación del área impidió que la comunidad pudiera asentarse definitivamente en el territorio, porque no podían generar alteraciones ni modificaciones en el mismo y tenían prohibido construir casas y tener animales, dos cuestiones fundamentales para poder “vivir en el territorio”. Entonces, para los biólogos y funcionarios del parque surgía otra pregunta: ¿si no viven en el territorio son una comunidad indígena? Esto nuevamente se basaba en otra idea esencialista que supone que los indígenas están asociados a un determinado territorio, sin tener en cuenta, por ejemplo, los procesos institucionales de relocalización y desalojos. No obstante, a pesar de todas estas limitaciones y conflictos, la comunidad fue comenzando a “volver”: construyeron una casa y llevaron dos bueyes y caballos. Esto generó aún más disputas, ya que esto no está permitido en un área crítica. Así, la introducción de animales fue tomada como otra señal de “no saber conservar”. En palabras de una de las técnicas del parque: “están en un área crítica con tres especies endémicas, únicas en el mundo y te meten las vacas”.
En este marco, después de cuatro años de fuerte conflicto, la salida territorial descripta en la escena etnográfica se daba en un contexto particular: en abril de 2012, el comanejo fue institucionalizado en el PNNH mediante una resolución del Directorio de la APN, y en ese proceso la comunidad fue reconocida como parte del pueblo mapuche, otorgándole derechos diferenciales que antes habían sido sistemáticamente cuestionados de la mano del cuestionamiento a su autenticidad. El reconocimiento implicaba también la necesidad de trabajar con sus integrantes en la conservación del territorio. Para los/as biólogos/as, el principal problema se debía a que las ranas habitan en pequeños mallines y lagunas sobre la ladera del cerro Challhuaco y para reproducirse sus huevos necesitan de ramas fijas en estos cuerpos de agua, y los adultos viven bajo árboles caídos que son sus refugios, y la presencia de animales que se acercan a beber representa un peligro para la supervivencia de las ranas. Según los/as biólogos/as, el mayor peligro/problema lo representaban los caballos de la comunidad.
Lo interesante de la escena etnográfica descripta anteriormente es que muestra “otra” forma de entender la conservación por parte de la comunidad y los problemas que, para ellos, se presentan en el territorio para la conservación de las ranas. El hecho de que hubiera pisadas de ciervos en los mallines hizo que se empezara a hablar sobre posibles soluciones a esos “otros” problemas que no estaban contemplados en las propuestas originales del área biológica. Así, durante el recorrido por el territorio se evaluó la posibilidad de elevar el cerramiento para evitar que entren los ciervos, y en el caso del manejo de caballos, la comunidad propuso hacerlo articuladamente con la comunidad de Ñirihuau, ya que, como algunos caballos llegaban desde aquella zona, el problema no se iba a resolver abordándolo solo con una comunidad. A partir de ese momento “el diálogo” entre la bióloga y la autoridad comunitaria cambió de registro, como puede verse en esta otra escena etnográfica:
Seguimos nuestro camino, ya para ese momento la bióloga y la autoridad comunitaria lideraban la marcha
En términos de (in)justicia epistémica es interesante retomar analíticamente la tensión entre
Esta zona fue declarada crítica y por eso no quieren que hagamos nada, pero esta zona es crítica por todos los cambios que ellos [se refiere a APN] mismos metieron acá y los desastres que hicieron. Los pinos no te dejan crecer nada, arruinan el suelo, la trucha arcoíris hace desaparecer el salmón rosado. Huemules, antes íbamos a buscar leña arriba y estaba lleno, y metieron el ciervo colorado y ya casi no hay. Unos desastres terribles hicieron ellos y ahora lo llaman crítico y no nos dejan a nosotros cuidar el lugar. (Fragmento de entrevista, noviembre 2010)
En primer lugar, debemos destacar que el diálogo de saberes y la posibilidad de “pensar juntos” no puede entenderse
El proyecto PROCODAS elaborado a instancias del equipo GIRSU del INTI reproducía la lógica dicotómica de conocimientos al proponer un
Sin embargo, como evidencian los registros que compartimos previamente, la práctica cotidiana en los talleres estuvo bien alejada de un proceso de transferencia lineal donde los recicladores se limitaban a implementar las directrices expertas. En efecto, el
Frente a esto, una de las ventajas analíticas que encontramos en la variante de
El análisis de la escena etnográfica en esta clave destaca un primer desplazamiento respecto de la definición del punto de partida para el proceso de “codiseño”. Para quienes habían protagonizado el proceso experimental inicial (o lo habíamos acompañado), resultaba evidente que debíamos trabajar a partir de la experiencia del “hornito”, aun cuando implicara un completo rediseño del artefacto. En contraste, los ingenieros propusieron buscar antecedentes de procesos y maquinarias industriales, redefiniendo el objeto sobre el cual focalizar la labor de codiseño: de la materialidad física del “hornito” a la materialidad virtualizada de los “antecedentes”.
El carácter básicamente testimonial del artefacto fabricado en la cooperativa reutilizando elementos recuperados de la calle se encontraba demasiado alejado del paradigma técnico, pero también estético, que definía la idea de “prototipo” que manejaban los ingenieros. Aun cuando implicara un desarrollo a pequeña escala y con tecnología simple, desde su mirada un prototipo implicaba construir una máquina industrial en estado preserie. En este contexto, el carácter “reciclado”, “rudimentario” y “artesanal” del hornito expresaba sentidos divergentes. Para los recicladores
En términos de
Al mismo tiempo, también es cierto que la propia dinámica del trabajo en el taller de codiseño incidía fuertemente en la reconfiguración de estas asimetrías. De hecho, como vimos en la escena el propio no funcionamiento de la orientación experta, abrió una inesperada revancha que Marcelo pudiera volver a trabajar en el proceso experimental en torno al “hornito”. Esto no hubiese sucedido si, tal como proponían los ingenieros en un inicio, la locación física del proceso de codiseño se hubiese desarrollado en exclusividad en la sede del INTI para aprovechar la disponibilidad de sus recursos técnicos. Nuestra propuesta fue mantener su realización en la cooperativa, ya que de este modo sería posible tener acceso directo a la cotidianeidad de la práctica experimental allí desarrollada. Esto es, inscribir plenamente este proceso de diseño impulsado por cartoneros en las condiciones materiales, temporales y espaciales que marcan su día a día, dando cuenta de las tensiones, discontinuidades y superposiciones que la práctica experimental tenía en relación con las múltiples relaciones sociales y productivas que se desplegaban día a día. En términos hermenéuticos, uno de los principales resultados del proyecto PROCODAS tuvo que ver con esta decisión de localizar el proceso en el galpón de la cooperativa. Gracias a esta orientación inspirada en la perspectiva etnográfica, los ingenieros pudieron conocer de primera mano e involucrarse con una modalidad de diseño tecnológico, más allá de las cuestiones “técnicas” en sí.
A nivel mundial los proyectos de comanejo se sustentan en la idea de intercambio y transferencia de conocimientos entre los técnicos y científicos vinculados a la conservación de áreas protegidas y las comunidades locales (indígenas o no indígenas) que habitan esas áreas, en pos de mejorar la calidad de vida de estos grupos y aportar al desarrollo sustentable. Es decir que, en su propia definición, explícitamente atribuyen un cierto tipo de conocimiento a cierto agente o grupo. De esta manera, un agente/grupo poseerá un saber
La comunidad Maliqueo no logra alcanzar el mismo estatus epistémico que los/as biólogos/as mediante el lenguaje de la conservación, y la importancia central que esta cobra en un área crítica. El conocimiento tradicional mapuche es culturalmente interesante pero científicamente inválido. Cuando los mapuches no adhieren a esta lógica se sostiene que el comanejo
En el presente artículo buscamos contribuir a problematizar la noción de “diálogo de saberes” en función de una perspectiva etnográfica inspirada en las discusiones sobre
Como muestran los casos analizados, existen esfuerzos institucionales por habilitar espacios de codiseño, comanejo y diversas metodologías colaborativas que reconozcan y legitimen saberes “otros”, como los cartoneros y mapuches. Sin embargo, uno de los mayores desafíos es poder superar la inercia de dicotomías cristalizadas. En términos de Sousa Santos (2010), estas iniciativas deconstruyen, pero poder reconstruir, avanzando hacia procesos de inteligibilidad recíproca al interior de esa pluralidad de conocimientos supone avanzar hasta la dislocación de estas jerarquías para construir nuevas relaciones situadas que den lugar a procesos colaborativos de construcción de conocimientos que brinden la posibilidad de pensar que la I+D y la conservación también pueden ser impulsadas por cartoneros y mapuches.
[1] Empleamos el masculino en tanto quienes participaron de las escenas etnográficas que describimos eran predominantemente varones. Sin embargo, remarcamos la importancia de llamar la atención sobre el uso de lenguaje inclusivo que visibilice las desigualdades en términos de género.
[2] El proyecto N°151 “Reciclado de envases de helados de EPS posconsumo” resultó seleccionado en la convocatoria 2014 del Programa Consejo para la Atención de la Demanda Social, única línea de financiación del Ministerio de Ciencia y Tecnología de la Nación focalizada en la promoción de “Tecnologías para la Inclusión Social”.
[3] El enfoque sociotécnico muestra que todas las tecnologías son socialmente construidas y que todas las sociedades están construidas tecnológicamente (Bijker, 1995). El concepto de “tecnologías sociales” refiere a tecnologías orientadas a la inclusión social, la resolución de problemas comunitarios, la reducción de la pobreza o aportar al desarrollo sustentable (Thomas, 2009). Pueden definirse genéricamente como tecnologías (de producto, de proceso y de organización) orientadas a la inclusión social y el desarrollo sostenible. En la actualidad, estas tecnologías están abocadas a la resolución de problemas sociales tales como salud, alimentos, agua, energía, vivienda, reciclaje, etc.
[4] El campo de la Antropología de la Ciencia y la Tecnología está en pleno desarrollo. Su estudio centra la mirada en temáticas como las divisiones ontológicas modernas, la coproducción de conocimiento, la epistemología situada, la ontología política, el giro decolonial, entre otras. Actualmente se encuentra en proceso de conformación la Red de Socio-Antropología de la Ciencia y la Tecnología en Argentina que busca integrar a los distintos investigadores/as que vienen desarrollando su trabajo en este campo.
[5] Con ánimos de provocar reflexiones críticas sobre las asimetrías existentes a nivel de la división de trabajo manual e intelectual, enmarcamos las prácticas experimentales desarrolladas en la cooperativa en términos de verdaderos procesos de Investigación y Desarrollo impulsados desde organizaciones cartoneras (I+D cartonera), buscando problematizar la idea fuertemente cristalizada a nivel del sentido común (que incluye a académicos y funcionarios públicos) que las/os integrantes de cooperativas de cartoneras/os solo desarrollan habilidades prácticas, ancladas en la repetición rutinaria del hacer cotidiano.
[6] El calificativo de “nuevas” refiere a comunidades que se conformaron en el PNNH desde fines de 1990 y que no habían sido reconocidas por la institución ni se habían reconocido públicamente como tales hasta entonces. Es importante aclarar que este calificativo, que se les ha aplicado en contraposición a las comunidades tradicionales se debe a su conformación formal, jurídica o en los papeles, pero no significa que las relaciones comunitarias no existieran previamente a esto.
[7] Refiere a las salidas que los técnicos realizan fuera de las oficinas de la intendencia, cuando visitan a los pobladores o comunidades dentro de jurisdicción del parque. En el caso específico del comanejo se refiere a las visitas que los técnicos realizan a las comunidades.
[8] Si bien por cuestiones de espacio no es posible profundizar en esta discusión en el presente artículo, es importante retomar esta tensión en relación a los debates teóricos del feminismo como aporte a la ética del cuidado y la ética relacional, principalmente en relación a los planteos del ecofeminismo (Puleo, 2011).